Juan Antonio Vilar publicó su cuarto libro de historia argentina pero no pudo presentarlo por la cuarentena. La entrevista, que buscó colaborar con su difusión, se extendió a su rutina, su método de trabajo, el coronavirus y debates sobre algunos “héroes” de nuestros pagos. No podía ser de otra manera. Menos con un erudito. Texto y fotos: Ramiro García.
El profesor Juan Antonio Vilar puso una sola condición para la entrevista. No podía realizarse entre las 11 y las 14 horas. La municipalidad de Paraná había autorizado las salidas de esparcimiento y esas tres horas quedaban reservadas para la libre circulación de las personas mayores. Después de casi dos meses de encierro el –hay que decirlo- atlético historiador paranaense no quería ningún otro compromiso en esa franja horaria. Sólo el de su caminata cotidiana.
La imposibilidad de ejercitarse sobresalía en la respuesta de Vilar sobre su rutina en el aislamiento social obligatorio por la pandemia del coronavirus. “Trabajo de la misma forma que antes pero con una diferencia: sin salir a caminar ni a nadar”, contesta.
Hasta el 20 de marzo que Alberto Fernández anunció la cuarentena el profesor de Historia, casi todos los días, salía de su casa en el centro paranaense, enfilaba hacia el Parque Urquiza, descendía hasta la Costanera por alguna de las bajadas, por ejemplo la del Rowing, hacía el circuito costero, se llegaba hasta los galpones del Puerto Nuevo, pegaba la vuelta y ascendía de nuevo hacia el Parque por las subidas de calles San Martín o San Juan. “Son por lo menos cinco kilómetros, quizás un poquito más. Es suficiente, y sobre todo subiendo barrancas, ¿no es cierto?”, pregunta. Y precisa que “en verano cuando hace calor voy a la pileta y camino poco, pero ahora cuando empieza a hacer más frío, camino casi todos los días”.
Al llamarlo teníamos la cifra aproximada de la cantidad de piletas que nadaba y buscamos chequearla. Eran 40 o 50, con datos actualizados a principios de año. “No, cincuenta no, cuarenta. Son mil metros”, sentenció. El profesor ejerce el rigor informativo como un deber moral.
Entonces, casi diariamente, cinco kilómetros de caminata o 40 piletas de natación. El profesor Juan Antonio Vilar tiene 84 años.
Su rutina griega de ejercicio físico e intelectual se vio restringida por la cuarentena. “Estoy mucho tiempo en casa, trabajando. No he podido ir a la Biblioteca ni al Archivo. Me acuesto bastante temprano, a las 11, y me levanto relativamente temprano. Para mí temprano es a las 6.30. Me vengo al escritorio, y me pongo a leer, estudiar y escribir. Soy profesor viejo y prefiero leer en papel. Pero uso la computadora”, cuenta. Aunque aclara que usa la máquina “muy limitadamente. Uno puede encontrar un millón de cosas muy interesantes e instructivas en ella. Pero no quiero ‘envenenarme’, porque es muy atrapante y me haría destinarle demasiado tiempo. Y corro una carrera contrarreloj para escribir y terminar –aunque no voy a poder- este plan de trabajo que formé y presenté a la facultad”.
Ese propósito consiste en escribir “una historia integral de la Argentina desde otro punto de vista muy diferente al común, al que se estudia en escuela y universidad”. El plan va por el año 1880, hasta el que llega su cuarto libro, publicado a fines de 2019 por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner). Se titula El Estado Nacional Argentino 1862-1880.
La Eduner editó los tres anteriores: Revolución y lucha por la organización. Primera y segunda décadas de la revolución 1810-1829, que salió en 2014; La Confederación Argentina. Época de Rosas 1829-1852, que vio la luz en 2016; y Hacia la derrota Federal. La Confederación Argentina 1852-1862, divulgado en 2017.
En total los libros superan los 1.500 ejemplares impresos, con más de 1.000 vendidos. Los tres primeros se agotaron y se gestionan nuevas ediciones. Del cuarto, el que espera para ser presentado, se imprimieron por ahora 300 ejemplares. “Va a ser muy poco, pero por razones de presupuesto no se pudo hacer más”, comenta el profesor sin un asomo de jactancia. “Siempre he presentado el libro en la Facultad de Ciencias de la Educación. Pensábamos hacer lo mismo. Pero queda pendiente hasta la reapertura de la facultad”, lamenta Vilar, jubilado tras 16 años de enseñanza superior y 31 de ilustración a estudiantes en la universidad.
Por ahora, el cuarto libro puede adquirirse en la página web de la Eduner. La editorial está empezando a organizar la presentación virtual de libros. Las primeras serían a fines de junio, aunque aún no hay fecha para la de Vilar.
En ese contexto, la entrevista se pensó como un aporte a la difusión de El Estado Nacional Argentino 1862-1880. Pero las charlas con los maestros deben ser aprovechadas todo lo posible, así que el libro terminó siendo más que una excusa pero menos que el tema exclusivo de la conversación.
La historia nacional desde Entre Ríos
“En el Interior, o sea en la mayor parte del país, consumimos los libros y las historias porteñas, o escritas por los porteños. Desde los libros de texto hasta novelas, cuentos, literatura, economía, sociología, historia, arte, medioambiente, etcétera. Acá no conocemos escritores de Tucumán, Córdoba, Mendoza, donde hay autores realmente importantes desde el punto de vista de la investigación historiográfica”, advierte el docente en los comienzos de la charla telefónica, que arrancó a las 17.
– Una reseña del periodista Tirso Fiorotto elogia que usted excede el localismo o cierta pretensión de autores entrerrianos de enfocarse en lo provincial y delegar la responsabilidad de contar la historia nacional en los porteños. ¿Usted asumió esa tarea?
– Tirso es muy generoso conmigo. Creo que exagera en algunas apreciaciones. Pero efectivamente hago una interpretación de nuestro pasado superando el localismo, porque los considerados “héroes máximos de la provincia”, Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza, en realidad terminaron ocupando un lugar muy negativo desde el punto de vista nacional argentino. Trato de fundamentar bien qué es lo que me parece que hicieron. Eso en contradicción con una visión estrecha localista entrerriana.
– ¿Hay una idealización o enamoramiento de Urquiza o Ramírez en Entre Ríos?
– Sí. Y una exageración. Difundiendo y aplaudiendo sus méritos y sus cuestiones positivas y ocultando o desfigurando las negativas. Una vez en una rueda de estudiantes de Historia, no solamente de acá de Entre Ríos sino también de otras provincias, alguien preguntó quiénes eran los caudillos más importantes de la historia argentina. Algunos entrerrianos dijeron Urquiza o Ramírez. Y un santafesino dijo: “No, Estanislao López”. Eso es una tontería y un localismo absurdo. Para los salteños fue Güemes; para los santafesinos, López. No puede ser eso. Es una visión muy estrecha de nuestro pasado y de los méritos que pudieron tener esos caudillos en el proceso argentino. Se puede repartir para todos.
– ¿El concepto “caudillo” les hace justicia? ¿No exagera sus rasgos positivos o, por el contrario, es despectivo, según quién lo diga?
– Los caudillos fueron una expresión bastante genuina de la población y defensores, entonces, de sus formas de vida, costumbres, características, y de la autonomía de esas provincias. Eran de una tendencia conservadora. No podían sobrevivir frente al proceso mundial avasallante que existía. En la Argentina las tendencias mundiales estuvieron ejecutadas por la oligarquía porteña, que terminó por destruir a los caudillos y al federalismo y fundar un Estado nacional argentino. La construcción de los liberales porteños, a pesar de los cambios lógicos ocurridos en 150 años, es un país de base predominantemente agropecuaria y dependiente del capital extranjero. Un país federal como lo soñaron muchos provincianos, y como intentaron hacer Urquiza y el grupo que lo rodeaba, hubiera sido un país más igualitario y tal vez no tan dependiente.
– Usted dice que esos grupos de vanguardia porteños impulsaban un desarrollo material “progresista”, así entre comillas. ¿A qué se refiere?
– Al progresismo en sentido liberal-capitalista. Ideológicamente liberal y económicamente capitalista. Lo pongo entre comillas porque es el progreso tal como lo entendían y lo entienden los liberales capitalistas. La evolución “progresista” del capitalismo lleva consigo la destrucción del medioambiente y del único mundo que tenemos y del que vivimos, con desforestación, contaminación, polución de ríos y mares y superexplotación de los recursos naturales. Este “progreso” está amenazando la vida futura. Dentro de 100, 200 o 300 años, pero inevitablemente termina en catástrofe de la naturaleza y de los seres vivientes.
Genocidios, Sarmiento y primera clase obrera
– ¿Puede hablarse entonces de un comienzo, de una creación o fundación del Estado nacional argentino?
– Sí. En los 90 del siglo pasado se publicó un libro de un escritor norteamericano, “La invención de la Argentina”, de Nicolas Shumway, que no era ni siquiera historiador, pero no solamente los historiadores escriben buenas historias. Muchos sabios argentinos salieron con los tapones de punta. “¡La Argentina no se inventa! Existe una esencia argentina!”. Mirá qué disparate. ¿Los indios se sentían argentinos? ¿Los altoperuanos se sentían bolivianos? Para los nacionalistas sí existe: la esencia argentina está en la tradición española y católica, dejando absolutamente de lado la tradición indígena. Además, como ha dicho una ironía que no aceptamos los argentinos por hiriente, “los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos”. La mayoría de la población argentina tiene sangre predominantemente europea. Fundamentalmente italiana y española. También vinieron franceses, ingleses, árabes, etcétera. Y aunque lo ignoremos o rechacemos, incluso tenemos algunas o muchas gotas de sangre indígena. No existe una raza pura o una esencia argentina. Eso es una construcción.
– ¿Cómo fue, entonces, esa creación o fundación del Estado nacional argentino?
– Bueno, yo no he descubierto nada. El Estado argentino se construyó en base a un triple genocidio. El genocidio del paisanaje federal provinciano, el genocidio de los indios de la Patagonia y el Chaco y el genocidio guaraní en la guerra contra los paraguayos. La oligarquía porteña, que tenía apoyo financiero especialmente de Inglaterra, eliminó el federalismo provinciano. En primer término, a través de la defección de Urquiza en (la batalla de) Pavón, que le dio el campo libre a los porteños para que dominaran el país y eliminaran las autonomías provinciales y el paisanaje federal, acaudillado por Chacho Peñaloza, Felipe Varela y en Entre Ríos, finalmente, por Ricardo López Jordán. Después aludo al mayor genocidio cometido en estas tierras, que fue la guerra del Paraguay, totalmente injustificable y negativa en todo sentido. Y finalizo con la exterminación de los indios, con las campañas llevadas adelante primero por el mitrismo y después por Avellaneda, bajo la jefatura de Adolfo Alsina y Julio Roca.
– El libro abarca el período de la presidencia de Sarmiento. ¿Qué balance hace de ella?
– Fue la continuidad de la de Mitre. Siguió con la misma conducta y tendencia. Fue con Sarmiento que se liquidó el último levantamiento autonómico del país, acá en Entre Ríos con López Jordán, y se continuó con la infame guerra contra el Paraguay. Con la idea de progreso que tenía, fomentó la inmigración, la educación y el desarrollo agropecuario, que era todavía muy lento en esa época. Se recuerda, y bien, su labor educativa. Tenía como ministro de Educación a Nicolás Avellaneda, quien así se ganó la presidencia que le sucedió. Avellaneda dice que la mayor parte de la obra educativa de Sarmiento fue de él.
“Según Avellaneda, Sarmiento se enteraba de algunas cosas cuando aparecían en el Boletín Oficial o al firmar los decretos. Sarmiento era muy educacionista aunque muy mentiroso. Pero nunca desmintió esto”.
– Uno de los capítulos de este cuarto libro se llama “Luchas y organizaciones obreras”. ¿Había una incipiente clase obrera en esa época?
– El movimiento obrero fue una construcción de los inmigrantes europeos: italianos y españoles. En esta época el desarrollo industrial argentino era muy incipiente, primitivo, casi artesanal, con muchísima mano de obra y poquísima máquina. Con la gran inmigración aumenta la población obrera en Buenos Aires y Rosario: en los ferrocarriles, como estibadores en los puertos. Había también muchos peones de campo de la Pampa Húmeda y del Litoral. En 1904 (Juan) Bialet Massé hizo un excelente informe sobre la clase obrera en el interior del país, a pedido de Roca. En el interior la mayor parte de los obreros eran indios, mestizos y criollos. Masset llega a la conclusión de que el obrero criollo no solamente no era inferior, sino que era superior al europeo, en cuanto a aprender, adaptarse, trabajar. Un industrial le dijo que prefería al obrero criollo al inmigrante.
– ¿Se iban formando las primeras organizaciones?
– Los españoles, para ayudarse, formaron al principio las sociedades de Socorros Mutuos. Algunos inmigrantes corridos de Europa por su actividad política, entre ellos marxistas, van a formar los gremios, con intereses como la jornada laboral de ocho horas, mejoras del salario, no al trabajo de la mujer, no al trabajo nocturno y a destajo. Son las primeras ideas del sindicalismo que van a introducir los europeos. La primera huelga argentina sucedió en 1878. La hizo la Unión Tipográfica. Buscaban fundamentalmente la reducción de la jornada laboral. Hicieron el paro, lograron lo que pedían y a los pocos meses esa UTA se unió con otra organización de imprenteros que tenía fines mutualistas. A partir de ese momento desapareció la Unión Tipográfica y no hizo ninguna huelga más. Fue absorbida por la organización mutualista que no andaba preocupándose por la situación obrera.
Vilar, el Erudito
– ¿Cuál es su método de investigación?
– Yo fui formado en el viejo Instituto Nacional de Profesorado Secundario, en la Escuela Erudita de la Historia. Con el tiempo adopté el método del materialismo histórico, que entiende que en el proceso social del hombre lo predominante son los factores económicos. Los que lo niegan no hacen más que tratar de juntar plata. Es el método histórico del marxismo y otras corrientes no han demostrado que el suyo es mejor. El método utilizado por las distintas corrientes de la historiografía porteña no sólo no es mejor sino que, además, contiene muchas interpretaciones falsas, incorrectas y deformadas.
– ¿Cómo investiga?
– Lo fundamental para el historiador es la fuente de información. La principal es el documento, los testimonios materiales que puede haber dejado el hombre. Eso es consulta y trabajo propiamente de los investigadores, que estudian un aspecto muy parcial y determinado: un gobierno, un personaje o, por ejemplo, el reparto de la tierra en determinado momento o gobierno. Tiene que dedicar años a ver hasta el último papelito o referencia que pueda encontrar sobre esa cuestión. En Paraná tenemos una enorme desventaja respecto de historiadores de Buenos Aires, que tienen inmensa cantidad de información a mano. Yo consulto la mayor cantidad posible de trabajos que analizan y aportan documentos que no han sido publicados antes. Todo lo que uno escribe debe estar sujeto a revisión. Siempre pueden aparecer documentos que invaliden lo investigado, aquello en lo que uno se ha basado. Pero cuando digo esto no me refiero a la corriente revisionista.
“Como investigadores muy pocos viven, tienen que ser profesores para tener el mango diario, para vivir”.
– Usted postula “diferencias interpretativas a la de historiadores porteños, liberales o revisionistas y de mitristas o urquicistas”. ¿Se identifica con alguna corriente?
– Soy artiguista. Entiendo que (José Gervasio) Artigas fue el gran revolucionario de 1810. Por un lado por su lucha contra la dominación colonial española y después contra la invasión portuguesa a la Banda Oriental. Pero tan importante como esto es su posición política, que se refleja bien en las Instrucciones a la diputación oriental para la Asamblea Constituyente de 1813. Allí brega por una declaración formal de la independencia y la creación de una república con perfecta división de poderes; que se estableciera la capital fuera de Buenos Aires; normas contra el despotismo militar; que se habilitaran otros puertos en la Banda Oriental para romper el monopolio porteño. Por otro lado, por su expresión popular. Fue reconocido como “el padrecito de los indios”, y tuvo al Negro Ansina a su lado durante 30 años hasta su muerte. El Reglamento de Tierras de Artigas de 1815 dispone que “los más infelices fueran los más privilegiados”, es decir que se reparta entre criollos pobres, indios y negros libertos. Para que la trabajaran, no para que la vendieran e hicieran negocios. ¿De dónde sacarían a esas tierras? De “los malos españoles y de los peores americanos”. Es decir, de los contrarrevolucionarios. Una verdadera expropiación de la propiedad terrateniente. Demuestra la clara posición revolucionaria y popular de Artigas.
Vilar en cuarentena
– ¿Hasta cuándo llega el libro que está escribiendo ahora?
– Tuve un problema conmigo mismo para ver hasta cuándo se extendía el período. Hice la opción de tomar lo que abarca el roquismo, que es muchísimo, un cuarto de siglo. Así que llega hasta 1904. Voy bien. Hay muchísimas cosas que no están en los libros que uno puede conseguir y creo que ese es mi aporte.
– Se especula mucho sobre la situación social, mundial y humanitaria que va a generar el coronavirus. ¿Es posible interpretar correctamente lo que está pasando y lo que va a pasar o son necesarios el paso del tiempo y una mirada histórica para comprender bien?
– Lo cierto es lo último. Hay muchísimas versiones de todo color, distintas y antagónicas. Creo que toda información que hay, que alguna será buena, otra regular y otra mala, nos confunde, nos apabulla, e imposibilita que uno pueda interpretar y saber bien el quid de la cuestión. Todo lo que podamos decir, suponer y entender ahora es sujeto a revisión y a comprobación. Es todo una incertidumbre, que la tienen también las personas de alto nivel que están ocupándose de esto. Hay que esperar y no dar ninguna versión definitiva.
– ¿Cómo está manejando el consumo de noticias ante esa catarata de informaciones? ¿Trata de evitarlo?
– No. Yo soy lector de diarios casi desde mi niñez. Desde hace unos años consumo los digitales: Clarín, La Nación, Página 12, El Once, Análisis y alguno más. Escucho poca radio y miro televisión. Desde las siete de la tarde no trabajo más intelectualmente, ni camino ni atiendo el correo. Termino y me tiro a ver televisión. Antes del coronavirus podía encontrar con alguna frecuencia algún programa instructivo que me interesara, o alguno cómico para divertirme. Ahora cada vez menos. Hago zapping, no encuentro nada y a las 10 de la noche ya estoy harto, apago el televisor y me voy a acostar.
– ¿Recibe consultas?
– Cuando me retiré, hace casi 10 años, era bastante frecuente. Ahora no. Tengo algunas consultas de colegas y ex alumnos, con los que suelo encontrarme o escribirme. Pero cada vez menos. Muchos alumnos de Comunicación Social que son periodistas de radio y televisión me hacen entrevistas, notas. Pero eso también, cada vez menos.
A las siete de la tarde en punto se cortó la comunicación telefónica, después de dos horas corridas. Puede que los llamados por celular tengan ese tope de duración. Pero hacía instantes que Vilar había advertido a qué hora da por terminada su labor diaria. ¿Casualidad? El profesor salvó la coincidencia con hidalguía: “no sé qué pasó, pero mi teléfono no tiene esa configuración”, aclaró con humor. De todas formas, el ocaso de la jornada laboral del maestro y el corte telefónico coincidieron también con el final de la entrevista. A quienes quieran consultar al erudito historiador, al menos mientras perdure la cuarentena, un consejo: hacerlo antes de las 11, después de las 14 y antes de las 19. Tiene un teléfono fijo muy perspicaz.