A veces solo el silencio puede generar el espacio necesario para que la creatividad nazca, fluya e irradie su luz sobre las cosas. María Belén Sanchez escribe un diario sobre sus días en Curadora Residencia, el refugio que eligió para terminar su libro, entre flores nativas, pájaros cantores, fotos que parecen poemas y poemas que parecen fotos.
Por María Belén Sanchez
Curadora, Residencia para artistas
Temporada 28, febrero 2024
Cuando leí el Manifiesto de Marina Abramovic subrayé algunos fragmentos. Cada tanto los vuelvo a leer, paso por los mismos lugares para seguir pensando. Hace un tiempo anoté en mi cuaderno: “Transparencia significa recibir”, “Un artista tiene que crear el espacio para que el silencio entre en su obra”, “El artista debe pasar largos periodos de tiempo en las cascadas”. Desde ese momento pienso en la importancia del silencio, estar lejos del ruido, las noticias y las redes abrumadoras.
Me pregunté qué necesitaba para seguir escribiendo, para terminar de escribir mi libro. Pensé en árboles nuevos, en el canto de los pájaros que aún no conozco, en la luz sobre las cosas. La distancia, la soledad y la naturaleza como una posibilidad para la apertura y dar lugar a las revelaciones.
Los días en Curadora fueron de lectura, investigación, corrección y escritura. Días de trabajo con el lenguaje y la forma. También días de compartir, escuchar y aprender.
Terminé de escribir mi libro entre plantas, una tarde de verano. Leí los poemas la última noche, a la luz de una vela, bajo las estrellas, reunidos alrededor de la pileta.
PRIMER DÍA – viernes 9 de febrero
En el viaje a la residencia comenzó a llover. Me recibe Cintia con una pollera larga floreada, un top color madera que combina con los colores del estampado y descalza. Recorro con ella la casa, me indica dónde está mi habitación, el baño, la biblioteca y el taller. En mi habitación hay dos camas y un sillón. Elijo una cama y sobre ella dejo mi bolso.
Cintia me invita a tomar mates en la galería, tomamos mates ahí y charlamos un poco, hablamos sobre libros, proyectos y personas queridas que fueron parte de la Residencia. Le pregunto por el nombre de los gatos mientras acaricio a uno de ellos.
Después llega Juan y se suma a la conversación. Juan me cuenta que está trabajando con su archivo familiar. Había visto en una historia de Instagram sus fotos familiares y le dije a Cintia que iba a traerle libros que podían interesarle para su proyecto. Uno de los libros que traje es Los campos sembrados brillan cuando está nublado de Julia Bonetto. Es un libro sobre sus abuelxs, un recorrido por la memoria y la infancia. El libro tiene fotografías y reflexiones sobre cine y literatura.
Aprovechamos que refrescó por la lluvia y cenamos en el patio. Después de cenar Cintia trae una fuente con ciruelas.
Hace mucho tiempo que no viajo sola a un lugar desconocido. Me siento distinta, es una sensación rara y me gusta. Cuando estoy en la habitación acomodando mis cosas uno de los gatos empuja la puerta y entra. Lo acaricio un rato sobre la cama y después se va. Dejo la puerta entreabierta por si quiere volver.
Antes de acostarme dejo algunas cosas sobre la mesa de luz: un libro, un lápiz, el collar que me saco para dormir y un frasco de agua florida. Recuerdo el libro La escritura indómita de Mary Oliver. La autora se pregunta “Sobre poemas que no funcionan: ¿quién quiere ver a un pájaro casi volar?” y luego afirma “Lleva unas/setenta horas arrastrar/un poema hasta/la luz.” De esta manera poética podría justificar mi residencia en Curadora.
Apago la luz del velador a la una de la madrugada.
SEGUNDO DÍA – sábado 10 de febrero
Me despierto temprano, a las siete suena la alarma. La habitación se va iluminando de a poco. Me acerco a ver un cuadro que está colgado en la pared, frente a mi cama. Es una fotografía de Cintia. Después de sacarle una foto me doy cuenta que estoy parada en el mismo lugar donde su cuerpo sostiene el marco de un espejo. El cielo, los árboles, el arroyo y nosotras reunidas en mi fotografía.
En esta casa la vida sucede más lenta y suave. Comienzo el día escuchando el canto de los pájaros, mirando las luces y las sombras que se dibujan en las paredes. A veces, escribo o saco fotografías sobre esas sutilezas. Me gusta registrar el paso de la luz sobre las cosas.
Cuando llego al taller pongo en un vaso con agua unas gotas de tintura madre de Hipérico. El Hipérico es una hierba que se usaba en la antigüedad para combatir la melancolía, brindar confianza y vitalidad. El prospecto donde tiene las indicaciones de la toma dice que esta tintura madre “nos acerca a nuestro sol interno.”
Soledad Urquía en su libro La luz y la montaña cuenta que por recomendación de su terapeuta empieza a tomar té con cortezas del chañar. La narradora dice “Ya hace varias mañanas que preparo el té y lo voy tomando a lo largo del día. Tiene un gusto dulce y sedimenta pedazos minúsculos de tronco. Todavía no noté nada raro como para comentarle a Ana, excepto la sensación de que me estoy metiendo el monte entero adentro del cuerpo.” Hace dos meses estoy tomando tintura madre de hipérico. Esta hierba macerada está cultivada de forma agroecológica en la Patagonia. Cuando pienso en el sur aparecen imágenes de montañas, lagos y vegetación color verde radiante. Tomo las gotas y siento que estoy incorporando la fuerza de las rocas de las montañas, el agua transparente de los lagos, el brillo de los árboles.
Mientras preparo el mate la veo a Cintia sentada en el patio, entre plantas, leyendo mi libro. Hay un poema que se llama Capuchina. Me cuenta que buscó el nombre en internet porque no sabía que también se llamaba así la flor Taco de reina. Esta planta es la ilustración de tapa de mi primer libro. Le cuento que tiene propiedades medicinales y se usaba en la antigüedad para curar y cicatrizar las heridas. Mi abuela tenía una en su patio y todavía recuerdo la planta como una sábana naranja que cubría todo.
Diana Bellessi dice en una entrevista “no me imagino escribiendo sin haber tocado el mundo”. “La originalidad del artista consiste en ir cerca en lugar de ir lejos. La gran aventura es el ir cerca, porque lo que está cerca es lo que realmente te constituye.” Escribo sobre lo que me rodea y “realmente me constituye”, sobre plantas silvestres del litoral, plantas que tengo en mi memoria y son un recuerdo de mi infancia, flores que sembré o tomo en infusiones.
Mientras miramos con Cintia las flores del patio me cuenta que hay una flor rosa que se llama Justicia. No la conocía. Es una de las flores más hermosas que vi.
Busco en internet sus características. Descubro que también hay flores amarillas y crecen en el sur de Brasil, nordeste de Argentina y Paraguay. Habita en bosques húmedos, frecuentemente en terrenos bajos y cerca de cursos de agua. Florece principalmente de primavera a otoño, entre noviembre y mayo.
Salgo a caminar por el barrio por primera vez desde que estoy acá. Miro las huellas de los pájaros en las calles de arena, los pétalos de las flores, las hojas de los pinos, las piñas y los frutos que caen de los árboles. En este lugar, el aire es puro y blanco. Cuando camino respiro profundo, me lleno de todo lo que está a mi alrededor. Las hojas plateadas de los eucaliptos se mueven con el viento y desprenden su perfume.
Camino buscando flores. Quiero armar un ramo para mi escritorio. Me gusta reconocerlas, conocer sus nombres, identificarlas. María Sanchez, escritora y veterinaria española, dice en uno de sus textos “Las palabras dan forma a nuestro planeta. Lo definen, lo amasan, lo moldean. Crecemos rodeados de ellas, las usamos para nombrar, delimitar, poseer. Pero también para conservar, cuidar, querer, recuperar. La lengua es corazón y raíces, sustenta nuestra cultura, nuestros lugares en el mundo.” Me interesa saber nombrar la naturaleza que me rodea. No quiero ser una extranjera, quiero ser parte del lugar, aprender a nombrar y que la palabra sea un vínculo de afecto. Estar unida al lugar por el lenguaje.
Busco en internet flores del litoral para conocer el nombre de las flores que encontré. Así descubro que se llaman: Chilca, Botoncito blanco, Flecha de agua, Rama negra. Todas las flores son blancas y suaves. Recuerdo un poema de Carla Santángelo Lázaro que dice “Aprendo las palabras/que necesito/para nombrar el misterio/y nada me importa tanto/como el nombre /de los árboles.”
Cuando busco información sobre flores nativas aparecen artículos en los que se refieren a ellas como malezas. Busco en el diccionario la definición de maleza y aparece: abundancia de malas hierbas. Siento que la palabra maleza borra sus virtudes, su belleza simple y singular ¿por qué llamar “maleza” a lo que crece libremente? ¿maleza, a lo que avanza sin límites y sin miedo sobre el campo?
Hace unos meses compré una prensa para conservar las flores silvestres. Empecé a hacer un herbario. Tengo tendencia a coleccionar, guardar y conservar piezas frágiles de la naturaleza. Suelo recolectar piñas, ramitas, piedras de colores claros, hojas y flores. Siento que hay algo de amabilidad y de cuidado en el gesto de coleccionar. En Cuaderno de faros, Jazmina Barrera dice: “Coleccionar es una forma de escapismo. Al depositar la atención, el deseo y la voluntad en algo ajeno, en su belleza, su orden, su clasificación y acumulación, se evaden faltas y vacíos. El acto de acarrear puede ser tranquilizante en su repetición, como un mantra. Ante el temor de la deriva, coleccionar”. En su último libro Virginia Cosin reflexiona sobre la escritura y la vincula con el acto de coleccionar: “No sé qué estoy escribiendo cuando escribo. Tomo notas. Apuntes. Llevo un diario. Copio citas de lecturas. También ocurrencias. Destellos. Cosas sueltas. Las guardo en cuadernos, en archivos de texto, las colecciono.” También me reconozco en este gesto de guardar, coleccionar textos, versos, ideas fugaces y citas de lectura.
Paso muchas horas en el taller trabajando en la escritura de mi libro. Mucho tiempo revisando, corrigiendo, buscando la palabra adecuada, moviendo las palabras y los versos de lugar. Prefiero que la palabra que da nombre al poema no esté presente en el texto, sea una palabra nueva. A veces, doy por terminado un poema y todo cambia cuando lo leo en voz alta. Encuentro una rima, una música que hace eco y tengo que empezar otra vez: pensar, corregir, escribir para desarticular ese sonido. May Sarton, plantea la corrección como una actividad profunda cuando dice “La corrección es creación porque a través de la construcción de un poema, nos construimos a nosotros mismos”. Para mí la escritura es un trabajo profundo con el lenguaje, la forma y el sentido.
Por la tarde saco fotografías en el interior de la casa. Estoy sorprendida y fascinada por la cantidad de obras colgadas en la pared: ilustraciones, pinturas, fotografías y piezas textiles enmarcadas. Todo me llama la atención, todo miro de cerca. Me quedo detenida en una ilustración hermosa de María Luque, es un retrato de Cintia y Maxi tomados de la mano. Me emociona ese cuadro, el gesto del amor. Veo en la heladera una fotografía de ellos tomada muchos años atrás, abrazados a un árbol, con los ojos cerrados. Me conmueve la sutileza, el gesto de cuidar y proteger. Después de cenar me animo a preguntarles cuándo se conocieron, hace cuánto tiempo están juntos. Maxi sonríe y responde. Entre los dos me cuentan cómo llegaron a vivir en Rincón, cómo construyeron su casa, cómo surge Curadora y las mascotas que tuvieron y ya no están.
Después de cenar improvisamos un brindis con sidra y hielo, nos miramos a los ojos, chocamos las copas y brindamos por el año que comienza. Sabemos que va a ser difícil. Charlamos sobre el significado y la importancia de brindar, Maxi dice que brindar es un acto de confianza. Pienso en este gesto como un ritual.
TERCER DÍA: domingo 11 de febrero
Cuando estoy en el patio miro el cielo. Los colores cambian durante el día, a veces las nubes son claras y difusas, otras veces, el cielo es azul y las nubes tienen formas definidas. También miro las flores que están en la copa de los árboles. El tulipanero y sus flores rojas encienden el patio. Registro con mi cámara una planta que se destaca del resto, parece que brilla.
Hoy estuve leyendo sobre Salvias. Las hojas tienen una textura suave y aterciopelada. Leí que el aroma de las Salvias estimula la claridad mental y la percepción espiritual, lo que puede ayudar a las personas a conectarse con su intuición y guía interna. Estoy escribiendo un poema sobre esto.
Nos sentamos con Juan a leer en el patio. Estoy leyendo Diario de la dispersión de Rosario Bléfari. Subrayo fragmentos que guían mi escritura. Encierro palabras que son señales.
Detrás de la puerta del taller hay una estampita de una virgen. También hay un altar con otras estampitas, plumas y amuletos. No alcanzo a darme cuenta si la virgen que está en el altar es la misma que está pegada detrás de la puerta. Es una virgen que tiene un manto color verde y un vestido rosa. Alrededor de ella hay ángeles y flores. También hay una estatua pequeña de San Expedito y una estampita de Ceferino de Namuncurá.
Antes de la cena Charlamos con Cintia sobre los altares y las creencias, también hablamos del cuerpo, las medicinas alternativas, los rituales y los gestos que también son un ritual. Me contó que tiene a San Expedito tatuado en su espalda. Me dijo que fue una promesa, el santo la ayudó y se lo tatuó como agradecimiento. Me emocionó su gesto de lealtad y gratitud. No vi el tatuaje pero lo imagino delicado con flores.
Cintia y Maxi tienen otro altar en el living de su casa, al lado de la puerta. Una caja de madera con una puerta de vidrio sobre la pared. Arriba del altar una fotografía de ellos tomados de la mano. Adentro hay amuletos, recuerdos de viajes, estampitas y un torito de Pucará. Cintia me regala dos estampitas que trajo de México. Son estampitas de la Virgen de Guadalupe y la oración de atrás comienza de una forma poética: “Madre de México; celestial y terrestre soberana, alegría hermosa, centella divina, que naciste como una flor entre rocas de un pueblo.”
Como agradecimiento por su generosidad durante la residencia le regalo un paquete pequeño con hojas de Melisa o Toronjil para ponerle al mate o hervir. El papel abrochado al paquete dice “Antiguamente conocida como la planta de la alegría, ya que se creía tenía el poder de alegrar el espíritu y eliminar la tristeza.”
Después de cenar vamos al patio. Juan se mete en la pileta y nos sentamos con Cintia y Maxi alrededor para charlar. Una noche de verano, reunidos bajo las estrellas, iluminados por el cielo y la luz de una vela leo los poemas de mi libro.
CUARTO DÍA: lunes 12 de febrero
Escribo a mano, hago mis anotaciones en cuadernos. Me gusta pensar que los poemas que escribo pueden ser fotografías. Escribo pensando en la imagen. Creo que la brevedad en mi escritura tiene que ver con eso, hay algo de revelación, de instante luminoso que quiero retener como la imagen de una fotografía. Escribir, no solo me permite descifrar el mundo que habito sino también mi mundo interno. Para mí la escritura es un espacio de intimidad. Escribo para ver y para saber quién soy. En el libro Inundación, Eugenia Almeida se refiere a la escritura como un ritual.
La residencia me permitió vivir un tiempo más lento y poder conectarme con la escritura. Vine a Curadora a leer, investigar, revisar textos y así terminar mi libro. Marguerite Duras dice: “En tanto no ve la luz, el libro es algo informe que teme nacer, salir. Como un ser que se lleva en el interior de uno, reclama fatiga, silencio, soledad, lentitud. Pero una vez que sale, todo eso desaparece, en un relámpago”. Me gusta la idea de la publicación como nacimiento y su gestación requiere lentitud y paciencia. Agrego que también se requiere confianza y fe.
Ofrenda
Como semillas
dejo en la tierra
mis intenciones.
Imagino camelias
flores que se abren
en invierno.
Poesía inédita.
Sobre la autora
María Belén Sanchez es escritora y docente. Se recibió de Profesora en Letras por la Universidad Nacional del Litoral.
Estudió fotografía y participó en diversas muestras fotográficas. Desde 2015 coordina talleres de escritura y brinda acompañamientos creativos a artistas y a proyectos independientes.
Publicó dos libros de poesía: Costuras (Modesto Rimba, 2018) y Una temporada adentro (Hexágono, 2022) . Participó en las antologías Otras nosotras mismas. Antología en Homenaje a Olga Orozco (Agua viva, 2020) y Martes verde Edición Federal (Poetas por el aborto legal, 2020). Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas nacionales e internacionales.
En 2021 fue invitada al 29° Festival Internacional de Poesía en Rosario. En 2023 participó de un Programa de Formación Cultural convocada por la Secretaría de Extensión y Cultura de la Universidad Nacional del Litoral para coordinar un taller de escritura en el marco de los Espacios de Experimentación Artística.
Vive en Santa Fe y da clases de Literatura en dos escuelas secundarias públicas de la ciudad.