La poeta santafesina Rosina Lozeco desembarcó en Capital Federal y comparte sus notas de la primera marcha que le tocó vivir como habitante de CABA: la Marcha Mundial de la Marihuana. En las fotos, una producción especial de Agustina Miñones.
Hace poco estuve en un evento en el que una escritora y performer presentó una antología de autores jóvenes a los que, aprovechando que estaban ahí presentes, les hizo una pregunta que, a aquellos que escribimos, en general, no nos gusta que nos hagan: ¿Por qué escriben? No solo a los autores, sino también al resto de los asistentes. La reacción fue una combinación entre incomodidad y confusión, pidió que escriban en el teléfono o en un papel la respuesta para compartirla en voz alta. Más allá de si era o no el momento adecuado para la actividad (en lo personal entiendo que no era el momento y que por esa razón, nadie acompañó la propuesta), yo me quedé pensando en que, si de verdad debiera contestar a su pregunta, probablemente mi respuesta sería porque puedo, porque sí, porque, ¿por qué no?
Y es esa reflexión, esa respuesta que parece que detrás no trae nada más que un decir algo para no quedarse en silencio, la que más sentido cobra en un contexto en el que como individuos, lo que podemos hacer porque sí, porque podemos es cada vez más limitado. Entonces, marchar por la legalización de la marihuana y sus derivados, termina siendo una de esas cosas, es más, no es algo que hacemos solamente porque podemos, sino también porque lo necesitamos.
La marcha mundial de la marihuana se realiza hace muchos años, siempre el primer sábado de mayo, y si bien los reclamos varían de un país a otro, hay algunas cuestiones que se mantienen: no más presos por cultivar, semillas de fácil acceso y distribución, etc. Pero como no soy periodista, ni comunicadora, sino una persona que escribe porque puede, prefiero que la data pura y concreta respecto del reclamo se rastree por otro lado.
Yo vengo de una ciudad en la que este tipo de marchas no convoca porque en primer lugar, vive mucha menos gente que acá y, en segundo lugar, y a consecuencia de lo primero, blanquea la relación de muchos con el porro. En este contexto en el que aún se sigue reclamando la despenalización total del cultivo y el consumo de cannabis, a veces es preferible no decir nada y jugarla de callado, aunque sabemos que hoy en día hay más gente que fuma que gente que no fuma.
Por eso lo primero que me sorprendió al llegar a la Plaza de Mayo fue la cantidad de gente. La temperatura venía de a poco en aumento y este primer fin de semana de mayo trajo de regalo un veranito que hizo bien para salir a la calle. Desde el mediodía comenzaron a acercarse miles de personas. Distintos grupos compartían mates o latas de cerveza, yo al principio me preocupé, pero después me dí cuenta de que hago exactamente lo mismo con mis amigues. Es real que tenemos estrés post traumático de lo que no tengo ganas ni de nombrar pero todos sabemos de qué se trata.
Fueron llegando muchas familias también, mientras por el escenario desfilaban representantes de organizaciones no partidarias, de consumidores y/o cultivadores de cannabis. Mientras tomaba alguna nota sobre lo que alguien de Cogollos del Oeste decía sobre la investigación y aplicación médica de los derivados del cannabis, pasaban por adelante mío unos pibes con un Maestro Yoda con una gorra con chalas y un porro gigante sentado a cococho sobre los hombros del más alto de ellos. Por supuesto me distraje y perdí el hilo. La verdad es que yo había llegado un poco tarde y la gente, en general, ya estaba bastante fumada. Di algunas vueltas y compré una cerveza de cannabis que según su vendedor “pegaba menos que la birra común”. Como decía, no soy ni experta ni periodista, así que no sé qué hay de cierto en esto, la verdad es que era rica y no, no me pegó para nada.
La marcha empezaba y camino a Congreso se encolumnaron las distintas organizaciones, cada una con su bandera pero en solidaridad y comunión; destaco esto porque fue algo que observé en ese momento y que confirmé cuando se leyó el documento y se hizo hincapié en que, esta vez, la marcha fue convocada por un colectivo que trabajó meses en pos de que el evento sea lo más organizado y ordenado posible. Los prejuicios sobre cultivadores y consumidores de cannabis terminan por generar esta idea de abandono e irresponsabilidad que nada tiene que ver con la realidad. Desde el principio hasta el final, se notaba que detrás del evento había personas que se encargaron de que todo salga bien y no haya irregularidades ni disturbios. “Muy chill esta gente”, le dije a una amiga que me preguntó por dónde andaba.
Para las 17.15 estábamos entrando a la plaza del Congreso. Me había adelantado un poco para sacar algunas fotos. Me quedé parada en Rodríguez Peña y Avda. Rivadavia y comprobé que pasaron unos 15’ hasta que todas las personas pudieron ingresar. Esperando a los manifestantes había decenas de puestos y stands que ofrecían productos interesantes relacionados a la temática, otros simplemente vendían lo que la mayoría de las personas quiere bajonear después de una marcha: choripan y sánguche de milanesa. Se instalaron cerca mío dos pibes con plantas cogolladas a quienes se les acercaban familias para sacarse fotos, otros pasaban balbuceando onomatopeyas de asombro y los felicitaban, ellos posaban orgullosos.
Me acomodé cerca de unas garitas de colectivo a las que se había trepado un grupo de adolescentes, que duraron muy poco porque alguien de la organización les vino a pedir que se bajen por favor, y así lo hicieron. Yo pensaba si grabar o no la lectura del documento, tomaba notas y sacaba algunas fotos. ¿Soy periodista? ¿Qué estoy haciendo? ¿Esto hacen los periodistas? No tengo idea, solo trato de imitar a mis amigas comunicadoras y registrar cosas para después poder sentarme a escribir mientras me invaden unas ganas tremendas de comer un sánguche de masamadre con no sé qué cosa que alguien pasa vendiendo. El amontonamiento suele cansarme, pero había de repente mucho espacio, me saqué la mochila y me acomodé al lado de unas chicas con trencitas de colores y unos pedazos de pino encintados a unos palos que simulaban ser cogollos.
Empezó el acto y el primer manifestante que comenzó a leer el documento se equivocó en una o dos palabras. Debe estar nervioso, pensé. Subido a un escenario hablando ante una multitud expectante, ¿quién no lo estaría? Yo leí hace poco en un evento donde había unas ¿90? personas y me transpiraban las manos. Después tomó la palabra una compañera que estaba al lado suyo, y en un momento también se equivocó. Bueno, ella también debe estar nerviosa, volví a pensar. Y así pasaron: cada persona que se paraba frente a alguno de los cuatro micrófonos habilitados (la lectura fue colectiva de verdad, eran unas 20 personas las que tomaron la palabra) en algún momento se equivocaba. Y así como lo noté yo, lo notaron también los miles que estaban alrededor mío. Espontáneamente y en una clara demostración de empatía con cada persona que se equivocaba leyendo en el escenario, la gente aplaudía, cada vez más fuerte. Y quien sea que estaba frente al micrófono con la hoja blanca temblequeando, se reía. Ese gesto, esa reacción, creo que resumía el ambiente, el clima real que se vivía en la calle.
Despenalización de las conductas asociadas al consumo, absolución para las personas criminalizadas, presupuesto para investigación. Tres de las premisas que más se destacaron pero también otras: soberanía nacional sobre la producción de semillas, estímulo y desarrollo de toda la cadena productiva del cáñamo, reconocimiento de la salud pública a la ley n° 27.350 para garantizar el fácil acceso al REPROCANN.
Mientras todo esto pasaba, y yo grababa la lectura del documento, llegó un grupo de repartidores con mochilas y bicis. Venían de diferentes procedencias y se ubicaron justo al lado mío. Eran un montón. Después hablaron las mujeres de Mamá Cultiva que, a mí en lo personal, siempre me emocionan mucho. Mientras tanto, los pibes con las bicis y las mochilas hablaban cada vez más fuerte, y me terminé dispersando al toque. Me puse a pensar qué bien que esta gente se haya organizado. Y siguiendo el hilo conductor de toda esta idea, qué necesario que lo hagan. Porque la precarización laboral al igual que la criminalización del consumo y cultivo de cannabis afectan hoy no sé si principalmente, pero sí primeramente a los jóvenes.
Entonces anoté esto, que no es ni un descubrimiento, ni una novedad, ni algo que no se haya dicho antes, pero que yo igual quiero decir: son siempre los sectores más oprimidos por un sistema absolutamente excluyente los que se movilizan para sacudir el status quo. Y son los que en definitiva terminan por generar cambios que pueden mejorar la calidad de vida de muchas personas. Mamá Cultiva es un claro ejemplo. Y también estos pibes repartidores que están cada vez más organizados, que vienen todos juntos a esta marcha con las bicis y las mochilas a participar como un colectivo.
Me emociono pensando todo ésto y no sé si preguntarles algo o no. No sé tampoco qué preguntarles, yo solo sé escribir. Quizás ésto de que vinieron organizados me lo estoy imaginando y solo coincidieron porque trabajan juntos y se conocen. Uno se acercó y me pidió una seda, “no tengo”, le dije nerviosa tratando de aprovechar el momento para preguntarle algo, pero no me salió nada.
Presté atención nuevamente al escenario y ya estaban llegando al final del documento. Sin leer, la última manifestante volvió a hacer referencia al consenso de todas las organizaciones en torno al documento, entendiendo que todo lo que se ha logrado es producto del esfuerzo colectivo y reconociendo también todo lo que queda por construir. “Las leyes se hacen acá, en la calle, poniendo el cuerpo donde hay que ponerlo”, terminó. La gente aplaudió y gritó mucho, y enseguida subieron el reggae que había sonado de fondo desde que la multitud entró a la plaza.
Yo tenía algunos planes, así que di una vuelta por los stands de la feria y encaré por Callao para el norte. De camino, me quedé pensando en el meme ese que dice “no puedo creer tener que seguir protestando por esta mierda” y me reí, pensando en que los grandes laboratorios y farmacéuticas explotan plantas y flores que no son cannabis para vender medicamentos y pastillas que no son a base de cannabis y nadie se asusta.
Entre mi abuela tomando aceite de CBD a la noche y yo poniéndome un cacho de aloe congelado en los hombros en verano no encuentro diferencias. Paré en un puesto que vendía flores y le saqué una foto: FLORES. Entre estas y esas tampoco hay diferencia, o sí pero solo una: la ilegalidad, persecución y criminalización de sus consumidores y cultivadores. Por eso hay una marcha mundial de la marihuana y, aunque no podemos creer tener que seguir protestando por esta mierda, lo hacemos porque podemos y porque lo necesitamos.