El ajedrez fue uno de los deportes más transformados por la tecnología digital. ¿Qué cambios supuso la incorporación de la inteligencia artificial?¿Cuáles son los actuales debates de la disciplina y en qué ayudó la serie Gambito de Dama?
Por: Gustavo Schnidrig.
Filadelfia, mayo de 1997. Gari Kasparov apoya los codos sobre la mesa y deja caer el mentón sobre las palmas de sus manos. Es un gesto de concentración típico del campeón del mundo más joven en la historia del ajedrez. Una pose similar a la que mostró hace poco más de un año cuando, con 33 años casi cumplidos, derrotaba en un match de seis partidas a Deep Blue, el supersoftware de IBM.
Todo parece ir bien nuevamente. Esta primera partida no le viene generando mayores sobresaltos y en poco más de 40 jugadas ha conseguido una posición favorable. Siente que hizo lo correcto al dar la revancha del mentado duelo “humano versus computadora”. Es un evento de trascendencia internacional ideal para volver a mostrar que los softwares no son capaces de jugar a su nivel. Por suerte las chances de la máquina no parecen ser muchas. Quizá dar un jaque al rey para “pasar el turno”. Si Kasparov es preciso, podrá ganar fácilmente.
Pero de pronto se enciende una alarma. El clima relajado se tensiona cuando Deep Blue hace su jugada número 44. Kasparov la ve y mueve una ceja, como si despertase. ¿Cuál es la idea detrás de esa movida? Su mirada se rasga de duda. Levanta la vista y observa a su alrededor azorado. Se frota los ojos y niega con la cabeza. Vuelve su atención sobre el tablero y piensa. Su mente se pierde en combinaciones que intentan en vano sacar algún significado. Da un bufido largo y frustrado.
Al fin parece concluir que la computadora hizo un cálculo muy profundo (después de todo es un ordenador capaz de procesar 200 millones de jugadas por segundo) y, resignado, mueve… Al instante, Deep Blue abandona.
El primer punto del segundo match es entonces para Kasparov, pero en su entorno reina la cautela. La última jugada de su rival es tomada como la revelación de que un motor de análisis puede dejar sin respuestas incluso al más grande exponente de la disciplina. Algo que actualmente, no sin cierta resignación, se da por descontado.
Lo que aún no se sabía, sin embargo, es que aquella primera “genialidad” de la máquina venía cargada de justicia poética. En realidad, la jugada 44 de Deep Blue en su primera partida era un bug, un error del sistema. Algo bellamente irónico si se considera que Kasparov y “la máquina” estaban protagonizando el gran duelo que simbolizaba el desembarco de la tecnología digital en el ajedrez, una herramienta que marcaría un giro copernicano para la disciplina, precisamente, por su capacidad de reducir los márgenes de errores.
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–La tecnología modificó bastante al ajedrez, sobre todo en lo que tiene que ver con el entrenamiento y los tiempos de formación –, comenta Carolina Luján, gran maestra argentina y coordinadora de un programa académico dedicado exclusivamente al ajedrez en la Universidad de Tres de Febrero.
De solo 35 años, la etapa formativa de Carolina fue vivida en pleno proceso de convergencia hacia lo digital. Sus primeros pasos competitivos fueron “con libros de estudio y boletines con partidas viejas” bajo el brazo, una rareza en los actuales certámenes plagados de laptops y tabletas en las que se analizan las partidas recién terminadas con las propias bases de datos.
Los libros físicos de ajedrez, que en ocasiones se esperaban durante meses y luego debían ser traducidos del inglés o del ruso, hoy parecieran ir mutando en piezas de colección. Las escuelas y clubes de alto rendimiento enseñan la disciplina conectados a notebooks, netbooks y smartphones con libros digitales a un click de distancia y con programas especiales para analizar en pantalla las combinaciones permitidas por el tablero.
–Quizá lo complejo es que con tanta información a las vueltas se hace difícil el saber por dónde empezar –analiza Carolina Luján al reflexionar sobre el tema. Luego concluye–: pero una vez que ya se está metido, o que se tiene un entrenador guía, todo resulta más fácil.
La era Carlsen
No resultará extraño consignar entonces que una de las consecuencias más notables de este ajedrez del nuevo milenio haya sido el aumento exponencial de jóvenes grandes maestros, el título más alto provisto por la Federación Internacional de Ajedrez (Fide, por sus siglas en francés). De hecho, el top 30 histórico de quienes consiguieron dicho objetivo está compuesto casi exclusivamente por varones que hoy no superan los 35 años.
El ruso Sergey Karjakin (nacido en Ucrania en 1990, luego nacionalizado) ocupa desde el 2002 la cima del podio por lograr su norma definitiva con 12 años y 7 meses, una edad a la que también formaba parte del cuerpo técnico que entrenaba al por entonces aspirante al título mundial Ruslan Ponomariov.
Pero aunque aún insuperable, la marca de Karjakin está lejos de ser vista como una excepción a la regla. El ajedrez profesional contemporáneo está compuesto por una élite de jovencitos cuya capacidad ajedrecística los obliga a abrirse cuentas bancarias antes de reventarse sus primeros granitos. Hay muchos chinos, varios yanquis, cada vez más indios, los inflatables rusos, más chinos, unos cuantos de Armenia y de países de Europa del este, dos o tres iraníes, algún que otro sudamericano. Jugadores que están reconfigurando el escenario del ajedrez mundial, reemplazando el paisaje de bastones, galeras y barbas entrecanas por botellitas de speed, chaquetas sponsoreadas y bigotitos incipientes. Jugadores, además, cuyo objetivo en esta vida es la de destronar al rey vigente y primer campeón del mundo nativo-digital: el noruego Magnus Carlsen.
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Carlsen también nació en 1990 y desde chico mostró una notable capacidad para memorizar cosas random. Tenía poco más de 5 años cuando descubrió el ajedrez, y desde entonces canalizó allí toda esa energía que al principio utilizaba para aprenderse de corrido los nombres de las regiones y de los pueblos de su país. A los 12 años consiguió su norma definitiva de gran maestro y desde entonces no para de revalidarse. En un ambiente cada vez más competitivo, ocupa la primera posición del ranking de la Fide desde julio del 2011, y retiene el título de campeón mundial (conseguido a sus 22 años) desde el 2013.
Muchas partidas de Magnus están consideradas obras de arte: es preciso, aguerrido, gran defensor, mejor estratega, muy táctico. Simplemente hace (casi) siempre la jugada objetivamente correcta. Su calidad de juego está acompañada además por la sangre fría necesaria para manejar la tensión de la alta competencia, rasgo que le permitió construir una carrera con más de una década en constante ascenso.
Y por si fuera poco, su carisma e imagen pública (su cara sonriente es un wallpaper rebosante de responsabilidad social empresaria), le están dando al ajedrez profesional el toque de espectáculo serio pero disruptivo que le faltaba al ajedrez desde el fin del reinado Kasparov.
Un aire ideal para aprovechar el envión mediático recibido por la serie Gambito de Dama.
Sonja Graf, Judit Polgar y las Damas Olímpicas
Gambito de Dama (Queen’s Gambit), la superproducción de Netflix vista en 62 millones de hogares durante su mes de estreno, convirtió al ajedrez en trending topic hacia fines del 2020. El juego alcanzó por entonces una popularidad que no conseguía desde los matches entre Kasparov y Deep Blue, a punto tal de que el algoritmo de Youtube empezó a recomendar videos sobre el tema a quienes nunca se interesaron por la disciplina.
De forma inteligente, los portales y periodistas especializados realizaron videoanálisis de las partidas de Beth Harmon, quien se convirtió en la cara del momento incluso hacia dentro del mundillo de los trebejos. Una recepción tan cálida que incluso se crearon bots simuladores de su estilo de juego y al que jugadores de élite ya enfrentaron en directo. Además, Carlsen recogió el guante tirado por Beth para pedir un ajedrez más democrático e inclusivo, y en sucesivas entrevistas exigió un “cambio cultural” que permitiese erradicar las profundas barreras de género existentes.
La historia de Beth Harmon no coincide con la de ninguna jugadora de ajedrez profesional. Se sabe que Walter Tevis, autor ya fallecido de la novela base, se inspiró en su propia biografía y en la de Bobby Fischer para crear el personaje. No obstante, para tocar brevemente el tema desde un enfoque de género, es posible realizar una lectura alternativa que vincule a la protagonista de Gambito de Dama con las vidas de la húngara Judit Polgar (1976) y de la alemana Sonja Graf (1908-1965).
Sonja es la Beth Harmon valiente, aquella que debió superar las injusticias impuestas por su condición de pobre, mujer y huérfana. Fue abusada de pequeña por su padre (a quien, no obstante, le agradecería el haberle enseñado a jugar al ajedrez), fue exiliada de su país por su abierta oposición al gobierno de Adolf Hitler y escribió dos libros para dar testimonio de su vida y de su juego. También poseía grandes habilidades ajedrecísticas, y su salto a la fama se dio cuando empezó vestirse de varón para jugar los torneos. Y aunque no esté claro que su horizonte de vida estuviese marcado por la necesidad de cuestionar los parámetros establecidos (según ella, se vestía de esa forma “para sentirse más libre”), no menos cierto es que su presencia generó las primeras preguntas puertas adentro.
Más cercana a nuestra era, Judit Polgar es toda una institución del deporte y formó parte de la élite a finales del siglo pasado. De hecho, si hubiese que resumir el ajedrez post Bobby Fischer y pre Magnus Carlsen, su nombre saltaría como elemento infaltable junto al de Garry Kasparov (número uno indiscutido del momento) y el de Deep Blue. Ella y sus hermanas (tiene una mayor, Susan, también gran maestra, y una menor, Sofía, de menos renombre ajedrecístico pero que también tuvo lo suyo) se colaron en la élite a muy temprana edad, y actualmente se mantienen activas como entrenadoras y periodistas oficiales de los eventos más distinguidos.
Judit tiene varios puntos culmines de su carrera, entre los que sobresale el ser la primera mujer en vencer al propio Kasparov. Su presencia en los torneos siempre tuvo ese condimento extra de quienes llevan las reglas a sus límites, y por eso su figura es comparable con la Beth Harmon que sabe que su presencia molesta pero que se regodea en el papel porque conoce la importancia de sus actos.
–El estereotipo del ajedrecista fue cambiando: antes se lo asociaba con la noche, con el alcohol y con la timba, o bien con un meganerd que solo vivía para mirar el tablero. Luego, con la profesionalización, empezaron a verse más como deportistas –, introduce Carolina Luján como prefacio de su tesis –: Pero ni ahora ni antes se asoció al ajedrez con una mujer.
Pese a ser una disciplina en el que las condiciones biológicas atribuidas a cada sexo no deberían ser tan relevantes (a fin de cuentas solo hay que ser capaces de sentarse frente a un tablero), el ajedrez profesional siempre ha sido predominantemente masculino. De hecho, la alta competencia sigue dividida en dos categorías: la “absoluta” y la “femenina”, un modo de separación –debates filosóficos al margen– en el que la balanza económica siempre termina inclinándose para el mismo lado.
Las jugadoras argentinas son conscientes de esta situación. Hace algunos años, Carolina y otras ajedrecistas que representan al país a nivel internacional conformaron Damas Olímpicas, un espacio que utilizan para ligar lazos y visibilizar las injusticias que se les presentan por su condición de género.
Claudia Amura es una de las integrantes de este colectivo. 15 años mayor que Carolina, empezó a jugar en 1978 y fue la número uno durante una época en la que los torneos se realizaban de noche y debía elegir entre no jugarlos o animarse a volverse sola a las dos de la mañana.
Y aunque ve “muchos cambios positivos”, remarca que todavía hoy “una gran maestra no tiene las mismas condiciones que un gran maestro”, dado que “a ellos les ofrecen viajes, comidas, viáticos, además de que juegan por los premios, algo que a las mujeres solo les ocurre con muchísima suerte”.
Claudia se formó en Buenos Aires y actualmente vive en San Luis, donde realiza diferentes actividades vinculadas al entrenamiento y a la difusión del juego-ciencia. Fue esta experiencia por fuera de la capital, dice, la que le incorporó una visión más amplia sobre los actuales desafíos del deporte.
–Es muy importante trabajar por la federalización del ajedrez. No hay apoyo al interior y por eso las distancias son tan crueles. Salta, Mendoza, Córdoba y Santa Fe, por citar solo algunos ejemplos, son cunas de grandes talentos. Pero muchos de sus jugadores no tienen el título que se merecen –explica.
“Y ser mujer y del interior es la muerte”, concluye.
Jugar como una máquina
Mucha tinta corrió durante y después de aquel segundo match entre Kasparov y Deep Blue, duelo cuyo resultado final sería de 3½ a 2½ para la máquina. La jugada 44 de la primera partida marcaría un quiebre que se profundizaría con el correr del encuentro, porque nuevas jugadas poco usuales de la computadora (aunque esta vez muy fuertes y cargadas de lógica) confirmarían a Gari su sospecha de que algo raro estaba pasando.
Durante la conferencia de prensa de la tercera partida (terminada en empate), el jugador ruso expondría con rodeos que Deep Blue hizo movimientos extraños, y utilizaría magistralmente su capacidad metafórica para deslizar que la máquina podría haber estado siendo controlada de forma remota.
–Me recuerda a un gol muy famoso que Maradona le metió a Inglaterra en 1986 –diría, rememorando la “Mano de Dios” del Diego al arquero Peter Shilton.
Sea real o no la afrenta, la actitud de Kasparov en aquel segundo match fue una síntesis precisa del desconcierto ajedrecístico que supuso la incorporación de la tecnología digital en el deporte.
Sucede que la inteligencia artificial revolucionó la disciplina. No solo aceleró los modos de entrenamiento (“quien quiera aprender a jugar hoy tiene a su alcance bases de datos, clases en vivo y videos explicativos hechos por muchos maestros y en diferentes idiomas”, dice Carolina Luján), sino que además incorporó a la pantalla como una nueva plataforma de juego.
“Internet democratizó la disciplina”, explica Claudia Amura. Y esto por varios motivos, añade. En principio, por las facilidades que supone el conectarse a una plataforma de juego online a cualquier hora, ya sea para jugar solo o con rivales de cualquier parte del mundo. Pero además, porque acortó las distancias en lo que respecta a la alta competencia.
–Por no tener entrenador, cuando yo jugaba un torneo internacional debía llevarme 80 libros y buscar las partidas de mis rivales para estudiarlos, algo que no siempre me era posible por no tener un equipo dedicado a esa tarea –, cuenta Claudia, y Carolina añade: “Hoy, en cambio, la gran cantidad de bases de datos digitales nivelaron mucho el nivel de los grandes maestros, y por eso los torneos de élite suelen tener muchos empates y pocas partidas decisivas”.
Pero Claudia Amura recuerda que, como toda herramienta, la tecnología digital es susceptible de ser utilizada con fines perjuiciosos. “Los aparatos electrónicos abrieron muchas puertas a la trampa”, dice. De hecho, muchos equipos y grandes maestros fueron descubiertos en situaciones poco transparentes, y por eso las reglas oficiales de hoy prohíben la utilización en las salas de juego de smartphones y demás instrumentos susceptibles de ser sospechosos.
Además, la posibilidad de profundizar la capacidad de cálculo de una posición, en el marco de una disciplina aparentemente finita (es decir, en algún momento los programas deberían poder estudiar todos las combinaciones posibles sobre un tablero), la digitalización de la disciplina abrió un amplio debate sobre la conveniencia de utilizar computadoras en el ajedrez, tópico que cada tanto se revive puertas adentro.
Pero tanto Carolina como Claudia tienen buenos augurios: –No creo que el ajedrez se agote –dice aquella–. Inclusive si apareciese una máquina que encontrase el “juego perfecto”, algo que es muy posible, tampoco se terminaría la disciplina porque, en definitiva, quienes nos sentamos a jugar somos seres humanos.