Las ciudades han sido planificadas, históricamente, según intereses puntuales. El urbanismo feminista, como una perspectiva que cuestiona las propias bases de “neutralidad” de los estudios urbanísticos, viene a señalarlo con fuerza. ¿Cómo habitamos la ciudad? ¿Cómo la percibimos? ¿Se transforma de acuerdo a nuestras necesidades?
Por Rocío Fernández Doval
Cuando Emiliana Osorio y sus compañeras empezaron su tesis sobre urbanismo feminista, algunos docentes de la carrera de Arquitectura (UNL) les preguntaban si querían pintar de rosado los bancos de las plazas. Aún no había llegado el 2018 ni la imparable marea verde que se metió por cada hendidura de las instituciones educativas. No. Faltaba para que los feminismos marcaran de manera decisiva la agenda pública; para que se diera lugar a discusiones que estaban ahí, latentes, en todos los ámbitos de la vida y los marcos teóricos.
Sin embargo, parece demasiada ignorancia si consideramos que Dolores Hayden escribió ¡en 1979!: “Las viviendas, los barrios y las ciudades diseñadas para mujeres recluidas en su hogar limitan a las mujeres física, social y económicamente. Una aguda frustración aparece cuando la mujer se opone a estas limitaciones para dedicar toda o parte de la jornada laboral a trabajar por un salario”. Un poco antes en el tiempo podríamos mencionar a Jane Jacobs, una periodista devenida teórica del urbanismo que –desde mediados del siglo XX– se ocupó de cuestionar la autoridad de los grandes urbanistas como Robert Moses o Le Corbusier.
Ah, Le Corbusier. Ése seguro que lo sentimos nombrar todes. Además de diseñar la casa donde se filmó la película El hombre de al lado, en La Plata, fue el impulsor de un prototipo de ciudad conocida como Ville Radieuse (la ciudad radiante): a grandes rasgos, una ciudad de rascacielos y grandes espacios verdes al lado de anchas arterias que tienen por fin mitigar el tráfico. *Ampliaremos*. La principal crítica de Jane Jacobs era que ese modelo de ciudad no estaba pensado para crear ningún tipo de comunidad: también profundizaremos sobre Jacobs unos párrafos más abajo.
¿Por qué todo esto habría de estar en una nota –y en una tesis– sobre urbanismo feminista? Pues, motivos sobran. Hablamos con Emiliana, mientras repasamos las hojas del trabajo que hicieron con María Gracia Vallejo y Andrea Alzamendi, bajo la dirección de Mariana Melhem, que las llevó a recibirse de arquitectas en 2019. Se titula “El espacio público desde la perspectiva del urbanismo feminista. La potencialidad del predio de la Escuela Hogar en la reconfiguración del espacio público social”. Una de las propuestas del proyecto de obra que diseñaron –parte fundamental de las tesis de Arquitectura– es desfragmentar parcialmente, en algunos sectores, la muralla de 5 metros que encierra a la escuela y que le genera a los barrios aledaños pasadizos riesgosos.
Cualquier persona que se haya sentido insegura caminando al lado de un murallón podría cuestionar la lógica con que se piensan ese tipo de intervenciones urbanas. Sin embargo, nuestras percepciones más cotidianas parecen irrelevantes a la hora de la planificación. He aquí que el urbanismo feminista viene a proponer otra cosa.
–Pensar, hasta cuando diseñás una casa, que cuánto mejor sería tener una ventana hacia la vereda, cuánto mejor sería que la puerta de ingreso esté cerca o sobre la vereda porque puede ser de ayuda para otra persona –Emiliana para ahí, el diseño se corporiza: se le corta la voz–. Es un compromiso diferente para con la profesión. El urbanismo feminista tiene que ver con pensarnos siendo parte de un tejido mayor.
Un murallón es un lugar sin escape. Un edificio es un lugar de individualidades sectorizadas. Una vereda cada vez más fina para una calle cada vez más ancha, es el signo de que una ciudad está excluyendo a sus peatones. Es difícil encontrarse, tejer lazos, caminar segures, que las infancias jueguen, que las vejeces transiten autónomamente, que haya vida más allá del ritmo de la producción, si las ciudades están pensadas únicamente para eso.
Una ciudad de los 15 minutos
“Consideramos que una ciudad feminista es una ciudad donde no es imperativo el consumo para habitar los espacios que la conforman. Donde prevalece la comunidad por sobre la propiedad. Una ciudad de los 15 minutos, de menos autos, de más pájaros, de reposeras y juegos en las veredas, de asamblea permanente en lugar de plan regulador. Una ciudad con memoria. Con más existir y menos resistir”, sintetiza acá una de las voces de la red colectiva de arquitectas platenses La ciudad que resiste.
Hay un número creciente de organizaciones que trabajan desde esta perspectiva en nuestro país: también encontramos Urbanismo Vivo y Ciudad del Deseo –activando desde La Plata y CABA. La más antigua es CISCSA, una ONG de Córdoba fundada en 1986, con la dirección de Ana Falú, arquitecta referente en la defensa del derecho de las mujeres a la ciudad. De más reciente aparición y también en Córdoba, existe Juntas x el derecho a la ciudad. Sin embargo, a pesar de la trayectoria construida en algunos territorios, este tema se discutió por primera vez en un Encuentro Nacional de Mujeres recién en 2018, en Trelew, en el taller titulado “Ciudad y feminismos, nuestros cuerpos, nuestros territorios”.
Pero volvamos un poco atrás. Vayamos directo a la historia del urbanismo: es una disciplina que nace como campo de conocimiento en el contexto de la primera revolución industrial, cuando se hace necesaria “una regulación del proceso urbanizador debido a los graves problemas de salubridad, ambientales, de calidad de vida, etc.”, señala la tesis antes citada. Algunas décadas después, la Carta de Atenas, un manifiesto urbanístico que surgió en 1933 y se publicó en 1942 por Le Corbusier y Jeanne de Villeneuve, dejó establecida la zonificación de la ciudad en función de los supuestos usos y necesidades de la sociedad moderna: habitar, circular, trabajar, recrear. Como si no hubiese trabajo en el habitar, en el circular y en el recrear.
Emiliana lo define así:
–Las ciudades modernas han sido diseñadas considerando al varón productor en el espacio público y a la mujer en el espacio privado. El urbanismo tradicional es funcional al sistema capitalista y patriarcal donde el varón es el sujeto de producción. Ese sujeto modelo del urbanismo, habitante de las ciudades, no es neutro. Dice que es neutro pero no lo es: es burgués, blanco, varón y autónomo (lo que se conoce como el modelo bbva). En general, se traslada en auto, desde la periferia al centro. Por otro lado, el sujeto de la reproducción es la mujer y en ese mismo plano, están las disidencias, adultes mayores, niñes, todes considerades ciudadanes de segunda.
Es decir, las personas que cuidan, o necesitan ser cuidadas. Que se trasladan por la ciudad, muchas veces, caminando o en transporte público. Que usan cochecitos, bastones, sillas de ruedas.
La ciudad liberal vs la ciudad comunitaria
En Muerte y vida de las grandes ciudades, Jane Jacobs sentó, desde sus primeras líneas: “Este libro es un ataque contra el actual urbanismo”. No habla en ningún momento de urbanismo feminista ni tampoco se posiciona explícitamente desde el feminismo, pero se convirtió en una referencia ineludible en el marco de sus debates –y se sigue revisando con interés renovado a partir de la pandemia. La autora le pega de entrada a Le Corbusier, “el hombre que tuvo la más dramática idea para llevar todo el urbanismo anti-ciudades hasta el meollo de las mismísimas ciudadelas de iniquidad”.
Según su postura, la utopía de Le Corbusier era una condición de lo que él llamaba un máximum de libertad individual. “En su Ciudad Radiante nadie tendría que ser el guardián de su hermano nunca más”, sencillamente, porque proponía un plan de rascacielos, autos y una vida anónima. La gran promesa de las ciudades.
También estaba Robert Moses entre sus blancos. Moses fue funcionario público de la ciudad de Nueva York desde comienzos de la década de 1910 hasta finales de la de 1960 y se cargó barrios enteros para construir autopistas.
Jacobs va a hacer alusión a varias ideas clave, pero en principio se centrará durante un buen tiempo en la importancia de las veredas como espacio de sociabilidad primario. “La vida pública y casual de una acera está en estrecha relación con otros tipos de vida pública”. Esto quiere decir que, al contrario de los modernistas que pensaban en terminar con la calle, para Jacobs es necesario habitar las veredas, entrar y salir de los negocios, que el espacio público y el privado estén muy bien delimitados pero que existan ambos, que las veredas sean anchas pero las manzanas sean pequeñas para que siempre haya esquinas próximas, que las ventanas miren hacia la calle y nunca haya muros ciegos, que las infancias jueguen en las puertas de sus casas.
Aquí, entonces, para Jacobs “el principio más fundamental de una buena vida urbana: todo el mundo ha de aceptar un canon de responsabilidad pública mínima y recíproca, aún en el caso de que nada en principio les una”.
Se trata de una práctica social totalmente fluida, no institucionalizada, de breves contactos públicos en las veredas: el de las personas que se paran a comprar una cerveza, la charla con el quiosquero de la esquina, el portero de un edificio que hace chistes con la vecina, el empleado de la biblioteca que barre la vereda, los niños y las niñas que cruzan la calle a esperar el colectivo mientras alguien presta atención de que no se caigan. “La suma de todos estos contactos casuales y públicos en un nivel local, la mayoría de ellos fortuitos (…) son un sentimiento de identidad pública de la gente, una red de respeto público y de confianza, y un recurso en los momentos de necesidad personal o vecinal. La ausencia de esta confianza es un desastre para las calles de una ciudad”.
Justo por ésto es que Jacobs explicita: “la paz en las calles y en las aceras no tiene por qué garantizarse de manera esencial por la policía (…). Esa paz ha de garantizarla, principalmente, una densa y casi inconsciente red de controles y reflejos voluntarios, reforzada por la propia gente”.
Cuarenta años después, en el libro recientemente publicado en Argentina Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres, Leslie Kern retoma y reactualiza varias de las ideas de Jane Jacobs y sobre todo, cuestiona el papel de la policía en la seguridad de las mujeres, lesbianas, gays y las identidades trans y no binarias. A propósito de la historia de la Marcha de las Putas, expresa explícitamente “la cultura de la violación está en todas partes” y “en general, la policía ha hecho más por ratificarla que por combatirla”.
La apuesta del urbanismo feminista es que la percepción de seguridad esté fortalecida por los cuidados y no por el control. Si pensamos cómo se conforma una red de cuidados, además de personas –en su mayoría mujeres y disidencias–, encontramos instituciones y organizaciones (como se intenta visualizar, por ejemplo, a través del Mapa Federal del Cuidado).
Precisamente por eso es que Emiliana, María Gracia y Andrea la eligieron como sector de estudio para su tesis, además de ser un edificio patrimonial: la Escuela Hogar cumple un rol primordial “como equipamiento que contempla, engloba y dinamiza actividades de cuidado que son sostén de la vida cotidiana de vecinas y vecinos”.
Como algunes sabrán, la escuela fue concebida en el marco de un plan de 19 Escuelas Hogares en todo el país, a través de la Fundación Eva Perón, en el año 1948. La misma Evita colocó la piedra fundamental el 2 de marzo de 1950, durante una visita a la capital entrerriana, cuando la zona de Avenida Don Bosco todavía estaba extensamente rodeada de montes y descampados. Debía cumplir su objetivo de garantizar a niñas, niños y personas mayores casa, comida, salud, deporte y educación.
Sin embargo, los vaivenes de la historia truncaron algunos de esos propósitos y anexaron otros usos. Actualmente, funcionan dentro del predio cinco escuelas diferentes, un alojamiento, un comedor escolar y otros equipamientos de actividades de cuidado como el Hospital de día Dr. Pascual Palma y el Centro Terapéutico Educativo N° 1, en construcción.
Siguiendo este propósito original, analizaron cómo interactúa la escuela con los barrios lindantes y encontraron que existen condiciones espaciales “que atentan contra la percepción de seguridad y autonomía en el desarrollo de la vida cotidiana”. Dentro del predio de la Escuela Hogar, observaron las mismas características al interior de sus murallones, con una gran dificultad para considerarse como espacio público y para ser apropiado por parte de vecinas y vecinos.
–Apenas nos pusimos a pensar, queríamos derribar todo el murallón que rodea a la escuela. Fueron grandes discusiones internas. Estábamos entre romperlo entero y de una, o hacerlo de forma progresiva, en etapas. Desfragmentarlo. Una crítica de una de las jurado de tesis fue: ¿cómo no lo rompieron entero? Fue una grata sensación sentir que estaban viendo lo que nosotras vimos. El objetivo final fue derribarlo, pero se planteó gradualmente. Le cambiamos la forma ortogonal que tiene actualmente y jugamos con líneas curvas, generando nuevos espacios –a la manera de plazas– dentro y fuera del predio de la escuela.
Otro punto muy jugoso del proyecto, con los mismos objetivos, es la proyección de un conjunto de viviendas de alquiler transitorias para mujeres en situación de violencia. En este último caso, se proyectaron espacios privados, semiprivados y comunes, priorizando el encuentro y las tareas colectivas. También se pensó en un salón de usos múltiples y un área de huerta, como herramientas para sus actividades productivas y recreativas.
Amiga, ¿llegaste bien?
Uno de los grandes problemas que tenemos las mujeres y disidencias en la ciudad es transitar por el espacio público a la noche. Para quienes somos de ciudades chicas con costumbres de pueblo, se suma otro momento ríspido: la siesta. Las constantes posibilidades de acoso callejero y la vulnerabilidad ante ataques sexuales, han marcado nuestras subjetividades e incluso nuestro derecho en el acceso a la ciudad. Ciertos lugares y ciertas franjas horarias parecen estar vedadas para nosotres.
Dice Leslie Kern, la autora de Ciudad feminista, en esta entrevista: “La pandemia fue democratizadora. El miedo que siempre tuvimos las mujeres en la ciudad ahora lo sienten todos. El virus nos ha hecho a muchos de nosotros muy desconfiados de los demás. Pero espero que en el futuro, como vamos a necesitar encontrar mejores formas de usar los espacios públicos al aire libre porque está probado que son más seguros, podamos también crear espacios donde nadie sienta miedo y todos sean bienvenidos”.
Emiliana piensa, un poco a contrapelo, que la pandemia no cambiará nada en tanto no pongamos el cuerpo, además de la vista. Sin embargo, “quisiera imaginarme que post pandemia veamos que para que los espacios públicos se perciban ‘más seguros’, es necesario habitarlos. Y que, a su vez ese habitar, traerá consigo la demanda social necesaria para que la ‘calidad’ de esos espacios acompañe”.
Precisamente, nuestro derecho a la ciudad se disputa habitándola. Caminar se vuelve un acto político y, mientras exigimos espacios a la medida de nuestras percepciones y cotidianidades, se hace fundamental activar los mecanismos de ojos en la calle de los que hablaba Jane Jacobs. Mirarnos. Activar los cuidados colectivos.
Explorando el derecho a caminar y experimentar la ciudad desde la disponibilidad perceptiva del flâneur –ese personaje urbano, privilegiado, siempre varón y blanco, que podía perderse por las calles y contemplarlas desde el anonimato–, el proyecto Urbanautas de Paraná *que valga la honestidad, esta cronista integra*, invita a construir un archivo colectivo de fotos con celular tomadas por mujeres y disidencias, al paso caminante por la ciudad. La premisa es qué vemos cuando no tenemos miedo.
Sobre la flâneuse –el femenino de aquel romantizado caminante urbano–, Lauren Elkin escribió el libro Flâneuse: Una paseante en París, Nueva York, Tokio, Venecia y Londres. En este libro, Elkin repasa de manera fascinante las peripecias de las mujeres caminantes a lo largo de la historia. Su estar siempre fuera de lugar. Problematiza, precisamente, que flâneuse sea sólo el femenino casi inexistente en los diccionarios franceses del flâneur. Escribe: “La flâneuse existe cada vez que nos desviamos de las rutas que han trazado para nosotras y nos aventuramos en busca de nuestros propios territorios”.
Final abierto: Políticas públicas
¿Cómo son o podrían ser las políticas públicas que incluyan una perspectiva feminista en torno al espacio y a la ciudad? Más allá de rescatar las problemáticas específicas que vivimos las mujeres y disidencias, aparecen como prioritarios dos ejes nodales planteados por el urbanismo feminista: los cuidados y la participación.
Entre las buenas noticias, se puede destacar a nivel nacional el programa Casa Propia – Casa Activa, un proyecto federal de viviendas colaborativas para personas afiliadas a PAMI, desarrollado junto al Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación. Se trata de la primera experiencia pública de hábitat integral para personas mayores de 60 años en Latinoamérica y está planificado desde una visión de autonomía y desarrollo colectivo muy interesante. Prevé, además, el funcionamiento de un centro de día con servicios de salud primaria y terapéutica. En Paraná, se había pensado edificar estas casas, precisamente, en el predio de la Escuela Hogar pero trascendió que se buscaría otro emplazamiento por supuestos malestares de algunos sectores.
Además, en los últimos meses sucedieron diversos eventos en torno a la planificación urbana paranaense. La obra de ensanchamiento de calle Racedo, devino en un conflicto donde muchas organizaciones y buena parte de la ciudadanía reclamaron participación y se opusieron al talado de árboles casi centenarios. Asimismo, aparecen otros proyectos, esta vez inmobiliarios, como el loteo lindero al Patito Sirirí o el proyecto Signature Bajada Grande, que propone la construcción de una torre sobre calle Estrada, la que cambiaría por completo la vista del río –cuyo acceso ya está gravemente privatizado.
Por este último proyecto, el pasado sábado 30 de octubre se reunieron organizaciones, vecinas y vecinos en la playa de Bajada Grande para compartir percepciones y preocupaciones comunes.
Lo que aparecen son preguntas. Un montón de preguntas. Y así cerramos la nota. ¿Qué mecanismos de participación tiene la ciudadanía para aportar, criticar, apoyar e, incluso, oponerse a obras que transformarán su vida? ¿Se toman en cuenta sus percepciones, la cultura de un barrio, las necesidades de vecines? ¿Quiénes tienen derecho a la ciudad, quiénes tienen derecho al paisaje? ¿Cómo habitamos y disputamos las calles?
Fuentes:
Andrea Alzamendi, Emiliana Osorio y María Gracia Vallejo – El espacio público desde la perspectiva del urbanismo feminista. La potencialidad del predio de la Escuela Hogar en la reconfiguración del espacio público social (2019)
Jane Jacobs – Muerte y vida de las grandes ciudades (1961)
Leslie Kern – Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres (2020)
Lauren Elkin – Flâneuse: Una paseante en París, Nueva York, Tokio, Venecia y Londres (2017)