Festejamos el cumpleaños de Gustavo Cerati repasando una de sus obras: el disco Ahí Vamos. ¿En qué estaba pensando cuando lo compuso? ¿Con quién conversa en sus letras? ¿Cuál fue la pulsión que lo llevó a escribir? Victoria Carballo leyó Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes y encontró un montón de respuestas. O más preguntas.
¿Por qué se escriben tantas canciones de amor? Roland Barthes cree que cuando nos enamoramos tenemos un fuerte deseo de expresar el amor en una creación, ya sea en una carta, una dedicatoria o, justamente, una canción. No nos importa abandonar nuestras obligaciones para dedicarnos a una tarea inútil, surgida de un amor que nos deslumbra. Lo que el amor desnuda en nosotres es la energía. Busca pregonarse, exclamarse, escribirse por todas partes. Sin embargo, para la persona enamorada, el lenguaje siempre será excesivo y a la vez pobre para su inexpresable amor. Por eso, Barthes dice que es necesario “saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura”.
Estas citas son parte de Fragmentos de un discurso amoroso, libro que el filósofo francés escribió en 1977. El texto es un muestrario de los lugares comunes del amor y, al mismo tiempo, una deconstrucción de esos lugares comunes. Es un tratado, no sobre el amor, sino sobre sus palabras. Fue un éxito desde su aparición y se convirtió rápidamente en best-seller. Barthes, acostumbrado a hablar en universidades, terminó dando entrevistas hasta para la revista Playboy, que lo consagró “hombre del mes”.
Cuando leí los Fragmentos, empecé a encontrar frases que se repetían textualmente en canciones del disco Ahí Vamos, que Gustavo Cerati sacó en 2006. Ahora bien, Cerati no se limitó a copiar: buscó construir nuevos sentidos partiendo de las ideas de Barthes. Entre ellos puede adivinarse una conversación sobre lo que siente y dice una persona que se enamora, aunque no siempre estén de acuerdo.
Es como si Cerati hubiese tomado al pie de la letra lo que Barthes declara en el prólogo: “Lo que se ha podido decir aquí de la espera, de la angustia, del recuerdo, no es nunca más que un complemento modesto, ofrecido al lector para que se tome de él, le agregue, lo recorte y lo pase a otros. El libro, idealmente, sería una cooperativa: “A los Lectores -A los enamorados- Unidos“. El gesto de Barthes es, en cierto punto, una necesidad ¿Quién podría apropiarse del discurso amoroso? ¿No estamos todes, cada vez que nos enamoramos, cayendo en él?
Ahí Vamos se convirtió en uno de los trabajos más elogiados de la carrera de Gustavo Cerati. Fue reconocido con un Disco de Platino en Argentina incluso antes de salir a la venta, por la enorme cantidad de pedidos anticipados. Para Cerati, “este disco tiene guiños más identificables y concretos que los anteriores. El álbum está muy enfocado hacia la guitarra, la voz y la forma clásica de la canción: estrofa, estribillo, puente. Lo hice porque quería que el disco tuviera más una dirección y no fuera tan heterogéneo como otros. Y eso se conjuga perfecto con el “Ahí Vamos”. En ese aspecto, el estado de ánimo de este material es enérgico y positivo”.
El disco tiene canciones como Al fin sucede y La excepción, que cuadran perfectamente con la descripción que hace Cerati. Pero también tiene temas como Crimen, en el que se revela un amante profundamente lastimado, o Adiós, que se convirtió en un himno de las rupturas. La energía y la herida tienen el mismo origen: el amor.
Letras que dan placer
Al cruzarlo con el libro de Barthes, el disco toma otro relieve y los sentidos se multiplican. Cada tema nos permite experimentar un estado diferente de una persona enamorada. Estos estados (o figuras) del amor pasan por el discurso, por eso son tan importantes las palabras. Según explica Barthes, el lenguaje no es una mera forma de comunicar. Para una persona que se enamora, el lenguaje es otra piel. “Es como si tuviera palabras en los dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción viene de un doble contacto: por una parte, todo lo que le digo al otro realza un significado único, que es «yo te deseo», y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar. Por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo. Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo”, dice Barthes. En resumen: es el disfrute del chamuyo. O como le gusta decir a mis amigues, el chichoneo.
Podría decirse que ya no se escribe como antes porque no hacemos largas cartas de amor. Pero nos respondemos historias, nos mandamos mensajes por whatsapp y ni hablar del sexting. ¿Realmente se escribe menos? La canción Otra piel bien podría pensarse como una oda al sexo virtual: si el lenguaje es otra piel / toquémonos más / con mensajes de deseo.
Ese deseo está signado por una pequeña prohibición y mucho juego. Para mostrarte tu deseo basta con prohibirtelo / un poco, dicen Barthes y Cerati al unísono. Es la intermitencia lo que erotiza, lo que aparece y luego desaparece. Es el mismo concepto que ya aparecía en Persiana Americana: yo te prefiero fuera de foco / inalcanzable. Sin embargo, la clave está en que sea un poco. El exceso de prohibición cansa, aburre. Todo acaba bloqueado / entre tanta histeria. Por eso, hacer la excepción / romper las reglas también es: terminar con la distancia y encontrarse.
Un arte de vivir por encima del abismo
Todo encuentro con el ser amado se vive como una fiesta, dice Barthes. Un espacio para celebrar / sé que esto es grande, pide Cerati. Según el filósofo, “la fiesta es lo que se espera y lo que espero es una suma inaudita de placeres”. No implica un salón lleno de gente, no es un dársela en la pera. Una fiesta, para la persona enamorada, puede ser una cena, una charla o juntarse a mirar una peli. Es una fiesta de los sentidos, de todo lo que pasa por dentro cuando nos encontramos con alguien que amamos. Para Barthes es “la promesa segura del placer: «un arte de vivir por encima del abismo»“, palabras que también usa Cerati en Médium. “¿No es acaso nada, para vos, ser la fiesta de alguien?“, pregunta Barthes.
Que durar sea mejor que arder
Al hablar de lo intratable del amor, Barthes se cuestiona “¿Por qué durar es mejor que arder?”. En La excepción, Cerati transforma la pregunta de Barthes en afirmación. “En la letra yo quería jugar con un ideario rockero, donde estuvieran las palabras satisfacción, fuego, arder. Utilicé una idea bien rockera desde su sonido y de sus palabras, pero para decir que es mejor durar que arder. Todo lo contrario a lo que se supone que el rock pregona. Pero en ese momento sentí que si estoy hablando de amor, si estoy hablando de vida, me parece mucho más desafiante tratar de hacer las cosas como para durar, que para arder y desaparecer“, dice Cerati.
Esta idea del amor se profundiza en Lago en el cielo: vamos despacio / para encontrarnos / el tiempo es arena en mis manos. En palabras del propio Gustavo: “Lago en el cielo, para mí, es la perla del disco. Es la canción de amor. Aunque tiene algo muy potente sonoramente y es esa cosa… a veces uno siente que empuja mucho una relación, que le pone mucho gas, que quiere que sea de determinada manera. Y la canción me sirvió para decir: «Bueno, vamos despacio… yo sé que todo esto está increíble, que vamos para el mismo imaginario, que vamos para el mismo lugar, pero vamos despacio». Ahí vamos, despacio. Sin crearnos falsas expectativas. Es un tema esperanzador desde el punto de vista anímico, emocional, en cuanto al amor y en cuanto a lo que uno espera, y me gusta escribir sobre ese tipo de cosas“.
Barthes, por su parte, dice que la persona enamorada vive su amor como si fuera eterno y por eso tiene todo el tiempo del mundo para ir lento y disfrutar. Aunque la eternidad sea solo una ilusión, nos permite experimentar el amor con una suavidad muy placentera. Cerati ya había simplificado esta idea antes: te quiero para siempre / pero siempre es hoy.
Errar de amor en amor
“Aunque todo amor sea vivido como único y aunque la persona rechace la idea de repetirlo más tarde en otra parte, sorprende a veces en él una suerte de difusión del deseo amoroso; comprende entonces que está condenado a errar hasta la muerte, de amor en amor”, dice Barthes. Al enamorarme soy como soy el Holandés Errante, no puedo parar de errar (de amar), atormentada con una fiebre de palabra que me lleva a decir «te amo», de escala en escala, hasta que otro me diga «yo también». Pero nadie puede asumir la respuesta imposible y el errabundeo continúa. “A lo largo de una vida, todos los «fracasos» amorosos se parecen (y con razón: todos proceden de la misma falla). X… e Y… no han sabido (podido, querido) responder a mi «demanda», adherir a mi «verdad»; no han cambiado un ápice su sistema; para mí, uno no hizo sino repetir al otro. Y sin embargo, X… e Y… son incomparables; es de su diferencia, modelo de una diferencia infinitamente renovada, de donde extraigo la energía para recomenzar”.
En sintonía con Barthes, Cerati comenta que su tema Médium trata “sobre una relación (sí, al final yo siempre escribo de lo mismo, pero bueno…) en la cual estamos poseídos por algo que va más allá de nosotros. Dentro nuestro también viven una cantidad de fantasmas que toman formas según las relaciones que tengamos y cómo nos vemos con el otro”. El Holandés Errante del que habla Barthes es, precisamente, el comandante del Buque Fantasma que está condenado por el diablo a vagar para siempre por los océanos del mundo. Los océanos del amor.
Ahí donde no estás
“Crimen es un tema que empieza con un piano. La letra es algo destroza corazones y eso es lo que quería hacer. Siempre pienso que cuando las relaciones se terminan, hay algo de crimen irresuelto en ellas. Parece que el cuchillo lo clavó la otra persona y eso nos hace doler. Pero también somos protagonistas de ese crimen. Y entonces es un poco esa impunidad que permanece, esas cosas que quedan flotando y uno se pregunta qué pasaría si hubiera sido de otra manera”.
En Fragmentos de un discurso amoroso, para saberse enamorado, hay que hacerse esta pregunta: “¿Estoy enamorado? —Sí, porque espero. El otro no espera nunca. A veces, quiero jugar al que no espera; intento ocuparme de otras cosas, de llegar con retraso; pero siempre pierdo a este juego: cualquier cosa que haga, me encuentro ocioso, exacto, es decir, adelantado. La identidad fatal del enamorado no es otra más que ésta: yo soy quien espera”. En Crimen, Cerati es el enamorado que se cansó de esperar, pero al mismo tiempo está paralizado por la pregunta ¿Qué otra cosa puedo hacer?. O en palabras de Barthes: “sufro, pero al menos no tengo que decidir nada“.
Poder decir adiós es crecer
Para Barthes, cuando la persona enamorada comprende que las dificultades de la relación amorosa provienen de que quiere apropiarse de una manera o de otra del ser amado, toma la decisión de dejarlo. Algo así como escribe el poeta Rainer Maria Rilke “puesto que no te retengo nunca, te tengo firmemente”. O como canta Jorge Drexler en Guitarra y vos: “uno sólo conserva lo que no amarra / y sin tenerte / te tengo a vos / y tengo a mi guitarra”. Es así que surge la pregunta: ¿Y si yo quisiera todavía, aunque secretamente, conquistar al otro fingiendo renunciar a él?
Diferente es el Adiós que plantea Cerati. Para él, “probablemente sea uno de los temas emocionalmente más profundos. Habla del final de una relación pero con un sentido evolutivo. Hay un momento en el que dice: separarse de la especie por algo superior / no es soberbia, es amor. Comprender que a veces hay que decir adiós para crecer“. Cerati hizo la letra de este tema con aportes de su hijo Benito, que en ese entonces tenía 12 años. Fue Benito quien escribió la frase poder decir adiós es crecer y a su padre le pareció una genialidad. El adiós, de esta manera, no deja de ser un acto de amor. Quizás, el último.
Ahí vamos
Entre las explicaciones preliminares de Fragmentos de un discurso amoroso, Barthes dice: “Dis-cursus es, originalmente, la acción de correr aquí y allá, son idas y venidas, «andanzas», «intrigas». En su cabeza, el enamorado no cesa en efecto de correr, de emprender nuevas andanzas y de intrigar contra sí mismo“. Cuando le preguntaron a Cerati por el título del disco, respondió: “No sé hacia dónde vamos y no sé si importa saberlo. Lo interesante es poner el acento en eso de estar moviéndose. ¿Qué otra cosa puedo hacer, más que moverme?“
No es la primera vez que Cerati construye sus letras a partir de otro texto. Lo que hizo con Barthes también lo hizo con Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Edgar Allan Poe, Adolfo Bioy Casares, Oscar Wilde, Federico García Lorca y Carl Jung, entre otros guiños que quizás todavía no descubrimos. Lo interesante es que Barthes tampoco es, si se permite la palabra, original. La obra está llena de citas a Goethe, Platón, Aristóteles, Nietzsche, Freud, Balzac, Dostoievski, Deleuze, Baudelaire, etcétera, etcétera, etcétera. El propio Barthes lo dice en La muerte del autor: “un texto es un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura”.
En el texto, todo está por desenredar pero nada por descifrar. Podría desanudarse y desanudarse, sin encontrar un fondo. El lugar donde se devela el sentido del texto no es en el autor (¿existe “el autor” como alguien puramente individual?) sino en la persona-comunidad que lo lee. El texto nace cada vez que es leído, la canción nace cada vez que es escuchada. Por eso, no hay ningún concepto fijo detrás de los discos o los libros, más que el que tenga para cada lector o lectora. Todo está escrito, eternamente, aquí y ahora.