Chile empezó el 2020 con el panorama que inauguró octubre de 2019: el pueblo en la calle y el gobierno dando respuestas ambiguas y represión. Desde el corazón de Santiago, una joven de Paraná cuenta detalles de la insurrección desde el minuto cero y cómo la sociedad se animó a desafiar el miedo y el individualismo que la dictadura de Pinochet había grabado a sangre y fuego. Escribe: Ramiro García
Juli nació, creció y vivió en Paraná hasta terminar la secundaria y en ese momento decidió que su vida continuaría en otro lugar del mundo. Eligió Chile, hizo algunos contactos, se tomó un avión y desde hace 10 años vive en Santiago. “Tenía ganas de viajar, conocer lugares y cosas distintas. Me di cuenta de que en Argentina es muy difícil conseguir un trabajo formal o serio siendo joven. En cambio acá a los 18 años ya se consigue. El trabajo en negro prácticamente no existe”, cuenta a través de una llamada de WhatsApp, que apenas se entrecorta a pesar de los mil kilómetros que distancian la capital chilena de la entrerriana.
Desde su primer año como residente en Chile está vinculada al arte. Primero se desempeñó en la administración y planificación de una academia de música y después concentró su formación y su desarrollo laboral en la industria del séptimo arte, en empresas de logística, comercialización y distribución de contenidos cinematográficos. Además es traductora y trabajó en doblajes, así que tiene experiencia en contar historias para gente de otros países.
Juli dedica la hora de almuerzo que le dan en la empresa para la que trabaja para contar una detallada crónica de los días del 2019 que sacudieron los cimientos de la sociedad chilena. Lo hace sentada en el banco de una plaza céntrica de Santiago. Confiesa que así se siente más tranquila y segura que en la oficina. A pesar de que lleva una década viviendo allá, todavía algunas personas rotulan su opinión como extranjera. “Ya de por sí la gente es un poco intolerante a la opinión sobre política y las valoraciones del otro. Muchas veces lo primero que te responden es ‘ah, pero en tu país…’. Así que, con los años, opté por no tener opiniones muy marcadas delante de la gente, salvo que sea de mucha confianza”, admite.
Juli es Juli a secas porque prefiere cuidar, junto con su identidad, la carrera profesional que viene cimentando desde hace años. La represión de estos meses en Chile no es sólo la de Carabineros en las protestas callejeras, sino que también existe en otros ámbitos de la vida cotidiana. “En mi rubro está pegando muy fuerte todo lo que está pasando y no quiero ponerme en riesgo de perder mi trabajo”, aclara. Hecha esa salvedad, empieza el relato de cómo se produjo y cómo vivió ella la insurrección popular trasandina que lleva más de dos meses y que aún no tiene escrito su final.
El despertar
“El detonante fue el alza del pasaje del metro. El pasaje está dividido por horarios: Base, que es el más bajo, Normal y Punta, que es el más caro y en el que circula la gente para ir al trabajo y a estudiar. Estaba 800 pesos en el horario punta y anunciaron que iba a estar 830. El pasaje escolar, que es el secundario, es gratis; con la TNE (Tarjeta Nacional Estudiantil) los universitarios pagamos $200. Con el anuncio de la suba la gente empezó a manifestar que era mucho”.
El sueldo básico en Chile (el equivalente al Salario Mínimo, Vital y Móvil de Argentina) es de 301.000 pesos a partir de la ley 21.112 del 2018. A comienzos de 2020, la conversión da unos 24.000 pesos argentinos. De este lado de la cordillera el SMVM es de 16.875 pesos, pero allá el costo de vida es mucho mayor. Con el aumento de pasaje decretado el 6 de octubre, una persona que trabaja en Santiago iba a gastar alrededor de 41.500 pesos chilenos por mes, casi un 14 por ciento de su salario, sólo para ir y volver del laburo.
“La respuesta del ministro (de Economía, Juan Andrés Fontaine) fue ‘levántense más temprano que el pasaje está más barato’. Imaginate una persona que se levanta a las 7 de la mañana todos los días para ir a trabajar en Santiago, que son distancias largas y a veces se te van cuatro horas al día viajando”.
“Acá la proporción entre lo que vale el transporte público y el sueldo mínimo es la más desigual de Latinoamérica”
El pasaje de metro en hora punta en Santiago es de 1,18 dólares, sólo superado en Sudamérica por los precios de las brasileñas San Pablo (U$S 1,23) y Río de Janeiro (U$S 1,33). En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el pasaje de subte (hermano porteño del metro santiaguino) tiene un precio ajustado a la cantidad de viajes mensuales. Quien lo usa más de 40 veces al mes con SUBE paga U$S 0,18 (11,40 pesos). En Paraná la tarifa plana de colectivos urbanos es de U$S 0,46 (29 pesos) y en Santa Fe el mismo boleto cuesta U$S 0,45 (28,90 pesos). El salario mínimo en Chile, traducido a moneda estadounidense, es de 405 dólares; el argentino, hoy, es de 268 dólares.
“Los estudiantes empezaron a llamar a evadir el pasaje del metro y apareció la crítica: ‘de qué se quejan estos niñitos si a su pasaje no se lo subieron y ellos pagan escolar’. No lo hacían por ellos, sino por sus familias: ‘lo hago por mi mamá, por mi papá, que nos pagan el pasaje a nosotros y están gastando más ellos’, decían”.
La joven paranaense radicada en suelo mapuche vio que esos días comenzó a gestarse en la sociedad chilena un clima que no conoció en sus 10 años del otro lado de los Andes. Ni siquiera en las históricas revueltas estudiantiles de 2011, cuando la lucha por la educación pública obligó la atención de las altas esferas de poder nacional y de la prensa internacional.
“Acá la gente no es de unirse mucho en causas. Es bien dividida la sociedad. Pero empezó a verse que la gente mayor apoyaba: ‘estos cabros están haciéndolo por nosotros’. Por primera vez veías ancianos y adultos apoyando a la juventud en una marcha. Eso no pasa por la educación, por la salud, por nada. Y pasó esta vez. A los pocos días (desde el gobierno) dijeron que se bajaba el pasaje y se generó la primer división, porque hubo gente que empezó a decir: ‘bueno, querían lo del pasaje, ya lo lograron’. Y ahí empezó la consigna: ‘No son 30 pesos, son 30 años’”.
La fiesta y los balazos
El viernes 18 de octubre fue el primer día de la nueva vida de Chile. Las evasiones estudiantiles sumaron las de otros sectores de la sociedad santiaguina que usan a diario ese transporte y las autoridades resolvieron cerrar las estaciones. La decisión generó que miles de personas volvieran a pie a sus casas y las largas caravanas se convirtieron espontáneamente en marchas de protesta, especialmente en el centro de la ciudad. Hacia la noche ya había cacerolazos y se produjeron algunos hechos de vandalismo. Aparecieron los Carabineros y con ellos los primeros enfrentamientos.
“Estaba en la oficina y empezó a haber manifestaciones. Todo el mundo empezó a irse de la casa. Tenía que rendir un examen y dije: ‘la manifestación se va a acabar en dos horas más. Me quedo estudiando acá y me voy más tarde’. Salgo a las seis de la tarde. Yo vivo en Providencia, que es parte de donde pasa la avenida más importante de Santiago. No es tan lejos del trabajo pero, como estaban invitando a evadir el metro, cerró la estación. No podía tomar coles porque la gente estaba manifestándose. Y dije: ‘toda la gente va a estar tomando taxi, me quedo dos horas más’. Ese fue mi razonamiento. Se hicieron las 10 de la noche y la calle estaba cada vez peor. Justo estaba con una compañera que la pasaron a buscar y me llevaron a mi casa. En el camino empezamos a ver cosas prendidas fuego, gente en la calle, y nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio. Me llegó un mail de la facu con el aviso de que el sábado no habría clases. Al otro día las noticias mostraban las cosas que estaban pasando, todo lo que estaban quemando. Uno dice ‘está bien, acá es todo desigual, entiendo que la gente esté enojada’”.
El sábado 19 el presidente Sebastián Piñera decretó el Estado de Excepción Constitucional de Emergencia para el Gran Santiago, medida que luego se extendió a varias ciudades y regiones del país. La declaración deja bajo dependencia inmediata del Jefe de la Defensa Nacional los lugares que quedan en ese estado y autoriza a las Fuerzas Armadas y de Seguridad a “velar por el orden público”. La ley Orgánica Constitucional de los Estados de Excepción permite “la celebración de reuniones en lugares de uso público, cuando corresponda, y velar porque tales reuniones no alteren el orden interno”. Mucho de celebración había en las plazas de Santiago en aquel segundo día de la insurrección, pero el jefe de Defensa Nacional, el general Javier Iturriaga, decretó el toque de queda y carabineros y militares pasaron a la acción.
“Empezó el toque de queda pero uno iba a las plazas y era una fiesta: había gente bailando tango, como una intervención urbana; chicos jugando a la pelota, familias enteras, la gente jodía con que era el Lollapalooza de las marchas. Era muy cool, raro, muy genuino, familiar. Era muy tranqui. El toque de queda empezaba a las siete. Yo a las siete menos diez me iba a mi casa, que queda a dos cuadras de la plaza. Me sentaba a tomar mate en una escalera mientras veía cómo pasaba todo. A la hora todas las familias se iban y quedaba poca gente.
“Esto era lo loco: yo me encerraba en el departamento y donde hasta hacía 15 minutos había una fiesta, la gente cantaba, había bandas en vivo… de repente pasaban los helicópteros, hablaban por altavoces y se escuchaban disparos y bombas, unos gritos horribles y lacrimógenas. Todo en una hora, parecía que uno se teletransportaba”.
Todo Chile discutió todo desde que empezó la rebelión. Hasta los actos de vandalismo contra negocios, casas y edificios públicos. Es que no pocas filmaciones revelaron encuentros furtivos entre sus autores y carabineros, en calles laterales o lugares recónditos cerca de los sitios donde ocurrían los destrozos. Los medios masivos de comunicación replicaban sistemáticamente mucho de esos hechos de violencia y poco del contenido de las multitudinarias manifestaciones y no tardó en instalarse la sospecha de que el vandalismo fuera promovido desde el poder.
Juli no lo confirma ni lo descarta pero recela de quienes se quejan de los modos de la rebelión.
“Había muchos negocios saqueados, en algunos casos era montaje, en otros no. Una mezcla total: veías por los balcones a los carabineros jalando cocaína para salir envalentonados a hacer cosas. Y claro, estaban muy violentos, sobre todo los militares y durante los primeros días. Nunca estuve en el medio como para decir ‘los vi, trataron de atacarme’. Porque soy super cobarde. Y como soy extranjera, si me llevan detenida o me hieren, mi familia tiene que venir desde Argentina a sacarme. Sentí que era injusto para mi familia ponerme en peligro. Había de todo: gente que lo único que quería era salir a destruir y quienes estaban manifestándose legítimamente. Había montajes y situaciones que se iban de las manos”.
“Hay mucha gente que dice ‘apoyo la causa pero no es la forma’. Eso me suena a ‘no tengo nada en contra de los gays, pero que no se besen delante mío’. Es una frase que no dice nada. A nadie le gusta el daño colateral, pero hay cosas que tienen que pasar para que las cosas cambien”
La traductora residente en Santiago, de todas formas, lamenta y cuestiona algunos de esos daños colaterales.
“A mí me da lo mismo que quemen un shopping. El problema es la gente que no puede trabajar. Los negocios familiares están quebrando, se saquean almacenes de barrio, las personas que ganan por comisión, como no están vendiendo, están quedando sólo con el sueldo base. Si bien todo lo que está pidiéndose es legítimo, hay cosas que cuidar, como el trabajo del laburante como uno. Desde que empezó todo, el 18 de octubre, quebraron 1.500 pymes, el comercio no puede funcionar, está despidiéndose a mucha gente porque no se pueden pagar los sueldos. Hay que buscar la forma de que las cosas que hagamos perjudiquen al gran empresario, no a la pyme”.
Un futuro por escribirse
Le quedan pocos minutos a la hora del almuerzo en la plaza de Santiago. Juli debe volver a la oficina que se encarga de distribuir y comercializar películas para cines de diversos países de Latinoamérica y de España. En pocos días viajará a Paraná para pasar Navidad y Año Nuevo con su familia, con quienes la distancia es sólo geográfica. Sin embargo, el regreso definitivo a su ciudad natal no está en sus planes por ahora.
“Volver, no sé; seguir en otro lado, tal vez. Estoy en un rubro con muchas posibilidades en todo el mundo. Gracias a dios cuento con la opción de elegir dónde seguir después. Con mi familia hablo todos los días, nos visitamos seguido. Tengo grupos de WhatsApp con las chicas de los dos colegios a los que fui, estamos pendientes todos los días”.
En cuanto al porvenir de Chile, la joven entrerriana considera que la población dio el gran paso para romper algunas de las peores consecuencias legadas por la dictadura de Augusto Pinochet, quien gobernó como presidente de facto el país entre 1973 y 1990.
“Todo esto fue un tema cultural super fuerte. Por primera vez desde la democracia la gente se une por una causa, marcha y lo logra. La gente se divide mucho y es individualista, pero esos días se vio el pueblo unido. De hecho, esto estaba pasando en todo el país y el alza del pasaje fue sólo en Santiago. Empezaron a luchar por las cosas que pequeños grupos habían empezado a pedir hacía años pero que nunca se habían concretado”.
“Todo lo que se reclama es justo. No se está pidiendo nada muy loco, nada que no sea básico o necesario”
Chile arrancó el 2020 sin tregua en la calle, donde se sigue reclamando por más bienestar social y menos ganancia privada pero también por la renuncia del presidente Sebastián Piñera. En las marchas incluso pueden verse pancartas que piden que vaya a la cárcel, señalándolo como el primer responsable político por las víctimas de la represión a las manifestaciones. Entre el 19 de octubre y el 27 de diciembre se registraron oficialmente 27 personas fallecidas en el marco de la represión estatal a las protestas. Además, al 20 de diciembre, el Instituto Nacional de Derechos Humanos chileno tenía relevadas 3.557 personas atendidas en hospitales y 9.484 detenidas y visitadas en comisarías. En estos establecimientos, asimismo, se radicaron en estos meses 1.496 denuncias por vulneraciones a derechos humanos: 207 por violencia sexual, 392 por torturas “y otros tratos crueles”, 853 por uso excesivo de la fuerza en la detención y 44 por “otras vulneraciones”, siempre según el INDH. 943 de estas denuncias ya fueron presentadas como acciones judiciales (918 querellas, 20 recursos de amparo y cinco de queja).
Piñera logró mantenerse en la presidencia a pesar de todo y transitó estos meses con “mano dura” y posiciones, por lo menos, ambiguas. Esto se constató a poco de comenzar las protestas cuando anunció estar “en guerra contra un enemigo poderoso” y luego dio marcha atrás para decir que desde el gobierno “escuchamos el mensaje” de las manifestaciones, removió todo su gabinete y aceptó un proceso de reforma constitucional. Los mismos volantazos discursivos se escucharon en los últimos días del año: en una entrevista con la CNN, ante una pregunta por las filmaciones de vulneraciones a derechos humanos en el accionar de las fuerzas represivas, el presidente calificó que “muchos de los videos no corresponden a la realidad. Hay muchos de ellos que son falsos, filmados fuera de Chile o tergiversados”. Ante el repudio a su definición, tuvo que disculparse y aclarar en sus redes sociales: “no me expresé en forma suficientemente precisa, provocando interpretaciones que no representan mi pensamiento”.
Algo auspicioso dejó Piñera como regalo de fin de año para el pueblo chileno y fue el decreto de convocatoria a un plebiscito popular para decidir si se reforma o no la Constitución nacional, heredada de la dictadura de Pinochet. La votación será el 26 de abril y también se elegirá el órgano que realizará la reforma: si una Convención Mixta Constitucional (compuesta en mitades por constituyentes elegidos directamente y por legisladores) o una Convención Constitucional (integrada totalmente por constituyentes elegidos por el sufragio popular).
Será un nuevo capítulo por escribirse de la historia que cambió para siempre con el despertar de octubre, y el siguiente gran paso del pueblo chileno en su nueva era. Según el relato de Juli, el primero ya se dio:
“La gente perdió de golpe el miedo que quedó de la dictadura: a la represión, al costo político, a expresarse, a poner cosas en redes sociales porque mi jefe me está viendo. Eso de un día a otro se terminó y una como extranjera se dio cuenta del cambio en la sociedad”.
Foto principal: Tito Carreño