Una reseña de Agustina Lescano, a 100 años del nacimiento de Beatriz Vallejos, la poeta que esperaba a los poemas como se espera que florezca una planta.
Hoy, en clase, les dije al pasar a les pibes que estamos en el siglo XXI, segundo milenio. Era en el medio de un intento de llamarles la atención, un simple decir que estamos acá, en el aula, en esta clase, escúchenme, por favor. Una de las estudiantes preguntó por qué siglo XXI. No le respondí, porque quería justamente que se concentren en la consigna de trabajo que les estaba proponiendo, sólo le hice un gesto de redundancia.
Cuando empezó el milenio yo tenía unos ocho años, y recuerdo que se hablaba muchísimo de la cuestión. Más allá de las teorías conspirativas sobre la tecnología, había un entendimiento común del momento, de la ubicación en el tiempo de lo que estaba por venir: algo nuevo, algo distinto. Ahora, que estamos en el principio del siglo -recién pasamos los primeros veinte años-, podemos decir que ese entendimiento no existe más. Es como si los años no significan tanto como antes, porque los cambios tienen otro ritmo.
Hace un siglo, el 7 de mayo de 1922, nació en Santa Fe la poeta y laquista Beatriz Vallejos. Fue una gran artista, que dedicó su vida a la creación, con respeto y entrega a cada cosa. Como si todos se hubieran puesto de acuerdo, se hicieron -y habrá más- homenajes en torno a su centenario, en Santa Fe, Rosario, Rincón, y en las escuelas de Santa Fe, organizados por amigues y vecines autoconvocades, por gobiernos municipales y provinciales y por editoriales. Parece que sí hay un entendimiento común de que cien años significa algo y, en Santa Fe, que una poeta propia tiene que ser festejada en semejante fecha. No es tan usual, así que bienvenido sea.
Vallejos vivió en Rosario, Colastiné, Colonia Corondina y Capilla del Monte (Córdoba) y en San José del Rincón. En varias entrevistas y presentaciones públicas, ella hablaba de que su obra era escribir siempre un único gran libro, como cuentas en un collar de arena que puede volarse con el viento. “Yo no me propongo escribir un poema. Viene. Es como una nota musical que insiste. Espero, como se espera que florezca una planta. Otras veces, quienes me reclaman son las voces familiares”, dijo una vez, en conversación con el poeta santafesino Enrique Butti.
Hoy ciudad, entonces pueblo con calles de arena, Rincón, sobre la Ruta 1, tiene más de 400 años. Vallejos tenía una casa a dos cuadras de la Biblioteca y la plaza prinicipal. Muchos rinconeros la recuerdan caminando esas cuadras, o sentada en su patio delantero. En un documental que hizo el Taller de Cine de la UNL, llamado Apaisado profundo, Vallejos observa, desde su patio, a una madre joven y su hijo. Es la recreación de un poema:
Detrás del cerco de flores
Detrás del cerco
de flores
entreveo tejiendo:
una madre joven y su niño
pasan
no saben que los amo
no saben que su realidad
es mi realidad
pasan
y un color dichoso esboza
la intangible pero sí
en la tarde alta
“…lo que llamo Patria Litoral ¿es una abstracción? o el reflejo de un vitral donde resplandece la lámpara de oro de sus naranjas y una filigrana azul diseña jugando un sueño de infancia hecho de cielos y ríos”, aventura la poeta en un texto titulado Transparencia y misterio de las lacas, publicado por la editorial rosarina Iván Rosado dentro de un libro del mismo nombre, en 2021. Vallejos publicó su primer libro, Alborada del canto, en 1945, y se propuso, desde entonces, “consecuentemente, en cada uno de sus libros, lo impensado: una abstracción del paisaje no desafectada de su localización”, dice Martín Prieto en Los ojos nuevos, y el corazón: antología de la poesía moderna en Santa Fe.
Lejos de hacer una poesía regionalista o de quedarse con una mera valoración del paisaje del litoral, sus poemas suelen hacer un doble movimiento. Hay sí, un gesto de contemplación, una escena cotidiana y litoraleña detenida en un instante, pero ese instante, en la poesía de Vallejos, llega condensado como es el mundo, en donde siempre hay muchas cosas sucediendo al mismo tiempo. Vallejos presta su lenguaje para que podamos verlo.
FÁCILMENTE DEMOSTRABLE
El vivir
es eso que sabes
mejor que yo.
Qué le diera a las palabras
batir poemas, ilusorios afiches,
superestructuras de la sangre
que late, late, late, late?
El poema, para Vallejos, late como todo lo vivo que lo rodea. “El poema llama a la música. El poema es un milagro, tal vez la joya anónima que resplandece en tres versos. A veces, un sustantivo es un poema: niño, universo de universos, prodigioso, con el sol dentro”*, dice. Por su sencillez y brevedad, por la presencia de elementos de la naturaleza y por la ausencia del sujeto, su poesía fue leída en cercanía con el haiku y el tanka, formas japonesas. “El mundo que se mueve y respira, eso es lo que el haiku intenta atrapar”, describe María José Ferrada. La definición de Matsuo Basho, uno de los maestros, es que “haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”.
SERENA CONEXIÓN
Serena conexión
Una pequeña mujer china
como sería yo
bordó esta pequeña pantalla
de rafia y de colores
como lo haría yo
Leo sus manos
Leo su absorto perfil
bordando un pequeño detalle:
“Yo soy”
Los haijin japoneses, poetas del haiku, fueron caminantes errantes. Su escritura era su forma de vida. Vallejos no fue propiamente una caminante, pero sí tuvo una experiencia de cercanía y exploración con la naturaleza desde la infancia. Su padre, farmacéutico, hablaba guaraní y viajaba frecuentemente a la zona de Corrientes, de donde traía especies nativas que cultivaba en su jardín de la costa de Santa Fe. Ella creció jugando en ese patio que explotaba de vida y de verde, junto a las historias de su herencia italiana, de las tierras robadas a los indios y de los maltratos a trabajadores de pueblos originarios.
De toda es mezcla, y no sólo del paisaje, viene su conexión con la identidad santafesina. La suya es “una poesía llena de gente”, en palabras de Elena Rigatuso, su hija. En los poemas de Vallejos hay varias dedicatorias, por ejemplo al poeta Whalt Wiltman. Le dedicó un poemario a Kiwi, poeta y ceramista de Alto Verde, un barrio costero y popular que está en frente del centro cívico de la ciudad de Santa Fe. “En mi casa, los amigos eran importantes. La solidaridad, sentar a la mesa a quien lo necesitara, era importante”, dice Elena. La amistad con poetas y artistas fue, también para Vallejos, una forma de unir poesía con la vida.
La concepción del arte, de la poesía y de la historia que podemos encontrar en su escritura tiene que ver tanto con el entendimiento del mundo, la historia y el arte como un continuo, como con la potencia creadora que puede hallarse en cualquier instante. “Qué vocación extraña la del arte que así se recrea asimilando el caudal espiritual de cada país donde renace”. La cita es también de Vallejos, en el libro editado por Iván Rosado, que reúne imágenes de sus placas, un poemario en íconos titulado La Hamaca y textos de conferencias y cartas de la poeta.
“A mí me hace un poco de ruido los cien años de Beatriz porque la recordaré siempre como una persona a la que costaba seguirle el paso, aunque me llevaba veinte años”, señalala poeta rosarina Celia Fontán, amiga de Vallejos y una de las responsables de la difusión de su obra. Junto a Elena, fueron en su momento –Vallejos falleció en 2007– las encargadas de revisar la casa de Rincón, llena de cajas de papeles con poemas. Hay mucho inédito, dicen.
“Su poesía no envejece, por eso está muy al alcance de la sensibilidad de quienes están escribiendo ahora, donde está lo cotidiano y la transparencia, en un lenguaje sin retórica. No es casual que su obra no esté siendo olvidada, como ha pasado con otros creadores que no están a tono con la época. Ella nunca fue estridente ni grandilocuente, pero su poesía rompió muchos moldes, fue innovadora”, afirma Fontán. De su autoría es el prólogo de la última obra reunida de Vallejos, El collar de arena (Ediciones UNL y EMR, 2012).
“Ella compartía, conversaba, era una persona de una gran generosidad y una gran conversadora. Nos ha agarrado la madrugada hablando. Era una de esas personas que realmente fundieron la poesía con su vida. Cuando la empecé a leer en serio, yo ya había publicado mis primeros libros, y sentí su enseñanza, sobre la depuración, la sintaxis, y sobre cómo ser poeta en este mundo tan difícil… ella lo hacía tan fácil, con tanta naturalidad”, recuerda Fontán. Trae a la memoria “largas caminatas por el terraplén de Rincón” y agrega: “yo creo que su poesía brotaba de los humedales, aunque ella también fue urbana y escribió sobre muchas problemáticas, creo su poesía salía de ahí”.
La poeta y escritora cordobesa María Teresa Andruetto tiene, en su biblioteca, un cajoncito con una mini biblioteca hecha de plegados, ediciones casi artesanales que circulaban por correo en los 80 y los 90. Entre ellos están los de Ediciones de la nada, que en su colección El soplo y el viento, le hizo llegar a Andruetto la poesía de Vallejos.
Fontán y Andruetto fueron algunas de las muchas personas, vinculadas a la literatura y la educación, que impulsaron homenajes por el centenario de Beatriz Vallejos. Entre las actividades que se organizaron, hubo un taller de fanzines en la Fiesta de la empanada de pescado de río, y en las siete plazas de Rincón se plantaron bambúes junto a una placa de cerámica que recuerda a Vallejos. En la plaza prinicipal de Rincón, chicas y chicos colgaron de los árboles tarjetas de cartón, con forma de hoja o de limón, con poemas y dibujos que hicieron en el aula, después de leer los poemas de la autora. A través del Plan Nacional de Lecturas, Vallejos circula en una pequeña edición para escuelas de la Patagonia, y en un libro acordeón editado en Santa Fe, donde se vienen haciendo talleres de lectura junto a docentes y chicas y chicos.
“La muestra cabal de cómo la obra de Beatriz, con su hondura, se ha abierto camino para ser hoy una de las voces poéticas de la tradicional nacional son estos homenajes, esta presencia en su centenario. Que se conmemore y celebre su obra en espacios de formación, de construcción de lectores, que extiende el círculo de lectores de poesía, que haya Beatriz para todos. Que la poesía de Beatriz sea leída y escuchada por las niñas y niños en las escuelas, es el mayor premio y reconocimiento para su obra, es lo mejor que pueda pasar”, afirma, feliz, Andruetto. “El verdadero sentido de escribir es esa llegada que trasciende fronteras, y para eso no hay como las escuelas y las bibliotecas”, concluye.
De yapa, dos poemas más.
RECUERDO A MI ANTEPASADO SIOUX
Recuerdo a mi antepasado sioux
sentado en su verde pradera
Recuerdo a mi antepsado sioux
sentado en su verde pradera
Del lago de sus ojos
brota la dirección del viento
antes de que viento pase
brotan de sus manos tréboles,
el círculo de los grandes pájaros
Su sabiduría sopla la arenisca
donde fueran las verdes praderas
Su sabidrúa sopla la arenisca
donde fueran las verdes praderas
Su corazón retumba
cuando escribo
mi memoria de mi antepasado sioux
“Hablar con otros es andar el mar”
Libertad dinastía del aire
Estoy borrando los siglos.
La mujer se vuelve,
de sus manos brota la alfarería
la agricultura el tejido.
Ese es su reino, ese es su reino
alegría
Estoy borrando los siglos.
El hombre está
donde su mirada no llega
el amplio mundo
El hombre sueña
El hombre es un poema
La mujer cantaba arrodillada
en su quehacer
La mujer le dio a leer un mensaje:
Sólo me siento libre
cuando soy capaz de crear.
* en el “El poema y el color”, conferencia de Beatriz Vallejos fechada en Corrientes el 26 de octubre de 1967, publicada en El collar de arena (UNL, EMR, 2012).