Octavio Gallo siguió a Los Búhos en su entrenamiento. Priscila Pereyra hizo las fotos. Una crónica sobre el equipo que más jugadores le ha dado a la selección nacional masculina de fútbol para personas ciegas y con deficiencias visuales. ¿Cómo suena una pelota?
En el fútbol para ciegos se usan pelotas sonoras, para que lxs jugadorxs puedan ubicarse. Una buena pelota hace “tilín tilín”, como un cascabel o un sonajero. Las pelotas de peor calidad hacen un sonido más seco, algo así como un “taca taca”; “como si adentro tuvieran fideos crudos”, comenta Cristian Caminiti, presidente de Los Búhos, el único equipo de fútbol para ciegos de la ciudad de Santa Fe y uno de los dos en toda la provincia que disputa la Liga Nacional. Ahora cuentan con veinte pelotas, pero en 2003, cuando nació el equipo, no tenían nada de nada. Para jugar agarraban una pelota normal y la metían adentro de una bolsa de nylon: el sonido que produce al rodar es un “fshhhh fshhhh”, parecido al de la lluvia [1].
Pasaron casi veinte años de aquellas primeras prácticas en CILSA, a puro pulmón. Cristian estuvo casi desde el principio, y nos relata cómo arrancó todo: “Los Búhos arrancan por iniciativa de mis hermanos, que son gemelos y ciegos, junto a tres chicos más. Tenían ganas de jugar al fútbol, pero no tenían pelotas sonoras, así que agarraban una de cuero y la metían en bolsas de nylon, para que cuando gire el ruido los oriente”. A los pocos meses, Cristian se sumó a atajar y estuvo custodiando el arco de Los Búhos durante 15 años. “En 2005 nos incorporamos al Torneo Nacional y no paramos más; somos uno de los únicos equipos que ha perdurado en el tiempo”.
Varios de los jugadores de Los Búhos han integrado Los Murciélagos, la selección nacional, una de las mejores del mundo. Uno de ellos es Maximiliano Espinillo, que fue abanderado en la ceremonia de clausura de los Juegos Paralímpicos de Tokio el año pasado, luego de haber marcado siete goles en cinco partidos para que el combinado nacional alcanzara la medalla de plata. “Adentro de la cancha aprendí a valerme por mí mismo y a tener una buena orientación y movilidad, cosas que también me sirven afuera”, cuenta Maxi, que de chico era vendedor ambulante en colectivos junto a sus padres, en Córdoba.
Para Evaristo Bazán, en cambio, la primera concentración con la selección mayor llegó la semana pasada. “Tengo 20 años y arranqué a jugar hace 10. Vinimos a hacer un picadito con la escuela de ciegos, me gustó y seguí viniendo”, cuenta. Bruno Rodríguez también se integró a Los Búhos después de ese partido. Para todos ellos fue un desafío, un camino en el que fueron soltándose de a poco y venciendo los miedos propios de alguien que se enfrenta a algo que, quizás, siempre vio como inalcanzable. “Al principio está el miedo a chocarse”, cuenta Bruno. “Cuando no decías el ‘voy’, que es una palabra que siempre tenés que decir cuando vas a disputar una pelota para advertir al rival, te chocaban, te caías, te sangraba la nariz. Eso también me costó mucho al principio, hablar adentro de la cancha. Es un fútbol muy posicional y en el que la comunicación importa mucho”.
“En la cancha hay que estar atento a un montón de cosas: a las indicaciones de los técnicos, a los rivales, a los compañeros, al sonido de la pelota. A mí todavía me cuesta superar el miedo a chocar, a disputar una pelota mano a mano”, aporta Nahuel Rojas. En el fútbol para ciegos la comunicación es clave. Los guías desde afuera de la cancha, y el arquero, que es el único jugador que puede ver, están todo el tiempo dándole indicaciones a los jugadores sobre su ubicación, la de la pelota y la de sus compañeros. Por la importancia del sonido, el público en las tribunas debe guardar un completo silencio, que sólo puede romperse cuando un equipo mete un gol.
“Hace tres años pudimos obtener la personería deportiva-jurídica y todos los papeles”, cuenta Cristian. “Hemos logrado un montón de cosas a nivel institucional: vallado inflable, arcos, indumentaria, becas para los chicos. Antes teníamos dos pelotas, y cuando se nos rompían teníamos que esperar para arreglarlas; ahora tenemos quince, veinte pelotas. El año pasado presentamos un proyecto en la Agencia de Discapacidad de la Nación y obtuvimos un subsidio para comprar un minibús de 19 asientos, que es un logro importantísimo porque nos posibilita el tema viajes”.
Son pocos los partidos de la liga que juegan de local: la mayoría de las veces deben ir a Córdoba, Rosario, Buenos Aires. Bruno recuerda las dificultades que implicaba viajar antes del vehículo propio: “Jugábamos en Mendoza un sábado, por ejemplo, y algunos teníamos que ir el jueves, porque sólo dan dos pasajes para personas con discapacidad por coche. Y otros tenían que volver el martes. Había que hacer eso porque no había recursos, era pagarnos el almuerzo, la cena, todo a pulmón.” Hoy en día, Los Búhos se encuentran muchísimo más cubiertos a nivel recursos: “ojalá que todo el crecimiento vaya acompañado de un crecimiento futbolístico y este año se pueda dar el campeonato”, se ilusiona Bruno.
Para que el futuro del fútbol para ciegos sea más promisorio, y para que los equipos que nazcan no tengan que remarla en dulce de leche, es indispensable una política pública que promueva el deporte y apoye a las personas que lo practican. Daniel Iturria es cordobés, hace un año y medio que juega en Los Búhos y la lleva atadita al pie: “hoy en día, las redes sociales pueden ser una herramienta muy importante para difundir más el deporte. Me parece que debería explotarse más para generar recursos que puedan sostener e incentivar el deporte amateur”. Maxi Espinillo coincide en la necesidad de que haya más espacios y más difusión, “para que la gente se entere que las personas con discapacidad también hacen deporte”.
Todas estas palabras, aún a pesar de la importancia que adquiere la palabra adentro de la cancha, se apagan, se difuminan un poco, cuando la pelota llega a los pies de cualquiera de Los Búhos. Toda la atención confluye ahí, en ese instante mágico, en esa tensión acumulada suspendida en el aire. Los jugadores de fútbol para ciegos trasladan la pelota de una forma diferente, cautivante. A diferencia de los jugadores videntes, la pelota parece estar pegada a sus botines, y la van llevando de pie a pie, con golpes bien cortitos, zigzagueantes. Es un movimiento hipnótico, hasta que de repente: una pisada, un enganche, y el golpe seco en busca de la red.
Los Búhos ya están virtualmente clasificados a las semifinales del Torneo Nacional: “van a estar duras porque seguro van a tocar equipos fuertes, de buen nivel, con jugadores de selección. Son cuatro equipos, y dos pasan a la final”, explica Bruno Rodríguez.
De todas formas, más allá de lo estrictamente deportivo, el jugar a la pelota significa cosas mucho más profundas que sólo jugar a la pelota. “Más allá de jugar al fútbol que es lo que más nos apasiona, hay todo un viaje previo, compartimos mates, nos reímos, y esa confianza y compañerismo se trasladan adentro de la cancha”, explica Nahuel Rojas. Bruno resume, en pocas palabras, todo lo que ganó con Los Búhos, a pesar de que (todavía) no hayan salido campeones: “a mí Los Búhos me dieron mucha independencia. De chico vivía con mi abuela y dependía mucho de ella, pero en los viajes nadie me iba a poner la pasta dental en el cepillo, o atarme los cordones, o cortarme la comida. Y cuando uno se acostumbra a estar adentro de la cancha con siete personas más, ciegas, que corremos para todos lados, después a la hora de andar en la calle con el bastón ya no tiene miedo”.
Hay varias palabras clave en el fútbol para ciegos, que encuentran su fundamento en que, en el fragor del partido, sería imposible dar indicaciones más extensas. Entonces, si se busca un pase largo por el vallado, se dice “frontón”. Si se busca expresar que alguien corre paralelo al que tiene la pelota, pero por el otro lado, se dice “paralela” o “lela”.
Para dar un pase atrás, para recostarse en el compañero, la palabra indicada es “apoyo”.
[1] Recién después de escribir este inicio me di cuenta de la pertinencia de empezar el texto con una imagen sonora, en el marco de un deporte en el que el sonido es fundamental. Y después me quedé pensando en la expresión “imagen sonora”. Es casi un oxímoron, pero está lejos de ser la única prueba de la jerarquía que ostenta la vista en relación a los demás sentidos en la constitución de nuestra subjetividad, y que se cristaliza, claramente, en el lenguaje. “Tengo que ver esto”, “¿qué observación hacés?”, “¿cómo ves esta situación?”, “yo lo veo así”, “¿cuál es tu mirada al respecto?”. En gran medida, cuando hablamos de “ver” en este sentido, no hablamos del sentido de la vista en sí, sino que hablamos de pararnos frente al mundo de determinada manera. En esa constitución tan positivista de sujeto-frente-a-objeto, la vista es esa distancia, esa neutralidad que nos permite analizar, descomponer un fenómeno, y explicarlo.