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Reseñas

Casa tomada

Hace dos años se estrenaba en el Festival de Cine de Cannes “Parasite”, la aclamada película del director surcoreano Bong-Joon-ho. En su momento, la obra generó intensos debates, la mayoría de ellos en torno a sus cualidades políticas, que disparaban algunas ideas ricas e inquietantes sobre nuestro mundo y nuestro futuro. Hoy en día, la pandemia ha puesto de relieve las desigualdades tan crudas que mostraba el universo de Parasite: hoy, más que nunca, vemos que existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, aunque los primeros hacen todo lo posible para que los segundos no sigan el ejemplo de la familia Kim y no se metan en su casa.

En esta nota, Octavio Gallo traza una serie de conexiones que surgen a partir de la película, y reflexiona sobre los motivos por los que Parasite es más actual que nunca.


Pocas películas han generado tantos debates en el último tiempo como Parasite, la aclamada obra del director Bong-Joon-Ho que en 2019 se convirtió en la primera película de habla no inglesa en ganar el premio Oscar a Mejor Película. Cuando la instancia de recepción de una obra se convierte en algo tan vivo, atravesado por tantas lecturas y tantas opiniones, se empieza a tejer un mapa de conexiones con otras obras, con otros hechos, con otros discursos. Por eso una obra no termina nunca, sino que es reelaborada constantemente: se extiende en el tiempo, en cada charla, en cada pensamiento, y cada vez que volvemos a ver algo, descubrimos cosas nuevas.

Pero no sólo de relecturas vive el hombre. Marx dijo que no se trataba de interpretar el mundo, sino de transformarlo. Lo que Parasite vino a hacer, con toda su crudeza, es justamente eso: no sólo mostrar la violencia que anida en el sistema capitalista (violencia que, a veces, ya ni siquiera se esfuerza en ocultar) sino, principalmente, alertarnos sobre sus consecuencias, sobre el futuro que nos espera. Alertarnos antes de que sea demasiado tarde.

Ese futuro llegó hace rato. La pandemia, quizá de una forma menos estética, puso de relieve la misma violencia, las mismas desigualdades que sugería Parasite. Se decía que, frente a una amenaza biológica y global, “íbamos a salir mejores”, como en las películas de ciencia ficción en las que, ante una invasión alienígena, la humanidad olvida sus conflictos sociales y políticos y se une para derrotar al invasor. A más de un año del comienzo de la pandemia, lamentablemente, podemos afirmar que estamos peor. Las desigualdades jamás estuvieron tan cristalizadas, y la única comunión que ha aparecido parece ser la de los multimillonarios, unidos más que nunca para defender sus cada vez más ostentosos privilegios y sus cada vez más abultadas riquezas.

En este contexto, volver a mirar Parasite implica hallar nuevos elementos, nuevas ideas para pensar el presente. En esta nota anoto algunas que se me ocurrieron a mí: un cuaderno de apuntes, de relaciones, de puntos de fuga, que vuelven a Parasite y a su universo más actuales y más reales que nunca.   


Parasite narra la historia de una familia de clase baja de Seúl que se va infiltrando en la casa de una familia rica. Lo que más me sorprendió y me gustó la primera vez que la vi fue su libertad estilística. La película transita géneros muy disímiles entre sí: primero es comedia, después suspenso, después adquiere un fuerte tinte de crítica social y termina de forma sangrienta, sin olvidar los elementos fantásticos y dramáticos.


La película narra la invasión progresiva de intrusos en un hogar lujoso, pero lo más rico es lo que sugiere, que es la otra cara: la interrupción del apacible curso natural de las vidas para los ricos que lo habitaban. 


La primera mitad de Parasite transcurre como comedia, hasta que el sonido del timbre produce un corte. A partir de ahí, Bong Joon-ho despliega un arsenal de recursos de fuerte impacto: desquiciados mentales encerrados en sótanos, inundaciones, asesinatos en cumpleaños infantiles. A la par de esto, el contraste entre la familia rica y la familia pobre se acentúa. De pronto a la familia pobre, que ya sabíamos que era pobre, se le inunda la casa y le empieza a salir mierda del inodoro. De pronto a la familia rica, que ya sabíamos que era rica, se le ocurre festejar el cumpleaños del hijo menor con una fiesta lujosísima que incluye manjares, vinos espumantes, vestidos blancos y violines; y, para llevarla a cabo, obliga a realizar horas extras a la familia pobre, que estaba iniciando el domingo (en realidad no sé qué día era, pero: ¿o no que sí o sí tiene que haber sido un domingo?) en un centro de evacuados. 


El asco con el que el sr. Kim reacciona al mal olor de Geun-sae también es poco sutil, pero no por eso deja de ser verídico. El odio de clase muchas veces se cristaliza por cuestiones viscerales, corporales, estéticas.

El cuento Casa tomada fue publicado por Julio Cortázar en 1946, y cuenta una historia similar. La diferencia es que, en Casa Tomada, la historia se narra desde la perspectiva de los ricos, una pareja de hermanos terratenientes que vive en una casa “en la que podrían vivir ocho personas sin estorbarse”, que no necesita trabajar porque sus campos les rinden un montón de plata mensualmente, y que dedica sus días a la contemplación, al tejido y a la literatura francesa. Un día, el protagonista se levanta y escucha ruidos en un sector de la casa. Entonces, cierra con llave la puerta del pasillo y le comunica a su hermana: “han tomado la parte del fondo”. A partir de ese momento, todo se desarrolla muy rápido. Los hermanos todavía no se habían acostumbrado del todo a vivir en un solo lado de la casa, cuando el protagonista se levanta en medio de la noche y escucha ruidos en la cocina. Agarra a la hermana y salen a la calle: su casa ya no es su casa. Llama la atención la nula resistencia que oponen ante los intrusos. Los hermanos parecen resignados a la invasión: se van adaptando hasta que, cuando es total, simplemente abandonan la casa. 


En Casa tomada no sabemos absolutamente nada de los intrusos. No sabemos ni quiénes son, ni cuántos son, ni cómo son, ni por qué están ahí. No interesa, porque el cuento de Cortázar pone el foco en el lado opuesto que Parasite: en la interrupción del curso natural de las vidas de los ricos. 


Cuando un artista se enfrenta a una historia (sí, es un enfrentamiento, hay vencedor y vencido), elige un punto de vista: cuenta la historia desde el punto de vista de los que invaden o desde el punto de vista de los que son invadidos. Ese momento de decisión es, para mí, el más importante y el más fascinante del proceso creativo. En ese momento está el arte.


Los ricos se chocan con el desastre, se chocan con el caos, se chocan con la violencia, se chocan con el desarraigo. Los ricos se chocan con las condiciones normales de vida de los pobres, esas que se esfuerzan en ignorar. “You will never understand how it feels to live your life with no meaning or control and with nowhere left to go”, canta Jarvis Cocker en “Common People”. Este choque está sucediendo: vivimos en un mundo de hielos derretidos y selvas incendiadas en el que una generación entera se deberá acostumbrar a la precarización laboral y a ser eternos inquilinos.


La pandemia, al igual que Bong-Joon-ho en la segunda parte de Parasite, no ha hecho más que agudizar las desigualdades. Los países ricos acaparan todas las vacunas y las transforman en atracciones turísticas. Al interior de cada sociedad, se han vuelto aún más evidentes las diferencias entre las clases sociales, entre los que pudieron trasladar sus actividades a la virtualidad y los que nunca tuvieron acceso a Internet, entre los que pudieron aprovisionarse para un mes en el súper y los que viven al día.


Ningún rico es tan ingenuo como en Parasite ni tan dócil como en Casa tomada. En la vida real es al revés: la obstinación tenaz de los ricos en la defensa de sus privilegios y de su capital provoca que el resto mire cada vez más de cerca el precipicio.

Algunas situaciones de la vida real en las que los pobres invaden (o invadieron) el territorio de los ricos:


La inundación de 2003 en Santa Fe. 140 mil personas desplazadas del cordón oeste que invadieron la porción rica y blanca de la ciudad. Nuestra historia se divide entre los que se inundaron y los que escuchamos la inundación por radio.


El 17 de octubre de 1945. Una multitud de obreros del conurbano llenan la Plaza de Mayo para pedir la liberación de Perón. El diputado de la Unión Cívica Radical Ernesto Sanmartino lo describió como “un aluvión zoológico”.


La Costanera santafesina cada fin de semana. Adjunto título y bajada de una nota publicada en Diario Uno el 3 de enero de 2020: “Vecinos denuncian noches de descontrol, sexo y drogas. Las cámaras de seguridad de la zona de Pedro Ferré al 700, a dos cuadras de la Costanera, capturaron imágenes elocuentes del desmadre y libertinaje de los jóvenes por las noches”.


El Predio Ferial. Adjunto nota publicada hace tres días en El Litoral. “INSÓLITO: EN EL PREDIO FERIAL SE INSTALARON DOS CARPAS CON INDIGENTES. Candioti Sur vive una situación enrarecida por estos días. A mediados del siglo pasado, uno de los barrios más tradicionales de la ciudad tenía una “frontera” que lo separaba del centro y macrocentro: el ramal ferroviario, la Estación y los talleres del ferrocarril hacia Las Colonias. La zona era pujante y se urbanizaba a ritmo vertiginoso. Pero 70 años después, la postal cambió radicalmente, muy a pesar de los vecinos de ese sector de Santa Fe, acostumbrados a la vida apacible. En el “corazón” del Predio Ferial Municipal, frente al Centro Territorial de Denuncias, se instalan por las noches dos carpas dentro de las cuales duermen indigentes. Curiosamente, a la mañana levantan “campamento” y se van, y vuelven a la noche siguiente. Así, sucesivamente.