Natalia Acosta fue vista por última vez en libertad hace once años. Su familia nunca dejó de buscarla. Ariel, su padre, sigue en la lucha ya sin María Cristina Balán, su compañera de vida. Se pregunta: ¿qué hizo la justicia en lo que va del año? Texto: Gustavo Schnidrig.
Ariel Acosta narra los hechos con facilidad pero le cuesta retener algunos nombres. Suena lógico. No debe ser fácil recordar la maraña de jueces, fiscales y funcionarios con los que debió relacionarse desde el 29 de mayo de 2009. El día en el que su hija, Natalia Acosta, fue desaparecida.
“¿Cómo era que se llamaba este personaje? Ya me voy a acordar, los tengo todo anotados”, dice Ariel en más de una ocasión mientras habla. Pero al relatar el via crucis burocrático al que viene siendo sometido desde hace 11 años, destaca sin titubear a Darío Sánchez, el “fiscal que mantuvo paralizada la causa durante los primeros ocho años”. Agradece seguidamente el trabajo de Walter Rodríguez, su reemplazante, aunque empieza a sentir ansiedad por algunos contratiempos durante los últimos meses. Tantas dilaciones no pueden deberse solamente a la nueva normalidad paralizada de cuarentena.
–Se cumplen 11 años sin Natalia, ¿qué es lo primero que se te viene a la mente?
–Como padre, pienso que es lamentable lo que me pasó. No tengo novedades sobre Natalia. Ni de parte del juez federal, ni del fiscal [Walter Rodríguez], ni del abogado querellante [Mariano Rosatti]. Entiendo que todo está parado por la cuarentena, pero me gustaría saber qué se hizo durante todo este año.
La parálisis responde en parte a que Francisco Miño, el juez federal a cargo de la causa de Natalia Acosta, presentase su renuncia formal el 26 de febrero para no perder su jubilación de privilegio. Sus trabajos (y los de Miguel Abásolo, juez federal de Rafaela), están hoy en manos de un solo magistrado, el juez federal Reinaldo Rodríguez, situación que habría generado “un colapso en el sistema judicial de la provincia”.
Parece inexplicable, pero Ariel Acosta aún no sido informado sobre cómo piensa trabajar Rodríguez. El temor latente es que el poder judicial no tenga intenciones de avanzar con la investigación, algo que las organizaciones sociales y de derechos humanos vienen denunciando desde el inicio.
–No sé en qué están trabajando –explica Ariel. Walter me atiende muy bien y me abre las puertas. Pero siempre lo mismo: ‘estamos trabajando’, ‘seguimos avanzando con esto’, y no dice nada concreto desde la muerte de Osvaldo Cerri, el único detenido que había. Y me pide que no divulgue para no entorpecer la búsqueda. Yo respeto eso, pero quisiera saber qué es lo que están haciendo. ¿Está actuando la Interpol? ¿En qué lugares la están buscando? No sé nada, solo me dice que ‘están trabajando’.
La contención necesaria para seguir buscando
Ariel Acosta fue albañil, operario en la Cervecería Santa Fe y ordenanza en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). También realizó changas varias y ayudó a construir las cuadras lindantes a su casa de barrio Centenario en la que vive desde hace casi 50 años.
La desaparición de su hija ofició de jubilación prematura. Si bien debió (y debe) seguir pensando en cómo aguantar la diaria, su atención se centró en la búsqueda de Natalia. Una faena complicada, de muchas vueltas y poca acción, que lo tiene “con las manos atadas y sin poder hacer nada”.
Pero Ariel sufrió un nuevo quiebre el 18 de septiembre de 2019, día de la muerte por una afección cardíaca de María Cristina Balán, su compañera de vida.
–Hoy me falta el piñón de la bicicleta, que era mi señora, y es doloroso porque estoy solo. Bah, con mis hijos. Pero con ella íbamos a todos lados. Estoy siempre extrañándola un poco –dice Ariel para remarcar un sentimiento sobre el que volverá cada vez que pueda.
María Cristina, La Mary, fue clave para que la causa avance y para mantener vivo el recuerdo de su hija. “Ella era la figura”, cuenta Ariel. “Yo también, pero más ella, porque avanzaba y yo iba apoyándola. Nunca me quise entrometer en lo que decía”, dice en homenaje, a la compañera con la que se pasó largas horas pensando estrategias para poder acceder, al menos, a información confiable sobre el avance de la causa.
La muerte de Mary le generó a Ariel una segunda soledad. Se encontró de pronto con varias limitaciones y reafirmó su convencimiento de que es mejor estar acompañado. Valora la preocupación de sus vecines, siempre presentes, y resalta el trabajo de las personas y organizaciones que ponen el cuerpo por su hija.
Y entre tanta gente destaca a Silvina Sierra, aquella “chica feminista” que “desde el primer momento” estuvo acompañando a la familia.
–Durante el velatorio de Mary, le dije a Silvina: ‘quiero que ahora vos seas mi compañera de búsqueda’. Y ella me dice que sí, que sí, que no me haga problemas. ‘Yo voy a estar con vos y con los chicos´, dice. Desde entonces supe que vamos a seguir hasta el final, hasta que aparezca viva o muerta. Saber que cuento con Silvina me da más ánimos de seguir trabajando.
“Ella está viva”
Natalia Acosta fue obligada a prostituirse desde unas semanas antes del 29 de mayo de 2009, último día en que se la vio en libertad. Estaba de novia con Eduardo Daniel Ruiz, un muchacho al que quería y con el que se había mudado a una casita de Santo Tomé. Sus padres sabían de la situación de forma algo vaga y creían verla feliz. No sospechaban que aquella fachada de libre elección era, en realidad, un violento secuestro para prostituirla en el centro de la ciudad de Santa Fe.
Entender qué pasó antes de la desaparición es clave para entender la trama del hecho, pero pasa el tiempo y las certezas son pocas. De acuerdo a una crónica de El Litoral, sucedió lo siguiente: “El 28 de mayo de 2009, la joven salió de su casa en Santo Tomé. Un amigo la llevó en moto hasta una avenida, donde abordó un colectivo que la trasladó hasta la capital provincial. Finalmente, caminando llegó hasta su ‘parada’, en la esquina que forman las calles 25 de Mayo y Suipacha. Ya en horas de la madrugada del día siguiente, ella se contactó telefónicamente con su pareja y también con su hermana, poco después de las 4. A partir de ese momento, nunca más se supo nada de ella”.
Este relato omite que Natalia también habría estado esa noche con Osvaldo Gabriel Cerri, quien la llevó al “club nocturno”: Místico. Según Feminacida, Natalia creía que Cerri era uno de sus dueños, y fue seducida con la oferta de un mejor trabajo. Pocas horas después ella desaparecía, dejando como rastro un teléfono celular encontrado luego por Gendarmería Nacional y que nunca se utilizaría como prueba.
La causa judicial poco avanzó desde entonces. Nunca pudo establecerse un nexo entre la joven y Místico. Por eso, quienes dudan de la investigación ponen el ojo en los verdaderos exdueños del local, todos de apellidos resonantes y vinculados al entramado empresarial y político de la ciudad.
–Después de tantos años de búsqueda, ¿seguís teniendo esperanzas?¿De qué?
–Como padre siempre digo que ella está viva. Si le hubiese pasado algo, ya me hubiese enterado. La esperanza está puesta en que algún día llegue a la puerta de mi casa y me diga ‘¡Papucho! Ya estoy acá’… qué se yo, son cosas que uno se imagina. Eso espero.
Hace una pausa. Del otro lado del teléfono se escucha un suspiro hondo.
–Pero si sucede lo otro, ya estamos preparados. Estamos preparados para cualquier cosa.