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Crónicas

El jabirú se cuenta unos cuentos

Cecilia Moscovich continúa la crónica de su primer viaje al volante de su Biblioteca Rodante. Entre chajás, biguás, jacanas, garzas blancas y moras, los libros que comparte La Tacuarita se juntaron con las historias del bañado La Estrella.
 
Texto y fotos de Cecilia Moscovich

El Bañado La Estrella ocupa una franja de 300km de largo por 20 de ancho en el noroeste de la provincia de Formosa. Es el segundo humedal más grande de Argentina, después de Iberá, y el tercero en Sudamérica, contando al Pantanal en Brasil. Se formó en la década de 1960, cuando el río Pilcomayo saturó con sus sedimentos al Estero Patiño, donde había desembocado por siglos, rellenándolo completamente. El Pilcomayo debió entonces migrar su curso. En la actualidad, este río que nace en los Andes bolivianos desemboca en esteros laterales al cauce, siendo el receptor principal el Bañado La Estrella, generándose un espacio completamente nuevo en la región.

Las tierras alcanzadas por el nuevo curso del Pilcomayo eran anteriormente bosques de diversas especies. La zona del Vertedero era de quebrachos colorados, palos santos y algarrobos. El sector de Fortín La Soledad, es tierra de palmeras caranday. Los palmares resisten con vida la inundación, sin embargo los otros árboles murieron por el exceso de agua. Pero al ser de madera dura, sus troncos y ramas han perdurado parados. Son esqueletos de árboles, sobre los que, en algunas partes, la vegetación trepa desmesurada, cubriéndolos por completo, dando lugar a singulares esculturas botánicas, a las que en la zona denominan champales.

Pilcomayo quiere decir en quechua “río de los pájaros”. Y uno entiendo por qué al saber de todas las aves que llegan tras sus desbordes.

El Bañado viene en verano, y se queda hasta finales del invierno, me dice Hilda, la mujer de Chilo. Habla del Bañado como de una persona, y en verdad me parece que está bien referirse a él así. A pesar de la llegada del agua, enero no es la mejor época para visitarlo, no solo por las temperaturas extremas. Tenés que venir en septiembre, me dice Moisés. Ahí negrea de aves, hay bichos como mugre.

Foto de Cecilia Moscovich

Más de 300 especies de aves, 85 de mamíferos y más de 40 de reptiles, aprovechan el momento en que, al retirarse, el agua deja pozas o lagunas someras donde los peces quedan atrapados. Jabirús, tuyangos, tuyuyús, espátulas, biguás, yacarés, se dan un festín con las presas fáciles. He visto fotos que dan testimonio. El cielo, los champales, el espejo de agua, quedan realmente tapados de aves.

Ahora lo único que hay en abundancia son chajás. Sobrevuelan todo el tiempo la embarcación con su grito botón: “Rajá, rajá!” parecen decirnos. Hacen nidos en los champales y palmeras. Parados al final del tronco largo y recto de las caranday, se ven como centinelas de una fortaleza. El espectáculo de las siluetas a contraluz del sol naciente es impresionante. Una piara de chanchos anfibios se acerca a saludarnos.

Al alejarnos de la costa y perder su referencia, una planicie indistinta de palmeras semisumergidas se extiende a todos los lados, por kilómetros y kilómetros. Un novato jamás podría orientarse aquí, más que por el sol o las estrellas, algo que tampoco es tan fácil. Después me explicarán que es posible distinguir los puntos cardinales por el musgo de los troncos: solo crece del lado que mira al sur. El viento norte seca todo del otro costado.

También se ven biguás, jacanas (es época de reproducción, casi ocultos en los repollitos de agua descansan las crías, mínimas, cubiertas de plumón, con ojos muy grandes) y en mucha menor cantidad, hocós, garzas blancas y moras, y jabirús. Del ave de mis desvelos solo hay dos individuos. Mucho menos de lo que esperaba, pero suficiente para sentir que al menos los vi. Los vemos dos días seguidos, caminando con grandes zancadas en las aguas someras, buscando comida entre la vegetación acuática. Con Moisés logramos acercarnos bastante sin que se escapen. Finalmente, levantaron vuelo, y nuevamente quedé sorprendida de la envergadura de sus alas.

El Bañado fue declarado Reserva Natural Provincial de Uso Público en 2005, por el gobierno de Formosa. Dentro de él quedó prohibida la caza comercial, la extracción forestal y la venta y comercialización de tierras fiscales, aguas subterráneas y superficiales, y de la flora y la fauna. Se prioriza el uso público de las aguas y tierras del bañado por parte de los pobladores originarios, de pequeños productores allí afincados y de quienes están impulsando proyectos productivos ambientalmente sustentables. Las empresas de turismo, públicas o privadas, no pueden realizar ningún tipo de construcción ni determinar paseos turísticos sin la correspondiente autorización.

La zona también fue declarada Área de Importancia para la Conservación de las Aves (AICAS) por Aves Argentinas.

Foto de Cecilia Moscovich

Hay grandes planes para esta zona: en un informe de la fundación ProYungas, leo que desde el año 2010 se viene trabajando en una Iniciativa Trinacional para el Gran Chaco Sudamericano, que tiene como eje principal la creación de una Reserva de Biosfera Trinacional del Chaco o figura equivalente de conservación, involucrando organizaciones de Bolivia, Paraguay y Argentina.

Deseo con todo mi ser que estas iniciativas prosperen. La región registra la tasa de deforestación más baja del Noreste argentino, mientras en otras regiones no se detiene el proceso de erosión y degradación, empujada por la tala, el monocultivo y la ganadería extensiva. Es importante informarse, apoyar económicamente a las fundaciones y organizaciones que trabajan en el área (es posible asociarse a Aves Argentinas, por ejemplo, por pocos pesos mensuales).

Acá el tiempo pasa sin apuro, acá se charla, se toma tereré

Casi todos los días Hilda hace charqui (cecina, en realidad, corrige; el charqui se hace con un solo paño de pulpa; lo que ella hace son tiritas de carne salada que cuelga de un hilo a orear en la sombra). Hoy el almuerzo es charquecillo, un guiso de arroz y charqui, al que ella le puso verduras: cebolla, calabaza o zapallo, pimiento. La familia de Formosa capital con la que comparto la mesa, me dijo que eso de ponerle verduras no es habitual.  Con el charqui hicieron también empanadas, son riquísimas.

Otras de las comidas que voy a disfrutar mucho en los días siguientes son sopa paraguaya, asado de chivito, torta parrilla. Verduras hay pocas, cuesta conseguirlas. La tierra es chúcara para huerta, el calor mata todo. Traen de otro pueblo tomate y repollo, porque dura más.

Después de hacer la digestión, vamos al represón con Moisés. El represón es una gran y profunda excavación en forma de “L” junto al terraplén, que funciona como reservorio de donde sacar el agua para tomar. Con unos 70 metros en la parte más larga, y varios metros de profundidad, es “la pileta” de Fortín La Soledad. Todas las familias van ahí para escapar del calor. Niños, adultos, viejos, varones y mujeres. Las mujeres se meten vestidas. Los troncos de palmera sirven como flota flota. Nadar allí, con el palmar y el bañado de vista de fondo, es increíble. En los bordes, buscando la poca sombra que dan unos árboles que no reconozco, se amontonan todos con sus grandes termos de tereré.

https://www.revistacharco.com/2022/09/03/una-biblioteca-viaja-a-conocer-al-jabiru/
Comunidad La Línea

Al tercer día fui a la comunidad pilagá La línea, a 15km de Fortín La Soledad. Le dicen así porque está en la línea entre el departamento Bermejo y el Patiño. Hilda se puso en contacto con la maestra de la escuelita intercultural bilingüe (quien es miembro de la comunidad), y le contó de mi biblioteca rodante y mi intención de visitarlos. Dijo que me esperarían.

Me acompaña Moisés, con quien, con el paso de los días, nos fuimos haciendo amigos. En el camino hay un embotellamiento, pero no de autos, claro, sino de vacas y cebús. Como 100 cabezas de ganado van a paso lento, levantando polvo. El jinete que las va arriando va visiblemente mamado, manteniéndose a duras penas sobre la montura.

No entramos propiamente a la comunidad, nos quedamos en un descampado junto a la escuelita, que está sobre el camino, y los niños y la maestra que contactó Hilda se fueron acercando.

Estaciono la camioneta y con ayuda de Moisés bajamos los cajones con los libros. Los niños me ayudan a extender la alfombra. Bajo también los almohadones de la Tacuarita, dispongo el espacio. Los invito a explorar en libertad.

Ya hay varias decenas de chiquitos alrededor. Con esa frescura y confianza adorables de los niños, entran sin esfuerzo en la aventura. Miran juntos, comentan, comparten. La maestra, Erika, acompañará todo el tiempo. El resto de los adultos – como ocurre casi siempre-  se quedaron como por detrás. Las mujeres, sentadas en la pared baja de la escuelita. Los varones, mirando curiosos atrás del alambrado, pero sin animarse a “entrar” a ese espacio que les parece solo para niños y mujeres. Moisés, un mediador natural, les lleva hasta donde están el libro “Viaje al Chaco Central”, con maravillosas fotografías de Pablo Rey de comunidades de la zona. Lo hojean, se ríen, reconocen a alguien a pesar de los años que pasaron desde la publicación.

¿Tenés algún otro libro en idioma? me pregunta (así se refiere al pilagá). Moisés es analfabeto, como muchísimos adultos de la zona, y al tratarse de un libro sobre sus comunidades, dio por sentado que estaba escrito en pilagá. Sin embargo los textos están en castellano. No tengo libros en pilagá. Tengo algunos en wichi y en qom. Se los muestro. Sin embargo, como no tienen tantas fotos, no le llaman la atención.

A la maestra sí le interesan. Se los dejo al final de mi visita. Yo tengo más posibilidades de volver a conseguirlos que ella.

Los niños y niñas sí están alfabetizados, en las dos lenguas. Castellano y pilagá. Después del momento de exploración libre y lectura autónoma, disfrutan que les lea en voz alta. Después los invito a intervenir los pequeños libros artesanales que llevé armados, en blanco. Hay libros acordeón y libros de hojas cosidas con costura simple, de dos orificios. Los cubos de madera se convierten en mesas, y sobre ellas los chicos dibujan con lápices de colores en los libros acordeón: carpincho, perro, flor, ñandú, abeja, serpiente, pájaro, sol. Debajo de la figura, escriben en castellano y en pilagá, imitando un álbum ilustrado castellano-wichí sobre flora y fauna que les mostré.

Una mujer me pide que le enseñe cómo coser los libros.

Antes de irnos, le pedí a Erika que nos cuente a todos alguna de sus historias. Me costó escuchar porque hablaba muy bajito. Contó en castellano:  

Eran dos hermanos que se fueron a mariscar. Uno se llamaba Crispín. Cuando llegaron al monte se separaron, el mayor se fue hacia otra parte y Crispín quedó ahí. Pero pasaron las horas y ellos no se encontraban. Al atardecer el hermano mayor fue a buscarlo llamándole Crispín, Crispín... Cuando al fin encontró a su hermano, vio que estaba tirado en el suelo, se acercó a Crispín y este se convirtió en pájaro.

También contó la historia del oso hormiguero:

Unas ancianas se encontraron con un fuego en el monte. Una de ellas les había advertido que no tenían que mirar el fuego. Pero la última de las ancianas no hizo caso. Se dio la vuelta y miró el  fuego. Entonces las demás vieron que la mujer se transformaba en un oso hormiguero.

Después dijo algo del Hombre arco iris, pero habló tan bajito que no pude escuchar, y la cámara con la que filmaba Moisés tampoco lo grabó. Lo único que puedo decir, porque lo leí antes, es que el arco iris es central en la cosmovisión de los pueblos originarios del Gran Chaco, y es concebido como un monstruo anfibio que vela por el cumplimiento de normas como la reclusión de las mujeres menstruantes o el tabú contra el incesto.

Hora de partir

Tras cinco días que parecieron muchos más, abandono el Bañado La Estrella. Manejando por la ruta, a la vuelta, me siento una persona diferente a la que arrancó hace menos de una semana atrás. Vencer los propios miedos deja una sensación poderosa. Compartir con otros lo que más nos gusta también. Me voy con ganas de volver. Quiero volver cuando el cielo “negree” de bichos, y sobre todo quiero volver a la comunidad a trabajar de forma menos fugaz que la de esta “prueba piloto”. Quedarme más días, hacer un trabajo que -quizá- deje más sedimento. Igual siempre es un misterio qué huellas deja (o no) la acción cultural. Sea como sea, creo que nunca será tiempo perdido el que se comparte celebrando la memoria, las palabras, el patrimonio cultural y natural, tan bellos y, por colectivos, a la vez resilientes y frágiles.