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Colaboraciones

Pensamientos mientras dibujo peces de río

La artista visual e ilustradora paranaense Elina Aguilar dibuja y, a veces, hace anotaciones. Este es un breve diario de artista, que además de acercarnos a su proceso creativo, documenta sensaciones, recuerdos, interpelaciones y una pregunta que también es una propuesta: ¿podemos relacionarnos de otra forma con los animales no humanxs?

Fotos de ilustraciones: Sergio Otero


Me atraen todos los animales no humanxs. Me atraen sus formas, sus texturas, sus rostros, la manera que tienen de mirar, de moverse y relacionarse entre las mismas especies y con otras. Me atraen. Miro hacia lo que creo que es importante y tiene valor, por eso los dibujo.  

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Lo que más dibujo son animales y sus refugios, me parece lo más increíble para observar y conocer. Me asombran. Cuando dibujo, investigo previamente, sus modos de vida, hábitat, alimentación, sus vínculos con otrxs animales, si comparten territorios o son solitarixs. Busco videos para observar, por ejemplo, sus movimientos, sus tamaños, cómo se refleja la textura del ambiente en sus pelos y sus pieles. Suelo dibujar mirando varias fotos para armar una especie de “collage” entre ellas y crear una nueva imagen dibujada.

Cuando el dibujo avanza me doy cuenta de que estoy aprendiendo muchas cosas nuevas. No me interesa la representación hiperrealista pero sí intentar ser lo más fiel que pueda a su estructura orgánica. Voy en búsqueda de la textura de sus pelajes o sus escamas a través de lápices, microfibras o pinturas. 

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Últimamente estuve trabajando en ilustraciones sobre especies de la cuenca del Paraná para PEZ, el nuevo juego de El Equipo Azul. Quería que las formas insinúen movimiento para representarlos vivos –también era una premisa del juego dibujar peces, no pescados. Quería representar la forma en la que saltan, nadan o flotan.  

Antes de bocetar lo primero que hago es, casi siempre, googlear. Acopio imágenes, videos. Los videos me sirven para entender cómo el pez se mueve en el agua y pensar cómo se podría mover en la hoja. Algunos tienen dirección diagonal, insinúan perspectivas. Hay cuerpos que se doblan, aletas y colas que se curvan.

Además, leí mucho sobre la estructura de cada pez, sus transformaciones a lo largo de su vida en tamaños, texturas y colores, la variedad de formas en una misma especie. Estos datos me resultaron útiles para armar la estructura del dibujo. Primero bosquejé de forma lineal, en lápiz. Después empezó el trabajo en tinta generando luces y sombras con puntos y líneas. Me encanta el resultado de la tinta punto por punto y las texturas muy pequeñas, próximas entre sí. 

En general, en mis búsquedas encontré pocos resultados, muy pocos, sobre el pez en su hábitat. En paralelo la mayor cantidad de videos son del animal siendo cazado, atrapado. 

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10 primeras sugerencias de youtube al escribir la palabra “sábalo”:

1-      Sábalo a la parrilla

2-      Sábalo al horno

3-      Sábalo a la parrilla, locos por el asado

4-      Sábalo relleno a la parrilla

5-      Sábalo a la pizza

6-      Sábalos gigantes

7-      Sábalo podrido

8-      Sábalo a la parrilla envuelto en papel

9-      Sábalo a la pizza a la parrilla

10-   Sábalo a la pizza con papel aluminio 

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He sentido asco, horror, tristeza con los resultados de las búsquedas en Google. ¿No existe otra forma posible de relacionarnos con estos animales?

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De niña no participaba de rituales de pesca, algo que en mi familia siempre fue importante. Ir a la isla, tarrear, mojarrear… Sí me gustaba salir en lancha o piragua y estar en el río. Disfrutaba del viaje, del agua. En cambio, no me sentía bien encarnando, no me gustaba sentir el pique en las manos, me impresionaba sacar los peces de un tirón o verlos arriba de la lancha. Lo que veía era un pez ahogado y me costaba pensarlo como alimento.

En mi familia siempre cuentan una anécdota de la primera y única vez que me llevaron a tarrear. Tenía entre 6 y 7 años y era la única niña entre adultos. Salimos desde Villa Urquiza con mi viejo, el Lulo, y mis dos tíos, el Kore y el Turco. Ellos guardaban la lancha en la casa de Rolando Rivero, quien fue director de escuelas del lugar. Según mi tío Turco, Rivero era un gran conocedor de la historia de la Villa y solían hablar de eso. Desde ahí tiraban la lancha río arriba, rumbo a un lugar que se llama El Cerro. Antes de eso, hay una zona de pescadores, la bajada de Galicho –por un pescador que llevaba ese nombre–, después la zona del Chapetón y por último, nuestro destino. 

El Turco cuenta que, originalmente, los tarros eran dos latas de aceite de motor de auto de un litro cada una. Se soldaban entre ellas y se ponía en uno de los extremos un gancho donde se ataba un nylon de dos metros que se llama brazolada. Después también se empezaron a usar tarros de lavandina de dos litros. En la punta de la brazolada se pone una plomada chiquita, que va a hundir el anzuelo hacia abajo, y después de la plomada otro pedacito de nylon donde va el anzuelo con la carnada. Dice que la más efectiva es la tripa de sábalo, preferentemente fresca. La consistencia grasosa se expande en el agua y atrae al pez. A su vez, se sujeta con un pedacito de tongorí, el estómago del sábalo, que al tener una consistencia dura no se sale tan fácilmente de la punta del anzuelo. 

Ellos salían con 15 o 20 tarros tirados. A veces iban por por el canal del río, la parte más profunda, y otras veces cerca de los bancos de arena, donde suele haber patí, el único pescado que se saca con tarro. Mi tío cuenta que han sacado dos o tres dorados de forma fortuita, pero de 100 peces que se sacan con tarros, 98 son patíes. Cuando hace mucho calor el patí está más arriba y cuando hace frío nada más abajo. 

Ese día, ya río abajo, seguimos los tarros con el motor apagado para no ahuyentar los peces. Así se espera el pique y es fácil reconocerlo: cuando el pez queda enganchado del anzuelo tira hacia abajo para tratar de desprenderse. Recuerdo perfectamente esta imagen del tarro rompiendo la quietud del río. Y aunque parezca mentira, diría el Turco, entre la presión del agua y la fuerza del patí para querer soltarse, el tarro igualmente no se hundía. 

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Ahí estábamos. Uno por uno fueron picando ¡y sacaron 11 patíes! Era la primera vez que pescaban tanta cantidad. Los acomodaron en la lancha, amontonados, uno arriba del otro, mientras los peces se movían, se cansaban, se ahogaban. Después ya no me acuerdo. En la espera del pique hay que estar en silencio para no espantar a los peces y yo no pude parar de gritar en todo el rato. 

La espantada era yo. 

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Aunque jamás me apropié del ritual de la pesca, agradezco esas experiencias. Por esos momentos, entendí que el río está vivo. Me lo enseñaron. Aprendí a observar los detalles, las formas de los peces y su fuerza, las texturas de la vegetación y las piedras, el refugio de algunos insectos, las construcciones de los nidos.  

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No como animales.  

Si me preguntan cuál es la diferencia entre la carne humana y la carne animal no humanx, no la veo. Veo lo mismo: huesos, tejidos, músculos, sangre. 

De niña, pensaba que las carnicerías y el olor a carne cocinándose me daban asco, repulsión. De más grande me topé con un libro que se llama Veganismo, práctica de justicia e igualdad, de Ana María Aboglio, y pude ponerle un nombre a muchos pensamientos sobre el tema, entre ellos, a esa sensación que pensaba que era asco pero en realidad era horror

Supe del especismo y empecé a notar esta forma de discriminación en el cotidiano y cómo se naturaliza. Por ejemplo, culturalmente diferenciamos las especies que “merecen” nuestro amor y cuidados (las “mascotas”, gatos y perros), cuyo maltrato es generalmente repudiado por nosotres; de las que son “alimentos” (vacas, cerdos, pollos, pescados), donde se construye la necesidad de este alimento para les humanes como algo esencial para vivir, sosteniendo la explotación y el horror de toda la industria cárnica y sus derivados. Este es el verdadero horror. 

Lo bello y lo feo también construye diferencias entre las especies. Aquellas suaves, bellas, acariciables y las que nos provocan asco o “transmiten enfermedades”, por lo tanto deben ser tratadas como plagas y exterminarse (palomas, murciélagos, ratas/ratones). Bajo estas lógicas especistas también se proponen lugares como los zoológicos, circos, acuarios, espacios donde los animales no humanxs están en situación de encierro y exposición.

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Sobre los resultados de búsqueda en Google:

Me asombra el uso de palabras para referirse a los demás animales, “monstruos” por ejemplo. 

Google identifica primero las imágenes de pesca, que son muchísimas.

Algunas imágenes de pesca parecieran podios, trofeos que sostener para la foto.

Encontré algunos registros en You Tube sobre pesca, estudio y admiración del pez como tal y su posterior devolución.

En algunos casos me asombra la crudeza con que sostienen y aprietan sus aletas, escamas, cabezas, colas. He visto redes, pinzas, cuchillos, machetes, masas, líneas.

Las distintas especies de peces tienen tratos diferentes. Hay algunos que se “cuidan” (como el manguruyú que casi no se ve), los que se explotan y comercializan para consumo, los que tienen mejores recomendaciones nutricionales y los que parecieran “plagas”. Otros son considerados carnadas (para algunas especies mejor si la carnada está viva).

Hay especies que reciben calificaciones distintas: “tesoros”, “monstruos”, “bestias”,“peligrosos”, “agresivos”, “bellos”, “mansos”. 

Encontré pocos registros audiovisuales de peces nadando en su hábitat natural. Solo dos. 

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En el proceso de dibujo me interpelan todas estas imágenes. Están ahí, rondándome. Propongo representar las especies en su estar en el mundo natural sin intervención humana, tal como es, nadando, saltando, percibiendo. 

Creo que podemos tener formas nuevas, no invasivas de vincularnos con las otras especies. Conocer y entender sus formas de vida. Dibujar es mi manera de hacerlo.


Elina Aguilar (Paraná, 1991) es artista visual, ilustradora y docente. Investiga el dibujo en diferentes soportes y medios y trabaja como ilustradora para ediciones gráficas, digitales e instalaciones escenográficas. 

Actualmente cogestiona “Hábitat Kudú – Casa taller”, espacio que propone talleres destinados al acompañamiento en procesos artísticos.