Diego Planisich escribe y rema. Cuando escribe, empieza a decirse las palabras a sí mismo. A veces, cuando hace eso, justo está remando. Escribir es un proceso que, para él, se hace primero con palabras que demoran varios días, semanas, en llegar al papel y tomar la forma que se viene escribiendo en el pensamiento. Escribiendo está crónica, empezó por remar, y siguió por preguntarse por el mundo en el que traza una línea con el kayak: el Jaaukanigás.
Texto: Diego Planisich | Fotos: Mabel Fernández y Hernán Agustini
Intentamos salir con la primera claridad con la que el sol se anuncia, pero hay niebla. Tanta densidad nos dejará partir cerca de las nueve, cuando ya entre nosotros nos veamos a cierta distancia. De entre los árboles, la neblina todavía parece salir como de una garganta. Los kayaks están cargados a tope, se planchan sobre el río. Y aunque está calmo, la posibilidad de que alguna canoa pescadora nos sorprenda, una lancha, siempre está.
Vamos remontando el río San Jerónimo, lo que se dice hacia arriba, contracorriente. De a poco el dorado del día se intensifica. La visibilidad es cada vez más clara y vamos olvidando esa ceguera con la que amanecimos. El humedal ahora se muestra de lleno, de a ratos me quito los lentes oscuros para ver los colores verdaderos. Quiero seguir así, pero nos esperan varias horas, hay que cuidarse: los ojos pueden irritarse, arder, como si esos rayos que caen incendiaran literalmente. Hay mucho para ver y nadie quiere perderse nada. Vamos despacio, a un ritmo medio que favorece a la mayoría. Una vez que los brazos se acostumbran, ese pequeño dolor que asoma al principio se va, te abandona. El viaje se vuelve placentero. Remar en contra exige constancia, sobretodo si la distancia a recorrer es importante. La fuerza que trae la corriente puede ser como un verso que no se espera: sorprende; tiene el atrevimiento de, en el mejor de los casos, no dejarte avanzar.
Estamos navegando por uno de los principales cauces del Sitio Ramsar Jaaukanigás. Esta denominación significa que estamos en un humedal que fue designado como de importancia internacional bajo el Convenio de Ramsar; tratado establecido en 1971 por la UNESCO en una convención de humedales realizada ese año, conocida también como Convención de Ramsar y realizada en esa ciudad de Irán, a orillas del mar Caspio. Esta identifica humedales de gran importancia, especialmente los que proporcionan hábitats para aves acuáticas, y otorga las bases para la acción nacional y la cooperación internacional en relación a la conservación de estos y el uso racional y sostenible de los recursos. Este limita al norte con el paralelo 28º (límite entre las provincias de Chaco y Santa Fe), al sur con el arroyo Malabrigo, al oeste con la Ruta Nacional 11 y la Ruta Provincial 1 y al este con el canal de navegación del río Paraná.
Puerto Reconquista ya ha quedado atrás, no se ven siquiera las antenas ni se escuchan los motores de las areneras, que bombean quién sabe cuántos metros cúbicos de arena por día. Sobre este brazo del Paraná el calado no favorece, de un tiempo a esta parte, a la histórica balsa que nos une a Goya, Corrientes. Tan solo pequeñas embarcaciones de pescadores que osan no quedar encalladas en algún banco. La bajante aún perdura, el gran río aún no se ha recuperado del todo.
Hace poco, el Profesor Carlos Echegoy, director del Museo Municipal de Arqueología y Paleontología de la ciudad de Reconquista, me contó cómo fue gestándose el Sitio Ramsar en nuestro norte provincial. El por qué del nombre y sobre sus características. Quiénes se involucraron junto a él y su equipo, como representantes del museo, en las investigaciones y la promoción para lograr el objetivo. En principio, me cuenta sobre la propuesta en la que venían trabajando en Puerto Reconquista: “Un año antes (2000) había iniciado el proceso para una posible propuesta de conformar un museo en Puerto Reconquista. Debido a que veníamos trabajando en investigación arqueológica, tanto en la llanura central santafesina, es decir, desde Reconquista hacia el oeste, como en la llanura aluvial del Paraná, donde está el Puerto. Habíamos hecho trabajos históricos y arqueológicos y nos pareció que ese ecosistema, el de la llanura aluvial del Paraná, era muy rica en yacimientos arqueológicos y paleontológicos, y que merecía una atención especial, la posibilidad de generar una propuesta”.
Ya estamos cerca del Boquerón, a un par de kilómetros, una zona de casillas y casas de pescadores bien, un barrio de fin de semana; una extensa hilera de Ingás que, en primavera, suelen amarillear sobre la costa izquierda, comienza a aparecer. Entre estos árboles nos cruzamos también con la vieja casa abandonada del guardaparque, que alguna vez tuvo la reserva provincial Virá Pitá. Reserva que actualmente es parte del humedal protegido y que no pareciera tener demasiada contención, incluso como el mismo humedal, ya que son frecuentes las quemas en las islas, así como la intervención del hombre de muchas otras formas no sostenibles para el ecosistema. Vemos, efectivamente, zonas quemadas, arrasadas, columnas de humo que se acuestan sobre el río y que debemos romper como a una pared. La cría de ganado en las islas también es frecuente, como encontrar basura que, aparentemente, no tuvo lugar en la embarcación.
Carlos me cuenta sobre su trabajo, de cómo la perspectiva que habían tomado desde un principio los encontró con la posibilidad de generar el Sitio Ramsar en ese lugar. Ahí fue que desde el museo se pusieron en contacto con investigadores de Santa Fe: Alejandro Giraudo, especialista en fauna y José Pensiero, especialista en flora. “Se van vinculando y cuando comienza a tomar cuerpo la posibilidad de generar este Sitio en la provincia de Santa Fe, hubo que ponerse a buscar un espacio que reuniera las mejores condiciones de conservación, entre otras características. Se fue haciendo un trabajo muy interesante en el que se van juntando distintas instituciones”, dice uno de los principales actores de este proyecto. Las instituciones que finalmente se juntan para la ocasión son el Instituto Nacional de Limnología, la Secretaría de Medio Ambiente de Santa Fe (SEMADS), el Instituto de Cultura Popular (INCUPO), el INTA de Reconquista, las Facultades de Ciencias Agrarias y de Humanidades y Ciencias (UNL), el Museo Municipal de Arqueología y Paleontología de Reconquista y la Sec. de Medio Ambiente de la Nación.
Siempre que pasamos frente a este barrio de casas isleñas sabemos que estamos a medio camino de llegar al río Paraná. Desde hace algunas horas, incluso antes del mediodía, desde el corazón de las islas, el grito de los Carayá, de los monos aulladores, nos arrasa, nos envuelve como una tormenta de arena. A veces es ensordecedor, pareciera que todo ese sonido va a caerte encima y va a aplastarte. Seguimos. Hacemos algunas paradas. Nos hidratamos y estiramos las piernas. Almorzamos en una ranchada improvisada, bajo alguna sombra que se tumba sobre la barranca.
Después de un tiempo de reuniones, se llegó a la conclusión que, en cuanto a las condiciones de los humedales, la zona más rica, mejor preservada hasta el momento era el norte de Santa Fe. Y agrega: “A partir de ahí se empieza a discutir qué nombre darle a este nuevo sitio Ramsar. Se fueron proponiendo diferentes nombres, como Piracuá, que significa ‘cueva del pescado’ y es de origen guaraní”. Pero ahí es donde pesa la información que se tenía desde el Museo Municipal de Arqueología y Paleontología, a través de las investigaciones arqueológicas e históricas en el norte de Santa Fe y en la llanura aluvial del Paraná, que desde hace mucho tiempo venían haciendo Carlos Echegoy junto al reconocido profesor Dante Ruggeroni, de quien hoy, en homenaje, el museo lleva su nombre. “Nosotros teníamos el registro muy claro de que los Guaraníes estaban en un proceso expansivo de norte hacia el sur, pero que no generaban asentamiento. Es decir, la tierra de dominio en el norte de Santa Fe, en la llanura aluvial, no eran guaraníes, era de los Jaaukanigás y grupo de pescadores cazadores afines a las etnias vinculadas al grupo Guaycurúes de los Abipones”, comenta el Profesor. Carlos insiste, da bases a sus argumentos y explicaciones; me aclara que hay un registro que todavía se está investigando, pero que asocian que hay posibilidades de que los primeros pobladores del norte de Santa Fe están vinculados al grupo o parcialidad Jaaukanigás de la gran nación de los Abipones.
Mientras comemos nos refrescamos. Más allá de que a la mañana temprano la temperatura era baja, a la siesta el sol se suelta con toda su bravura. Comemos, charlamos, oímos. Se perciben todo tipo de pájaros, se ven algunos monos sobre los árboles que están justo a la barranca. Miran. Se persiguen entre ellos. Juegan. Quién sabe. Leí en algún lado que en todo el humedal hay más de 350 especies de aves. Y así, tantas cantidades de otras especies más que ni imaginamos, casi no vemos. Incluso los bosques de toda esta zona aluvial son los de mayor diversidad y complejidad de Santa Fe.
Estos, los Abipones, tenían tres parcialidades étnicas, me dice Carlos: los Riikahé, que eran la gente del campo, que hoy podríamos ubicar en los bajos submeridionales; los Nakaigetergehé, la gente de monte, que podríamos ubicar en la cuña boscosa santafesina; y por último los Jaaukanigás, que eran la gente del agua, sobre todo pescadores. “Hay todo un proceso que se da en el Norte de Santa Fe. Por todo esto, pudimos fundamentar que si el sitio Ramsar debía llevar un nombre tenía que ser Jaaukanigás”, concluye.
Estamos nuevamente sobre el cauce. De tanto en tanto debemos esquivar bancos de arena. Más nos acercamos al Paraná más playo se vuelve, hay que ir ladeando las honduras que esconde el San Jerónimo. Es media tarde y el cansancio se hace notar. Queremos llegar aunque nadie lo diga. Nuevamente, se pueden ver albardones quemados, árboles negros rendidos al pie de la orilla. Cada tanto es así, no queremos acostumbrarnos a ese paisaje. Soltamos puteadas al aire como si eso solucionara algo. Continuamos, remamos, callados, un poco más lentos y convencidos de cuánto queremos a este lugar.
Recuerdo que Echegoy reflexiona: “No es el nombre, no es el nombre solamente lo que es decisivo. Lo importante es que Jaaukanigás, ‘La gente del agua’, hace eje en un vínculo del hombre con el río: Jaaukanigás. A diferencia del otro nombre propuesto que era ‘La cueva del pescado’, que en ese caso referencia sólo a un recurso. De esta forma, genera una expectativa social, una relación virtuosa entre el hombre y el medio. Cuando uno lee de qué se trataba esta etnia, y esta nación originaria, se da cuenta que tenía unos vínculos con el ecosistema que eran realmente virtuosos. Por ejemplo, el de no pescar más allá de lo imprescindible para alimentarse”. Por esto es que el compromiso tiene que ser total, global, enfatiza Echegoy: “No lo podemos encarar solo de un sector. Bien, a qué voy con esto: el nombre está bien puesto, pero hay que empoderarse, hay que ser Jaaukanigás, desde una perspectiva que privilegie los intereses”.
Llegar siempre es un alivio, sobre todo si a quien tenés enfrente es el gran río, el Paraná. Tuvimos que arrastrar los botes, era una playa larga hasta donde queríamos ranchar para pasar la noche. Es importante el reparo. El sol aún no cae, todavía cuelga con suficiente luz como para lastimar. Nos organizamos. Juntamos nuestros bártulos en un mismo lugar, después armamos las carpas, acomodamos sus puertas hacia el río, hacia donde las primeras luces dirán sus buenos días.
Mañana nos levantamos y volvemos. Reconocemos el lugar. Buscamos leña, trozos de ramas y árboles caídos, quemados. Juntamos una buena cantidad, la noche va ser larga e inolvidable.
Fuentes consultadas:
http://jaaukanigasturismo.com.ar/
https://www.santafe.gov.ar/index.php/web/content/download/28301/146890/
https://www.santafe.gob.ar/index.php/web/content/view/full/119467/(subtema)/112853
https://www.argentina.gob.ar/ambiente/agua/humedales/sitiosramsar/jaaukanigas