Una reseña de Agustina Lescano
El magún (Rosa Iceberg, 2022) es la primera novela de Larisa Cumin, poeta, narradora oral, editora y docente. Yo no conocía la palabra magún, una palabra de piamonteses. Algo que te agarra, te paraliza, te tira para abajo. ¿La saudade? Formas diferentes para la experiencia de la ausencia de certeza, de esperanza o de palabras mejores, al menos una, que permita dar cauce al sentimiento de algo más grande, más allá, no se sabe.
Aunque la historia es vieja, el pulso de la novela es en tiempo presente, porque la que cuenta es una hija y lo que cuenta, a su mamá, es todo lo que ésta alguna vez le contó.
Una historia de juventud, de dos hermanas en su pueblo, de cómo finalmente se fueron a la ciudad, de hombres sin explicaciones ni paciencia, de la pobreza del pasado.
¿De dónde venimos, de dónde salimos? ¿Por qué elegimos ciertos caminos? Preguntas que traen el magún, o que vienen de él. ¿Cómo se hablan entre sí dos mujeres en la adultez, cuando una le dio la vida a la otra, la cuidó, le planchó el pelo, le tomó la fiebre? Lo que una sabe de la otra, ese relato construido a lo largo de la vida, está contado en esta novela. La cuenta una hija que prestó oído a la historia de todo y de todos y ahora escribe otra, porque para eso escuchó, para tener material.
Cuenta cosas que escuchó en los gestos, en las resistencias y las repeticiones. Lo terrible que puede ser un lugar cualquiera, un pueblo que en este libro es Santa Clara de la Buenavista, de esos adonde cuando eras chica ibas a jugar al cementerio. Donde el agua que sale de la canilla está contaminada de arsénico. Un lugar no peor que otros, donde también era posible estar bien, pero no se podía. Cosas que nadie cuenta porque se cargan como propias, como impuestas. Hasta que llega alguien que las nombra, las limpia del relato que las recubre para sentir su peso específico, y dejarlas livianas para que entren en una historia nueva.
Cuenta cosas que a su mamá le contaron antes, de un perro que asusta, del sonido de un pájaro que hace que te pierdas, de la tierra que se abre de golpe. Cuenta de los tejidos de la mamá de su mamá y sus estrategias de venta: sentarse a tejer en la vereda, hacerse ver tejiendo para que le quieran comprar más tejidos.
Las carpetas redondas que tejía la abuela dan la forma para contar, a ritmo y con tiempo, en prosa poética: palabra, palabra y vuelta, palabra y a otra página. Como versos, cada página salta a otro recuerdo que se mezcla con otro, con una leyenda, con la tela de una vestido, con un recuerdo más cercano mientras la hija conversa con la madre, a la que escuchamos en diferido. Algunas veces, la narración se larga unas páginas enteras y aparecemos de pleno en el cementerio, chusmeando entre las tumbas, o en una noche misteriosa en el campo, a metros de una fiesta.
Hay muchas primeras veces en la novela: el comienzo de un linaje femenino, los piamonteses que llegaron a Santa Fe, el primer desengaño amoroso, el primer trabajo, la primera generación en irse para estudiar.
Hay algo de celebración en la hija que cuenta para recordar porque sobre todo cuenta porque le gusta, agradece saber esas historias y las devuelve para seguir la ronda. Porque que quiere vivir en la literatura, no por pintar el pasado, porque sabe y porque le gusta contar y que en la boca se dibuje a veces el mismo gesto que en la de mamá.
La literatura nació cuando, por primera vez, alguien repitió una historia que le habían contado. Ese contar no fue “Repetir exactamente, no. Aquí y allí agregaba cosas, suprimía otras, y cada historia, siendo la misma, era otra. Más que contar, recontaba…Y, después de un tiempo, nadie pudo decir ya con certeza de dónde venía esta o aquella historia, y quién la había contado primero”, escribió Marina Colasanti, en un cuento que se llama Con voz de mujer.
Cuenta como si dijera: Mamá, todo esto fue tu vida, todo esto que me dijiste como si nada mientras cebabas mate pasó de verdad y de tu historia yo soy solo una parte. Una hija que escribe y que levanta así un nuevo arco narrativo: antes tuvimos miedo, tuvimos pobreza, nos dejaron solas. Antes, fuimos hermosas y ahora también. Ahora, vamos a contarlo, a repetirlo y desarmarlo. Hasta que, como siempre, nos pongamos a hablar de otras cosas.