Washington Atencio (Entre Ríos, 1986) es profesor de Lengua y Literatura. Reside en Paraná y da clases en los niveles secundario, terciario y universitario. En 2019 publicó Una hoguera de jazmines (Camalote) y fue parte de la colección Tres Poemas (Ediciones Arroyo). Algunos de sus textos han recibido premios y menciones. Gestiona la librería Jacarandá y coorganiza el ciclo de poesía Río Abajo. En febrero de 2020 publicó Nuestra sombra volcada en el río (Agua Viva), libro al que pertenecen los tres poemas que compartió con Charco.
Crucero Sobre la cama destendida perfumo ropa con extracto de coco y vainilla. Mientras doblo remeras y pantalones sueño islas paradisíacas inundadas de aromas. Esta tarde apoyé la cabeza sobre la almohada que te sostuvo el sueño de anoche, el de otras noches. Desde hoy abandono los perfumes falsos, veo palmeras acercándose. Nuestra sombra volcada en el río Abro bocas rompo el aire con la lengua lanzo todas las chispitas. Él me mira me contiene con los ojos. Cruza el río a lo lejos un caballo. La llanura lo verdea. En la tarde busco el cielo lo acaricio lo revuelco me deshago. Agua estalla en la laguna otro mar nos da respiro otro río me atraviesa. Terrario Arreglás el jardín y te miro. La naranja es un sol a la siesta, relámpago cítrico estallido en mi lengua. Mis manos vuelven al niño que busca semillas, porotos, granos de maíz. Resultaba fácil la tarea de naturales viviendo tan cerca del suelo. El campo fue mi germinador. Bebimos la luz con fauces abiertas nombramos el cielo y el agua, quisimos brotar. En tus manos llenas de tierra escupo una semilla y espero.
Sobre la escritura
Es difícil hablar de la propia escritura porque es siempre hablar de unx mismx. Así que empiezo por lo fácil. No tengo rutinas ni puedo escribir “largo”. Escribo poco y de manera inconstante: puedo pasar semanas sin anotar una línea y una noche escribir tres poemas. En cuanto a los temas, hablo de cosas sobre las que muchxs han escrito: la naturaleza, la infancia, el deseo, los vínculos, el cuerpo, el amor. Nos merodea el fantasma de la originalidad y, sin embargo, escribimos.
Digo “escritura” y pienso “poesía”, que es lo que hago. En un reduccionismo tremendo, para mí escribir es escribir poesía. Admiro a quienes pueden cultivar varios géneros y que lo hacen hábilmente. En mi caso, solo escribo poesía, tal vez porque es el lugar donde más cómodo me siento, el lugar desde donde puedo decir e intentar decirme.
Siento que hacer poesía implica un acto de detenimiento, de observación, un ejercicio visual: volver a mirar las cosas en un intento de renovarlas, de decirlas de nuevo. Por eso pienso que escribir es un descubrir y un descubrirse, en un doble movimiento: frente a unx mismx y frente a otrxs. Hace unos días pensaba en esto: escribir es reconocer la imposibilidad de decirnos y, al mismo tiempo, un acto de rebeldía contra esa imposibilidad. Creo que la poesía juega con los bordes como lo hace el deseo.
En la poesía no ponemos solo la voz, sino también el cuerpo; me desnudo, me expongo. Y me gusta esta palabra porque significa “poner algo a la vista” y también “decir algo, manifestarlo”. Y si escribo, pongo mi yo a la vista, es decir, “me pongo en peligro”. Me parece hermoso notar cómo se teje esa relación entre el ver y el decir vinculados al peligro y también a la posibilidad, a lo indefinido, al juego en los bordes. Creo que de eso se trata la poesía.
¿Qué estás leyendo?
Estoy haciendo pocas lecturas “nuevas” porque releo bastante. Vuelvo siempre a lxs poetas que me conmueven, esas voces que admiro y que me hacen revisar todo: Robin Myers, Franco Rivero, Mary Oliver, Pizarnik, Genovese. Leí hace poco la poesía reunida de Mirta Rosenberg y una antología muy bella de 80 poetas contemporáneas que sacó Liberoamérica.
Entre los libros de “no poesía” estoy leyendo varias cosas distintas al mismo tiempo: un ensayo de Anne Carson sobre Eros, una novela de Stephen King y el Tratado de la pintura, de Da Vinci.