Cada semana, se recolecta la orina de las más de 400 mil donantes que existen en la Argentina, en general, mujeres menopáusicas o embarazadas. Los bidones de tapa azul terminan primero en una empresa en Buenos Aires y, después, al otro lado del océano. En esta crónica, Octavio Gallo cuenta cómo es el procedimiento en los barrios del cordón oeste santafesino y para qué se usa tanto pichí.
Texto: Octavio Gallo | Fotos: Priscila Pereyra
Son las doce del mediodía del lunes y el aire parece aplastarse bajo los árboles cansados de barrio Yapeyú. Es marzo, pero todavía hace calor. “Todavía hace calor”, piensa la gente en Santa Fe cada mes de marzo, y cada uno de los meses subsiguientes, hasta que vuelve a empezar el verano. Desde las casas brota alguna cumbia o algún programa de radio, y los chicos caminan descalzos hasta la despensa a comprar una bolsa de pan. Es Yapeyú, pero podría ser cualquier barrio del cordón oeste de la ciudad de Santa Fe. De repente, un camión dobla en la esquina y hace temblar el piso con su peso desproporcionado para la callecita de tierra. Estaciona, se bajan dos personas con unos bidones vacíos, de tapa azul, y proceden a dejarlos en las puertas de algunas casas. Después vuelven a subirse al camión, que arranca y se aleja.
El laboratorio Biomas S.A. nació en 1996, y produce ingredientes farmacéuticos activos que se emplean en medicamentos para tratar la infertilidad, a partir de una hormona llamada gonadotropina, que se encuentra presente en la orina, mayormente en la de mujeres menopáusicas y embarazadas. “Hay dos variantes distintas”, explica Patricio Bosio, responsable de Relaciones Institucionales de la empresa: “la hormona que proviene de la mujer menopáusica se llama HMG (gonadotropina menopáusica humana), y la que se encuentra en embarazadas de hasta cuatro meses y medio de gestación se denomina HCG (gonadotropina coriónica humana)”. El proceso completo de extracción lleva aproximadamente siete meses y Biomas es la única empresa en todo el continente que lo lleva a cabo.
Para conseguir la materia prima, se despliega una compleja red que abarca unas 60 empresas recolectoras de 20 provincias en todo el país, que dos veces por semana recolectan la orina de las más de 400 mil donantes que existen en la Argentina. Todos esos bidones repletos de pis terminan en el laboratorio de Biomas, ubicado en el partido General San Martín, en el Gran Buenos Aires.
Las donantes son captadas por visitadoras domiciliarias que pasan casa por casa, buscando, generalmente, mujeres menopáusicas. “Era un grupo de chicas vestidas todas de blanco”, cuenta Claudia, de barrio Yapeyú. “Fue hace años. Yo justo estaba en la vereda, me comentaron lo que hacían y dije que sí, que no tenía problema. Anotaron mis datos y listo. Me parece que firmé un papel, pero no me acuerdo, fue hace mucho tiempo. Me dieron un bidón, una bandejita, y una pelela, y empezaron a pasar, dos veces por semana. Acá en el barrio bastante gente dona”.
La recolección se realiza siempre en barrios empobrecidos, en cuyas veredas se dibujan verdaderos paisajes de esos bidones con tapas azules que en otros barrios nadie jamás vio. La hilera de bidones se extiende desde el norte hasta el sur de la ciudad: en barrio Chalet, Patricia relata cómo la convencieron de donar su orina. “Me dijeron que era para las mamás que no podían tener hijos, y me interesó. Venían de aquel lado juntando, de San José para acá: acá a la vuelta son muchas las que donan. Me anotaron y a los dos días vino el muchacho con el bidón. Me tomaron los datos en la puerta, pero no dejaron nada. Me hicieron firmar y se lo llevaron”.
Ya hace nueve años Chiche Gelblung presentaba en C5N un informe titulado “Pis de pobres para mujeres ricas”. El corte, obviamente muy amarillista, empezaba con una mujer que se agachaba en un baño sucio y muy pequeño, colocaba una pelela abajo suyo y empezaba a mear. “Esta mujer no está haciendo pis solamente. Esta mujer es el primer eslabón de un negocio multimillonario y desagradable”, decía la voz en off. El proceso que comienza en ese baño termina cruzando el océano, en laboratorios de Estados Unidos y Alemania, en donde se producen medicamentos para tratar la infertilidad. Según Patricio Bosio, “se necesitan entre 300 y 400 mil litros de orina para obtener un único gramo de hormona”. En la empresa alemana de químicos y biotecnología Sigma-Aldrich, un envase de 0,5 miligramos de gonadotropina coriónica humana cuesta 1609 dólares. Cada semana, cada una de las 400.000 donantes entrega dos bidones de 5 litros de orina, con lo cual se recolectan 4 millones de litros. De allí se extraen, entonces, 10 gramos de hormona, lo que resulta en un total de 32.180.000 de dólares por semana.
Sin embargo, las mujeres que proporcionan la materia prima de la cual se extrae esta millonaria hormona no perciben ningún pago. “La orina no se puede comprar, no es algo que tenga valor de mercado”, justifica Patricio Bosio. “Pero más allá de que esté permitido o prohibido, nuestro mensaje es que es algo que vos podés desechar o, en cambio, podés donar para que alguien tenga la oportunidad de ser padre. Y como gesto les hacemos llegar a las donantes, una vez al mes, una atención, algo para la casa, algo para la mujer”.
Todos los meses, el camión recolector que les deja el bidón les lleva, además, un regalo: un táper, un juego de cubiertos, una fuente, un balde, una toallita de mano. “Yo lo hago por las dos cosas: por un lado, porque es lindo ayudar a una persona para que pueda quedar embarazada, y, por otro, porque los regalitos me sirven”, dice Claudia.
El video institucional que se encuentra en la página web de Biomas empieza con la mano blanca y pequeña de un bebé abrazando el dedo de su madre, mientras una voz en off sobre un trasfondo musical luminoso relata: “miles de parejas, hombres y mujeres alrededor del mundo, desean concretar su sueño de ser padres”. A diferencia de lo que sucede en el mundo real, las familias donantes que aparecen en el video son blancas y rubias; sus casas son amplias y espaciosas y están completamente amuebladas. “No hay mucho que pensar, ¿no? Porque es un bien para otra persona”, dice Sara, sonriente. María, con una sonrisa aún más grande, afirma: “es un bien que lo hacés con ganas, con alegría, sabiendo que servís todavía”, mientras un padre abraza a su hijo en el patio de un country. “Solidaridad, compromiso, calidad e interés por las personas son los valores que guían el trabajo de todos los que forman parte de Biomas”, dice la voz en off, y luego aparecen María y Fabián junto a Rosario, su hijita: “vos ponés un montón de ilusiones, sueños de tu vida”, dice Fabián. Andrea está sola junto a su hijo Facundo, y relata emocionada: “dicen que después de los 35 ya sos vieja, y gracias a Dios a nosotros nos fue bien a la primera”. Finalmente, la voz en off concluye: “el milagro de la vida da sentido a nuestro esfuerzo”.
Un milagro inaccesible
Yanina Solís preside Fertife, una ONG que lucha por los derechos de las personas que atraviesan problemas de infertilidad, y comenta que “la infertilidad es una enfermedad no muy visible. Existe, pero no se habla de ella como enfermedad. De cada 10 parejas santafesinas, 2 tienen problemas para concebir de forma natural”. La Ley de Reproducción Médicamente Asistida nº 26.862 fue promulgada en junio de 2013 y Santa Fe fue la segunda provincia en adherirse. Pasaron nueve años, pero desde la asociación denuncian que siguen esperando por la cobertura médica integral en el sector público.
“La ley contempla la totalidad de la cobertura de la enfermedad, pero el sector público no lo cumple”, detalla Yanina Solís. “Las personas que no tienen cobertura médica y necesitan hacer una consulta de fertilidad asistida son derivadas al CEMAFE, donde funciona el único consultorio de la ciudad. La demanda es mucha, pero allí se hacen sólo primeros auxilios. No se pueden hacer tratamientos porque no hay en la ciudad centros de alta complejidad: el más cercano es en Rosario”.
Para Solís, no se realizan esfuerzos suficientes desde el Estado para garantizar el cumplimiento de la ley: “Como no hay centros de fertilidad, hay que hacer convenios con los centros privados que ya funcionan en Rosario. No pretendemos algo irreal, se puede lograr, pero hay que tener voluntad para hacerlo. Si IAPOS, por ejemplo, tiene esos convenios, ¿por qué no se puede hacer lo mismo con pacientes del sector público? Si hay convenios similares en el área de cardiología, ¿por qué no en materia de fertilidad? Hace ocho años que tenemos la ley, y hemos visto pasar muchos ministros, pero seguimos yendo a paso muy lento. Falta voluntad política”.
Cuando el Estado no interviene para achicar la brecha, el mercado ocupa ese lugar, y se encarga, por supuesto, de agrandarla. Las vecinas de Claudia y de Patricia que tienen problemas de infertilidad, ¿qué opciones tienen para tratarla? La gonadotropina que sale de esos barrios es el ingrediente activo de los medicamentos Ovidrel y Follitrin, de industria nacional: hoy, una caja ronda los 7500 pesos, un precio que, seguramente, no podrían pagar.
Son las doce del mediodía del jueves, y el viento levanta la tierra de las calles arrugadas de Barrio Chalet. El cielo está raro. Parece anunciar lluvia, pero, mientras tanto, sigue haciendo calor. Ya lo conocemos bien a ese calor húmedo, el peor de todos los calores. Es Chalet, pero podría ser cualquier barrio del cordón oeste de la ciudad de Santa Fe. El camión aparece como una ensoñación y se detiene al lado de un perro que duerme, impasible, sobre el asfalto caliente. Los bidones ya están llenos, dorados, en las puertas de las casas. Se bajan, los juntan, y dejan una nueva serie de bidones en su lugar. El camión vuelve a arrancar, ruidosamente, y se pierde detrás del horizonte.