En 2011 nació en Australia una consigna que se viralizó globalmente –y llega hasta hoy– como Plastic Free July o Julio Sin Plástico y que busca estimular a empresas, organizaciones, comunidades y ciudadanes particulares a reducir el consumo de plástico. No sabemos si tiene éxito efectivamente, pero sí que el movimiento de Zero Waste o Basura Cero tiene representantes locales y que la inquietud por reducir un desecho nocivo para el ambiente y para la fauna –de nuestro propio río Paraná– mutó del hashtag a la práctica concreta. Hablamos con Agustina San Millán (30), activista, emprendedora, integrante de Fundación Eco Urbano.
Escribe Rocío Fernández Doval. Fotos: Gentileza de Las simples cosas.
Hay un cuadro de humor gráfico circulando en las redes –el ancestro más cercano del meme– donde se puede ver a un hombre comprándole pescado a una señora. El cliente reacciona sorprendido cuando la vendedora le da el pez agarrado de la cola.
–¿Me daría una bolsa, por favor? –le pregunta, entonces.
La doña responde:
–Sí, cómo no, está adentro.
Lo confirma la ciencia: una investigación del Instituto Nacional de Limnología (CONICET/UNL) dirigida por el biólogo Martín Blettler, demostró que sábalos, rayas y armados del río Paraná tienen altas concentraciones de microplásticos en sus aparatos digestivos.
¿Y cómo puede ser? –preguntan siempre les negadores.
La acción de los rayos UV, la fricción del agua y la arena, entre otros factores, degradan el macroplástico. Esto quiere decir que las botellas, bolsas plásticas y restos de telgopor llegan a reducirse a fragmentos menores a 5 mm y terminan en distintos lugares, entre ellos, la panza de ese armado tan rico para las empanadas. Esto, claramente, afecta las funciones intestinales de los peces, disminuye su reproducción y repercute en un debilitamiento general que los hace más vulnerables frente a los depredadores.
Mientras los seres humanos podemos hacer ecoladrillos para construir nuestras casas –hagámoslo–, el estudio antes citado también muestra que las aves acuáticas del Paraná están empezando a recoger residuos plásticos para hacer sus nidos. El problema es que las repercusiones ambientales son bastante tremendas: la capacidad aislante del plástico está muy por debajo de la de los materiales naturales; eso produce cambios de temperatura en el nido y los cambios pueden terminar con la vida de esas especies. Puede matarlas el propio gesto inmemorial de hacer su casita para las crías.
Todo eso gracias a esa mágica bolsita. Pero la idea no era deprimirte, negri.
Vivir sin plástico
Desde la escuela nos enseñaron que era ecológico tirar el papel del caramelo en el tacho y no en la calle. Después supimos que, en realidad, más ecológico era separar ese plástico del resto de la basura orgánica para que se pueda reciclar –asuntito que nos llevamos a marzo y todavía tenemos de previa. Pero hay más, escuchate esta: en realidad, sólo el 10% de la basura mundial se llega a reciclar. Entonces, ¿qué sería lo más ecológico, seño?
Parece mesiánico, pero la historia es más o menos así: Agustina San Millán, diseñadora textil, docente de portugués, oriunda de Río Gallegos aunque nacida en Maipú y residente en Paraná, se propone entre turrones y sidra de año nuevo que su objetivo para el 2017 será reducir su producción de residuos lo máximo posible.
Un video viral de una tortuga marina con un sorbete incrustado en la nariz le hace tomar definitivamente la decisión. Y así empieza, concretamente, a buscar desplastificar sus días. Y a compartirlo en las redes.
–Fue un proceso re solitario y a la vez no, porque al compartirlo en redes sociales me conecté con un montón de gente que estaba en la misma en otros países. Me hice amigas, porque, principalmente, son mujeres las que están en esto –no sé por qué los varones brillan por su ausencia. Nadie hablaba sobre basura cero en Paraná y en Argentina éramos dos o tres gatos locos. Hoy es otra cosa, de hecho hay cuentas mucho más copadas y que se toman la generación de contenidos muy a pecho.
En el trayecto, viaja a Chile con un aval de Ecoclub Paraná para formarse en economía circular y vuelve con un montón de data y con el compromiso de compartirla. Ésa ha sido la instancia más formal de aprendizaje sobre sustentabilidad, todo lo demás es autodidactismo e investigación constante.
Bea Jonhson y Lauren Singer son algunas de las voces que impulsan globalmente el movimiento Zero Waste o Basura Cero. Agustina dice sentirse inspirada por una mirada más integral, como la de Mariana Matija de Colombia. Me recomienda con énfasis su blog y enseguida empezamos a tener problemas con la tecnología –todas las charlas de videconferencia tienen uno–, así que el tema de las referencias queda trunco.
Me quedo pensando una obviedad del centralismo argentino: aún con la supuesta democracia de las redes, supe antes de la loca del taper, de Buenos Aires, que de Agustina, que vive a unas pocas cuadras de mi casa.
–¿Qué es la economía circular?
–No es un término nuevo, pero está tomando más fuerza y surge en contraposición a la economía lineal del sistema capitalista tradicional en la que estamos inmersos. Básicamente la economía lineal lo que hace es extraer materia prima, producir a partir de distintos procesos, una vez obtenido el producto transportarlo, comercializarlo. Hay muchísimos intermediarios hasta que llega a una góndola desde la que los consumidores finales lo podemos adquirir, lo llevamos a nuestra casa, lo usamos –en algunos casos dos minutos, en algunos casos cinco años–, hasta que se rompe, se acaba y se tira. Muchas veces pensamos que todo este proceso genera un desecho. Ojalá fuera así: el desecho que nosotros vemos es el que generamos y el que nos preguntamos adónde irá a parar –si tenemos conciencia–, pero la realidad es que a lo largo de toda la cadena productiva se generan miles de desechos, desperdicios, contaminación y emisiones de carbono…
–La economía circular, entonces, va a revisar esto…
–En contraposición, la economía circular lo que propone es un circuito lo más cerrado posible en donde la porción desechada, desperdiciada o emitida hacia el ambiente sea mínima. Y en donde haya subproductos que se puedan reutilizar. Está basada en el concepto de la biomímesis: en la naturaleza los desperdicios no existen. Al árbol se le cae una hoja y si ningún humano la mete en una bolsa, la hoja se va a descomponer y va a aportar nutrientes al suelo. Lo mismo en la cadena trófica animal: un tigre se come un ciervo y lo que quede, se lo comen los caranchos. Y lo que dejen los caranchos se lo comen los insectos, los microorganismos. La idea de la economía circular es empezar a producir y a consumir de una manera más parecida a la naturaleza, para que no se generen desperdicios como producto final, sino que todo pueda reutilizarse, que los procesos productivos puedan estar pensados para no generar tanto desperdicio y contaminación, que los objetos finales se puedan reparar, que tengan piezas cambiables. Obviamente, que no exista la obsolescencia programada. Que se pueda descartar responsablemente y que las empresas se hagan responsables del descarte que producen. En síntesis, es pasar de una línea donde se extrae y se tira, se extrae y se tira, a un círculo lo más cerrado posible.
–¿Cómo se relaciona esto con nuestro consumo?
–La gente dice: bueno sí, pero yo no soy fabricante, qué me importa a mí la economía circular, soy el último eslabón de la cadena. Y es verdad eso, pero las estrategias de la economía circular se pueden aplicar a la vida diaria. Esto ya está fabricado, probablemente tiene un montón de impacto detrás, ¿qué puedo hacer yo? Tomar una decisión de consumo más informada, elegir un producto por sobre otro porque sé que tiene un material que voy a poder reutilizar. O porque investigué y tiene un proceso productivo más ético y con menos impacto ambiental. Capaz que lo que voy a comprar es una cagada y yo sé que es una cagada y no hay nada mejor en el mercado, entonces voy a tratar de descartarlo de la mejor manera posible. Ahí empieza otro tema –reconoce– porque por más que vos tengas las mejores intenciones hay una cuestión de política pública, de qué pasa en tu ciudad con los residuos. Acá tenemos un basural a cielo abierto, al lado de un barrio entero y al lado de humedales. A la planta recicladora llega un tercio de la basura de la ciudad.
Precisamente, la basura que queda depositada en el volcadero y que no llega a la planta recicladora, es insumo de trabajo para muchas otras familias del barrio San Martín, lindante al basural. El trabajo es informal y el material que se puede rescatar para el reciclaje es escaso.
–En ambos casos, lo que llega, llega en pésimas condiciones porque el papel y el cartón siempre está mezclado con la fracción orgánica. Lo que más se recupera son los plásticos. Por eso una de las cosas más shockeantes es darte cuenta de que tu basura no desaparece. La gente cierra el nudo de la bolsa, la revolea al contenedor y ya no es problema mío. De hecho, una de las cosas que más molesta a la gente es cuando hay paro de los municipales o feriados. No se pueden aguantar una bolsa de basura en su casa, como si fuera generada por otro. Es tu propia basura, es el resultado de tu propio consumo, de lo que comiste, de lo que cagaste, de lo que compraste. Cómo puede ser que de repente, ay saquenme esto ya de la puerta de mi casa. Si lo generaste vos…
–¿Recibiste información sobre impacto ambiental durante la carrera? ¿Miradas sobre otra forma de producir indumentaria…?
–No, en la carrera no había nada. Hubo un trabajo sobre tendencias actuales y yo lo hice sobre el movimiento slow fashion. Hace nueve, diez años, ni sabía bien qué era. Pero me pareció copado que se cagara en la moda descartable y, justamente, en las tendencias que hacen que la ropa se deje de usar, pase de moda, ya no sea vendible ni usable de una temporada a la otra. En sí la carrera no estaba orientada a nada de eso, ni tampoco es que te tiraban datos de impacto ambiental. Si algunos datos aparecían estaba en vos hacer la conexión y tener pensamiento crítico. No se caracterizaba mucho por el pensamiento crítico, ni de género, ni de cuestiones de clase. Pero bueno, eran otros tiempos, hoy por hoy estas cosas están mucho más en agenda que hace 10 años.
–¿Y cómo llegaste al Ecoclub?
–Yo tenía una relación de ciudadana con el Ecoclub, iba a todos los eventos que hacían, por el canje de papel. Era un actor re importante para mí, porque todo el esfuerzo que yo hacía por reducir el residuo que generaba, y al que sí generaba darle una correcta disposición, se completaba con el Ecoclub. Cada vez que había canje en una plaza, yo iba.
El Ecoclub Paraná es una organización de jóvenes de entre 14 y 25 años que forma parte de la red nacional e internacional de Ecoclubes. Una actividad realizada mensualmente hasta antes de la pandemia era el Canje x cambio: un canje de papel o cartón –para ser reciclado–, por un plantín de regalo.
–Cuando vuelvo de Chile, ofrezco el taller y empiezo a estar en contacto a través de la figura de consejera, porque estoy pasadita de edad para ser parte –se ríe–. Actualmente soy la facilitadora, la persona que coordina el grupo, el adulto a cargo, je. Empecé a volcar lo que conozco en la organización, acompaño y asesoro con los talleres y, ahora, hace muy poquito también estoy trabajando con la Fundación Eco Urbano.
–¿Qué es lo que tratás de compartir a la comunidad?
–Trato de contagiar sin evangelizar. Linkear la economía circular con el ciudadano de a pie. Una herramienta que es muy útil son las seis erres. No es que no como nada, no compro nada, eso es una mala interpretación del movimiento. Por ejemplo, durante muchos años consumí pastillas anticonceptivas y para mí era una prioridad no quedarme embarazada, entonces era un residuo que decidía seguir generando. Las seis erres, entonces, son: rechazar, y si no se puede rechazar, reducir. Después de reducir, viene reutilizar o reparar.
Gancho. Esto se merece un paréntesis, Agu, permiso: ¿reparar? Parece el nombre de un animal extinto. Lo que era una necesidad y un saber en otras generaciones, gracias al capitalismo, dejó de serlo: es más barato comprar algo nuevo que arreglarlo. Úselo y tírelo. Pero también gracias al capitalismo, hoy, reparar es un acto político. Y nacieron cosas como el Club de reparadores, un movimiento que busca promover la reparación como estrategia para el consumo responsable y sustentable. También revalorizar el saber de arreglar algo y conectar territorialmente a reparadores con personas que necesitan arreglar sus cosas.
–Siempre el mejor residuo es el que no se genera, pero si lo generaste tratá de reutilizarlo, de alargarle la vida útil. Por algún motivo se instaló que el reciclaje es la única manera de mitigar la contaminación por residuos, cuando hay miles de estrategias antes. Luego sí viene reciclar los inorgánicos y reincorporar la porción orgánica, es decir, que lo que vino de la tierra vuelva a la tierra. Esto es importante: la mayor parte de la basura que tiramos es orgánica y, por la manera de desecharla, estamos ensuciando todo lo que se podría reciclar y atrayendo vectores como ratas. En verano no se puede ni pasar al lado de un contenedor. Todo eso podría gestionarse en composteras comunitarias, barriales, en tu propia casa. Yo ya no sé lo que es sacar una bolsa chorreando.
La materialidad de las cosas
¿Qué es el plástico? En un hijo de la ciencia de los materiales, más precisamente, de la química del siglo XX.
El plástico es un tipo de polímero. Los polímeros son moléculas formadas por largas cadenas, normalmente de carbono, a las que se unen otros átomos como el hidrógeno, el flúor o el cloro. Además de los sintéticos, hay polímeros naturales, claro. Uno es el caucho, “que surge como una emulsión lechosa (conocida como látex) en la savia de varias plantas”, Wikipedia dixit. Como sabemos, es un recurso presente en los territorios amazónicos que tuvo su fiebre extractiva y colonizadora entre el siglo XIX y el XX (una linda película sobre eso es El abrazo de la serpiente).
Hagamos un Te lo resumo así nomás de la historia del plástico: en 1839, Charles y Nelson Goodyear introdujeron el caucho vulcanizado a partir del caucho natural. Años después se desarrolla el primer polímero natural modificado a partir de celulosa y, después, se consigue el celuloide. En la transición del siglo XIX al XX, siguiendo con la celulosa y en búsqueda de sustituir a la seda, se desarrolla el acetato.
Pero la industria del plástico en sí misma se inicia con el descubrimiento de la bakelita en 1909: el primer plástico no natural, comercial, que patentó el químico belga Hendrik Baekeland (1863-1944). Sintetizada a partir de moléculas de fenol y formaldehído, la principal propiedad de la bakelita era la gran resistencia a las altas temperaturas y la capacidad de moldearse a medida que se formaba y solidificaba.
La búsqueda de materiales en el marco de la primera y la segunda Guerra Mundial, origina descubrimientos múltiples, favorecidos a la vez por el desarrollo de la industria del petróleo, la materia prima fundamental para la fabricación de la mayoría de los plásticos de uso habitual. Entonces, conclusión, además de que la naturaleza no puede absorber los desechos del plástico, para producirlo se usan reservas de un recurso natural no renovable. S u p e r v i a b l e p o r d o n d e l o m i r e s.
Dicho todo esto, hay que decir también que hay alternativas.
Agustina, además de militar esta data y transformar hábitos y consumos, empezó hace dos años Las simples cosas, un emprendimiento para que otres empiecen la transición hacia otros materiales.
–El emprendimiento surge porque me preguntaban mucho: ¿vos cómo hiciste? Y es cierto, hay elementos que nos ayudan a disminuir el uso de plástico. Para rechazar una bolsa, necesitás una bolsa de tela. Vas a necesitar versiones reutilizables y duraderas de los productos que querés dejar de consumir. Mi viaje personal fue de dos o tres años. Al principio, una amiga se iba a Buenos Aires y le pedía que me comprara un cepillo de bambú y así con todo. Me fui armando, muchas veces sin información de cómo se usaba, de qué materiales eran. Entonces dije, ya que estoy ofreciendo esta mirada nueva sobre el consumo, también estaría bueno –y a nivel económico como sustento mío- nuclear lo que yo demoré dos años en poder encontrar, acceder al producto, dar con el vendedor, conocer la materialidad, cómo descartarlo. Sobre todo para que pase en Paraná… A mí no me interesa exportar ni enviar a muchos lugares. Quería que la gente de Paraná tuviera esa oportunidad y que no tengas que pagar más plata de envío que de producto, como nos suele pasar en el interior.
–¿Qué ofrecés?
–Siempre me orienté más a los objetos, básicamente a las cosas que te van a acompañar un buen tiempo: esponjas, cepillo de dientes, rasuradoras, bolsas, productos de salud menstrual, cubiertos, sorbetes. Todo cumple estas premisas: que es reutilizable, nada se usa una sola vez y se tira, en lo posible es de origen natural, fibras naturales o materiales que se pueden compostar. Y los que no se pueden compostar es porque realmente te van a durar mucho tiempo, como por ejemplo la copita menstrual. Es de silicona, no es natural, pero te va a durar de cinco a diez años y es muchísimo el impacto de residuo que se ahorra. Si no necesitás nada, perfecto. No por ser eco vas a andar consumiendo como un desquiciado. También hay mucho eso con las tendencias más verdosas: ah, comprate esto porque es eco. Si no lo necesitás no lo compres, porque todo tiene un impacto detrás.
–¿Con qué respuesta te encontrás?
–La mejor, la gente joven está en la búsqueda. La gente grande sí me mira con las toallitas de tela, como diciendo ¡cómo, si habían descubierto la pólvora! Se trata de explicar, de educar. La mayoría de las veces, en las ferias, se me llena el stand y estoy hablando más que nada. Tal vez pasás y parece una clase de ESI, después estoy hablando de cómo hacer una compostera –se ríe–. Hay otras emprendedoras que están orientadas más a la mapaternidad y que ofrecen unos pañales de tela que son un avión y que nada que ver con los de antes, tienen toda una tecnología detrás, un diseño muy bueno. Y además ahora tenemos lavarropas… Las mayores resistencias vienen de la gente grande: ay, pero esto era lo que usábamos antes, como diciendo que está mal.
Entre paréntesis: hay muchas tareas asignadas a las mujeres históricamente que se simplificaron a medida que se desarrollaba la tecnología del plástico y de los descartables. Hoy, algunas sospechamos, algunas sabemos que no es precisamente por ahí, sino más bien distribuyendo esas tareas (o cobrándolas).
–En algún momento pegamos un volantazo, pensamos que estaba copado… Y no estuvo copado, estamos viendo las consecuencias de esos cambios en el consumo y de la vida acelerada. De que compramos comida hecha que viene en una caja de telgopor que tiramos a los dos segundos.
Y mejor no digamos cuánto tardará en “desaparecer”.
A medida que termina nuestra charla, hablamos del sur, de Río Gallegos, de la decisión de estar acá. Y ya que la nota empezó en el río, termina ahí también, entre los peces (y los plásticos):
–Estoy acá hace 12 años y cuando se podía económicamente volvía re seguido a ver a mi familia, en verano y en invierno. Paulatinamente eso se fue espaciando… La verdad es que siempre sentí a Paraná mi casa. La gente de acá no lo llega a entender: yo cuando bajo al parque se me cae una lágrima. Hace 12 años que estoy, ya sé cómo es el parque, pero cada vez que veo el río no puedo creer que vivo acá.
Fuentes:
CONICET. Lo que se ve y lo que no: la contaminación de ríos por residuos plásticos
Sopa de plásticos en el río Paraná
Raimond B. Seymour y Charles. E. Carraher JR. Introducción a la química de los polímeros. Editorial Reverté.