Desde su título, “Canciones como flores” remite a ofrenda. El último disco de Barro, editado por Shagrada Medra, ofrece once composiciones totalmente libres de estructuras y esquemas. Una reseña de Juan Almará. Fotos de Pablo Martínez.
Con la premisa mayor de brindarle a cada tema lo que pide, el grupo indaga en diversas métricas, texturas, paisajes y timbres. Si bien las sonoridades folclóricas y litoraleñas impregnan toda la obra, la fusión predomina sin atarse a ningún género en particular.
“Canciones como flores” es sucesor de Meteorológico de 2014, y ese amplio lapso entre un disco y otro se ve reflejado en la artesanal y detallada producción (el registro fue realizado en los estudios propios del grupo) a cargo de Franco Bongioanni, responsable además de voz y guitarras del cuarteto que se completa con Cintia Amorela Bertolino en voz y percusión, Gonzalo Díaz en percusión, teclado y coros y Agustina Cortés en saxo, teclado y coros.
La naturaleza juega un rol clave en la visión que despliega el álbum. A través de cantos de aves y grillos, referencias a estados climáticos y momentos del día, pasando por escenarios cargados de árboles y flores, el universo de Barro se plantea como la contracara de la ciudad y su vorágine indescifrable de estímulos. Las composiciones se desarrollan en un tempo diferente, y le exigen al oyente una escucha atenta y pausada que permita descubrir y disfrutar cada sonido. Las influencias van de exponentes de la experimentación latinoamericana como Hermeto Pascual (visible en “Magui y su ronda de color”) a referentes nacionales como Luis Alberto Spinetta y Liliana Herrero, y también se vislumbra el espíritu lúdico de Canticuénticos (el recitado con el que comienza “Canción para Mugueta”, por ejemplo), de los cuales Bertolino participa habitualmente como voz invitada.
Algunas postas de la travesía
El tema de apertura, “Ven Te Veo”, es una clara muestra de la propuesta: el trinar del benteveo da lugar a una percusión de palmas y la voz de Bertolino describe: “te veo, bailando solito en la mañana, te veo, alumbrado por el alba” Con el correr de los minutos, la trama musical se engrosa con la voz de Bongioanni, teclas, percusiones, vientos, coros y la participación del Negro Aguirre en teclado lead. Esa suma de capas enriquece la composición y es una constante en el resto de los tracks: de menor a mayor, cada uno encuentra en su camino lo más sustancial y distintivo.
“Las estaciones en un día” se sostiene en el brillante contrapunto entre la voz principal de Franco y los coros/respuesta de Cintia: el protagonista transita diversos estados de ánimo a medida que los minutos avanzan, y una textura musical cambiante acompaña ese laberinto mental.
“Finito” se mueve lentamente, deslizándose a través de guitarras despojadas y el saxo con reminiscencias arábigas de Cortés. La voz de Bertolino ondula entre una canción de cuna y lamentos que resuenan en el calor del desierto: “y me puse a contar las veces que partí y me puse a contar las noches que perdí”
“Luna en Neptunia” nos transporta al paisaje nocturno de una playa uruguaya. El lento caer de las teclas y su atmósfera íntima y onírica, remite a otra luna, la apocalíptica y rosa de Nick Drake.
“Lluvia mar cielo” empieza con un tímido ronroco para abrirse luego a una jam que intercala jazz y folclore con un groove sostenido en la percusión y el logrado trabajo de Bertolino: “en las calles, en los ríos, vértigo infinito, verte en una estrella”, se enlazan las frases que invitan al baile.
“Ida” cierra la aventura desde la perspectiva de quien ve pasar las horas frente a sus ojos, contemplando los paisajes cotidianos con otra mirada. El final es luminoso con un hermoso juego vocal que nos enseña que “juntos descubrimos la belleza en el instante, que cada día es un viaje”.
Senderos que se bifurcan
Como las coloridas flores que ondulan circularmente en la portada del disco, las canciones de Barro conforman un jardín multicolor y diverso, que convive en armonía gracias al norte que guía sus pasos: poner los talentos al servicio del arte.