Antes de la llegada del coronavirus, el Registro Civil de Santa Fe fue testigo de un día histórico en la vida de seis personas que rectificaron sus actas de nacimiento, para volverse a inscribir en el mundo como no binaries. Este es el registro de las charlas virtuales con Rocío Fernández Doval y algunas de las luchas actuales de la Asamblea No Binaria de Santa Fe. Con fotos de “Nosotres” de Carolina Tarré.
Todavía no había aislamiento social, preventivo y obligatorio en el país cuando, una mañana de principios de marzo, integrantes de la Asamblea No Binaria de Santa Fe se juntaron en la Plaza España para entrar en manada al Registro Civil de la ciudad. Caminaron con nervios e hicieron chistes sobre casarse, como para aflojar la ansiedad, hasta que encontraron la puerta correcta. Del otro lado les atendió Verónica, que explicó en detalle lo que venían a averiguar.
Ese mismo día, empezaron los trámites para la rectificación de sus partidas de nacimiento, con sus nombres –no sus deadnames– y la inscripción de género no binario: éste es el primer paso para obtener un nuevo DNI.
Hasta la actualidad, el Registro Nacional de las Personas (RENAPER), organismo encargado de emitir los documentos en Argentina, no reconoce la identidad sexo-genérica no binaria. Pero la provincia de Santa Fe permite la rectificación del género en el acta de nacimiento, un trámite gratuito amparado en la Ley de Identidad de Género, para el que sólo tenés que llevar tu DNI, igual que en el caso de una persona trans binaria.
Y eso fueron a hacer. Preguntaron todo, mucho más que dos veces, y llenaron los papeles. Todos-los-papeles-que-la-burocracia-impone. Aún con la buena voluntad y la contención de Verónica, nadie podría asegurarles que el RENAPER emitirá los DNI. Sin embargo, lo que acababan de hacer es sentar los precedentes necesarios para lograrlo.
Salieron con emociones encontradas: estaban felices, ansioses, todavía tenían un poco de miedo pero, sobre todo, adrenalina. “Nos juntamos en la Plaza España como lo que éramos y salimos del Registro Civil como lo que decidimos ser. Como lo que queremos ser”, escribieron en sus crónicas no binarias publicadas en Facebook.
Nacer al cis-tema
“¿Mi nacimiento? ¿El día que salí de la panza? Por lo que me contaron, complicado. Porque nací al revés”, cuenta Juan mientras hace pororó.
La cuarentena obligatoria ya está declarada y su testimonio llega a través de un audio de WhatsApp. Se escucha cómo el maíz pisingallo salta en la olla y golpea contra la tapa. También que, de vez en cuando, Juan agita la olla con fuerza, para que los granos no se queden pegados en el fondo. En el movimiento se mueve también la hornalla. “Tuvieron complicaciones para sacarme y tragué líquido amniótico. Quedé en incubadora un par de semanas, todo. Medio traumático… Pero después todo bien. Nací a las 10:30 de la mañana, eso lo sé porque lo pregunté para hacerme la carta astral: tengo ascendente en libra como mi mamá, luna en acuario y sol en leo”. Un leo orgulloso.
Le pusieron “el nombre de una parienta, de una tía abuela, algo así”, pero “no sé si alguna vez me identifiqué, de hecho, casi nunca me nombré con ese nombre. Siempre quise, desde muy niño, tener nombre de niño. Pensándolo binariamente, ¿no?”, aclara. Nombrarse así llegó un poco en chiste, un poco en serio, hasta que lo supo: “Tuve un par de sueños donde me llamaba Juan”.
Para Nikolás también fue difícil el parto: “De la poca información que pude recopilar en mi familia sobre mi nacimiento, me contaron que fue un poco caótico. Mi vieja la pasó bastante mal durante el parto y estuvo en condición de riesgo”. Además, hubo sorpresa: “Ella, junto con mi viejo, esperaban encontrarse cara a cara con un varón con pito”.
Toda la ropa que le habían comprado era azul y cuando se enteraron de que tenía vagina “fue un escándalo, porque no tenían ningún nombre pensado, ni nada rosita para ponerme. Mi deadname lo inventaron en el momento”.
Deadname es el nombre que les trans y no binaries recibieron en su nacimiento y que ya no usan ni les identifica. Haciendo una traducción rápida, sería eso: un nombre muerto.
Nikolás dice que saber esas historias “acerca de la primera vez que me vieron”, le ayuda a entender esa especie de “deseo inconsciente de incomodar”. La elección de su nombre vivo fue hace dos años, junto con el pronombre masculino, “un poco al azar y un poco también por gusto”. Aún sigue garabateando el segundo: “De momento me gusta Benicio”.
En el caso de Santiaga Luciano, llegar al mundo fue por cesárea, un 10 de febrero de 1988, cuando era miércoles y faltaban unos días para carnaval. “Después de que salí de mi madre, ella decidió ligarse las trompas. Mi primer nombre, Luciano, lo eligió mi mamá porque le gustaba y mi segundo nombre, Santiago, porque era el nombre de su papá, mi abuelo, que había fallecido poco antes de que yo naciera”.
Pero lo cambió: “Al menos en mi acta de nacimiento y en mi autopercepción –aclara– por Santiaga Luciano. Santiaga reivindicando el segundo nombre como primero y feminizándolo, para reivindicar también el legado de mi abuelo en el género de mi madre. Y Luciano porque es el nombre que me acompañó toda mi vida y decido seguir gustando de él como mi madre lo hace”.
Ireí es le únique que prefiere hablar de su nacimiento no binario pero para decir que no lo tuvo: “Yo siempre fui así”. Sin embargo, al instante explica que lo que siempre fue es algo que cambia constantemente: “Hubo un cuestionamiento, después un reconocimiento de cómo me sentía y cómo me siento y, de ahí, un descubrimiento de quién soy. Igualmente, mi identidad es algo que camino”.
También es le únique que permanece nombrándose con el nombre que le dieron sus mapadres. “Mi papá sabía guaraní, a él se le ocurrió mi nombre. Lo eligieron con mi mamá después de mi nacimiento. La historia en el Registro Civil es un viaje: primero, no querían inscribirlo porque era un nombre originario, después porque querían que mis viejes paguen por esa inscripción y, al final, porque decían que tenía que estar acompañado por otro nombre que especificara el sexo”. Con su llegada, hubo una primera victoria: “Mis viejes se salieron con la suya y tengo un solo nombre: Ireí”.
Ireí, que dice que le encanta su nombre de nacimiento “porque es agénero” y que se identifica mucho con su significado: “un agua que no se ve de lo clara que es, un agua que llega a ser transparente”.
Recuerdos de la infancia en el mundo cis
Todas las personas, siendo niñes, nos dimos cuenta en algún momento de que teníamos un cuerpo cuyas características eran propias pero, en definitiva, bastante similares o bastante diferentes al cuerpo de hermanes, primes o vecines. Y también aprendimos que, en consecuencia de ese cuerpo, teníamos un género.
“Ahí nomás desde que me sacaron de la panza de mi vieja, hasta los gestos, la forma de pensar, los sentimientos y las emociones, los gustos, la manera de jugar, todo, absolutamente todo lo que me enseñaron fue codificado desde lo binario. Varón o mujer, o no existís”, dice Nikolás. Y así ha sido, en general, para todes.
Con sus filtraciones.
Cuando iba a la primaria, Nikolás vivía en provincia de Buenos Aires con sus padres: “Me acuerdo que allá había una distinción marcadísima en los guardapolvos de los pibes y las pibas. Mis viejes no tenían plata para comprarme el delantalcito ‘femenino’, y me compraron uno tableado que usaban los varones. Lo amaba. Me acuerdo que los directivos me lo hicieron sacar y alto berrinche clavé en la escuela”.
Y así, con un montón de cosas: “Desde no poder jugar al fútbol porque me echaban por piba, hasta la violencia de mis compañerites cuando descubrí mi primer beso con mi mejor amiguita”.
“No quise casi nunca ser varón –cuenta Santiaga Luciano– pero tampoco ser mujer. Había varias instancias en que jugaba a ser mujer pero no me satisfacía del todo porque sabía que tenía que ser de una manera y no me gustaba. Nunca quise ser de una sola manera. A la hora de jugar a ser varón, me pasaba que los personajes que encarnaba no eran como yo, así que tampoco me satisfacía ser varón”.
Juan le robaba la ropa a sus hermanos, pero igual supo de los condicionamientos: lo que podía hacer o no, en función del ser mujer.
Ireí dice que “siempre hubo algo que me latía y que me hería, que me condicionaba”. A pesar de que su madre y su padre le acompañaron mucho y le dieron libertad en sus decisiones, “con el afuera hubo (y hay) una tensión incesante”: “Siempre me pesó mucho el relacionarme con mis compañeres, fui el bicho raro toda mi primaria y secundaria… Creo que en la adolescencia me empezaron a pegar más las imposiciones sociales”.
Una palabra que defina tu adolescencia
“Revolucionaria. Fue la etapa de mi vida en que me empecé a cuestionar mucho las cosas y a descubrir otras”. ¿Cuáles? Lo deja ahí. “A veces no quiero ahondar tanto”, se ríe Juan.
“La adolescencia fue normal”. Esa es la palabra que elige Santiaga Luciano, “con todo eso que conlleva la palabra normal”: “Siempre intentaron normalizarme. Y casi nunca quise ser normal. Sólo quería ser normal para pasar desapercibido”.
Nikolás define que ausencia, es la palabra que más le llega si piensa en la adolescencia. “Ausencia de mí mismo, porque fue un proceso de reprimir un montón lo que sentía”. Dice que con terapia y algunes poques amigues “que siempre bancaron y me dijeron que respete mis propios tiempos” encontró el abrazo que necesitaba para abrazarse.
Ireí sólo escribe: “Cuestionamiento”. Y un punto.
El cuerpo de colores
La cabeza rapada de alien y el amarillo, pero no Pro. Todos los colores porque mutamos todo el tiempo. A veces se es amigue del cuerpo propio y a veces no tanto y también hay que nombrar eso. El color del fuego. El pelo, por los flasheos. Las manos, el rostro. Las manos, por su flexibilidad y todo lo que dejan descubrir. Una escala de verdes que va desde el agua marina hasta el verde lunar y pasa por el verde lima, el esmeralda, el turquesa, el fantasma, el menta y el marciano.
Estas son sus respuestas en caso de tener que elegir un color para describir el presente o una parte del cuerpo que les identifique más.
Los pronombres
Hay una especie de renacimiento cada vez que alguien nos vuelve a nombrar, para llamarnos, para referirse a nosotres, para retomar en clase lo que dijimos: cuando dicen nuestro nombre, volvemos a inscribirnos en el mundo.
Pero a veces no lo saben y aparecen, entonces, los pronombres: Como dice la compañera… como dice el compañero. El género se da por sentado de una manera automática en correspondencia al aspecto de la persona y a las dos posibilidades de ser, que han estado fijadas en el mundo como esencias: varón o mujer.
“Es muy importante que las personas respeten tu pronombre. Es importante preguntarlo –enfatiza Juan–. Estaría re bueno incorporar esa práctica porque a veces lo damos por sentado y estás violentando una identidad y cómo esa persona quiere ser nombrada. Es violento eso. Creo que todes deberíamos decirlo, hasta las personas cis deberían decir cuáles son sus pronombres”.
En su caso, se empezó a nombrar en masculino, al principio, como un juego con una amiga: “Nos decíamos gordo, gordito. Y ahí me empezaron a decir gordo todes”. Algunas personas creen que no está bueno decirle así, pero él prefiere apropiarse de la palabra, retrucar la gordofobia que nos habita.
En definitiva: “Me ponía contento cuando me nombraban en masculino”. Y eso es una revelación. “Mi pronombre es masculino porque me siento cómodo y eso no tiene nada que ver con ser un varón cis, es otra masculinidad”.
En cambio, para Santiaga Luciano sus pronombres “son todos los que existen porque me siento habitade por todos los géneros de las personas que me han enseñado algo”.
Gracias al lenguaje inclusivo, podemos nombrar –ni más ni menos– a las personas que no se reconocen en el pronombre masculino ni en el femenino.
Nosotres
Santi mira a la izquierda, a la altura de otros ojos. La cabeza se gira apenas. La boca y la mirada se ríen con complicidad, sin reírse. Esquiva la cámara y se muestra al mismo tiempo. En el fondo hay cosas cobrizas como su barba, puertas, perfiles. Hay cables enrollados, chapa turquesa. La remera gris tiene el cuello cortado, redondo y amplio, y se asoma la piel. El pecho abierto.
Juan está en el medio, cruzado de brazos. Una enredadera trepa a sus espaldas. El mentón levantado, desafiante. La mirada fija. Una leve arruguita se le dibuja al lado de la boca y la ceja derecha se levanta, insurrecta. La remera es negra y sobre el borde del cuello, mientras confluyen las aguas de las clavículas, el río y el mar se mezclan, y brilla un piercing.
“Yo tengo 42 años, soy de otra generación, y mucha gente que me rodea decía, cuando se instaló la discusión, que el lenguaje inclusivo es una estupidez. Primero me parecía que en el nosotras y nosotros estaba todo cubierto. Entonces empecé a indagar un poco más y a ver que no”, cuenta Carolina Tarré, comunicadora y abogada santafesina, fotógrafa desde hace diez años.
Se acercó a la Asamblea y les propuso mostrar, a través de sus rostros, sus cuerpos, sus espacios, la importancia del nosotres.
Carolina estudió en la galería de Pipo Guidotti y, durante mucho tiempo, le costó fotografiar a otras personas por timidez. Arrancó con autorretratos, después siguió con la ciudad, hasta que se animó. Primero hizo “Empoderadas”, un fotolibro con mujeres sobrevivientes de violencia de género. “Nosotres” es su último trabajo, editado también en un fotolibro de ejemplar único.
“La propuesta era hacer las fotos en su ámbito privado -cuenta Caro-, había pensado en la habitación que por ahí es el espacio más personal. Tranquiles, con la ropa que prefieran, con sus cosas”. El cuarto propio.
Pero algunes prefirieron salir de casa y eligieron lugares que les gustaban. “En todos los casos hicimos fotos con plantas, algunas en parques. Siempre hay algo de verde en casi todas las sesiones”. La vitalidad.
El fotolibro se presentó a fines del año pasado. El público tuvo distintas reacciones: en algunas personas se despierta el miedo, el gran miedo a la ambigüedad, a lo incontrolable. También “muches me dijeron que es muy alegre, tierno. Eso está bueno, está bueno que sea alegre”, concluye Caro.
La Asamblea
El Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries de 2019, en La Plata, fue el primer encuentro que se nombró masivamente de esta forma. También fue la primera vez que se hizo un taller no binarie. Ariel, une pibe de 19 años, de Capital Federal, escribió una crónica para Cosecha Roja sobre su experiencia en el Encuentro. Anotó: “Desacordamos y somos individuos profundamente distintos. Nos une eso mismo: la ruptura de la expectativa”.
Pero también les une un espacio de encuentro, en varias ciudades. En Capital Federal se formó la primera asamblea en 2017, con la idea de participar juntes de la Marcha del Orgullo. En Rosario, en 2018. En Santa Fe, se encontraron por primera vez en 2019.
“Hacía un montón que quería encontrar un grupo así y no había nada en Santa Fe. Hasta que un día ví en Instagram que se estaban autoconvocando para conocerse y no sé cómo rompí mi ansiedad y fui. Estuvo re bueno. Mi ansiedad y que no sabía con qué me iba a encontrar. Fue en Demos y éramos alrededor de 8 pibis, contándonos nuestra experiencia no binaria”, recuerda Juan.
Ireí dice que llegó “por Instagram y por necesidad” y que, después, cuando vio que iban a juntarse, cruzó el túnel desde Paraná y se quedó.
“Nombrarnos y sabernos juntes entre tanto silencio, por parte del Estado y de la sociedad, es un montón. Ojalá pueda sumarse mucha más gente, para poder seguir construyendo una militancia colectiva”, agrega Nikolás, que cuenta: “Hasta que no encontré una respuesta contenedora, como fue toparme con el paraguas de género no binario, la pasé muy mal”.
La asamblea está en contacto “con varias personas a lo largo del territorio para pensar estrategias de intervención y de reclamo a organismos nacionales y provinciales para la reglamentación de nuestro DNI”, cuentan.
A nivel nacional, hay un proyecto presentado por la legisladora rionegrina Silvia Horne, en la Cámara de Diputados, para la eliminación de la categoría sexo en documentos y la protección de la diversidad corporal. Se trató en la comisión de legislación general, en noviembre del año pasado, y está pendiente su tratamiento en recinto.
“La idea es sacar el sexo del DNI y poder incluir el género no binario, más allá del nombre. Pero hay un montón de etapas y es una lucha muy larga. Necesitamos que muchas más asambleas estén participando”, sostiene Juan.
De todos modos, el panorama actual es incierto y mucho más inmediato. En la situación de emergencia sanitaria y económica del Covid-19, los lazos se tejen más que nunca entre la comunidad trans de Santa Fe: “Son las mismas personas del colectivo quienes se organizan para ayudar a las, los y les compañeres que están más vulneralizades, dado que oficialmente ni desde provincia ni desde nación hubo políticas abocadas a la comunidad trans”, dice la voz de la Asamblea.
Quienes quieran conectarse con la ANB pueden hacerlo a través de Facebook e Instagram.
Las próximas generaciones
Yo veo cosas en vos, mientras vos ves las mías. Estoy colgado de la pared, vos caminás la vida. Todos los días sos vos, todos los días sos vos, todos los días sos vos.
“Hay una parte del tema que dice todos los días sos vos y no siempre sos el mismo. Y yo canto encima: ¡y no siempre sos le misme!”, dice Santiaga Luciano por Instagram y pega el link de Pacho y los Limones. Eso les diría a las futuras generaciones de pibis. Y también que: “Escuchen a su mente y a su cuerpo. Probablemente el mundo te diga que no, pero no hay nadie más sabix que vos mismx”. Y termina con una reversión trans de San Martín: “Serás lo que quieras ser o no serás nada”.
Juan dice que le resulta raro dar un mensaje, que no quisiera sonar superior, pero “que no tengan miedo de decir lo que sienten”. Y algo más: “Que no hay una forma de habitar o ser no binarie. No hay una única forma”.
“No hay amor más grande para con une misme que preguntarse todo”, dice Ireí. Y también que “aunque esté bueno laburarse a une misme, la incomodidad viene de afuera: la disforia son los otros”.
“A las generaciones que vienen, les diría que está bien lo que sienten, y que todo es ahí, en el abrazo. Mis viejxs hasta el día de hoy no pueden entender que está bien lo que siento. No les culpo, pero me hubiera gustado toparme con alguien que me diga algo semejante cuando era chico”. Nikolás piensa que de esa forma hubiera podido duelar su “identidad estática” antes, entenderse “mostro con garras más temprano”.
“Por suerte –agrega–, nunca es tarde para conocer a Susy Shock, Diana Sacayán, Camila Sosa Villada, Marlene Wayar, Sasa Testa, y muches otres, que brindan ese cariño transformador, esa furia trans que envuelve y refugia”. Que son como una casa.
Con una puerta para salir a otra humanidad.