¿Por qué la ropa es tan cara? ¿Notaste cómo empiezan a proliferar las tiendas de usados en tu barrio? ¿El fenómeno de la moda circular persistirá como respuesta política y ambiental, más allá de la inflación?
Texto: Octavio Gallo
El proceso a través del cual un elemento nuevo se integra al paisaje habitual de un barrio es curioso. Hace cinco años vivo en el centro, lugar que, por motivos obvios, cambia más frecuentemente que otros. Todo el tiempo hay negocios que nacen y negocios que mueren, y cuando uno es un nostálgico empedernido como yo cuesta un poco acostumbrarse: el cierre de la panadería árabe, que abría hasta las once de la noche y vendía las empanadas de peceto más ricas y más baratas del mundo, todavía es un golpe del que no puedo recuperarme.
Hace poco a la vuelta de mi casa abrieron no una, sino dos tiendas de moda circular, casi al mismo tiempo. La primera vez que vi uno de los locales, ni idea que pensé. La segunda vez, pensé “qué raro, hubiera jurado que la tienda estaba más allá”. Después me di cuenta que eran dos, y que no eran simples ventas de garage o ferias americanas ocasionales, sino que estaban abiertas todos los días, y que allí permanecerían.
“Abrimos con una semana de diferencia; la chica del otro negocio debe haber pensado que le copié la idea, pero en realidad lo veníamos pensando hace un año y medio”, me cuenta entre risas Florencia, que junto a Georgina atiende uno de los locales, el que está más hacia el este. La moda circular, dice, es un concepto con un trasfondo más profundo que el de vender ropa usada, y puede abordarse desde dos lugares: lo económico y lo ambiental.
—La idea surgió por los costos elevados que tiene la ropa nueva, que es incomprable. Un jean sale 18 o 20 mil pesos; una campera, 30 o 35 mil. La moda circular aparece por eso, por un lado, y también para ayudar a la ecología, para que la ropa circule y no se estanque.
—¿Hace cuánto idearon el proyecto?
—Hace aproximadamente un año y medio. Veíamos la situación del país, cómo se venía todo, y arrancamos. Empezamos con donaciones familiares y ahora compramos ropa usada por las redes. Es ropa en buenas condiciones, con precios sustentables, y la gente hoy en día opta por buscar precios.
Mientras hablamos, una chica entra a chusmear las prendas que están adentro. Según me cuenta Florencia, la respuesta de la gente ha sido muy positiva, y sus clientes son de todos los géneros y de todas las edades, aunque luego añade que son los hombres los que más compran. Me pongo a mirar las camisas y elijo una blanca y negra con un borde rojo en el cuello. Mientras entro al probador me pregunto de quién habrá sido, en qué ocasiones la habrá usado. Comprar algo usado es comprar algo que lleva impregnada una historia, algo que ya se enfrentó a la vida (y venció).
El otro negocio está más al final de la cuadra, yendo hacia el oeste. Son las dos de la tarde, y el aire pesado de la siesta se asemeja más al verano que al invierno que marca el calendario. Claudia tiene 59 años y se recupera de una gripe: todavía tiene la voz un poco tomada. Me trae una silla y me cuenta cómo empezó todo:
—La idea surgió más que nada por una necesidad de salida laboral. El negocio donde trabajaba había cerrado, me había quedado sin empleo y estaba a la deriva, porque con 55 años tenés todas las puertas cerradas. Un día me puse a limpiar el placard de mi nena, empecé a sacar camperas que ya no usaba, las publiqué en Instagram y empecé a vender. Entonces una amiga de la infancia, que vive en Estados Unidos, me dice “¿por qué no te dedicas a eso?”. A los dos meses vino y me trajo una valija llena de ropa. Ahí arranqué. Estuve un año y medio trabajando por redes, y hace cinco meses me puse acá con un percherito: en dos horas me lo vaciaron.
—Y la respuesta de la gente, ¿sigue siendo positiva?
—Sí, la recepción es increíble, me está yendo muy bien. Los clientes me siguen eligiendo y eso gratifica. Ahora también trabajo a consignación: me dejan prendas y, cuando las vendo, se llevan el 50%.
La compra y venta de artículos usados no es un fenómeno nuevo. Se trata de una práctica extendida en los barrios más empobrecidos, que crisis tras crisis vieron florecer nuevas ferias cada vez más masivas, como la del barrio Mocoví en Recreo o, en Santa Fe, la de Facundo Zuviría o el histórico “trueque” de la Estación Mitre, en el que se puede encontrar de todo, desde comida y ropa hasta antigüedades y artículos electrónicos. Lo novedoso es que ahora, empujadas por la inflación, las clases medias también están empezando a ver con buenos ojos esta práctica, y las ferias proliferan en zonas cada vez más céntricas.
Según el último informe del Indec, las prendas de vestir y calzado aumentaron un 121,4% en el último año -casi 4 puntos más que la inflación general-, siendo el tercer rubro que más incrementos sufrió luego de “restaurantes y hoteles” y “equipamiento y mantenimiento del hogar”. Frente a esto, y a medida que el poder adquisitivo de los salarios decae y las personas aprietan sus gastos, la ropa usada aparece como una forma más económica de renovar el guardarropas.
Además de su conveniencia económica, la moda circular representa una alternativa ecológica, ya que garantiza la reutilización del material, algo que resulta revolucionario para una industria tan vertiginosa como la de la moda, en la que la vida útil de las prendas está determinada por tendencias que cambian muy rápidamente. Como sucede con otros rubros, la ropa es consumida más vorazmente en los países centrales, pero los lugares elegidos para desecharla suelen estar en la periferia. En las cercanías de Iquique, en el desierto de Atacama chileno, se erige el mayor basurero de ropa del mundo, una pantagruélica montaña de más de 100 mil toneladas de prendas de vestir que ocupa unas 300 hectáreas; muchas de ellas están en perfecto estado.
Pero no sólo el desecho representa un problema a nivel ambiental, sino también la producción. Según las Naciones Unidas, la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo: produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos y consume cantidades siderales de agua. Unos simples jeans requieren para su confección unos 7500 litros de agua, lo que toma una persona en siete años.
“La gente se está volcando a este sistema un poco por abaratar costos y otro poco para colaborar con el planeta”, reflexiona Claudia. “Hay toneladas y toneladas de ropa tirada que se podría reutilizar, y que además está en excelente estado: es una locura”. Una clienta que repasa los percheros se suma a la charla y coincide: “no es sólo la cuestión económica, sino también la ambiental, porque la ropa contamina mucho, le lleva años y años degradarse”.
Frente a las culturas del consumo y del descarte -que son dos caras de la misma moneda-, la moda circular propone una forma más amigable de vestirnos y de relacionarnos con el entorno; y también, por qué no, representa una reivindicación para quienes odiamos ir a comprar ropa y tenemos un perchero compuesto en un 75% de prendas regaladas o heredadas. ¡Mirá de quién te burlaste!