Francisco Scutellá es artesano, investigador, escritor, poeta, divulgador de costumbres y tradiciones argentinas y referente del mate a nivel mundial. Nacido en la localidad cordobesa de Coronel Moldes, donde se crió en el mundo del campo, hace décadas se radicó en Paraná. A la infusión más querida por les argentines le dedicó el único museo monotemático y el monumento más alto de los 25 que hay en el país. A sus 86 años sigue trabajando y se lo puede encontrar todos los días con las herramientas en mano y la chispa en la cabeza.
Un perfil de Ana Cornejo | Fotos de Sergio Otero
Venezuela 144, la callecita peatonal por donde se emplaza el Shopping La Paz. Entre vidrieras de negocios se cuelan las banderas de Argentina y Entre Ríos, aunque más bien parecen dos harapos abandonados. Una chapa verde oscuro con bordes dorados indica “La Matera / Scutellá – Argentina / Artesanías de colección”.
Hay más calabazas que las que se pueda imaginar, algunas colgando y otras sobre estantes, o en el suelo, de tamaños, formas y colores para hacer dulce. En las vitrinas se ven mates extraños, algunos metálicos, con asas, talladuras y de rostros monstruosos. También uno con forma de pelota de fútbol. Entre ellos, otros objetos impensados, desde una plancha antigua a la coraza de un tatú carreta. Frente a la vidriera, donde se asoma el libro “Historias de mis trece muertes: he fracasado en morir”, hay una mesa de artesano llena de herramientas y una lámpara que deja encontrar más detalles. Los ojos se te pierden.
Francisco Scutellá habla con un cliente y amigo en el tono más cordial que se pueda sentir. Cuando se va, me recibe. “Acá me ves vestido así nomás, atiendo a los que vienen de manera informal, pero cuando se da la ocasión me visto de gente, con camisa, saco, pantalón y zapatos”. Nos sentamos en su escritorio, desde el que se puede seguir entrando, perdiéndose, en el infinito de objetos alrededor. Tiene su mate, ya frío, junto a un paquete de Playadito. Su voz de narrador suspende las palabras en el aire y me las deja capturar con silencio cuando me ve hacer anotaciones.
Un hombre
Francisco tiene 86 años, pero sus manos de artesano parecen mantenerse vigorosas, tal vez por una larga vida de trabajo y creación constante. Tiene rasgos caricaturescos: cejas puntiagudas, nariz y orejas grandes, ojos bien vívidos. Dejó la escuela en el tercer grado. Cada tanto dice, un poco en broma y un poco en serio, “a lo mejor pienso algo”, y que antes de ser un personaje era un animal al que le costaba horrores la sutileza de escribir. Pero a la vez se afirma como un laburante, que no ha hecho más que crear con sus manos lo que su cabeza le indicaba, algo que para él todo el mundo puede hacer.
En su tarjeta personal figura en mayúsculas su identidad mestiza: su padre era calabrés y su madre y su abuela mapuches. “La vida de los inmigrantes era muy dura”, asegura. Y a eso se le puede agregar la de los pueblos originarios. Su infancia se remite directamente al campo y a la jornada laboral que ordenaba los días.
Si hay que encontrar una forma de englobar todo lo que hace, dice que estudia las costumbres y tradiciones de Argentina. Pero esa definición quizás se queda corta al unir a la obra con su autor.
Trabajó de todo: fue carpintero, vendedor, zapatero, obrero, investigador privado, periodista de policiales. Estuvo en el Diario Popular, Clarín, Fuerzas Especiales, los Granaderos, la Cancillería Argentina… un historial de lo más diverso. De joven fue a Buenos Aires a buscar nuevas oportunidades y como es habitual, primero, la pasó muy mal. Cuenta que durmió seis meses en “la cama más grande del mundo”: los andamios de una construcción, donde tenía el cielo nocturno de techo mientras ratas gigantes y jaurías corrían a su alrededor. Y también en las “camas calientes”: alojamientos baratos donde alquilabas para dormir por horas, pero cuando ibas a buscar tu colchón tenías que despertar al que lo ocupaba antes.
La gente se enteró de que era artesano y le empezó a hacer encargues. Lo que más le pedían eran mates. De ahí nació el primer y único Museo Itinerante del Mate en calle Colón 236 de Haedo, donde tenía tantos ejemplares que los terminó colgando de hilos en el techo hasta formar un cielo de mates. Gente de todo el mundo interesada en esta costumbre lo conoció y se maravilló con la infusión popular de América Latina. Francisco saca de una vitrina un mate metálico con forma de vaso con asa: una versión alemana que “mejora” al original con su filtro y su bombilla de pico intercambiable para evitar compartir la saliva.
Una vida de aprendizaje
Lo conocen de todos lados, tanto a nivel local como nacional y más allá. Sostiene la gauchada como principio indiscutible de campo: un favor que nunca se cobra. Así ha hecho tantas como también le han hecho a él. Y en cuanto a normas, respeta la ley pero entiende que las leyes de la naturaleza están por encima, más aún cuando la justicia es injusta.
Como considera que lo académico nunca fue lo suyo (a pesar de haber hecho muchas formaciones en su vida), se atribuye una habilidad natural en las manos. Aprendió a hacer artesanías de manera autodidacta, y con los años se convirtió en una referencia del mate.
“Se discute mucho sobre si el origen es argentino, uruguayo, brasilero… me puse a cartear con gente de Europa y tuve que estudiar oceanografía, para llegar hasta África a lo que allá llamaban hace cientos de años matí. Hoy en día hay 40 formas de mate”, cuenta, jugando con el asombro.
Scutellá ha recibido muchísimos títulos honoríficos y reconocimientos y, como constantemente repite, “me han sucedido muchas cosas extrañas en mi vida”. En el programa televisivo Argentinísima se entregó cada domingo durante una década un mate Scutellá a las personas invitadas. Hasta hoy hace los mates oficiales para el Vaticano, heredó por idoneidad los Reglamentos para Concursos de Cebadores y Tomadores de Mate de toda América, Menem lo convocó a la Casa Rosada en su primer día como presidente y la UNESCO declaró el mate patrimonio cultural inmaterial de la humanidad a partir de su libro “El mate: bebida nacional argentina”. “¿Cómo puede ser, si yo era un analfabeto?”, se pregunta.
El mate más grande para cebar
Casi todas las escuelas primarias de la zona lo conocen por las charlas que ha dado durante años sobre el mate, como así también se lo ha visto participar de multiplicidad de eventos y de todo tipo. Ante una vida desinteresada de acciones hacia la comunidad, reniega de la corrupción en la política y de las inoperancias a la hora de atender las necesidades de la sociedad y de cuidar el patrimonio público. Los daños ocasionados a la cultura a través de las distintas gestiones parecen impagables.
Es principalmente por este motivo que el museo ubicado originalmente en la entrada a Paraná está en pausa, si bien la sede actual aún recibe con alegría y generosidad a visitantes que van a buscar a Scutellá, el de los mates.
Vive desde hace muchos años en Paraná, a donde llegó por la música y se quedó, al formar familia con una entrerriana. Al ingresar a la ciudad por Antonio Crespo es inevitable ver sobre la vereda el mate gigante, que tiene una historia curiosa y controversial. Francisco empezaba a recorrer más el país y veía que en muchos lugares había monumentos al mate. “¿Cómo no iba a haber uno acá, donde somos los más materos?”, se preguntó.
Se contactó con un ingeniero hidráulico, quien le recomendó hacerlo de fibra de aluminio para que resista al paso del tiempo y los factores climáticos, y con un leve movimiento para que el viento no lo quiebre. Es el monumento al mate más alto de todos y pudo ser elevado gracias a una grúa de emergencia de las Fuerzas Armadas, justo a tiempo para ser una atracción durante la Convención Constituyente de 1994, que evitó que se le preste atención al estado deplorable de la zona.
Pero al día siguiente, el artesano quedó envuelto en un enredo judicial que le exigía sacar el mate con el argumento de invadir el espacio público. La gente querida entendía la intención del autor, contando con el apoyo de artistas de renombre como Horacio Guarany. El monumento terminó de pie, y ahora es un punto de referencia de la ciudad que se queda solo y quieto como parte del paisaje.
Creer para ver
Francisco conoció a mucha gente, como a Enrique Febbraro, distinguido como el creador del Día del Amigo, quien inesperadamente le propuso apadrinarlo. También tuvo una relación muy profunda con Atahualpa Yupanqui y fue su único alumno. El artesano recuerda con afecto a su maestro, “un hombre muy admirado pero no muy querido”, y trata de mantener vigentes sus enseñanzas, como por ejemplo decir las cosas de frente y no aferrarse a las riquezas materiales. ”¿Qué podés hacer con toda la plata del mundo en tu último día de vida?”, repite.
Sabe de todo sobre creencias rurales, como la luz mala. Don Ata le dijo que hay más realidad que la que vemos. Conoció a Dios y, ante la pregunta, afirma que era gigante y barbudo y que se reía de él, pero no de manera burlona sino con mucho cariño. Cuenta que, una vez que estaba en la sede vieja del museo, un auto paró y un niño junto a su abuelo bajó emocionado para ver el monumento y le dijo: “usted está tomando mate con Dios”. Los ojos le brillan.
Francisco Scutellá ya no planifica a largo plazo y está pensando dejar de trabajar. Por ahora, sigue con la curiosidad encendida y con la mente ocupada en escribir sobre mitos y costumbres, además de los mates que constantemente le encargan.
El horario de visitas termina, vuelve a poner sus manos sobre la mesa de trabajo. Le ceba un mate a Dios, a veces Dios se lo ceba a él.