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Reseñas

El Método Atlanta

Tras terminar la última temporada de la serie escrita y protagonizada por Childish Gambino (las dos primeras temporadas en Netflix y la tercera en Hulu), Agustín Ducanto (Córdoba, 1990) se puso a escribir sobre el Método Atlanta: una zanahoria que perseguir, un objetivo de escritura.

Cuando pienso en por qué hago lo que hago cuando escribo, me cuesta tener ideas claras, encontrar razones precisas. Hoy, después de haber terminado su tercera temporada, diría que lo que hago es intentar algo como Atlanta.

Y si pienso en qué la hace una especie de objetivo que perseguir, me enredo y me cuesta, no sé bien qué es lo que me resuena con ese timbre imposible de ignorar de las cosas que nos gustan profundamente. Sin embargo, voy a intentarlo. Aunque, antes de avanzar, confieso: todo lo que sigue a continuación son palabras de un fanático. Esto no es tanto una excusa como una declaración de principios, un desde acá pienso y digo, con toda la objetividad que permite una posición asumida de manera explícita.

Para empezar, lo primero es reconocer a sus creadores. Atlanta nace del imaginario de Donald Glover (AKA Childish Gambino), aunque hay que decir que no está solo, lo acompaña Hiro Murai (director de la mayoría de sus videoclips) y Stephen Glover, su hermano. Donald (Earn) protagoniza la serie junto a Brian Tyree Henry (Alfred/Paper Boi), LaKeith Stanfield (Darius) y Zazie Beetz (Vanessa), a los que sospecho involucrados en todas las ideas que sostienen la serie. Lo segundo, para dejar de dar vueltas, es decir que, de entre los múltiples temas que pueden identificarse en la obra (sí, Atlanta, una serie, una obra), me interesa hablar de tres: el dinero, la fama y el racismo. Lo tercero va a ser decir algunas cosas al respecto de cada uno, en una falsa separación que no va a sostenerse porque la serie lo mezcla todo y esa es parte de su gracia.

Antes de los temas, lo mínimo indispensable sobre la trama. En los papeles, la trama gira en torno a la carrera de Paper Boi, un rapero en ascenso que recibe (sin buscar) la ayuda de su primo Earn, que se ofrece como representante a la caza de dinero para ambos. A ese dúo, hay que sumarle a Darius, amigo y partner in crime de Paper Boi, y Vanessa, interés amoroso caduco de Earn, con quien tiene una hija, Lottie. Eso en los papeles, porque la serie usa su planteo inicial como rampa de acceso a un espacio infinito, donde, con la excusa de seguir a sus protagonistas y sus problemas, cabe todo.

El dinero

Al principio de la serie, Paper Boi vende porro en su departamento en un monoblock en los suburbios de Atlanta. En la tercera temporada, se hospeda en hoteles lujosos de Ámsterdam y Londres durante una gira por Europa. En el medio, Earn deja de ser el perro faldero que sigue a su primo olfateando la posibilidad de conseguir algunos dólares para sí mismo y para hacerse cargo de su parte en la manutención de Lottie. Por su parte, Vanessa lucha por conservar su trabajo de maestra escolar y ser una buena madre para su hija, aunque en la tercera temporada la vemos boyando por Europa cruzándose a veces con el resto. El único al que no le importa el dinero es Darius, un personaje zen que nunca terminaremos de entender el todo.

Hay un capítulo (T02E10) que se corre de la trama de los personajes principales (algo que será leiv motiv de la tercera temporada) para dar lugar a una trama escolar en torno a dos compañeros de curso que llegan un día con la misma remera. Nada raro, en principio, hasta que el resto de sus compañeros descubre pequeñas diferencias en cada una y dictamina: una es falsa, trucha, una copia barata de la otra. Al comienzo del capítulo, vimos al protagonista de esta historia comprar su remera en una tienda, sacarla de un perchero donde había otras cientos iguales. Como espectadores sabemos, pero no queremos decir nada. Finalmente, el capítulo se resuelve con la aparición del primo mayor de este personaje en aprietos, que analiza las remeras, revisa las etiquetas y sentencia con voz de autoridad. Se trata de Earn y su remera trucha y de Alfred, su primo antes de ser Paper Boi, que sale a su rescate, cuando todavía son unos niños.

En este capítulo el dinero, explícitamente, solo está al comienzo, cuando la mamá de Earn duda de si comprarle la remera a su hijo, pero a partir de ahí lo atraviesa entero. El dinero en relación a la capacidad de comprar objetos que digan quién uno es y cuánto se distingue de los otros que no pueden comprar lo mismo, el dinero que diferencia lo real de lo que es trucho, el dinero y lo que significa para una minoría racial en Estados Unidos.

La fama

La serie empieza con Paper Boi logrando que su primer sencillo suene en la radio, lo que lo vuelve alguien conocido, a quien algunos respetan y otros, por el mismo motivo, no. A partir de entonces, el tironeo entre el ser conocido y el anonimato marcan la vida del personaje. Hay un capítulo (T01E04) en donde a la salida de un lugar, un vlogger se le acerca para buscar una participación en su canal, algo que Alfred rechaza sin dar mucho lugar a nada. El problema es que ese otro personaje empieza a publicar contenido hablando mal de Paper Boi, tratándolo de falso y de olvidar quién es.

En otro capítulo (T02E09), Earn consigue un show en una universidad y allá van con Paper Boi y Darius, a los que suma Tracy, un amigo de Alfred que acaba de salir de la cárcel y está con libertad condicional. En el camino, Earn revela que no dormirán en un hotel sino en los dormitorios de las residencias estudiantiles, más precisamente, con una fan de Paper Boi y sus amigas. La noticia no es bien recibida pero enseguida se distienden, están de fiesta, tomando algo, hasta que Alfred habla con una chica, su anfitriona lo ve y le vacía una cerveza en la cabeza. El desenlace es adrenalina pura: Tracy empuja a la agresora de su amigo y la tira por las escaleras, Earn la salva de que se golpee pero no puede evitar que ella diga que intentó tocarla. Todos los hombres de la fiesta se enteran y quieren linchar al grupo de amigos, que termina escapando por el campus hasta que llegan a una fraternidad de hombres blancos que no tienen ninguna idea de quién es Paper Boi. Hay una escena maravillosa en donde están Earn, Darius y Paper Boi (Tracy, necesariamente, se perdió en el camino) sentados bajo la bandera de los estados confederados, al final de un pasillo de jóvenes desnudos con la cabeza encapuchada como parte de un rito de ingreso a la fraternidad.

La fama en Atlanta es la fama de Paper Boi y, aunque el resto de los personajes reciben parte de sus beneficios, el único que carga con el peso es él. La fama no tanto como un cambio en la persona (porque Paper Boi sigue siendo Alfred), sino como un cambio en lo que el resto espera que haga o sea. Como puede verse en un capítulo (T02E08) en donde unos tipos lo reconocen e intentan robarle porque es famoso, o ese otro (T03E06) en donde una gran marca de diseño lo busca para que integre una especie de consejo de notables a los que pedirle perdón por unos comentarios racistas de su dueño.

El racismo

Creo que, en este punto, debería corregir algo que dije al comienzo, porque decir que Atlanta habla del tema racismo sería como decir que los peces hablan sobre lo salado del mar. El racismo en la serie está en todos sus niveles, es la materia en la que intentan flotar los personajes viviendo en uno de los países más racistas del mundo (esto, dicho así, es una opinión, pero es muy fácil encontrar los hechos para respaldarla).

Sin embargo, en la tercera temporada, mientras el cuarteto de protagonistas experimenta las mieles de la distinción racial en Europa, se intercalan varios capítulos que nada tienen que ver con Paper Boi y los suyos y tratan abiertamente el tema del racismo. De hecho, la temporada misma empieza con uno de estos, donde un niño más o menos revoltoso en la escuela es alejado de su casa y de su madre para ser llevado por una trabajadora social a una casa de adopción donde una pareja de mujeres tiene otros tres niños como el protagonista, viviendo, trabajando y haciendo silencio.

También está el capítulo en donde un fallo judicial histórico hace que un magnate blanco tenga que pagar una enorme indemnización en función de que sus antepasados construyeron su fortuna gracias a la esclavitud, desatando una ola de justicia que se vuelve un problema por su carácter económico. O el capítulo en donde la niñera de una familia blanca muere y ellos tienen que ir al funeral, donde el único que parece sentirse cómodo es el niño que acaba de perder a la persona que lo criaba. O ese en donde un millonario se acerca a una escuela con una gran cantidad de dinero para donar y ofrecer becas estudiantiles, aunque solo para aquellos que cumplan un pequeño requisito racial.

Por supuesto, también hay momentos en donde el racismo es puesto bajo la lupa en la misma trama de los personajes protagonistas, como sucede en un capítulo extraordinario (T01E07) en donde Paper Boi es invitado a un programa de entrevistas luego de twittear que no tendría sexo con Caitlyn Jenner y ser acusado de transfobia. El capítulo simula la transmisión real del programa, con cortes comerciales en medio de la discusión entre Alfred y una teórica y activista cuir en torno a las discriminaciones de género que implica la cultura hip hop. Aunque hay ciertas disputas al comienzo del programa, conforme cada uno presenta argumentos sus posturas se acercan en función de un enemigo común hegemónico que usa diferentes máscaras de acuerdo al tipo de discriminación que ejerce sobre los otros.

El capítulo termina con una entrevista a un personaje cuya historia se presentó antes en el programa, Antonie Smalls, que dice llamarse Harrison Both y autopercibirse como un hombre blanco, aunque es interrumpida por un ataque de risa de Paper Boi. Both dice entenderlo porque no lo considera capaz de pensar de una manera diferente y defiende la posibilidad del hip hop de expresar lo que expresa, a pesar de su intolerancia. Frente a esto, la otra invitada interviene para preguntar si no le parece que esa intolerancia no es la misma que sufren las personas de género disidente u homosexuales, ante lo que Both responde que no: porque un hombre queriendo ser una mujer es antinatural y dos personas del mismo sexo teniendo una relación es asqueroso y algo que “nuestros niños” no deberían ver.

Pero lo que pasa con Atlanta, lo mismo que pasa con cualquier buena historia, no es tanto lo que pasa sino cómo es presentado eso que pasa. El famoso debate entre el qué y el cómo de las cosas, como si el primero no existiera solo a través del segundo. En este punto, mi fanatismo encuentra una razón más clara en lo que entiendo como el Método Atlanta.

Método Atlanta

El asunto está en que de todo lo que se habla en la serie, sus creadores y protagonistas parecen saber demasiado. Y conocer algo a fondo les permite encontrar la mejor forma de presentarlo, lo que hace que, ante problemas de sobra conocidos en las ficciones contemporáneas, Atlanta encuentre alternativas y caminos, no ya originales o nunca vistos (aunque sí), sino propios.

Está ese capítulo (T02E03) en el que se habla de forma tan explícita del dinero que gran parte de la trama gira, literalmente, en torno a un billete de 100 dólares. Aunque también habla del racismo, porque el problema está en que nadie le acepta ese billete a Earn que intenta usarlo en el cine y en un club nocturno, donde primero lo rechazan y luego le dicen que es falso, a pesar de que un hombre blanco usa uno del mismo monto al frente suyo. El giro de ese capítulo es que la cita que Earn estaba intentando tener con Vanessa los hace terminar en el único lugar donde sí aceptan su plata: un club de strippers al que invitan a Paper Boi y Darius. Aunque ahí Earn tendrá que gastar esos 100 y otros varios cientos más en cada cosa que quiera, aunque sea un tequila que viene con la mesa o un baile de menos de tres segundos para Van.

El Método Atlanta es un método de fisura, de agrietamiento de lo decible y, por ende, de lo pensable. Un método puesto a funcionar como algo que hace metástasis y lo invade todo para dejar de contar las mismas historias que se vienen contando. Porque los creadores de la serie saben que sería muy fácil replicar los discursos que ya todos conocemos y sobre los cuales acordamos. En términos del racismo del que hablo, por ejemplo, el mayor objetivo de los misiles que lanza la serie es el progresismo. Porque entienden que, muchas veces, en lugar de garantizar un espacio para la apertura, limita las posibilidades de un pensamiento más libre e inhabilita las posturas que no entran dentro de una categoría tan cargada de juicio como lo políticamente correcto.

A propósito, me gustaría hablar de una escena que lo tiene a Darius como protagonista, el personaje más extraño y, de alguna manera, el botón que sirve de muestra para el Método Atlanta. Se trata de un capítulo (T03E03) en el que los personajes son invitados a una fiesta en Inglaterra y en donde Darius, buscando algo para tomar, le habla a una mujer que está de espaldas. Al darse vuelta, esta le dice que está comprometida, pensando que él está intentando conquistarla. El malentendido dura apenas un momento, justificado por el hecho de que a ella la encaran mucho los hombres como Darius. Los dos personajes se ríen, comparten algunos chistes y ella se va, dando entrada a un personaje que no habíamos visto hasta entonces pero que estaba escuchando la conversación. Este personaje es un hombre blanco que le dice a Darius que escuchó lo que dijo la mujer y que estuvo muy mal, a pesar de que el supuestamente ofendido no acusa ninguna ofensa. Lo que sigue, en medio de la ramificación de tramas que involucra a los cuatro protagonistas, es que ese personaje corre la voz acerca del racismo descomunal de la mujer y pronto hay un círculo de personas empatizando con el pobre Darius, incluso el novio de la mujer, que encuentra en el hecho una razón más que suficiente para dejarla.

Sobre el final, tengo que corregirme, porque el Método Atlanta no habla de dinero, de fama o de racismo, sino que los perfora, los atraviesa. Los creadores de la serie saben que sería muy fácil apuntar a situaciones con una valoración moral explícita, donde la postura del espectador sería sencilla y cómoda, donde este pudiera levantar su dedo acusador y decir eso está mal, eso otro también y qué bien que yo no lo hago. Pero también saben que la condena fácil es como intentar convencer de la existencia de Dios a los feligreses de una iglesia. Que la condena fácil, como la denuncia explícita o la propaganda, hacen del arte un lugar de ideas infértiles, alimento para las consciencias que buscan solo sentirse tranquilas con aquello que ya pensaban.