El autoconocimiento, la sexualidad, los cuerpos, el derecho a desear y ser deseada. Victoria Carballo entrevistó y fotografió a tres mujeres que, desde su singularidad, se preguntan por el placer.
Soledad es presidenta de la Asociación Civil Mirame Bien y referenta del Consejo de Mujeres de la Federación Argentina de Instituciones de Ciegos (FAICA). Marcela es co-creadora del primer espacio sexológico santafesino con perspectiva de género, diversidad y derechos humanos. Diana es ama de casa y hace 20 años fue diagnosticada con escoliosis, pero no quiere que su certificado de discapacidad la defina. Las tres, a través de sus palabras y trayectorias de vida, ponen en jaque lo que se entiende por placer y deseo.
Todo placer es político
Empecemos de cero. ¿Qué vamos a hacer hoy? ¿Qué nos gusta? ¿Qué no? ¿Cómo lo decimos? ¿Es esta la única forma de hacer las cosas? ¿Cómo vamos a saber si nunca probamos otra? ¿Qué es el placer?
—Vivimos una sola vez. Morir, morimos seguro –advierte Marcela–. Bueno, entonces, hasta que te llegue tu turno, disfrutá. No hay otra vida para volver a probar. Ya sé que la vida no puede ser un 100% de disfrute todo el tiempo. Pero aspirá a cosas que te hagan bien. Dejá de quedarte por costumbre, por deber o por el qué dirán. Tocá acá, tocá allá. Cada día es una innovación.
Cuando Marcela se recibió de psicóloga, sus padres le dijeron que no ponga placa en la puerta porque las personas que van a terapia tienen vergüenza de que se sepa. “Imaginate lo que pensaron cuando me recibí de sexóloga”, comenta ahora, entre risas.
Diez años después de conseguir el título de psicóloga, inauguró junto a tres colegas el primer espacio sexológico santafesino con perspectiva de género, diversidad y derechos humanos, leyenda que se exhibe en el ingreso. Dice que es necesario que las personas sepan desde dónde se paran y que “si entrás acá no te vamos a juzgar, al contrario, celebramos que estés”.
–La Educación Sexual Integral –dice Marcela– buscó marcar eso. Por supuesto que hay que hablar de la prevención del abuso, de los métodos de protección y del cuidado del cuerpo, pero también necesitamos hablar de que somos sujetos sexuados.
¿Por qué sos quién sos? ¿Vos elegiste serlo? ¿Estás conforme con tus elecciones? Invita a preguntarse.
–De esta manera, nos habilitamos a decidir quiénes queremos ser desde lo saludable, desde aquello que nos hace bien y que no daña a un tercero –completa.
Toda educación es sexual, pero no toda educación sexual es integral, con enfoque de géneros y de derechos humanos. La ignorancia y el silencio fueron, durante muchos años, una política de conocimiento.
La Ley 26.150 de Educación Sexual Integral, sancionada en el año 2006, establece el tratamiento pedagógico de la sexualidad en las instituciones escolares y la responsabilidad del Estado de concretarlo de manera sistemática, como temática curricular, transversal y obligatoria, en todos los niveles obligatorios de gestión estatal y privada, y en todas las carreras de formación docente.
–La ESI es fundamental porque empezó a hablar de los vínculos, de la expresión de las emociones, de la posibilidad de explorarse con cuidado, respeto y siempre en el marco de los derechos humanos. No es como se dice “ahora es todo liberal, cualquiera puede estar con cualquiera”. Sí, cualquiera puede estar con cualquiera, pero hay una norma que es: sin dañar a nadie, sin dañarme a mí misma, con consentimiento y con conciencia de lo que estoy llevando a cabo. Esos son los límites. Lo otro es todo el camino que vos quieras recorrer –define Marcela.
—Los años pasan, la vida es corta. Parece un cliché decirlo pero realmente es así. Yo ya pasé de todo. Ahora, quiero pasarla bien y que la pasen bien quienes están a mi alrededor.
Diana tuvo escoliosis de doble curvatura y se sometió a tres operaciones de casi 10 horas para salvar su vida. A los 65 años, se permite repensar su vínculo con el placer:
– Yo a veces soy re feliz con un pequeño gesto de alguna persona que se acuerda de mí, con ir a pasear, ver una película, leer un libro, comer algo rico, estar con gente que amo, ver a mi mamá y verla bien. De vez en cuando, por qué no, ponerme un perfume y sentirme linda, tocarme y quererme. Son cosas simples.
Después de tantas intervenciones creyó que ya no iba a tener deseo sexual.
–Cuando me veía en el espejo quería salir disparando. Pero un día me miré y me dije: estoy acá. Estoy viva. Tengo derecho a disfrutar.
Soledad, por su parte, es estudiante avanzada de psicología y se considera una activista por los derechos de las personas con discapacidad. En los diferentes espacios de los que participa, busca interrelacionar discapacidad y género.
–Le tenemos que dar lugar al autoerotismo –piensa– sin que sea mala palabra. No hay otra forma de saber de una misma que no sea conociéndose. Por supuesto que se puede compartir con otros, perfecto. Pero te tenés que dar un momento para sentirte bien con vos. Las que fuimos criadas como mujeres, fuimos educadas para complacer y agradar. Yo creo que recién ahora nos estamos permitiendo decir: tenemos derecho al placer y a cuestionarnos qué nos gusta y qué no.
Soledad advierte que, históricamente, todo estuvo pensado para satisfacer al varón cis heterosexual: desde las imágenes hasta las prácticas sexuales del porno “que terminamos comprando y repitiendo en nuestras camas”.
–Pero para las feminidades, y mucho más para quienes tenemos una discapacidad, la pregunta por nuestro placer fue anulada.
La marea verde, como solemos llamar al movimiento feminista en Argentina que comenzó a organizarse a partir del primer Ni Una Menos en 2015, es verdaderamente una marea que crece y arrasa con todo a su paso: desde la forma de nombrarnos hasta la forma en la que gestionamos nuestro deseo.
Ya no sólo queremos hablar de las violencias de las que somos víctimas, también queremos politizar y hacer extensivo el disfrute que merecemos. Llegadas a este punto, se hace necesario ponerle nombre y apellido a las singularidades que componen esta marea, para que cada lugar sea reconocido y cada derecho, tenido en cuenta.
Mi cuerpo, mi decisión no sólo quiere decir que las personas gestantes tenemos derecho a la interrupción legal del embarazo. Tener soberanía sobre nuestros cuerpos también significa que ninguna persona tenga que pasar por esterilizaciones forzadas, por ejemplo, como le ocurre a muchas personas con discapacidad. Cuando se dice La maternidad será deseada o no será también es necesario preguntarse ¿todas las personas gestantes tienen la posiblidad de desear (o no) la maternidad?, ¿a quiénes se les permite desear la reproducción y a quiénes no?
–Somos nosotras mismas las que estamos comenzando a habilitar los espacios –dice Soledad–. Por ejemplo, en el Encuentro Plurinacional de Mujeres de La Plata hubo sólo un taller previsto para mujeres y discapacidad, cuando todas las cuestiones que conciernen al género deberían estar atravesadas por la variable discapacidad. Nosotras también podemos sufrir violencia de género o discriminación a nivel laboral, que de hecho sufrimos doblemente por ser mujeres y por tener una discapacidad. Y tenemos problemáticas más específicas, por ejemplo, la infantilización a la que nos vemos reducidas, ya sea en nuestros entornos familiares o en la distintas instituciones del ámbito de salud.
Soledad se encarga de cuestionar muy bien esos sentidos comunes, que niegan a personas con discapacidad, y más precisamente a las mujeres, su deseo, su sexualidad y hasta su maternidad:
–Muchas veces se supone que como tenés discapacidad no deberías tener sexo. A las personas con discapacidad visual también se nos cuestiona nuestra capacidad de maternar. Hay madres ciegas que tienen hijes y se considera que ese niñe va a terminar siendo un lazarillo, subestimando nuestra aptitud para ejercer la tarea de cuidado –comenta.
A veces nos encontramos con una gran contradicción entre ser feministas y tener dificultades para querer y disfrutar nuestro cuerpo. El amor propio, por el que tanto se aboga en las publicidades, no resuelve todos esos problemas. Cuando se nos rechaza socialmente por determinada característica física, eso también afecta a nuestro placer, por más indirecto que parezca.
¿Cómo vas a poder relajarte y disfrutar de un intercambio con otra persona si no te sentís bien con vos?, pregunta Soledad.
–Cuando estamos evaluando si gustamos o no, inevitablemente desactivamos nuestra conexión con el placer. El placer, para mí, tiene que ver con una sensación de relajación y despreocupación, sin fingir ni querer impresionar porque ahí ya te alejás. Una cosa es de tanto en tanto preguntarse si la otra persona se está sintiendo bien, porque no es un objeto; otra cosa es aceptar todo para que la persona se lleve una buena impresión y que nuestro disfrute nos de igual.
En cuanto al amor propio, Marcela dice que hay mucho discurso dando vuelta, que exige que nos tenemos que querer como somos. Pero tenemos una sociedad que no acompaña:
–De modo más encubierto o no, seguimos sancionando a los cuerpos que no responden a los estereotipos. En eso nos tenemos que interpelar quienes estamos en educación, cuando hacemos capacitaciones, ¿qué cuerpos mostramos? Basta de seguir trayendo el típico modelo de cuerpo. No hablo solamente de cuerpos gordos, sino también de cuerpos sin una pierna o un brazo, por ejemplo. Parece que de esos cuerpos sólo se puede hablar si estás hablando de discapacidad y no es así.
El cuerpo es difícil de definir, reconoce Marcela: es tener dos brazos como no tener. Entonces ¿qué es?
–Las palabras nos entrampan. Queremos hablar desde otro lugar pero todavía no tenemos los términos que nos acompañen. Si yo digo mujeres también me entrampo, porque ¿qué concepción de mujer estamos teniendo? Lo central, antes que definir, es hacernos preguntas. Son las preguntas las que nos movilizan a encontrar nuestro placer.
Diana se atreve, por primera vez, a desnudar su espalda frente a una cámara. Sus cicatrices tienen la profundidad de su resistencia: entiende que mostrarse es un acto de rebeldía frente a un sistema que invisibiliza a los cuerpos que no responden a un ideal de belleza hegemónico.
–Me resulta muy difícil sentirme cómoda con mi cuerpo. La sociedad misma te lleva a que las personas con cuerpos considerados “bellos” sean más valoradas. Lo peor que hay es que te tengan lástima. A veces me hacen un cumplido y pienso ¿será por lástima? Quizás las personas no lo hagan con malas intenciones, pero es muy doloroso que te juzguen con una mirada compasiva. Yo simplemente quiero que me traten como una igual, porque lo soy.
De esta manera, Diana abre otra arista interesante del debate. Para hablar del derecho a desear, también se hace necesario hablar del derecho a ser deseadas. No se trata de controlar el deseo singular, quizá por definición ingobernable, pero sí de cuestionar la construcción social del deseo.
¿Es cierto que de gustos no hay nada escrito? ¿No estamos constantemente siendo bombardeades con mensajes respecto a qué es bello y qué no, dejando al margen un sinnúmero de formas de ser y estar en el mundo? Tampoco es cuestión de hacer un acto de “caridad” e “inclusión”, porque hablar de inclusión implica hablar de que existe alguien con el poder de incluir.
Nuestros feminismos plurales y disidentes no quieren migajas de compasión, quieren sentarse en la misma mesa y exigir su parte de placeres en el banquete de la vida, como dijo Virginia Bolten.
Solemos asociar al placer con el sexo y al sexo con cierta rutina rígida. En el sentido común hay mucho preestablecido por el porno y por mitos de una cultura cis heteropatriarcal, que violenta a toda corporalidad que no encaje. ¿Cuánta singularidad tuvo que ser negada e invisibilizada para llegar a convencernos de que existe un “deber ser” en el placer? ¿Pueden nuestros feminismos latinoamericanos volverse un tajo que abra camino a una erótica popular y disidente?
–Yo creo que lo podemos lograr hablando, compartiendo, debatiendo pero sobre todo –enfatiza Soledad– viviendo. Esto no lo podemos hacer si no lo vivimos. Y también es importante escribir. Las que estamos en representación de otras compañeras deberíamos ponernos a escribir, no tanto por una razón academicista, sino para que quede algo.
Soledad confía en la potencia del diálogo colectivo para lograr expandir el bienestar común. En ese intercambio, para ella, es necesaria la participación de las nuevas masculinidades, no ponerse en el lugar de la omnipotencia ni cerrar el diálogo.
–Por aislarme, yo llegué a pensar a mí, por ser ciega, no me van a elegir porque no voy a saber hacer esto, porque no lo vi y no me doy idea. ¿Y cómo sé que a la otra no le pasa también?—dice Soledad—. Por eso, nuestros feminismos se tratan de saber que no estamos solas y facilitar espacios de discusión pública en los que poder preguntarse, por ejemplo, ¿sabemos lo que es un orgasmo? ¿lo experimentamos alguna vez? Animarse a llamar a las cosas por su nombre. Charlando una se empieza a dar cuenta de que hay mujeres que con 40 o 50 años jamás tuvieron un orgasmo. Esto nos debería escandalizar. Deberíamos decir esto estuvo todo mal y todo al revés.
—Decir que no también es placer —agrega Marcela—. Es poder decir, por ejemplo, me tocó vivir esto pero ya no lo quiero y poder buscar herramientas para que no me vuelva a pasar. ¿Qué límites voy a poner? Enseñar a decir no, es ESI. Si querés decir no, decilo sin culpa, ni vergüenza, ni explicación. ¿O alguna vez pedimos explicación cuando alguien dice que sí? Hay un imaginario de que el placer es sinónimo del “sí a todo” y ese fue el acceso a un montón de violencias. El aprendizaje es saber retirarse cuando el placer no está.
Cuestionarse puede resultar agobiante, pero también nos moviliza al placer.
—Cada vez que una está con alguien o consigo misma, tiene que habilitar la exploración. No hay una rutina para seguir, sólo una enorme potencia creativa—reflexiona Marcela—. Si logramos encontrarnos desde ese lugar ¿te imaginás? podría surgir algo maravilloso.