El coronavirus es una pandemia inédita pero muchas enfermedades mundiales o masivas la antecedieron. ¿Las hubo en Paraná, Entre Ríos, la región? ¿Cómo llegaron? ¿Cómo se trataron? Una entrevista a los historiadores Rubén Bourlot y Carlos Saboldelli responde estas preguntas, reseña datos curiosos y abre otros interrogantes para pensar el Covid-19. Texto: Ramiro García. Ilustración: Santiago Gallo.
Existe una recurrente tentación de imaginar cómo “pasará a la historia” el coronavirus -nombre doméstico para la pandemia del “síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2)”- y los vaticinios pueden encontrarse con facilidad en medios de comunicación, redes sociales, charlas entre familiares y amistades, y fugaces tertulias en comercios de cercanía. La necesidad de formular tales ejercicios no es en sí misma objeto de crítica, en todo caso sí lo sean los fundamentos con que se sustenten esos augurios. Cedamos por un instante al impulso y aventuremos tan sólo una de las facetas que vayan a caracterizar a nuestra pandemia cuando la analicen les historiadores del futuro. Será su desarrollo a lo largo y ancho del planeta durante una etapa de sobreabundancia de información. Muchas personas vivimos envueltas en este esmog virtual. Tanto es esto síntoma de época que entre las recomendaciones sanitarias como el lavado de manos o la distancia física se cuelan consejos para el consumo de noticias: no más de una o dos horas por día, prescriben, no doctores en comunicación, sino profesionales de la medicina y la psicología.
Otro ejemplo ilustrativo. Googléese “muertes por coronavirus”. El buscador informa con datos mundiales actualizados hace 30 minutos y el resultado arroja las cantidades de fallecimientos, personas infectadas y recuperadas expresadas con las abreviaturas del lenguaje informático. “Resumen de casos. Confirmados: 3.68 M. Personas recuperadas: 1.21 M. Muertes: 258 k”. Las mismas abreviaturas que se usan en redes sociales para cuantificar seguidores, likes o reproducciones de videos. Traducido a la matemática que aprendemos en la escuela resulta que hasta hace un rato en todo el planeta se contaban 3.680.000 personas contagiadas, de las cuales 1.210.000 se curaron y 258.000 murieron.
En todo caso, lo bueno del momento que tocó para el SARS-CoV-2 es que quedarán incontables registros de lo que pasó. No es así con otras pandemias y epidemias que ocurrieron antes en la historia, al menos en la región que queremos indagar: Paraná, Entre Ríos, el Litoral argentino. Por la ciudad, la provincia y la zona pasaron, sólo contando del siglo XIX en adelante, el cólera en varias ocasiones, la fiebre amarilla, la viruela, la peste bubónica, la gripe española (mal llamada así, porque se originó en Estados Unidos) y la poliomelitis, entre otras. Los registros de esas enfermedades en estas tierras no abundan. La reconstrucción de su presencia pasada se hace por retazos, sin la cantidad y el orden de los datos con que sí pueden conocerse otros aspectos de nuestra historia regional.
Para saber sobre ello entrevistamos a dos especialistas. Carlos Saboldelli tiene título de abogado, pero también es historiador, periodista y escritor. Es columnista del diario UNO y ha publicado obras como el ensayo Viaje al país de los guantes, la novela Quedate conmigo y los libros de historia Vicegobernadores de Entre Ríos 1883-2008 y Herramientas historiográficas (Enfoque del proceso de creación del libro de Historia). Desde diciembre de 2019 es, además, secretario de la Cámara de Diputados de la provincia. Rubén Bourlot es profesor de Historia y Educación Cívica, agrónomo nacional, investigador, periodista y escritor. Entre sus títulos se encuentran las investigaciones Historia elemental de Entre Ríos, El radioteatro en Entre Ríos, Índice sintético de la toponimia entrerriana y el relato histórico La cabeza en la jaula. A su vez, trabajó como empleado en el Archivo General de la provincia. Actualmente edita la revista digital “Ramos generales. El almacén de La Solapa entrerriana”.
De las conversaciones con ellos resulta una reseña histórica de las otras epidemias y cuarentenas que asolaron a estos pagos, con interesantes apostillas: apenas una vieja noticia alertaba en 1913 por la presencia de la peste bubónica en Paraná y advertía el riesgo de que cruce el charco hacia Santa Fe; el traslado del cementerio municipal de la capital entrerriana como medida sanitaria; los remedios caseros que hace menos de un siglo intentaban combatir síndromes letales; las campañas de vacunación que detuvieron epidemias gracias a la escuela pública; y algunas similitudes con situaciones que se ven hoy ante el coronavirus, pero con pulmotores en lugar de respiradores.
Charco: ¿Qué otras pandemias, epidemias o brotes hubo en nuestra zona?
Carlos Saboldelli: La primera mención a realizar, aún con el poco registro que pueda haber, es la posconquista. Hubo una gran propagación de enfermedades ajenas al hombre americano y que provocaron una mutilación en la población, una importación de enfermedades que generaron un gran menoscabo en las personas.
Rubén Bourlot: En 1869, en la época de la guerra de la Triple Alianza, el cólera vino por el río desde el Paraguay, el Brasil. Se fue contagiando con las tropas de soldados que iban y venían y por las malas condiciones sanitarias del país. Tuvo una gran repercusión en la región y se estima que llegó a nuestra zona. No se conocían las causas, se suponía que eran razones sanitarias pero no había certeza. Eran lógicamente la carencia de cloacas y esas cosas básicas, pero la medicina estaba en pañales. Luego en 1886 hubo otra gran epidemia.
CS: De esa época quizás la más novelada, si se permite esa palabra para hablar de una epidemia, fue la de fiebre amarilla de 1871. Se le atribuyó haber arribado en buques de inmigrantes italianos, que la propagaron fundamentalmente en los barrios marginales de Buenos Aires. Fue transmitida a las tropas que viajaron a la guerra de la Triple Alianza, muchos de cuyos soldados, al retornar a nuestros territorios, pueden haber sido portadores de la enfermedad. Buenos Aires fue el epicentro, más que nada en los conventillos. Hubo que crear cementerios para enterrar gente.
RB: Fue una epidemia muy virulenta. En Paraná y Concepción del Uruguay tuvo una gran repercusión, con muchos enfermos y muertos. En Buenos Aires murieron 10 mil-15 mil personas. Era el mismo drama que se ve hoy en algunos países con el coronavirus: no alcanzaban las tumbas, los cajones, se tiraban los muertos en cualquier lado. En esa época las calles se rellenaban con basura, incluso también las casas y terrenos, y se decía que esa era la causa de las enfermedades.
Ch: ¿Y cómo se trataba la enfermedad?
RB: Era todo intuitivo. Se apelaba a cosas muy parecidas a las de hoy, como lavar, limpiar, se higienizaba con lo que se tenía. Y se usaban remedios de lo más insólitos: aceite de oliva, agua con cualquier perfume, que se creía que limpiaba y purificaba el ambiente.
CS: El miedo era la transmisión por el río Paraná, que podría ser un agente transmisor en épocas donde no había agua potable, el mal de todos los tiempos, que es la falta de sanidad para los seres humanos. No había forma de tratarla, el único paliativo era quemar a los muertos y a sus pertenencias en la voluntad de que el fuego termine extinguiendo la transmisión. Un poco rústico, pero lo único que había.
RB: La fiebre amarilla y fundamentalmente el cólera repercutieron en las obras públicas de salubridad. Después de estas enfermedades se empezó a hacer cloacas, desagües. En el siglo XVIII, principios del XIX, una de las medidas que se tomó para evitar enfermedades recurrentes fue la de sacar los cementerios del ámbito urbano de las ciudades. En general, desde la época colonial estaban al lado de las iglesias, en pleno centro. Hubo una ley del gobernador (Juan León) Sola de 1824 que obligó a todos los pueblos de Entre Ríos a trasladar cementerios fuera del radio urbano. En esa época se creó el actual cementerio de Paraná. Antes estaba al lado de la Catedral, lo administraba la Iglesia. Desde allí se trasladó al lugar actual, al lado del arroyo Antoñico.
Ch: ¿Cuál fue la siguiente?
RB: Hacia el 1900 vino del Paraguay la peste bubónica, la famosa peste negra de la Edad Media, transmitida por las ratas. Bajó a Rosario y Buenos Aires, donde fue muy importante porque hubo invasiones de roedores, que venían en los cargamentos de los barcos. No tengo datos de repercusiones en la zona.
CS: Hay una noticia de 1913 sobre la aparición de peste bubónica en Paraná. No hay registros en hospitales, porque tampoco existía la salud pública. Hay noticias que hablan de la detección de varios casos en la ciudad, alertando la posibilidad de que se transmita a Santa Fe, lo que hubiera sido un principio epidémico. Más adelante, hay registros de que en 1949 hubo un brote de viruela negra en Paraná, Santa Fe -en particular las ciudades de San Cristóbal, San Justo y Cacique Ariacaiquin- y Salta. Los registros del hospital San Martín pueden acreditar que esto empezaba a transmitirse con velocidad letal. Tengamos en cuenta que Entre Ríos seguía siendo insular. No teníamos contacto físico con ningún límite, estábamos totalmente aislados.
Ch: ¿Cuál era entonces la cura para la viruela?
CS: ¿Qué pasa cuando aparece la viruela? Había una nueva forma de entender la política, nuevas dimensiones de políticas públicas, de medicina preventiva más que de tratamiento. Las impulsó Ramón Carrillo, el gran transformador en ese sentido (NdeR: primer ministro de Salud de la Nación, funcionario del gobierno de Juan Domingo Perón entre 1946 y 1954). Decidió poner una barrera preliminar a las enfermedades. Esto significa invertir los fondos públicos en vacunas y prevenir la enfermedad. En Entre Ríos el gobierno de la provincia adquirió más de 120 mil dosis de vacunas y montó una campaña inmediata. Hoy nos parecería sencilla: vacunemos a todos en la escuela. Pero todavía era muy difícil la masividad escolar. Fue un acierto. Los enfermos fueron atendidos, las vacunas empezaron a hacer efecto y la enfermedad se aisló. En Paraná y Entre Ríos esto se desactivó en prácticamente tres semanas o un mes. Empezó en abril de 1949 y en mayo ya había disminuido la cantidad de infectados. No se estilaba llevar registros y tampoco había centros importantes de salud. En esa época era más probable que sepas cuántas cabezas de ganado había antes que cuántos infectados. Nunca se indagaron las causas de esa epidemia.
“Pensemos en una Paraná muy distinta de la de hoy, sin circulación interna pero sí mucha hídrica, todo venía por el río. Esa actividad tiene que haber favorecido de alguna manera que se transmitiera este tipo de enfermedades”. Carlos Saboldelli
Ch: Días atrás se recordaron los 65 años de la vacuna que detuvo la epidemia de poliomielitis en el país, ¿cómo fue su impacto?
RB: La poliomielitis no era muy maligna pero se fue tornando cada vez más virulenta en el siglo 19. No tuvo carácter de epidemia hasta la década del ’30 del siglo 20. Se inicia en Buenos Aires y en Entre Ríos hubo epidemias muy importantes hacia 1940. Se creó a nivel nacional la Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI). Dejaba discapacidades bastante graves, más que nada en miembros inferiores. Era sumamente contagiosa y afectaba especialmente a chicos hasta los seis, siete años. Por eso una de las medidas que se tomaba habitualmente era la suspensión de clases, como forma de prevenir. Había un tipo de cuarentena orientada a los chicos de hasta seis o siete años, a quienes también se prohibía la asistencia a cines, parques, playas.
Ch: ¿Hay registros, entonces, de otras cuarentenas en el país?
RB: Se hacían cuarentenas. Tal vez focalizadas, no en general. Las hubo con el cólera y la fiebre amarilla, con prohibiciones de reuniones públicas, espectáculos en teatros. Es una tradición que viene de la Edad Media, cuando era lo único que había a mano para prevenir.
Ch: Volviendo a la poliomielitis, ¿cómo se innovó en su tratamiento?
RB: La única forma de tratarla era el suero de personas que la habían tenido y que tenían anticuerpos. Se extraía sangre, se sacaba el suero y se inyectaba en los niños. Se importaba suero de Estados Unidos. No daba un resultado muy efectivo, entonces se usaban los collares de alcanfor, vapores de eucaliptus. Hasta que el doctor (estadounidense, Jonas) Salk descubrió la vacuna antipoliomielítica. Luego (el polaco-estadounidense, Albert) Sabin creó una nueva versión, que era oral. Se empezó a vacunar a los chicos en las escuelas con el recordado terroncito de azúcar, donde se ponía una gotita. Además la Sabin tenía una particularidad que era como una vacunación en manada: cuando alguien era vacunado, el resto de la familia se vacunaba por contagio.
“Hay un paralelismo con lo que ocurre hoy. Hubo una campaña para conseguir pulmotores, porque los hospitales no contaban con los suficientes, lo mismo que pasa hoy con los respiradores”. Rubén Bourlot
CS: La poliomielitis fue dura. Algún memorioso de no tantos años la debe recordar. Hubo más o menos siete mil casos en todo el país, entre enfermos y muertos. Ahí tenemos un sino. El gobierno anterior a 1956 tenía una política de enfrentar esta enfermedad. Ya había habido brotes. Pero todas las acciones preventivas, y muchas de las obras que se habían comenzado para hospitales especializados, quedaron inconclusas por el cambio de políticas de la Revolución Libertadora. Ya había una política pública de registrar para planificar. Entonces el alumno tenía una ficha de salud en la escuela, una base de datos muy precaria pero que permitía las primeras grandes estadísticas. Y se vacunaba en las escuelas, donde la educación era obligatoria, otra política pública. Con eso se logró controlar.
Ch: ¿Hubo otras pandemias o epidemias después?
CS: Después de la polio no hubo más. En los ’60, con la gran actividad sanitaria mundial, empieza el fin de las enfermedades milenarias. El mundo empieza a actuar coordinadamente y a tener incidencia la Organización Mundial de la Salud. La creación de vacunas económicas y masivas fue dando resultado en controlar grandes epidemias: viruela, varicela, polio, meningitis. ¿Cuál es la ecuación? Es preferible gastar en 60 millones de vacunas y no en un millón de enfermos. Hoy las vacunas vienen en forma muy conjunta, se hace un seguimiento del recién nacido, se prevén muchas enfermedades que hasta hace un tiempo eran fatales, imprevistas. Hasta esta pandemia del coronavirus, que no sabemos qué hacer.
Ch: ¿Ha hecho o sigue haciendo algún efecto ante las epidemias el hecho de que Entre Ríos tenga su carácter insular?
CS: En la de viruela de 1949 la barrera física de los ríos impidió que esto se transforme en un desastre, porque nos hubiéramos encontrado con el “lado oscuro” de esa barrera geográfica: ¿cómo iban a traernos vacunas, insumos, alimentos, combustibles? Hubiera sido muy complejo, teniendo en cuenta una actividad aérea casi nula. Había infinidad de barcos de distinta índole que hacían el transporte de mercadería interna. A Buenos Aires llegabas mucho más rápido en barco que por cualquier vía terrestre. El río era además la gran ruta internacional a Paraguay, de carga y de pasajeros, y Paraná era uno de los principales puertos de escala. Hoy estamos vinculados por el Túnel Subfluvial con Santa Fe, por los puentes Rosario-Victoria, los que conectan con el Uruguay, con el norte, el Zárate-Brazo Largo. Nuestro carácter insular un poco ha desaparecido, creo que no es determinante. A esta altura de la sociología y la demografía de la provincia y de la ciudad no creo que el río se pueda pensar como una barrera. Sí facilita los puntos de control si uno decide cerrar.
RB: Sin dudas. La peste bubónica llegó a Santa Fe y Rosario pero no a Entre Ríos, precisamente debido al río, al no haber mucha circulación y no tener puertos muy activos. Las enfermedades se transmitían en gran medida por los barcos. Entre Ríos era una isla y estaba a salvo de algunas epidemias por su aislamiento, a pesar de que tenía una gran relación con Buenos Aires porque era proveedor de alimentos y granos. Hoy en día también es importante. Entre Ríos tiene mucha menos repercusión del coronavirus que Santa Fe y Buenos Aires porque es mucho más fácil controlar los pasos y accesos. La mayoría de los casos son de gente que ha viajado afuera, no hay transmisión comunitaria.
Ch: ¿Qué aporte puede hacer la mirada histórica para pensar hoy sobre el coronavirus?
CS: Puedo dar una mirada muy extensa hacia atrás en la historia y una muy breve hacia adelante, porque no sabemos qué va a pasar. Las grandes enfermedades o pestes eran fulminantes pero no alcanzaban la dimensión territorial como la que vemos hoy. El gran ejemplo es la Gran Peste Negra de Londres del siglo 17. Puede que se haya extendido un poco territorialmente, pero no pasó de ahí. Hoy nos encontramos con un desarrollo territorial que sucedió en días. Lo mirábamos a la distancia y en dos días lo teníamos acá. Hay una obra muy linda de Daniel Defoe que se llama Diario de la peste. Es casi una crónica periodística con algunas instancias que son puntos de contacto con lo actual: la aparición de gente pesimista, optimista, la declinación de algunas religiones y la aparición de otras, la acción e inacción de los organismos públicos, el espanto ante la muerte, el acostumbramiento ante lo fúnebre. Estamos hablando de 1660 y parecen sensaciones que se refieren al coronavirus.
“Las grandes enfermedades o pestes eran fulminantes pero no alcanzaban la dimensión territorial que vemos hoy. Lo mirábamos a la distancia y en dos días lo teníamos acá”. Carlos Saboldelli
RB: Uno no puede especular con lo que pueda pasar. Sí estamos frente a un acontecimiento que va a hacer historia. Si bien otras epidemias han tenido mucha más mortalidad que esta, la pandemia actual tiene posibilidades de convertirse en algo muy serio. No sé si va a tener una repercusión o cambios tan importantes como algunas revoluciones, por ejemplo. No sé si pueda haber algún cambio tan abrupto como país, puede que sí a nivel mundial. Viendo la desesperación que hay por volver a la normalidad anterior, sin las enseñanzas que dejó esto, uno sospecha que no va a haber demasiados cambios o alguna revolución a nivel mundial a causa de esta enfermedad. Tengo mis dudas.
“Viendo la desesperación que hay por volver a la normalidad anterior, sin las enseñanzas que dejó esto, uno sospecha que no va a haber demasiados cambios”. Rubén Bourlot
CS: Va a quedar una gran sensación de miedo, una gran dificultad de interacción en los términos que conocíamos, y la genética de nuevas formas de vincularse entre las personas, con comunicaciones remotas o a través de medios virtuales. Quizás deberíamos hacernos la pregunta de qué va a pasar con las utopías, con los afectos, con los cariños. Hoy la urgencia la tienen los epidemiólogos, supongo que el día de mañana la van a tener los psicólogos. Pero bueno, el hombre lleva varios miles de años sobreviviendo a enfermedades y la naturaleza sabrá darnos una respuesta que no conocemos.