La poeta santafesina falleció el 11 de agosto, un día antes de cumplir 76 años.
“Visto desde afuera/ la impresión general es de una gran belleza./ ¿Pero quién puede alejarse para mirar/ cuando está enamorado?”. Como en La enamorada del muro, la poesía de Estela Figueroa habla con una voz de dulzura y distancia. En sus poemas hay sensualidad, sordidez y dureza. Hay versos que recubren, como un manto que abriga pero no oculta ni distorsiona, los patios florecidos y las calles en silencio a la siesta, esperando.
“Las nuestras, mi amigo,/ son obras pequeñas./ Escritas en la intimidad/ y como con vergüenza./ Nada de tonos altos./ Nos parecemos a la ciudad/ donde vivimos”. Los versos son del poema A Manuel Inchauspe, en el hospicio. Quienes la conocieron y compartieron tardes, noches con ella dicen que no dudaba en dispararte una crítica.
En 1985, Aldo Oliva incluyó su poesía dentro de una serie de autores de la llamada Nueva poesía argentina. Más allá del rótulo, que respondía a la propuesta del Primer encuentro Nacional de Literatura y crítica organizado por la Universidad Nacional del Litoral, hay que destacar que en aquel momento Figueroa sólo había publicado Máscaras sueltas (UNL, 1985) y que, alejada de los ámbitos más consagratorios, al igual que Oliva, su nombre ya empezaba a marcar un lugar.
Juan Manuel Inchauspe y Marilyn Contardi fueron los otros santafesinos incluidos en la serie, compañeros de Figueroa en una misma generación de gente de las letras que también frecuentó a autores como Kiwi y José Luis Pagés. Conoció a Juan L. Ortiz, con quien compartió algunas tardes de mate con anfetaminas, decía. Fue pareja de Edgardo Russo, poeta y editor de El Cuenco de Plata, con quien tuvo dos hijas, Virginia y Florencia.
Figueroa vivió la dictadura, que allanó su casa más de una vez. Se inundó en 2003 en su casa, donde todavia residía, rodeada de plantas. Ambos hechos están presentes en sus poemas, como testigos de la represión y la desidia en el interior del país.
“…lo curioso es que, buceando en cajas y cajas, yo no sabía que había sido tan feminista”, dijo hace unos años Figueroa, entrevistada por Eterna Cadencia. Fue también una de las poetas argentinas que, en palabras de Martín Prieto, lograron a partir de la década del 80 que “los libros de poesía con firma de mujer dejen de ser una rareza”, junto a autoras como Irene Gruss, Diana Bellessi, Mirta Rosenberg y Tamara Kamenszain.
Las generaciones de poetas y artistas más jóvenes la leyeron en blogs, fanzines o libros prestados, y la conocieron como una poeta secreta, guarecida en su casa de barrio Centenario, cerca de la cancha de Colón. En los últimos años era díficil invitarla a leer en público, pero sus poemas fueron leídos en voz alta por distintas voces en múltiples trasnoches y eventos literarios.
A partir de 2016, su obra logró tener una nueva y más amplia difusión y circulación con la publicación de El hada que no invitaron (Bajo la luna), su obra reunida, que incluye Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007) junto al hasta entonces inédito Profesión: sus labores. A su vez, Figueroa escribió y editó El libro rojo de Tito (1988) a partir de entrevistas con Tito Mufarrege. Fue la guardiana histórica de sus papeles. Publicó también Un libro sobre Bioy Casares (2006).
El hada que no invitaron es una referencia -aunque puede ser otras tantas hadas- al hada que no recibe invitación para el bautismo de la bebé que luego sería maldecida, por el hada, como la bella durmiente. El conjuro de Figueroa fueron las palabras, el silencio y la cadencia de su poesía. Con ellas construyó su vida y una obra poética con la que enfrentó, pensó y compartió el mundo que habitó.
Realizó trabajos para cine y teatro. Coordinó talleres literarios en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, donde editó la revista Sin alas. Dirigió la revista La Ventana de la Dirección de Cultura de la UNL desde su aparición, en 2001. En ese mismo ámbito coordinó durante años el Taller Literario, que produjo la edición de tres libros y fichas de poesía, versiones teatrales de aguafuertes de Roberto Arlt y la escritura y puesta en el aire de dos radionovelas.
La Universidad Nacional del Litoral prepara la publicación de Poemas Níspero, un libro de poemas de Figueroa para niñas y niños, con ilustraciones de Virginia Abrigo. La última foto posteada, probablemente por sus hijas, en la página de Facebook de la poeta fue tomada después de un taller a partir de aquel proyecto. Se la ve a Estela Figueroa, de pie, en su barrio, la mirada seria hacia la cámara, rodeada de niñas y niños sonrientes, después de encontrarse con sus poemas.
Esta nota se publicó originalmente en Periódico Pausa.