Al igual que la gran mayoría de las ciudades, Paraná está por detrás de la línea que la OMS señala para garantizar las condiciones mínimas de biohabitabilidad. Ante un modelo obsoleto que devora los espacios verdes públicos, tenemos el compromiso de dejar a las generaciones venideras un lugar que coexista con la naturaleza… para no morir sin el intento. El urbanismo y la arquitectura son un andar que junto a otros nos pueden servir para entender dónde estamos parades y hacia dónde es la salida.
Por Ana Cornejo. Fotos de Sergio Otero.
“¿Sobre qué referencias, imágenes y proyectos los urbanistas pueden apoyarse, ahora que los grandes relatos están en crisis, que el urbanismo parece haber perdido utopías, que el reconocimiento de la complejidad y el reino de la incertidumbre reducen las pretensiones de control urbano?”
François Ascher, Metrópolis o el Futuro de las Ciudades
A les paranaenses nos enorgullece el Parque Urquiza y los espléndidos atardeceres que nos regala. Un espectáculo de entrada libre y gratuita. También agradecemos las nochecitas veraniegas de sillas afuera y los ecos que surgen de los rincones naturales. Algunos veranos, sobre todo el último que pasó, los mosquitos nos la hicieron pasar mal a casi toda hora, si bien con repelente y espirales la piloteabas.
A quienes les queda lejos la zona ribereña suelen elegir otros lugares. Hacia el interior, más allá del ombligo al que todes debemos mirar, está el Gazzano y la Plaza Mujeres Entrerrianas, ambos lugares de grandes dimensiones que no hacen extrañar demasiado la tranquilidad del río. Si tenés auto o moto, agarrás ruta por el Acceso Norte y en unos minutos llegás al Parque Botánico, y un poco más lejos está el San Martín. ¿Pero cuánta gente accede a ese tipo de lugares, cuando el tiempo y el dinero, dúo dinámico del capitalismo, son limitantes?
“Paraná no crece hacia la costa, sino al interior. Y los espacios verdes no fueron acompañando esos desplazamientos. No hay suficientes para una ciudad de nuestras dimensiones”, dijo Dalmiro Cabrera, arquitecto paranaense.
El diagnóstico que se ha hecho en la ciudad bajo los parámetros internacionales indican que está por detrás de lo recomendable para una vida saludable en términos ambientales, que a la vez implica acceso a espacios verdes públicos de calidad. Y la solución para salir de ese estancamiento parece ir mucho más allá de una sola política estatal, al involucrar numerosas dimensiones que nos exigen bajar de la copa y tocar tierra para dar el gran salto.
Otras formas de urbanismo
En el texto Hacia un Gran Pacto Ecosocial y Económico, publicado en el libro El futuro después del Covid-19 que impulsó Argentina Futura, la investigadora Maristella Svampa y el abogado Enrique Viale ponen sobre la alfombra la problemática: “Debemos ruralizar la urbanidad, sobre todo en las grandes ciudades donde la relación con la Naturaleza es prácticamente nula. Debemos reparar la separación que tienen los habitantes urbanos respecto de la naturaleza y también sobre las fuentes de nuestra alimentación y nuestra vida”.
Quienes vivimos en la ciudad compartimos el chip puesto para escindir la calidad de vida de nuestro ambiente, por lo que usualmente asociamos progreso con mayor infraestructura e inversión en calles, veredas, edificios y tecnologías para alcanzar el monstruo de las mega ciudades. Esto implicaría la aplicación de herramientas aparentemente neutras sobre la tierra desaprovechada.
Este pensamiento no es aleatorio: responde a un paradigma de urbanismo instaurado en nuestra cultura que, además de técnico, es de carácter plenamente político: imponer modelos de desarrollo violentos con la naturaleza, distribuir desigualmente los espacios públicos y privados, gentrificación (desplazar poblaciones originarias de los barrios para capitalizar una imagen linda de la ciudad), borrar las marcas identitarias de lo local, entre otras calamidades.
*prepárese, se viene la parte más erudita* En una investigación sobre la gestión ambiental de la región metropolitana de Buenos Aires, la arquitecta Silvana Cappuccio detalló que, a partir de las teorías del sociólogo François Ascher y el arquitecto Javier Monclús, se pueden plantear tres modelos que han imperado en la historia del urbanismo: el morfológico, el tecnológico y el paisajístico y ambientalista. Lejos de haberse sucedido como fases, en la actualidad estos paradigmas coexisten.
“…Es posible decir que ya no es suficiente ni puede darse la primacía del proyecto arquitectónico entendido como proyecto urbano. La visión morfologista ha producido buenos resultados y el urbanismo cualitativo de los espacios públicos es una buena muestra de ello. Pero otras intervenciones muestran un entendimiento más complejo de los procesos urbanos. Así, se evidencia el peso creciente de un urbanismo paisajístico, que va más allá del ‘retorno del paisaje’” (Javier Monclús dixit en Paradigmas urbanísticos y proyectos integrados. Entre el urbanismo arquitectónico y el ecourbanismo paisajístico).
Como señala Cappuccio, este último se pudo ver aplicado en lo que se conoció a finales del siglo pasado como ‘Landscape Urbanism’, que coloca a la arquitectura del paisaje en el centro del debate de la planificación urbana y territorial, especialmente en el ámbito anglosajón. Posteriormente, en el ‘Ecological Urbanism’, que concilia la ecología con el urbanismo, trabajando múltiples escalas de manera pluridisciplinar, con la inclusión de aspectos sociales, económicos, tecnológicos, culturales y artísticos *listo*.
Al ser entrevistada por este medio, la arquitecta Daniela Vezeñassi, quien integra el Foro Ecologista de Paraná, expresó la urgencia de pensar la ciudad desde un paradigma ambiental: “es importante considerar los espacios verdes dentro de las ciudades y en relación a la salud de los territorios. Más aún al tener en cuenta que en Argentina el 95% de la población vivimos en espacios urbanos”.
También afirmó: “hay mega ciudades que ya entendieron el significado de recuperar lo que en algún momento fue reemplazado en nombre del progreso y el desarrollo de los espacios urbanos, y que hoy están viviendo el impacto que eso generó. Un ejemplo de esto son los parques verticales en México”.
¿Qué pasa en Paraná?
La Ordenanza Nº. 7435, que data del año 1991, considera en su Artículo 3° como espacio verde público a: “parques, plazas, paseos, balnearios, campamentos, sectores de la costa, ribera o margen de ríos y arroyos, jardines públicos y cualquier otro espacio destinado a plantación de arbolado o jardinería o área natural del dominio público municipal. Asimismo, sectores verdes de las aceras y los destinados a la plantación de árboles; los maceteros y otros elementos de jardinería instalados en la vía pública”.
La OMS recomienda entre 10 y 15 metros cuadrados de espacio verde por habitante para garantizar la biohabitabilidad en las ciudades. Un parámetro que muchas de ellas, incluida la nuestra, aún no logran alcanzar. En la Caracterización y evaluación de los espacios verdes públicos de la ciudad de Paraná, Entre Ríos, publicada en agosto de 2020 por docentes de las cátedras de ‘Espacios Verdes’, ‘Botánica Sistemática’ y ‘Estadística y diseño experimental’ de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UNER, se especifica que la ciudad no supera los 8,33 metros cuadrados por habitante, teniendo en cuenta que en el Censo Nacional del 2010 se obtuvo una cantidad de 258.376 personas en Paraná.
Esto implica un considerable déficit de espacios verdes públicos, que no se puede reducir a una cuestión estética. La disminución de la temperatura, la renovación del aire y la regulación de las inundaciones por lluvias son algunos de los beneficios que nos puede ofrecer el arbolado y los espacios verdes públicos, haciendo hincapié en que los mismos sean accesibles para la comunidad y no reproduzcan desigualdades en las condiciones de vida.
“La morfología de Paraná ha hecho que su crecimiento sea muy particular. A diferencia de ciudades como Buenos Aires, acá fue imposible un desarrollo reticular debido a las cuencas de arroyos. Con los años se fue tratando de esquivarlas, y cuando fue necesario construir sobre esos espacios se los rellenaron, muchas veces a partir del entubamiento de los arroyos”, explicó Cabrera.
El arquitecto también apuntó al correlato social de los espacios verdes públicos: “existen muchos espacios verdes y, en cuanto a superficie por habitante, no somos de las mejores ciudades argentinas pero tampoco de las peores. Sin embargo, hay un desequilibrio en la distribución de los espacios verdes en la ciudad: hay mucho en la zona del Parque Urquiza y la Costanera, pero cuando te alejás del río se empieza a devaluar, en relación a los metros cuadrados por habitante. El acceso no es equitativo”.
Y algo a lo que nos remite es al nivel socioeconómico del territorio, determinado, entre otras variables, por esta distribución. No puede ser casual que, para un sueldo obrero, vivir en bulevar Mitre, con diversidad de vegetación y vista al río, sea inalcanzable, en comparación con zonas más densificadas y periféricas de Paraná, donde tener un árbol en la cuadra puede volverse privilegio.
“Uno de los grandes problemas que tenemos es nuestro Código Urbanístico y de Edificación, que hoy está en revisión, pero cuya modificación del 2006 habilitó que en toda la zona este de Paraná la dimensión mínima de los terrenos pase de ser de una hectárea a 450 metros cuadrados… un retroceso total”, dijo Daniela Verzeñassi.
A esto añadió un pie para pensarlo desde las políticas públicas: “Percibimos disociación y estancamiento en cada una de las áreas estatales, donde cada uno trabaja desde su lugar, como así también falta de capacitación entre los profesionales y entre quienes toman las decisiones que definen la vida de todos nosotros”. Y es algo que no solo sucede acá y ahora.
Los modelos de urbanismo, al igual que las prioridades políticas, atraviesan subjetivamente las gestiones públicas, incluso hacia el interior de las mismas, lo cual conduce a que muchas políticas no sean diseñadas en consideración de todas las dimensiones que abarca.
En este sentido, en noviembre de 2020 se sancionó la Ley Nacional 27.592, conocida como Ley Yolanda, que establece la capacitación obligatoria para quienes se desempeñen en la función pública de los tres poderes del Estado “en ambiente, con perspectiva de desarrollo sostenible y con especial énfasis en cambio climático”. Además, un proyecto de adhesión fue presentado recientemente en la legislatura entrerriana.
Lucía Bouzada, quien también integra el Foro Ecologista, afirmó: “Los errores también pasan por no pensar en los beneficios que el ambiente tiene para la sociedad. Se considera primero qué es lo más vistoso y lindo. En el caso de Racedo, por ejemplo, no se tuvo en cuenta el perjuicio a la salud y al ambiente que implicaría sacar todos esos árboles. No solo de quienes viven ahí, sino también de todos los que habitamos Paraná”.
Dos desarrollos
Un detalle durante la entrevista con las participantes del Foro Ecologista de Paraná fue que renegaban del uso del término ‘desarrollo sostenible’.
“Este concepto nace en la Cumbre de la Tierra del 92 en Río de Janeiro. Fue desarrollado por quienes necesitaban ser vistos con mejores caras, porque eran los responsables de lo que venía sucediendo en el mundo a nivel climático. Un sello verde para justificar sus políticas de estado, siendo que muchas de las cosas que se visten de ese ropaje van en dirección contraria. Buscamos salir de ese lugar, para que la gente no piense que todo lo que dice ‘sustentable’ está bien”, argumentó Verzeñassi.
Hoy en día se ha vuelto común ver cómo empresas nacionales y multinacionales y los mismos Estados adoptan el desarrollo sostenible como una línea de gestión pero que se quedan en la zona de confort. Y existen numerosos ejemplos para contrastar cómo el saco verde le queda grande a la institución, ya sea por la desintegración de las miradas internas, por el reduccionismo de las cuestiones ambientales o por el greenwashing a secas, que implica invertir más en la publicidad verde que en los cambios que se tratan de reflejar.
El año pasado se conoció la noticia del ensanchamiento en bulevar Racedo, zona paranaense que se caracteriza por la frondosa arboleda que resulta un paisaje casi extraño para el concepto de ciudad al que acostumbramos, más asociado al gris del cemento que al verde de la naturaleza.
Si bien el proyecto busca satisfacer necesidades de infraestructura en la zona y el tránsito del Acceso Sur de la ciudad, la polémica se desató cuando se supo que implicaba sacar alrededor de 100 árboles. Más allá de la intención del traslado y de replantación de tres ejemplares por uno, frentistas, ambientalistas y paranaenses en general expresaron su preocupación por el retroceso ambiental que esto resultaría, con un cambio drástico que la zona sufriría hasta que los nuevos árboles volvieran a tener el tamaño de los actuales.
El hecho provocó divisiones entre quienes defendieron el proyecto original y quienes se opusieron a quitar los árboles, y el agua rebasó el vaso cuando las máquinas llegaron un lunes y empezaron a talar, encontrándose con les vecines poniendo el cuerpo para detener el avance. Sin supervisión ambiental (en contra de lo que la Justicia determinó días antes), sin predisposición al diálogo y con la violencia gremial y policial a la vista de todes. Todas las alarmas se prendieron: autoconvocades del barrio y de afuera hicieron acampe para evitar que el episodio se repitiera la mañana siguiente, mientras que funcionaries empezaron a ver cómo destrabar la puja que cobró visibilidad a nivel nacional.
El conflicto, que hasta la fecha no logró consenso entre las partes *y cuya temporalidad vencería a la de esta nota en una carrera de nado*, dejó desnuda la tensión entre distintas concepciones de desarrollo: con la naturaleza y a pesar de ella. “Dicen que es un proyecto esperado desde hace 60 años, pero en ese entonces el mundo era otro. La ONU ya ha planteado otro camino: debemos ensanchar veredas en vez de calles. No podemos seguir mirando al pasado”, afirmó Verzeñassi.
Pensarse junto al río
Los cambios en las lógicas de los espacios vienen con paleadas lentas de contracorriente. Pero también debemos rescatar los intentos de revertir la forma de pensar la ciudad. Entre 2003 y 2004 se realizó la obra de la Costanera, cuyo diseño quedó en manos del estudio Cabrera Trlin.
Margarita Trlin, quien encabeza el estudio junto a Rubén Cabrera, nos contó: “el proyecto venía atado a un programa de protección de inundaciones, que contaba con financiamiento internacional. El objetivo era proteger el camino costero de la erosión provocada por el río y generar un paseo público. En términos de espacio público y de inversión, fue la última gran obra que tuvimos”.
Para la arquitecta, los sentidos sobre el espacio público son diferentes según cómo es la relación con el ambiente: “el río crece y decrece, a eso lo hemos vivido este último tiempo. La obra previó que aún en la crecida máxima se pueda seguir utilizando. No está contra el río, sino junto al río, en sus movimientos y sus dinámicas. Eso es un posicionamiento de otro tipo, pensar con la naturaleza y no oponerse a ella”.
Espacios verdes en potencia
Usualmente andamos por la ciudad sin tener idea de qué hay debajo de la vereda y el asfalto. ¿Sabías que hay un arroyo invisible entre las Cinco Esquinas y el Parque Berduc, por donde quizás vivís o pasás todos los días? Resulta interesante ´descubrir’ partes de la ciudad que une habita desde hace años. ¿Qué urbanismo ha imperado en Paraná? ¿En qué no historia, no geografía y no identidad hemos estado sumergides? ¿Qué clase de parientes del mar somos, si no conocemos el agua que corre bajo nuestros pies?
Al repasar las iniciativas impulsadas por el Foro Ecologista, Daniela Verzeñassi dijo: “Entre otras cosas, hemos planteado cómo los arroyos y las vías de ferrocarril que los acompañan son posibles líneas de conexión entre las distintas áreas naturales protegidas de Paraná, que paradójicamente suelen ser las más desprotegidas. ¿Cómo? a partir de bicisendas y sendas peatonales. Esto además permitiría mostrar a Paraná con otra cara, siendo que hoy la única oferta turística es la Costanera y el Parque Urquiza. Tenemos mucho más que eso”.
Dalmiro Cabrera, que en su tesis de grado estudió la posibilidad de recuperar entornos naturales en enclaves urbanos consolidados, expresó: “hay muchos espacios verdes latentes en espera para ser utilizados, como en el arroyo La Santiagueña, que hoy en día no es accesible, y está conectado al Barrio Maccarone, el cual carece de espacios públicos en sí mismos. Podría cambiarle el aspecto urbano a muchos lugares hacia el interior de la ciudad”.
Su madre, Margarita, añadió: “Los espacios verdes no son solo los parques y las plazas, sino también las cuencas, que son lo que constituye nuestra ciudad. Con corredores que unan de este a oeste, Paraná sería otra, superaríamos ampliamente los estándares de verde. Solo necesitamos dejar esa política de buscar soluciones rápidas, como tapar y entubar los arroyos en lugar de atender el abandono y la polución”.
También mencionó como un avance en Paraná la creación del Comité de Cuencas, conformado por la Municipalidad y Colegios de Profesionales.
Cabrera destacó que en Europa Central hay un programa llamado Revitalization of Urban River Spaces, que plantea desentubar todos los arroyos entubados en las ciudades para producir nuevos espacios verdes y recuperar áreas permeables de suelo natural que permitan que crezcan árboles.
Lejos de considerarla una solución mágica e instantánea, el arquitecto paranaense explicó: “desentubar implicaría cambiar completamente la imagen de la ciudad. Sería una inversión inmensa, y aún así resulta muy difícil volver para atrás, porque la ciudad ha crecido. Habría que demoler casas, repensar el trazado de la ciudad… no sé si será posible algún día. Pero también hay arroyos que no han sido entubados completamente, como en el caso de La Santiagueña”.
¿Y ahora?
En consonancia con lo que sucede en otros lugares, el gobierno municipal ha empezado a invertir en las bicisendas como apuesta a un medio de transporte que reduzca nuestra huella de carbono y que se desenvuelva en armonía con el trazado urbano y con menor riesgo de accidentes viales. La bicicleta aún es una infiltrada en las calles paranaenses dominadas por los vehículos a motor, y hasta el momento no se le ha dado una integración sistemática que trascienda los usos recreativos y deportivos.
Hace muy poco tiempo se terminó la Ciclovía del Acceso Sur, y actualmente se está realizando otra en la Costanera y Puerto Nuevo.
Bouzada nos dijo: “en Argentina hay muchas ciudades donde la bicicleta está incorporada como método de vida. Acá se está despertando de a poco, sobre todo por la pandemia… no sé si tanto desde el punto de vista ecológico como sanitario y como dispersión. Ojalá que esta tendencia persista en el tiempo y se convierta en una forma de transporte para la gente”.
“Las bicisendas, las sendas peatonales, el ensanchamiento de las veredas y la peatonalización de las calles son algunas de las herramientas que tenemos para aportar en el camino a ciudades más respetuosas con los tiempos que nos tocan vivir”, afirmó Verzeñassi.
Sin embargo, la arquitecta integrante del Foro Ecologista considera que, más allá del compromiso individual, también debe traducirse en una política de gobierno. “No alcanza con hacer una bicisenda si a la vez se está tirando abajo cinco cuadras de espacio verde que significan un pulmón de la ciudad. Hagamos ciclovías, pero pensemos a la vez en proyectos que nos permitan seguir viviendo y mejorar la calidad de vida a partir de intervenciones en el territorio que se condigan con lo que planteamos”, enfatizó.
Por su parte, Margarita Trlin sostiene que debemos seguir el camino iniciado por otras ciudades. “Rosario es un caso paradigmático. En las últimas décadas se propuso revertir su relación con el río, recuperando toda la zona portuaria. Hubo una política, programas e inversiones. También se realizaron parques, se apostó al arbolado… toda la ciudad cambió radicalmente. Si bien es una ciudad de mayor escala y que puede pensar con otros presupuestos, es necesario tener un objetivo, ser consecuente y poner todo en relación a eso. Acá nos falta una idea general de ciudad y todos los recursos destinados a ella”.
Respecto a los espacios verdes ya existentes, agregó: “hay mucho por hacer en el Parque Urquiza, una hibridación entre lo natural y lo artificial. Las barrancas tienen movimiento… requieren mantenimiento y acciones para protegerlas. Debemos cuidar nuestra postal, trabajar para que sea disfrutada por todos los paranaenses”.
Como bien confían estas voces, Paraná merece mucho más de lo que le ha dado con el paso del tiempo. Otro desafío para el presente es mediar entre la preservación de su memoria y su identidad y el dar respuesta a las demandas por una ciudad habitable, accesible, inclusiva y democrática.
Decían Los Redondos que el futuro llegó hace rato, y nos pasará por encima si no estamos a su altura. Hoy tenemos que caminar la calle con distancia y tapabocas, y priorizar la comunicación por videollamadas por sobre el face to face. ¿Será que la ciudad está en extinción? ¿o solo aquellos especímenes que son las plazas, los árboles y los arroyos que le dan forma a las partes y que, a pesar de lo que entendamos como desarrollo, serán la única salida de quedarnos sin aire? Pensar qué ciudad queremos es una incógnita que se responde de manera colectiva, y que nos ayudará a surfear la ola.