Red Puentes trabaja con personas sin hogar en Santa Fe bajo una premisa sencilla: la calle no es un lugar para vivir. Luz, Joana y Agustín le cuentan a Octavio Gallo cómo es vivir expuestos a la marginación y la violencia y qué se pueden imaginar para sus vidas desde que encontraron en otras personas una red.
“Naturalizar” algo significa deshistorizarlo, asumirlo como algo natural, como algo dado. También significa hacer la vista gorda, mirar para otro lado; en otras palabras, fingir demencia. Como sociedad, aunque suene paradójico, fingimos demencia para mantener la cordura. Naturalizamos las guerras, la desigualdad, la miseria, y hacemos de cuenta que no están ahí; sólo así podemos enfrentarnos todos los días a un mundo que sabemos cruel y terrible. En uno de sus números, el comediante Louis CK relata una anécdota de cuando recibió en Nueva York a la prima de una amiga que vivía en el campo: “Ella nunca antes estuvo en una ciudad, y está como loca con Nueva York, y pasamos al lado de una persona en situación de calle y ella lo ve. Todos pasamos, pero ella es la única que realmente lo ve, y se arrodilla y le dice ‘oh, por Dios, señor, ¿está bien? ¿Qué pasó? ¿Quiere que llame a alguien?’. Y mi amiga y yo, y esta es la parte más loca, inmediatamente empezamos a corregir su comportamiento, como si estuviera haciendo algo malo. ‘¿Por qué, él está bien?’, nos dice. ‘No, no, te necesita desesperadamente, ese no es el punto. Simplemente no hacemos eso acá. Tonta chica del campo’”.
Una de las cuestiones que más hemos naturalizado es la cantidad de personas viviendo en la calle, que por definición debería ser un lugar de tránsito, y no de permanencia. Fingimos demencia cuando pasamos al lado de una ranchada o cuando entramos al cajero y hay una persona durmiendo. Y, sobre todas las cosas, finge demencia el Estado frente a una población que crece cada vez más y que ve vulnerados prácticamente todos sus derechos de forma sistemática. Aún hoy, el Censo Nacional es de Población, Hogares y Viviendas, y si por primera vez en la historia fueron censadas personas en situación de calle, gracias a la presión de las organizaciones que vienen trabajando la problemática, no es menos cierto que su relevamiento se circunscribió a tan solo 6 horas, que no llegó a todo el país –La Rioja, Río Negro, San Juan, Santa Cruz y Tierra del Fuego quedaron afuera– y que fueron excluidas también todas aquellas personas que se encontraban durmiendo en un refugio, que fueron censadas como habitantes de “viviendas colectivas”.
Para poner sobre la mesa la deuda histórica del Estado para con la población en situación de calle, Nuestramérica, el Movimiento de Trabajadores Excluidos y otras organizaciones territoriales impulsaron el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle (ReNaCalle), que tuvo su puntapié inicial en Pergamino y continúa realizándose en diversos puntos del país. En Santa Fe, el censo se llevó adelante el 24 y 25 de agosto, y todavía se están procesando los datos recabados; las encuestas fueron realizadas, en muchos casos, por personas que se encuentran ellas mismas en situación de calle. El cuestionario abordó, entre otros puntos, el acceso a la salud, la educación y las trayectorias laborales, entendiendo que la situación de calle es una condición integral, que excede el mero hecho de dormir en la vía pública. La intención del relevamiento es que la estadística pueda impulsar la ejecución de políticas públicas que aborden integralmente la realidad del sector.
Mientras estas políticas públicas no suceden –y esto es algo que también hemos naturalizado-, quienes se hacen cargo de una problemática que debería abordar el Estado son las organizaciones sociales. Red Puentes pertenece a Nuestramérica y propone un abordaje comunitario de los consumos problemáticos y la situación de calle a través de un entramado de casas que se extiende a lo largo y a lo ancho del país. Todos los días, un sinnúmero de personas encuentran en Puentes un plato de comida, una ducha caliente, un taller de formación política o de capacitación laboral, el asesoramiento que necesitan para un trámite, un oído al que susurrarle o un hombro en el que llorar. Agustín lo sintetizó de la siguiente manera: “si no fuera por Puentes, no sé si estaría vivo”.
Una casa con vida propia
La Casa de Mujeres y Disidencias de Santa Fe está ubicada frente al Parque Sur. Afuera, los pibes que cuidan autos se acercan a la reja para intercambiar algunos chistes con las coordinadoras del espacio, mientras esperan que sea la hora de retirar el almuerzo. Más tarde, en la plaza se armará una mini-asamblea improvisada a la que se le informará a unas quince personas sobre los requisitos necesarios para cobrar el bono para trabajadores informales que anunció recientemente el gobierno nacional. Mientras tanto, adentro de la casa, unas cinco pibas preparan hamburguesas de lentejas y una ensalada de zanahoria y tomate. En la mesa, desparramados, se pueden ver algunos folletos de educación sexual; un grupo de niñes corretea alrededor, mientras otro par de pibas charla al rayo del sol en el patio y en la cocina Joana prepara lentamente el guiso, en una olla tamaño XXL. “Acá hacemos talleres de pensamiento político, comunicación, danza, costura y serigrafía”, me cuentan las cocineras, que un par de horas después, con la panza llena, se sentarán en ronda para participar de un taller de crianzas.
Con un ojo trato de ir registrando todo esto que veo, mientras con el otro miro a Luz, que se me puso a hablar desde que entré. Se presentó como “Luz o Lucifer: mitad Luz, mitad Fernando”. Una hora después charlaremos largo y tendido en la terraza, pero ella ya empezó a contarme que dejó los consumos problemáticos y modificó su sistema de valores porque no quiere “estar más anestesiada”. “¿Sabías que hay cuarenta centímetros entre la cabeza y el corazón?”, me pregunta.
De repente se arma un alboroto en la casa: llegó el lavarropas nuevo, lo que representa una gran alegría. Las pibas lo entran y dejan la instalación para más adelante, porque la comida está lista. A nosotres nos tocan las hamburguesas con ensalada y un puré; el guiso es para los pibes, que se acercan nuevamente a la puerta para retirar su vianda. Después de comer, subimos con Luz y Joana a la terraza. Joana tiene 35 años y está en situación de calle hace un mes: duerme enfrente, en el Parque Sur, con su novio. Antes vivían en lo de su suegra, pero tuvo una recaída y volvió a consumir.
—Es muy feo andar en la calle, pero siempre tuve el apoyo de las chicas. Hace seis años que vengo a Puentes, fui una de las primeras. Tenía un amigo que venía, me comentó y empecé a ir. Desde ese día siempre ando acá, me gusta.
—Vos estuviste encuestando en el ReNaCalle, ¿no?
—Sí, hicimos zona sur, y a la noche nos mandaron para todos lados. Preguntábamos si hacía mucho que estaban en situación de calle, conversábamos con los pibes, con los trapitos. Caminamos mucho. Acá enfrente hay un pibe de los que entrevistamos, ¿sabés que empezó a buscar la comida acá ahora? –agrega, dirigiéndose a Luz–. El de la avenida. Siempre me dice “ey amiga, ¿te acordás?”.
—¿Y cómo es para vos venir acá y después volver a la calle?
—Y, de lunes a viernes vengo acá, como y duermo, porque en la calle no se duerme bien. Tenés que estar con mil ojos, no sabés si va a venir un loco, o dos, o tres. Y la policía rompe mucho las pelotas. Te levantan, te sacan las cosas, eso es muy feo. A los pibes si no se van los llevan en cana, los verduguean, y tenés que ir y buscarte otro lugar.
Mientras hablamos, Joana se para y se pone a destender la ropa que cuelga de una soga. Tiene una mirada seca y fuerte; es de esas personas que puede decir mucho sin decir prácticamente nada. Me cuenta que fuma crack, y que es muy caro: “Un cosito de mil pesos te dura un suspiro, y el efecto también dura un suspiro, y ahí arranca todo el caos”. Su hijo, de 16 años, también consume.
—Yo dejé de consumir seis meses, pero, ¿qué pasa? Todos los problemas me llevaron de nuevo a lo mismo. Intenté varias veces quitarme la vida, por la vida de mierda que llevo. Pero te digo la verdad, yo quiero estar así. Porque si yo quiero, estoy bien.
Pero no todas son pálidas: también me cuenta, contenta, que ya hace un año que dejó la prostitución. Sobre el final de la charla me dice que estuvo buscando casa, y que próximamente cuando cobre quizás vaya a alquilar una piecita en barrio Scarafía, en el norte de la ciudad. “Le voy a dar para adelante: lo único que quiero es un techo”, promete, esperanzada.
Del caos a la luz
Si Joana es reservada, Luz, por el contrario, es de las personas más locuaces que conocí. Tiene 33 años y participa de Puentes hace dos, desde que se inauguró la Casa de Mujeres y Disidencias, “por una cuestión de que soy media reservada con los hombres, prefiero tener vínculo con las chicas”. La miro riéndome y me devuelve la sonrisa: “Sí, aunque no parezca, aunque usted no lo crea”, agrega. Hace poco salió del centro de rehabilitación en donde estuvo internada en Cañada de Gómez –con el acompañamiento constante de las chicas de Red Puentes–, y considera que la experiencia la hizo “evolucionar como persona”: “Gracias a Dios lentamente uno va despegando y revirtiendo situaciones en su día a día. Es una lucha constante que tengo, conmigo primero y después con la sociedad. ¿Por qué no buscamos la base real de los problemas? Los consumos problemáticos, la falta de oportunidades, la discriminación”.
—La sociedad naturaliza muchas problemáticas. En más de una oportunidad, tanto ella como yo hemos estado sentadas con hambre y la gente pasa y no te da ni la hora. ¿Por qué lo normalizamos? La humanidad está muy desorientada, al punto del egoísmo, de la hipocresía. Son todas palabras, pero la palabra tiene un poder, y nosotros cuando decimos que un pibe no se rescata solo, es porque no se rescata solo: lo tenemos que recuperar hoy, porque mañana puede ser tarde. Yo agradezco estar hoy acá, acompañada por estos vínculos, porque me empodero en el “yo puedo”, en el “yo valgo”, porque sino podría haber terminado tirada en una cuneta, asesinada con un cuchillo, violada con una botella. Yo nunca en mi vida hubiera imaginado que una travesti iba a ser acosada por un nene de 13 o 14 años, y sin embargo es así, está todo muy naturalizado.
—¿De qué manera sienten esa discriminación?
—Los vecinos se quejan de que vienen los pibes a buscar un plato de comida. No quieren a ninguna, nos detestan a todos, y nosotros sólo estamos sumando un granito de arena para la comunidad.
Todo el tiempo, Luz hace referencia al “caos”. Uno nunca se rescata para siempre: los consumos problemáticos, la violencia, la noche, están siempre ahí, amenazantes, esperando el más mínimo paso en falso para borrar en un segundo progresos que quizá demandaron meses.
—Mientras vos estabas durmiendo nosotras estábamos conociendo gente y viviendo a full. Mientras vos y todo el mundo dormía, nosotras íbamos, veníamos, tratábamos esto y lo otro, taxi, remís. ¿Vos sabés lo que es el caos nocturno? Es una sociedad totalmente paralela a la diurna. La nocturna es una selva mucho más complicada. Vos me ves muy agradable, intelectual, tierna, todo lo que vos quieras; pero, sin embargo, tengo un disparo y una puñalada. Toda esa violencia está muy relacionada con los consumos, es todo lo que se ve en la calle, en la noche.
—¿Cómo era para vos estar atravesando un consumo problemático?
—A mí no me importaba nada ni nadie, estaba anestesiada. No te importa nada ni nadie, perdés todo, te quedas sola, sola, con olor a todo, con pelo por todos lados. No tenés amor propio. Vos venías acá y no consumías, pero llegaba el fin de semana y este lugar no estaba, y era viernes, sábado y domingo que yo no tenía donde estar. Es difícil cambiar los hábitos cuando una no tiene una vida cotidiana o un trabajo donde concretar los objetivos.
—¿Te parece que hay un abordaje acorde del Estado para con los consumos problemáticos?
—No, nosotras somos un número para el gobierno. Prefieren que yo esté drogada a que yo esté rehabilitada y exigiendo por las personas que están en esa situación. En el taller de pensamiento político hablamos de percibirnos como individuos con derechos y obligaciones, y una obligación es hacerse oír y plantear las situaciones que corresponden. Hay lugares gigantes que vos decís, ¿este no podría ser un centro de rehabilitación para personas que están en situación de calle? No les interesa.
—¿Y cuán importante es el acompañamiento de Puentes en ese sentido?
—Una se rescata porque quiere, pero tenemos que estar bien acompañadas. Este lugar es un centro asistencial, un punto de anclaje donde uno viene y te asisten para que vayas al médico, para que te preocupes por tener tu documento y tu tarjeta, para que no te crees más caos. Te empiezan a alivianar esa mochila constante que uno carga por el caos de la noche, la prostitución, los maridos, los robos, la violencia. Cuando estás en situación de calle es vivir el día a día y salir a rescatar para el pan; después, si ya rescataste para comer, seguís en la misma, con los malditos consumos. Entonces al otro día te encontrás sin un peso y decís “me gasté cinco mil pesos durante toda la noche”, y ahí viene el caos. Yo intenté suicidarme como tres veces, pero el Señor no me quiso. La puta madre, ¿por qué no me quiere, Señor, o el Demonio? ¿Tengo que seguir haciendo daño acá? ¡Bueno!
Después del caos, viene la luz, que para Luz se sintetiza en el empoderamiento que hoy le permite estar estudiando para ser “acompañante terapéutica y asistente de personas con capacidades diferentes en lenguaje sordomudo y braille”: “Todos esos conocimientos los adquirí porque soy capaz y porque sé que puedo. Anduve mucho tiempo sin cabeza, y hoy me siento una muñeca de trapo que se cosió la cabeza y no la quiere perder más. Hoy busco mi futuro, mi proyecto, encaminarme”.
—Los caos mentales que una persona tiene cuando está en consumo son muy difíciles de revertir. Lo primero para salir son eliminar los vínculos tóxicos y dañinos. Por eso Joana no sabe dónde vivo, no se lo dije a nadie. Porque yo sé que ella me cae a mi casa y golpea y yo le voy a abrir la puerta. Capaz que está consumiendo y yo le voy a abrir, y del caos de ella me puede traer caos a mí y pierdo yo. Y vos decís “pero te venís a vincular en este lugar donde hay chicas que están en consumo”, pero yo digo que ella puede decir “bueno, en algún momento yo voy a estar como Luz”, entonces la voy a estar impulsando a ella a querer. Yo las amo a todas, porque somos todas luchadoras de la vida. Si hubiese un lugar, una casa gigante donde pueda tener a todas las pibas, a todos los pibes, diría ¡vengan!
La casa gigante que sueña Luz puede volverse realidad de la mano de ARCAS, un proyecto de lotes con servicios que Nuestramérica está gestando en el norte de la ciudad: “Es un proyecto a largo plazo, no es que el año que viene vamos a tener la casa. Todo depende también del gobierno que aparezca este año, porque aparece ‘Tu ley’ y ¿sabés adónde nos van a mandar a nosotras? Por travestis, por delincuentes, por putas, ¡porque me dijo el perro! Imaginate cómo está la sociedad que quien controla el país va a ser un perro; no el dueño del perro, ¡el perro!”.
“Si no fuera por Puentes no sé si estaría vivo”
Cuando nos sentamos en el banco de la plaza el sol ya está empezando a caer lentamente. Los tres pibes que cuidan autos ahí en la esquina ya terminaron de comer: uno descansa un rato en el piso, otro lava cuidadosamente su pechera amarillo flúor en un balde y la apoya sobre un auto para que se seque, y Agustín se sienta a mi lado para contarme que la primera noche que durmió en la calle tenía sólo 8 años.
—Me fui de mi casa a los ocho años porque le pegué una puñalada a mi viejo. Le estaba pegando a mi vieja y le pegué y toqué la banda. Bah, me sacaron de vuelo, y ahí arranqué. Andaba en el barrio, conocí a unos pibes que andaban acá en el centro y empecé a curtir la calle. La calle es mi cuna.
—¿Qué te enseñó la calle en estos años?
—En la calle aprendí a sobrevivir, a valorar un poco más las cosas, a luchar un poco más por las cosas. Anoche me cagué a piñas, me mordieron el dedo. Pasaron dos chabones re borrachos diciéndome “¿qué pasa? ¿Qué mirás?”. Es así, me buscan los problemas. Siempre estoy en el momento equivocado, en el lugar equivocado.
—¿Y qué hacés en el día a día?
—A veces laburo cuidando autos, o pido para la cerveza, o robo. A veces uno está drogado. Consumo desde los 13. Fue re loco cómo arranqué. Estábamos con mis primos jugando a la escondida, y me metí a la casa de uno de mis tíos a esconderme. Y mi tío justo estaba tomando una bolsa de merca, “¿querés?”, me dice, y yo le dije que sí. Tomé, tomé, tomé. Y salí, y mi prima me dijo “tochi”, y ni cabida le di, me fui. Y ahí seguí. Y ahí ya me empecé a drogar, empecé a hacer cualquiera, corte no jugaba más a la escondida. Hoy en día me pongo a pensar cómo fue, dejé la infancia, la inocencia, todo, ese día. Los pibes se levantan con la pipa y se acuestan con la pipa, todos los días. Yo estaba así hasta hace dos o tres meses, hasta que conocí a mi piba, que me está ayudando un montón. Pero eso no quiere decir que quizá mañana no vuelva de vuelta por X motivo.
—Me habías contado que estuviste en rehabilitación.
—Sí, estuve internado once meses. Cuando salí me había conseguido un alquiler allá en la Costanera, me había comprado cosas, muebles, todo, y no me sentí muy acompañado de parte de mi familia. Esperaba ese apoyo yo, y faltó esa columna y como no estaba esa columna se derrumbó todo de vuelta.
—¿Cómo conociste Puentes?
—Fue en 2017, cuando estaban trabajando en una copa de leche en Villa Hipódromo. En Puentes encontré un lugar donde se preocupan por mí, donde si me pasa algo están. Es mi familia. Me dieron trabajo, mucho conocimiento en cosas que no sabía, herramientas para la vida. Me dieron palabras, un hombro para llorar, millones de cosas.
Agustín también fue uno de los encuestadores del ReNaCalle. Estuvo relevando en la zona de Boulevard Gálvez, en donde también supo vivir, y en barrio Candioti. Lo que vio le permitió desmentir las cifras del Municipio en relación a la cantidad de personas que habitan en la vía pública: “Según el Municipio había entre 50 y 60 personas en situación de calle en Santa Fe y yo veo que hay una banda, mucho más. Familias enteras, pibitos, pibitas, viejos, viejas, de todo. Entonces la idea era mostrar cómo la están pasando y que se hagan políticas públicas para esa gente. Finalmente en mi recorrido encontramos 25 personas el primer día, 18 el segundo y 17 el tercero”.
—¿Y cómo es vivir en la calle?
—Una mierda. El día de mañana yo quisiera salir de la mierda ésta de andar en la calle, de siempre estar sobreviviendo, fijándote con quién tenés problemas y con quién no, si te vas a pelear o no, si te va a pasar algo, si estás durmiendo y te van a venir a dar una puñalada, si va a venir la gorra y te va a llevar, si te van a cagar a palos. Estoy un poco cansado de todo eso.
—¿La policía los verduguea mucho?
—Sí, nos tiene re trastornados ya. Nos viven flasheando, vienen y te re bolasean, y uno ya no tiene la cabeza de antes, yo ya se la re politiqueo, pero siendo un pibe de la calle no lo podés hacer, te pegan. Yo estoy cayendo en cana dos o tres veces por semana. La última vez estuve un día y medio. Llevaba una bolsa con mercadería y una cuchilla para vender en el Trueque, y el chabón me llevó porque quedó la vena porque le dije la verdad delante de toda la gente, le dije que se abusaban, que eran cinco milicos contra yo solo. El chabón quedó re de la vena, me esposó y allá en la Segunda me reventaron a patadas.
—¿Y a la noche los quieren sacar?
—Sí, a veces de ortiva, si te quieren sacar de algún lugar donde estás durmiendo lo hacen. Nosotros en la Plaza de los Bomberos somos siete, por ahí dormimos en la escuela que está a la vuelta. Por ahí estamos sentados, ellos pasan y nos ven, frenan y nos sacan de vuelo, que nos vayamos, todo mal. Y si no nos vamos nos meten en cana. A las cinco, seis de la mañana, todos los días, por molestarnos nomás. Siempre fue el mismo abuso de poder y la represión de parte de la policía a la gente marginada, a la gente pobre, sabiendo que ellos son del mismo palo.
—¿Se sienten discriminados, más allá de la violencia policial?
—Siempre hay un estigma, una discriminación. Lo sentís en la gente, en la policía, en todo. Mirá, vos ves al muñeco que está lavando la ropa ahí, pasa la gente y te hace unas caras, como despreciándote. Ya ha pasado que les hemos dicho “si te molesta, loco, pasá por otro lado”, porque ya te rompe un poco las bolas. Han llamado a la gorra, también. Ahí te das cuenta la discriminación que hay.
Al igual que Luz, Agustín sueña con un futuro distinto y con poder estudiar trabajo social, “para poder dar la misma mano que me dieron a mí”: “La Jor, la Sofi, siempre estuvieron. Son trabajadoras sociales y me despertaron ese sueño. Quiero hacer eso, con muchos pibes. Trabajar en un lugar con gente con problemas de adicción o en situación de calle”.
—Si no fuera por Puentes no sé si estaría vivo. En 2018 tuve unos problemas, me andaban buscando, llegaron a mi casa cuatro camionetas. Me buscaron por todo el barrio, me querían matar. No sé cómo zafé ese día, caí a Puentes, les dije que necesitaba irme de Santa Fe y me dieron una mano. Me fui a Córdoba, me dieron el pasaje, me llevaron a la terminal, me protegieron, me hicieron el enlace con Puentes de allá. Uno tiene sus problemas en la vida, estaría re finado ya, o en cana.
Para concluir la charla, Agustín hace referencia a su hija, a quien ve dos o tres veces por semana, y con quien espera construir un vínculo despojado de la violencia que él conoció desde tan pequeño en el seno familiar.
—Trato de darle lo mejor. No puedo darle todo lo que quiero, pero no le va a faltar lo que a mí me faltó, que es el estar ahí. A mí me cuenta cosas que a la madre no le cuenta, y eso está bueno. Yo con mi viejo no lo pude hacer nunca. Por ella, todos los días me levanto y sigo.