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Entrevistas

Librerías independientes en pandemia: una apuesta política

Las nuevas reglas de juego que impartió la pandemia obligaron a reinventarse. Uno de los sectores que más estrategias tuvo que idear para sobrevivir fue el de la cultura. Desamparados en gran medida por los Estados, sus actores debieron resignar el contacto y la presencialidad, uno de sus principales motores, y abrazar la virtualidad y, con ella, nuevas formas de vinculación. Las librerías son un claro ejemplo: paradójicamente, en un año en el que se escribió y se leyó quizá más que nunca, lxs librerxs tuvieron que recurrir a estrategias novedosas para pagar el alquiler y seguir sosteniendo sus propuestas. ¿Qué efectos tuvo la pandemia para el sector? ¿Qué transformaciones hubo? ¿Son transitorias o permanentes? ¿Cuál será el futuro de las librerías? 

Escribe Octavio Gallo. Fotografías de Victoria Carballo.


Persianas semibajas, poca gente recorriendo las bateas, horarios reducidos. “Las ventas bajaron un 30% desde el año pasado hasta ahora”, afirma Eliana Mercuri, de Letra E. “La gente tiene más tiempo para leer, pero no sale, no se anima a pedir, o tiene menos ingresos”, explica. En Madriguera Libros se dio algo similar, aunque con un elemento atípico: la librería funcionaba en la casa de Gabriel, uno de los dos dueños, y abría una vez al mes. “En junio nos tuvimos que mudar”, cuenta Pablo Ponse, el otro dueño, “porque Gabriel se tenía que ir de la casa en forma urgente. Así que nos sentamos y dijimos: ‘o cerramos o buscamos algo’, y encontramos un lugar.” La situación en los primeros meses fue dura: “llegamos a pagar el alquiler, pero perdimos plata. Nos descapitalizamos para sobrevivir”.

Sin embargo, la pandemia también provocó un efecto paradójico. Dice Daniel González Verbauwede, de Del Otro Lado Libros: “los espacios como el nuestro empezaron a ser vistos con buenos ojos, porque las librerías de cadena están en los shoppings que estuvieron mucho tiempo cerrados”. Los últimos serán los primeros: pasado el cierre completo de los locales, las librerías pequeñas pudieron retomar la actividad con una serie de protocolos. En este sentido, Julio Villarino, docente de la Tecnicatura en Gestión Cultural de la Universidad Nacional de Entre Ríos, se pregunta qué modelo cultural urbano se afianzará luego de la pandemia. ¿Podrá significar una oportunidad para los espacios pequeños, independientes, locales, que de pie a nuevos modelos de organización de la vida urbana? [1].

Un contexto excepcional como la pandemia revela que, si bien las grandes cadenas cuentan con un gran margen económico para hacerle frente a la baja en las ventas, las librerías más pequeñas tienen sostenes de otra índole. “Tenemos un trato más personalizado, un público fiel que nos acompaña y dice ‘si hay que bancar el espacio, lo bancamos’, explica Daniel, y agrega, conmovido: “cuando se habilitó la posibilidad de entregar puerta a puerta, la cantidad de gente que nos bancó fue impresionante”.

“En la cadena comercial sos un número”, dice Eliana. “Acá hay otro tipo de contacto, un trato más cercano, más pormenorizado”. “Es muy común que se genere un vínculo con el cliente”, suma Pablo, “que más que cliente es un lector, un compañero lector”. Esta cercanía entre el librero y la clientela, esta humanidad que resiste (y se resiste) al avance de las grandes cadenas y su frialdad, tiene implicancias profundas que se dejan ver en contextos críticos: el afecto sigue siendo la red de contención más auténtica y más valiosa.

Pero nuevamente aparece una paradoja. Porque esta red de contención humano-afectiva se materializa en el contexto de la pandemia a través de las redes sociales, tantas veces denostadas, justamente, por conspirar contra la calidez y la cercanía del cara a cara. “Antes no estábamos tan online, pero ahora sí, todos los días subimos contenido”, cuenta Pablo. A través del celular se coordinan las entregas, se informan las ofertas y se actualizan los catálogos. La virtualidad dificulta otras modalidades de compra (como la compra por impulso, o el famoso “entré buscando un libro y me llevé dos más”), pero ayuda a afianzar la relación entre las librerías y el público.

EL LIBRO, UNA INDUSTRIA EN TRANSFORMACIÓN

En junio, Editorial Planeta, la pata editorial del conglomerado mediático Grupo Planeta, abrió su propio canal de ventas por Mercado Libre, salteando el lugar de las librerías como intermediarias. La decisión de Planeta, que junto con Penguin Random House concentra el 80% del mercado local, generó malestar en un sector que ya venía golpeado por la pandemia. Representa, quizá, la punta del iceberg de una serie de transformaciones que se vienen dando en la industria.

—Lo de Planeta sigue una tendencia: es el paso de un modo de distribución con locales a un sistema de distribución con plataformas para el cual el librero es un costo del que pueden prescindir—, dice Daniel González Verbauwede, de Del Otro Lado Libros.

“En el canal del libro hay muchos otros pasos que suelen saltearse”, aporta Eliana. “Hay algunos distribuidores que, por ejemplo, venden de forma directa a las escuelas, con otros descuentos, pasando por alto el canal de las librerías. Es una práctica desleal que hacen muchas editoriales, y el librero tiene que pelear muchísimo”, agrega.

La Ley 25.542 del Libro establece la obligación de fijar un precio uniforme de venta al público, pero, como coinciden Daniel y Eliana, nadie fiscaliza que eso se cumpla. “Durante la pandemia, los grandes grupos aparecieron con unas ofertas que no tenían absolutamente nada que ver con los precios a los que nosotros podíamos vender”, cuenta Daniel. Tampoco hubo políticas públicas de sostenimiento o ayuda al sector; lxs librerxs coinciden, además, en la falta de iniciativas de promoción de la lectura.

HAGAMOS CONTACTO: LAS LIBRERÍAS COMO ESCENARIO PARA LO HUMANO

El contacto humano, ese activo que ni las grandes cadenas, ni las plataformas, ni la virtualidad pueden reemplazar, fue el sostén de un sector vital para la cultura. El contacto humano es, también, lo que más añoran las paredes de las librerías; el sonido de la campanita cuando se abre la puerta, la mirada adusta y concentrada del cliente que recorre los estantes y pregunta por algún autor, las rodillas flexionadas y el cuello encorvado para leer los títulos de los estantes más bajos. Cuerpos arremolinados alrededor de palabras: ¿cuántas palabras alberga una librería? ¿Y cuántos futuros podrían desplegarse de cada una de esas palabras? La importancia de la librería reside, al fin y al cabo, en las palabras como puentes de la experiencia humana.

“La librería habilita el intercambio. Empezás viendo un libro y terminás hablando de otra cosa”, dice Eliana. “El contacto directo es único”, coincide Pablo, antes de explayarse en toda la serie de contactos indirectos que también habitan en cada uno de los libros que se venden en Madriguera (donde, en lugar de “libros usados”, se prefiere hablar de “libros leídos”).

—Al hablar de libros leídos, lo primero que se me viene a la mente es cuando los abrís y sentís ese aroma a vainilla. Tocar las tapas, apreciar el diseño, los dibujos, encontrar algo que dejó otra persona escrito…es otra cosa—, dice Pablo.

En su libro “Mitos, emblemas e indicios”, Carlo Guinzburg reseña el proceso mediante el cual se produjo la desmaterialización del texto, que lo depuró de toda referencia a lo sensible. Tanto los elementos vinculados a la oralidad y la gestualidad como los que tenían que ver con el aspecto material de la escritura fueron considerados poco importantes. Lo único que importó, a partir de entonces, fueron los elementos reproducibles mecánicamente, es decir, los caracteres. Quizá debamos reformular la hipótesis del párrafo anterior. No solo de palabras viven las librerías (ni los libros): detrás de ellos hay rastros, olores, colores, que nos remontan también a la belleza y al misterio de lo humano.

De hecho, todos estos elementos “extras” le confieren a las librerías independientes un carácter transformador. “Para mí la librería es una apuesta política, un espacio de encuentro, de sociabilidad, de intercambio de ideas, de proyección de acciones”, afirma Daniel, y agrega que la pandemia “viene a actualizar la urgencia de imaginarnos un futuro distinto, con nuevas herramientas”.

En el mismo sentido, Julio afirma que “pensar colectivamente esas transformaciones resulta necesario para anticipar lo que de otra manera terminará ejecutando, como viene ocurriendo, el mercado”. Las librerías son lugares necesarios “para compartir charlas, comentar películas, preguntar por libros y emocionarse con el otro”[2]: de todxs depende que lo sigan siendo.

En Del Otro lado, una señora lo interrumpió a Dani para preguntarle si vendía libros de crochet; en Letra E, llegó una chica, pasó a la piecita de al lado y empezó a sacar cosas de la mochila: “es la chica que viene a dar el taller de dibujo”, explicó Eli; en Madriguera, recientemente habían colocado una instalación del colectivo Fuga titulada “Obsolescencia programada”: un collage en blanco y negro reproduciéndose en dos televisores que apuntaban hacia la calle. En la vereda, una pareja miraba atenta la instalación mientras se abrazaba, las manos de unx en el bolsillo del otrx; más atrás, un trapito seguía también, con su mirada, la proyección. Tres escenas, tres momentos que cristalizan toda la potencia de las librerías como escenario para lo humano


[1] https://rgcediciones.com.ar/crisis-urbana-y-cultural-en-tiempos-de-pandemia/

[2] https://rgcediciones.com.ar/crisis-urbana-y-cultural-en-tiempos-de-pandemia/