Con Las Aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámara se mete con un símbolo nacional. La literatura hecha a la medida de un proyecto político y social del Siglo XIX, el cual pretendió apropiarse de la voz rebelde de los gauchos, es desentallada con un relato disidente. Ilustración: Agustina Miñones.
Pasó el 12 de octubre, un día que por mucho tiempo celebramos, reivindicando el progreso del hombre europeo sobre tierras de salvajes, a los que se los salvó del pecado, convirtiéndolos (con violencia) a una fe extraña que prohibía los excesos materiales, espirituales y sexuales.
Después, la “Conquista” del Desierto plantó bandera sobre lo ajeno volviéndolo propio. Con toda la ola inmigrante que le inyectaría combustible a una Nación en pañales, se necesitaba un mito, algo que contar, recitable y fácil de aprehender por parte de las masas no alfabetizadas. Algo que conmoviera e hiciera que cada une se sintiera parte de un todo superior, acorde a los aires del Nuevo Mundo.
Es muy probable que en nuestro trayecto escolar todes hayamos leído, al menos en fragmentos, el clásico de la literatura argentina. José Hernández propuso una mirada emotiva sobre el gaucho con su épico y apasionante Martín Fierro, siendo fiel a la tradición de que la historia sea contada por quienes tienen la pluma en mano.
Gabriela Cabezón Cámara, escritora y periodista que nada sobre una nueva corriente de mujeres escritoras, se animó a tocar un pedazo del alma del establishment argento, donde también se suele ubicar al mate, las tortafritas y la celeste y blanca agitada con un “Viva la Patria”.
Estos caballitos de batalla responden a una fortaleza colosal y resistente, nostálgica de un pasado en común que, a pesar de enderezarse en cada acto considerado nacional, cada vez se siente más abstracto.
Aunque solidez se aparente, una grieta se abre entre los ladrillos: una herida sensible surge al tocar el machismo troncal, dejarlo en evidencia y tratar de poner en su lugar otra perspectiva, con el foco en La China que se quedó en la tapera criando niñes mientras el gaucho emprendía su rebelde odisea. Hasta que se cansó.
Todo cambia cuando conoce a Liz, una dama que vino a la Pampa con toda Inglaterra metida en una carreta tirada por bueyes, en un viaje hacia las tierras que su marido acaba de comprar. La europea de palabras exóticas le brinda a La China la posibilidad de ir más allá de su mapa conocido.
Preguntándose por los tramos de esa historia, perdidos como partículas de polvo entre las bisagras del gran relato nacional, la autora de Le viste la cara a Dios plantea mucho más que un spin-off de un personaje secundario: expande el simplificado universo de Fierro para darle rostro a todo lo que pasaba alrededor de la aventura contada por Hernández. Y ese todo abarca a indias, tazas de té inglesas, el Paraná, tetas, genitales y goce disidente.
Esta reivindicación a lo otro, a lo subalterno y a la historia de segunda hace hincapié en la importancia política que tuvo el hecho de que un estanciero porteño se apropiara de la voz del gaucho cantor para construir al ser nacional que refleja valores y sentimientos compartidos. Aquel que, al engrandecer La Tradición con mayúscula, supone una unidad despojada de contexto y que está por encima de las desigualdades de clase, etnia y género.
Revisitar esa narrativa, inserta en un país en transformación hacia un prometedor futuro de ferrocarriles y fábricas, es ser capaz de imaginar otras narrativas, otros países, y en esa clave descubrir la historia profunda de las tierras que habitamos. Las aventuras de la China Iron, publicado en 2017 de la mano de Editorial Random House, nos habla de los entrecruces del mundo moderno y el mundo bárbaro, exponiendo la ironía del progreso. Se arriesga a dibujar una épica bizarra, donde el lenguaje muta para adaptarse, donde el erotismo, el deseo individual y colectivo y géneros no binarios erupcionan.
En la carreta de Liz, que engloba un todo de nuevas palabras, imágenes, sabores, aromas y calores humanos, Gabriela saca a pasear a los personajes pampeanos, rígidos y áridos, atravesando sus límites territoriales hacia otros estímulos.
La escritora curiosea con los cuerpos fundidos entre sí, sintientes, diversos y en común unión, no pretendiendo una igualdad, sino dando espacio a un afecto que traspasa la diferencia. Insinúa la interculturalidad en la que, en lugar de destruir a le otre, se le nutre y todes se enriquecen. La lógica de producción y consumo cambia.
Pero, siglo y medio después de la ida de Fierro, esa antigua lógica sigue de pie. Las emergencias que vivimos en carne propia no distan de los modelos de progreso y productividad que se engendraron en tiempos de Roca, cuando había que vaciar el desierto y tener un mito bajo el brazo para compensar el daño.
Hace pocas semanas, Cabezón Cámara impulsó junto a otras voces literarias una carta abierta bajo la consigna “No hay cultura sin mundo #ecocidio”, que recogió miles de firmas digitales.
En el texto definen la cultura hoy: “Ese conjunto de saberes que viene del pasado y va hacia el futuro resultó en prácticas despiadadas y el trato de la vida total como mercancía. Hemos explotado los cuerpos en todas sus formas, en crímenes sexuales, crímenes ecológicos y crímenes políticos. La naturaleza violada parece el permiso para todas las violaciones reiteradas. Los cuerpos entretejen vínculos de poder y quienes disponen de los cuerpos y los territorios para su explotación nos encaminan a un futuro opaco en donde la imaginación de lxs niñxs se suspende. Las perturbaciones ecológicas no solo traen enfermedades, exacerban las desigualdades”.
La escritora no deja de inquietarse por el mundo que estamos dejando, con los discursos que sustentan la explotación en todas sus dimensiones, no tan nuevos pero evolucionantes a la par del capitalismo. Por eso es importante leer Las Aventuras de la China Iron,una herramienta de papel y tinta para visitar, ver con otros ojos y reinventar la historia de la Nación. Y tal vez ayude a responder: ¿qué personaje pintoresco se publicitará para endulzar la conquista del presente?