Cubrir una carrera no es tan lejano a cubrir una marcha, un acto o un espectáculo. En todas se pone en juego el arte de la anticipación, de saber cómo se moverán los cuerpos en el espacio. En todas se busca el gesto, el instante en que se gana un desafío, se lanza un grito, se mueve algo por primera vez. Diego Planisich (Avellaneda, 1979) se propuso seguir los pasos de Mabel Fernández, una fotógrafa de carreras del norte de la provincia de Santa Fe.
Crónica de Diego Planisich. Fotos de Mabel Fernández.
Mabel espera en su sillón plegable al costado del camino, en sus brazos la pequeña Eva toma la teta. A sus pies, en un bolsito, la cámara está lista para los primeros disparos. Hernán, su compañero de vida, asiste, también trabaja y espera. El sol de la media tarde, que flota en un cielo limpio, pasa entre los pinos que dan contra los fondos del Club Atlético Adelante. Todos miran en una misma dirección: hacia el sur, de donde se oirán, de un momento a otro, bocinas, arengas y aplausos.
Las corridas, o el running, sin importar las distancias, velocidades, edades y condiciones físicas, se ha convertido de un tiempo a esta parte en uno de los deportes más practicados en las ciudades del norte provincial. A cualquier hora del día podemos cruzarnos en algún lugar de la ciudad a personas corriendo, ya sea en solitario, en parejas o en grupos. Podemos verlas vestidas con toda la indumentaria que identifica a un corredor o simplemente con lo más cómodo que han encontrado en el armario. Puede notarse en el trote a quien o quienes están más duchos que otros, quienes lo hacen para entrenar para una carrera o solo como actividad física y para despejar la mente. En cualquiera de los casos, casi todas y todos alguna vez participaron o participarán de una carrera de sábado o domingo por la tarde.
Hace aproximadamente veinte minutos que los más de cuatrocientos corredores y corredoras de todas las categorías partieron de la meta. Se empiezan a oír las bocinas. Empleados municipales van cerrando las calles aledañas al trazado principal del 10K de la Ciudad de Reconquista. Empiezan también los aplausos y gritos de aliento para quienes avanzan contra todo pronóstico. Mabel se alista desde su sillón, Evita juega sobre una manta a su lado. La niña le habla y gesticula con una preocupación lúdica. Ella, con la radio en los oídos sigue el trayecto, traza una pequeña distancia entre la cámara y su hija, los primeros corredores empiezan a llegar.
Quienes abren camino son los corredores en silla de ruedas. Cuando pasan el caucho suena contra el asfalto. Sus brazos son bielas y son alas, avanzan al ras del suelo como un ave sobre la superficie del río. Son los primeros en quedar en el lente de la cámara; Mabel se mueve a la posición definitiva.
En la semana previa a la carrera, la fotógrafa recorre las calles que el domingo verán pasar a cientos de atletas. Estudia la luz, los espacios, comienza a cavar su trinchera. El lugar elegido será el faro que todos y todas verán al pasar el kilómetro siete de la prueba. Como en cada fecha que se corre en la región desde al menos diez años, cada una y cada uno que pasa frente a ella buscando el aire, reconoce ese brillo y ese aliento, esa lente a la altura de sus pies en cualquier parte del trazado.
Los primeros corredores, los de la categoría principal, la de elite, ya se avistan a unas cuadras entre la muchedumbre, que viste a las veredas como guirnaldas, que apoya y celebra a esos cuerpos que más que correr parecieran deslizarse sobre la superficie dura del suelo. Mabel ya está apostada en el otro margen de la calle donde el sol es su partenaire. Está echada sobre una franja de pasto, entre la cinta asfáltica y un zanjón que no muestra su mejor cara. Evita la observa desde el otro lado, tomada de la mano de su padre. Quiere ir con ella, quiere ser ella.
El show vuelve a comenzar con ellos. La ven y la cara se les ilumina, sonríen con la sola felicidad que conoce el que corre. Para esa altura el cuerpo ya liberó sus drogas naturales y todo es cuesta abajo. Al menos para quienes han entrenado, al menos para quienes ya han conocido la exigencia de las distancias de fondo. Mabel toma fotos y saluda, arenga, les llama amigos y amigas a cada uno y a cada una que comienza a pasar continuamente. Quienes sudan sobre ese tramo de calle Olessio responden. Ella es el faro, todos la buscan. Encienden sus ojos al verla. Como barcos, dejan su lastre y siguen, retoman la vía con más fuerza.
Mabel Fernández estudió educación física, ama los deportes, estar cerca de ellos. Y más allá de que no se hiciera con el título de aquella carrera, el sentimiento hacia las disciplinas deportivas estuvo en la balanza el día que tomó la cámara. Como una especie de llanera solitaria, lleva cerca de una década capturando, sobre todo, el espíritu de las carreras que se realizan en Reconquista y la región. Sus imágenes son su forma de ver la vida y en ellas podemos reconocerla. Sus coberturas son comprometidas, hay historias que se cuentan como en el mejor fotoperiodismo. Ella sabe dónde encontrar la luz que alimenta su cámara, sabe mostrar eso que no vemos cuando andamos por andar.
La gente sigue pasando, corre, algunas afrontan el reto final de los últimos tres mil metros. Sus caras anuncian el desahucio y la alegría. Saltan, posan, se abrazan a quien tengan al lado para el clic de la fotógrafa y siguen, nunca paran. La fiesta es individual y colectiva, lo anuncian las caras, la soltura de esas máquinas orgánicas que montan el aire de abril. Todas y todos avanzan a sus propios ritmos. “Hay que ganarle a la ambulancia”, me dijo alguna vez un amigo antes de una carrera. Al sol ya se le empieza a cansar el brazo. Mabel exige a su herramienta, trabaja el diafragma a su conveniencia. Ella estará tanto con el primero como con el último, y no habrá sol tan grande para decirle cuándo parar. La fotografía de los primeros tal vez ha de ser la más fácil, la más rápida, pensará ella, que no cambia su postura y aun sigue tirada al borde del camino: la fotografía de los últimos será la más poderosa, la que enseña y la que sana.
La carrera aún no termina para la fotógrafa. Después de que pasa la ambulancia, la que cuida la retaguardia en cada uno de estos eventos, levanta sus bártulos y se va a su casa. Han pasado casi dos horas desde que el sol pegó en su cara por primera vez en la tarde. Su carrera sigue. La edición, ese otro eslabón del oficio que eligió a Mabel, se lleva el resto de su día. Pero la magia vuelve y ella vuelve a los colores, a las sonrisas. Arma la trama que muchos conocerán más tarde en las redes. Y aparecerán nuevamente el sol, el sudor, las caras y los músculos tensos oponiéndose a toda resistencia. Los corredores ya hace horas que descansan y celebran. Son las 23:45. Esta corredora acaba de cruzar la meta.