Las protestas por el asesinato del hombre negro por parte de la policía en Minneapolis coincidieron con el aniversario de una de las series que mejor muestra la decadencia del Imperio desde sus bases y relata las historias que Hollywood suele barrer bajo la alfombra. Escribe: Ramiro García
El asesinato de George Floyd en Minneapolis (estado de Minnesota) el lunes 25 de mayo desató una ola de protestas en más de 50 ciudades de Estados Unidos, que crecieron en participación y en consecuencias políticas con el correr de los días. Floyd era un hombre negro de 46 años que hace cinco vivía en Minneapolis, donde trabajaba como guardia de seguridad de un restaurante hasta poco antes de su homicidio. Con la cuarentena por el coronavirus había perdido su trabajo. Luego se descubrió que se había contagiado la enfermedad de la pandemia. El día que fue asesinado lo habían denunciado desde un comercio local, supuestamente por haber intentado pagar con 20 dólares falsos. Cuatro policías acudieron al llamado y detuvieron a Floyd. Uno de ellos, Derek Chauvin, es el que se ve en el video más difundido de la escena, arrodillado sobre Floyd y aplastándole el cuello contra el piso, maniobra que le habría provocado la muerte.
El racismo en Estados Unidos
El asesinato generó manifestaciones espontáneas en ciudades a lo largo y ancho de Estados Unidos. Al principio las marchas combinaban el reclamo particular de que se aprese a los policías que participaron del operativo de Minneapolis con la demanda general contra los abusos policiales sobre la población negra. La policía mata en Estados Unidos a unas 1.100 personas por año, según estadísticas que comenzaron a hacerse en 2013 luego de una serie de casos que, como el de Floyd, tuvieron gran impacto político. La población negra sufre el 24 por ciento de esos homicidios, aunque representa el 13 por ciento de los habitantes de los EE.UU. Los mismos estudios concluyen que una persona negra tiene tres veces más posibilidades de ser asesinada por la fuerza policial que una blanca. La impunidad de los autores de los crímenes también sobresale en los reclamos, porque el 99 por ciento de los asesinatos terminan sin cargos penales contra policías.
Chauvin, el agente que habría matado a Floyd, fue finalmente detenido luego de varios días de protestas en todo el país. Hay una investigación judicial en curso, que deberá determinar si tuvo intención de matarlo o si sabía que podía hacerlo con la maniobra represiva que utilizó. Está imputado por homicidio. Previamente fue despedido de la policía, junto a los otros tres agentes que intervinieron en el arresto, que están imputados como cómplices. Pero, antes de las medidas adoptadas contra los uniformados, el asesinato de Floyd ya se había convertido en el disparador de masivas marchas y concentraciones que volvieron a poner en agenda la desigualdad que sufre la población negra en todos los órdenes de la vida social estadounidense.
El asesinato policial confluyó con el malestar social por la masacre del coronavirus en la población norteamericana, especialmente negra y pobre. La pandemia desnudó que la vulnerabilidad social afecta mucho más a las personas negras que blancas. La mayoría de los trabajos que no pueden realizarse desde el domicilio –por su carácter manual y/o informal- son realizados por personas negras o latinas, quienes por lo tanto se contagian en mucha mayor proporción que las blancas. La ilegalidad de esos contratos laborales niega el derecho a la cobertura de salud, en un país que de por sí carece de un sistema sanitario público y universal. La tasa de mortalidad por Covid-19 en Estados Unidos es de 54,6 personas por cada 100.000 entre la población negra, mientras que esa cifra desciende a 24,9 de cada 100.000 latinas, 24,3 entre las asiáticas y 22,7 entre las blancas. Es decir que las personas negras corren el doble de riesgo de morir por coronavirus que las blancas. El propio gobierno de Donald Trump, a través del secretario de Sanidad, Alex Azar, admitió que la población negra presenta “mayores perfiles de riesgo”.
Por encima de las estadísticas y de la coyuntura del coronavirus, y con mayor síntesis, el sentimiento social que se reveló en las masivas protestas lo explicó Tamika Mallory, referente del movimiento feminista de Estados Unidos y de Black Lives Matter (las Vidas Negras Importan). Dijo en una de las manifestaciones en Minneapolis:
“La razón por la que se están quemando edificios no es sólo por nuestro hermano George Floyd. Se están quemando porque nuestra gente está diciendo ‘suficiente’. No somos responsables de la enfermedad mental que ha sido infligida sobre nuestra gente por las instituciones de gobierno estadounidense. Ustedes les están pagando a instigadores para que estén entre nuestra gente tirando piedras, rompiendo ventanas y quemando edificios. Y hay una manera fácil de detenerlo. Imputen a los policías. A todos los policías en todas las ciudades en todo Estados Unidos donde nuestro pueblo está siendo asesinado. Hagan su trabajo. Hagan lo que este país dice ser: ‘la tierra de libertad para todos’. No lo ha sido para la gente negra. Y estamos cansados. No nos hablen de saqueos. Ustedes son los saqueadores. Aprendimos el saqueo de ustedes. Aprendimos la violencia de ustedes. Entonces, si quieren que lo hagamos mejor, carajo, háganlo ustedes mejor”.
En esa síntesis, el estallido social que derivó del homicidio de Floyd coincide con el segundo tema de esta nota.
The Wire
Mientras los Estados Unidos ardían con las marchas por George Floyd se cumplieron 18 años de la salida al público de la serie The Wire, cuyo primer capítulo se emitió el 2 de junio de 2002 en EE.UU. Fue producida y televisada por HBO, lo que la incluye en el circuito comercial y masivo de televisión, pero nunca encajó en esa clasificación. Su seguimiento mientras fue televisada no fue masivo y su reconocimiento le llegó con los años, una vez que dejó de emitirse, y prácticamente no ganó ningún premio. Nada en ella es convencional para la TV, especialmente para el modelo que imperaba cuando se publicó. Menos, si se quiere, para las series policiales, el género que en un principio podría encasillar a The Wire. Algo que con el correr de los capítulos se ve superado por la complejidad de su mega historia.
La obra suma un total de 60 capítulos distribuidos en cinco temporadas. El principio presenta la trama que más o menos se sostiene a lo largo de toda la serie. La policía de Baltimore (estado de Maryland) arma un equipo que integra agentes y detectives de las divisiones de Narcóticos y Homicidios para descubrir, desmantelar y atrapar una red narcotraficante, que opera en una amplia zona de barrios vulnerables de la ciudad. La banda narco cuenta con una organización altamente sofisticada, que dificulta no sólo la detección de los movimientos de sus círculos superiores sino también de sus bases operativas. Los métodos de logística y comunicación de la red son tan cuidadosos e impredecibles que parece imposible sorprenderles vendiendo o “moviendo” la droga, y menos hablando sobre ella. Para sortear esas precauciones el equipo policial implementa su propio método, el de las escuchas telefónicas. De ahí el nombre de la serie, que significa wire no en su interpretación literal de cable sino en su uso de escucha.
El caso que introduce la trama es el primer punto a partir del que The Wire se diferencia de casi todas las series policiales, en las que inefables detectives, contra todo tipo de obstáculos, se las ingenian para atrapar a sus perseguidos en los 45 o 60 minutos de duración de un capítulo. La producción de HBO es realista. Se toma el tiempo y los recursos narrativos para contar una historia con sus entretelones, su complejidad, con las virtudes y las debilidades de los vínculos humanos en su sociedad, y, especialmente, de sus instituciones. Con muchos obstáculos. Esto hace que al comienzo la serie avance con un ritmo menos acelerado de lo habitual y requiera cierta disposición de quien la mire a no esperar giros abruptos de guión ni soluciones rápidas e impactantes. Pero una vez dentro de la historia esa templanza habrá sido recompensada.
Ese grado de detalle en el relato implica que el “caso Barksdale” ocupe toda la primera temporada. Sin embargo, este primer lote de capítulos permite acceder a la esencia de la serie, que no es mostrar las aventuras y desventuras de un grupo de policías y una banda de narcotraficantes, y menos aún ubicar en un bando a los buenos justicieros y en el otro a los malos delincuentes. En la naturaleza de The Wire está su mérito: es un relato coral, objetivo y profundamente crítico del funcionamiento de una ciudad, y por lo tanto de una sociedad, en los Estados Unidos.
Ese propósito social va cumpliéndose conforme avanza la serie, que resalta en cada temporada un ámbito particular de la vida en Baltimore. Así, en la segunda el foco se traslada al puerto y se descubren los mecanismos de contrabando que subyacen en sus economías legal e ilegal, así como las dificultades de una clase trabajadora acorralada por la desindustrialización.
La tercera se sumerge en el submundo de la política local: un concejal se arroja a la carrera por la alcaldía y centra su campaña en la fallida política de seguridad municipal; el alcalde, para reforzar ese flanco débil, presiona a las cúpulas de la Policía para exhibir resultados; los jefes urgidos por estadísticas bajan línea a las bases y la tensión repercute en las calles, lejos de los despachos del centro (downtown) y donde rigen otros códigos.
En la cuarta, la serie va más a fondo en desmenuzar el sistema y se adentra en el campo de la educación y la escuela. Se demuestra con acción y reflexión la disyuntiva entre la esquina o la escuela, la droga o la educación formal, para los niños y jóvenes de los barrios. Y otra vez las estadísticas y la burocracia sabotean los objetivos que dicen tener las instituciones.
En la quinta el escenario nuevo es un diario, el Baltimore Sun, un periódico real a través del cual la serie hace una propuesta provocadora sobre la relación de los medios, el periodismo, sus fuentes y la verdad o falsedad de los sucesos que son noticia. Si bien la subtrama particular de esta temporada es quizás más débil que las anteriores, se mantiene el alto nivel del relato conforme la historia avanza hacia su final. Conviene recordar que la trama inicial del narcotráfico se sostiene en todas las temporadas.
The Wire y la rebelión por Floyd
La serie ayuda a una comprensión crítica de los hechos que atraviesan estos días a los Estados Unidos. No retrata con mucho énfasis, y en esto puede arriesgarse que se queda corta, los abusos policiales contra la población negra, que aparecen en algunos tramos. No se observa al respecto una actitud de denuncia, que sí se infiere en otros temas que trata The Wire. Si se quiere sospechar, hay que observar que uno de sus escritores, Ed Burns, trabajó muchos años como policía en Baltimore antes de dedicarse a la docencia y, posteriormente, a los guiones de TV.
The Wire sí denuncia las condiciones de vida en los barrios populares de Baltimore. La capital de Maryland tiene el 18,9 por ciento de su población por debajo del nivel de pobreza, mientras que el promedio total de EE.UU. es del 11,8 por ciento. Es, a su vez, una ciudad con población mayoritariamente negra (un 60 por ciento) y con una marcada desigualdad de tipo racista. En barrios con casi toda su población negra el ingreso promedio anual es de 13.000 dólares (el promedio de todos los EE.UU. es de unos U$S 52.000), el 50 por ciento vive debajo de la línea de la pobreza y el desempleo llega al 29 por ciento. En vecindarios con casi toda la población blanca los ingresos promedio superan los 100.000 dólares, la pobreza no llega al dos por ciento y el desempleo apenas es del tres por ciento. Además, registra una tasa de homicidios altísima: uno por cada día del año. Se cometen más asesinatos en Baltimore, que tiene casi 600 mil habitantes, que en Nueva York, donde viven ocho millones. Bodymore, Murderland la llamaban en una época por la cantidad de muertes en sus calles (body=cuerpo; murder=asesinato).
Algunas particularidades distinguen a esta localidad de muchos centros urbanos de su país. Sin embargo, la historia de The Wire vale para las grandes ciudades (no sólo) de los Estados Unidos. Retrata y desnuda el sistema de desigualdad, corrupción y exclusión que es la base del “país de la libertad”, como denunció Tamika Mallory en la protesta por la muerte de George Floyd.
Lo explicó el creador de la serie, David Simon. El genio detrás de The Wire fue periodista durante 13 años en el Baltimore Sun (el diario de la quinta temporada), donde se nutrió del conocimiento de la urbe que luego volcó en la historia.
“En mi ciudad, los campos marrones, los muelles podridos y las fábricas oxidadas son testimonios de una economía que no ha dejado de cambiar, tornando prescindibles a generaciones enteras de trabajadores asalariados y a sus familias. The Wire no es una serie sobre crímenes, castigos, guerra al narcotráfico, o sobre la política, la raza, la educación, las relaciones laborales o el periodismo. Es una serie sobre la ciudad. Sobre la manera como estamos viviendo en Occidente el nuevo milenio. En su mejor versión, nuestras metrópolis son la suprema aspiración de la comunidad, las depositarias de los mitos y esperanzas de unas personas que se agarran a los lados de esa pirámide que es el capitalismo”, escribió en un artículo para La Fuga.
The Wire muestra cómo esas aspiraciones chocan permanentemente con las trabas de un sistema diseñado para mantener el (mal) estado de cosas, a través de mecanismos de burocracia y trampas que benefician conveniencias individuales y de poder, e impiden las transformaciones de fondo necesarias. “Todas las piezas importan” es el lema de la serie. Y su modo de narrar lo hace visible: los acontecimientos que suceden en un ámbito impactan en los demás -la alcaldía, la policía, la escuela, los barrios, la cárcel- en una cadena de causas y efectos que se mueven de arriba hacia abajo, hacia los costados y en redondo. El problema está en el sistema.
Es, asimismo, un relato coral en el que confluyen muchas voces que representan casi todas las partes de su sociedad. No hay ninguna voz del todo legitimada o que salga especialmente favorecida, como tampoco hay un manejo de personajes habitual en el cine y la TV: todos y todas importan, y a la vez pueden terminar siendo prescindibles. En ocasiones da la sensación de que cualquiera puede tener un blanco en la espalda y ser víctima de un balazo, una traición o una mala jugada.
Aún así, le sobran personajes más que queribles: el propio policía Mc Nulty (lo más cercano a un rol protagónico) y su compañero Bunk, la detective Kima; Bubbles, el ciruja con problemas de consumo que le filtra datos de la calle a la policía a cambio de unos dólares; Omar Little, ladrón que le roba exclusivamente a los narcos; los soldaditos Wallace, Bodie y Poot; el líder de los portuarios Frank Sobotka; Cutty, ex soldado narco que quiere rescatar a los más jóvenes con el deporte; y una larga lista más.
No es casualidad que The Wire ocurra en Baltimore y sostenga el nombre real de la ciudad de mayoría de población negra, con más pobreza que el promedio del país y con índices de violencia por encima de casi todos los demás distritos. No baja línea anti-racista ni victimiza a la gente negra, no es una serie sobre “ser negro en Estados Unidos”, pero es un retrato inmejorable de una sociedad y un sistema en el que queda claro quiénes son les que más sufren. Es una novela –como la calificó, por ejemplo, el escritor Mario Vargas Llosa- que narra la vida de las grandes ciudades en el siglo XXI y algunas de sus mayores y más difíciles problemáticas. Y las cuenta con un relato que atrapa, que envuelve. No resulta densa o aburrida, ni tampoco despierta la atención a los tiros como el clásico policial (pero que los hay, los hay). Su complejidad se deshilvana en personajes, situaciones, lugares, frases, vidas comunes. David Simon despliega una grandiosa calidad narrativa y, a través de una ficción realista, ofrece una historia producida y contada con las mejores armas del periodismo.
Relata las múltiples caras del narcotráfico: las adicciones, el copamiento de numerosos lugares en los barrios por las bandas, los enfrentamientos por territorio por medio de la violencia y la muerte, la captación de niñes y jóvenes para la venta de drogas y la disputa mortal contra otros grupos, la inserción de/en la política mediante la corrupción, la “guerra contra las drogas” del Estado, estrategia ineficaz e inservible para las verdaderas víctimas del narco. Exhibe el desempleo y los trabajos mal pagos. Describe la debilidad del régimen educativo cuando es para pobres, la estafa del sistema estadounidense de financiamiento escolar a cambio de buenas estadísticas. Difunde el hostigamiento policial para adentro y para afuera de los destacamentos, y la burocracia que boicotea las pocas buenas iniciativas en la fuerza.
En suma, enseña los diversos padecimientos que provocan la frustración e indignación norteamericana, y especialmente negro-americana, que se vio canalizada estos días en las calles del Imperio.
David Simon es un narrador único en su rubro pero pesimista. Si algo puede criticársele es que no sugiere ni vislumbra una propuesta de salida y superación de la miseria que impone el capitalismo a las clases bajas. A lo sumo ofrece buenas acciones y actitudes individuales, o de pequeños equipos de personas, sin contemplar la organización colectiva, la única manera de ganarle al sistema. Quizás la rebelión que surca estos días a los Estados Unidos llegue a conmover esas bases de desigualdad, racismo y violencia y abra el camino para cambios profundos, tal vez permita el optimismo.
Por lo pronto, Simon y The Wire, con todo su realismo, sí ofrecen un enorme relato para conocer y comprender la cuestión negra que estalló cuando asfixiaron a George Floyd. Y si no, por lo menos, una producción que a 18 años de su primer capítulo conviene recomendar como una de las mejores series de la historia.
* The Wire puede verse en los packs de HBO de distintas plataformas de streaming. O puede descargarse como Torrent desde acá y acá.