Ariana Beilis y Toti D’Stefano son Barrio sin Plaza, un colectivo de arte contemporáneo que hace de la calle un museo para disputar sentido en la vía pública. Escribe Gustavo Schnidrig, con imágenes de Rocío Truchet.
En la calle hay normas de conducta para todo: para saludarse de cerca, para hacerlo de lejos, para cruzar de vereda, para ceder el paso. Sabemos caminar sin rumbo fijo, hacerlo con un destino concreto, correr contrarreloj. Si deseamos que nuestro cuerpo sea un poquito más libre, en cambio, apostamos por la práctica de un deporte, por aprender una disciplina artística o vamos a alguna peña o baile. Y aunque parezca natural, todas estas pequeñas maniobras son ejecutadas según pautas concretas, que van desde las dictadas por las señales viales hasta los patrones de consumo publicitarios. Pero, ¿es acaso posible derribar estas lógicas y vivir nuestra cotidianeidad de una forma más poética?¿Tendría algún beneficio el hacerlo? En buscar respuestas a estas preguntas se centran las obras de Barrio sin Plaza, un colectivo santafesino de arte visual y contemporáneo conformado por Ariana Beilis y Malcolm D’Stéfano, Toti.
Desde que se juntaron en 2016, Ariana y Toti hacen arte contemporáneo, principalmente relacional. Esto es, de estrecho vínculo con vecinos, instituciones, colegas artistas y gente de otros palos. Con eje en la vía pública, proyectan obras colaborativas o, al menos, participativas. Su último subproyecto-obra, cuenta Toti, es A la Cal, “un espacio expositivo nómade que funciona como muestras pop-ups”. Pop-ups: muestras efímeras de une sole artiste, realizadas un día específico y de tres horas de duración, bajo el armado de una curaduría puntual a cargo de otro agente del arte que puede ser tanto une curadore como otre artiste.
“Lo que hacemos es seleccionar tríadas: artista, curador y un espacio específico de la vía pública donde se trabajará durante un determinado tiempo”, sigue contando Toti, dueño de una capacidad pedagógica altamente efectiva para explicar los detalles conceptuales y técnicos de sus trabajos. “El territorio elegido resulta un factor simbólico importante”, añade Ariana, la integrante que le saca lustre político a cada una de sus intervenciones. Es por ello que, cuando se presentan artiste y curadore, también se da a conocer el espacio físico escogido y se brindan archivos sobre este territorio tales como material audiovisual o registros de mapeos. “Y siempre añadimos historias del lugar”, remarca Ariana.
A Barrio sin Plaza le interesa que sus obras se nutran de muchas historias. No tanto por la necesidad de establecer un diálogo entre la puesta en escena y su público, aspecto de por sí trabajado a detalle. Por encima de ello está el deseo de conectar al vecine-transeúnte-espectadore con el espacio físico en cuestión: descubrir quiénes lo habitaron antes, qué proyectos fueron allí abandonados o la vida de qué persona fue puesta en juego en ese lugar. El interés pasa por reconstruir la identidad de cada sitio y lograr que, una vez desmontada la obra, pueda ser visto desde ángulos más apropiables por quienes diariamente lo transitan.
—Ariana: Usamos el arte como una herramienta para repensar. ¿Y por qué trabajamos en la vía pública? Porque es el lugar donde pasamos la mitad de nuestro tiempo, o más. Porque es un espacio que nos condiciona constantemente sobre cómo pensar y cuáles son nuestros hábitos. Porque, si no, estas lógicas quedan invisibles: la vía pública como el espacio libre de influencias, cuando lo cierto es que está totalmente digitada por la publicidad comercial, la propaganda proselitista o las indicaciones urbanísticas que te dicen el lado correcto de la calle, dónde doblar, dónde hay un semáforo. Nuestra última muestra constó de dos montajes del tipo ritual. Como que de algún modo la obra traía la idea de un sitio medio santuario. Y decíamos, bueno, el ritual aparece allí donde el olvido quiere avanzar. Y el olvido aquí tuvo que ver con que hubo un tren urbano [NdR: la obra se realizó en la garita ubicada en la esquina de Castellanos y Pedro Vittori, pleno centro santafesino], que fue una inversión muy grande que hizo el municipio local, tren que duró un mes y que no sirvió para nada. Y ante la tentativa de olvido, el grupo de agentes que compuso la muestra (artiste, curadore y espacio), terminó construyendo un ritual.
—¿Cómo es la recepción por parte del público?
—A: ¡Es buenísima! En la plaza Ana María Acevedo, por ejemplo [NdR: ubicada en la intersección de Av. Freyre y Bv. Pellegrini, frente al Club Atlético Unión], sucedió que mucha gente se acercaba y decía: ‘ah, yo no conocía este lugar’, a pesar de que estaba al lado de un hospital tan importante como el Iturraspe y de que tiene un montón de colectivos que paran en su esquina. No estaba asimilada como una plaza. También nos pasó, en una esquina de la ciudad y la primera vez que hicimos A la Cal, que un sector que solía estar muy sucio de golpe empezó a estar limpio. La gente dejó de tirar la basura durante el tiempo que duró la muestra. Por eso sostenemos que en el visibilizar se carga de sentido al espacio público.
—Puede atribuírsele a esa otra mirada que buscan imponer sobre el lugar
—A: Sí… (no muy convencida)
—Toti: Y también por la concepción que se tiene del arte. Hay una cuestión muy ilustrada, muy moderna sobre cómo mirar y consumir arte. Quizás por eso mantuvieron limpia la esquina. Porque el arte es visto como una cosa solemne, realizada por un ultragenio millonario al que no conocés y del que te imaginás un montón de fantasías sobre su persona. Que a veces incluso es una institución a la que le tenés que guardar reserva y silencio. Y la verdad es que no. El arte, el artista somos nosotras. Personas completamente normales, con un montón de problemas y que trabajamos, exigimos plata y derechos. Que estamos presentes para mediar, para contarle a la vecina que se acerca y pregunta, o al colega que se interesa por lo que estamos haciendo. Estamos para charlar de la obra, y eso está buenísimo.
— A: Y parar abrir el juego a otros públicos. Exponer en la vía pública es salirse de la legitimación que te dan el cubo blanco o las instituciones especializadas en arte. En la calle hay que disputarle sentido al comercio, al proselitismo y al urbanismo, que son tres poderes muy fuertes. Y, a la vez, el artista está expuesto a muchas más preguntas sobre su obra. Entonces tiene que volver a repensar si su argumento es válido para todo el mundo.
—T: O romper con aquella cuestión de que el artista debe ser una persona de gran trayectoria. Trabajar en la calle nos permite pensar en obras como la del fin de semana pasado [NdR: refiere al sábado 16 de noviembre del 2019], donde expuso Lola Orge Benech, una pibita de 19 años que se hace tatoos a ella misma. Porque es una persona que hace arte, que está creando algo. Hay obras que son acción, que son una instalación o que son un objeto hecho con otros objetos de la vida cotidiana. Y al no tener un cubo blanco perfecto que las aísla y las deja como solemnes y divinas, son obras que además tienen que combatir muchas más preguntas: cuáles son sus límites, hasta dónde llega su autonomía, dónde está operando, cuál es su potencia, cuáles son sus debilidades. Es un ejercicio que nos interesa mucho a la hora de exponer.
—¿Un ejercicio que tiene que ver con un diálogo?
—T: Sí, con un diálogo. O con un someter a juicio a la propia producción por fuera de un contexto específico como el de la pared impecable.
—A: Lo que lleva a volver a preguntarse sobre la función del arte. Con Toti consideramos que el arte tiene muchas funciones y que los poderes económicos las usan en su favor, tanto en ámbitos privados como públicos. Por eso tenemos el permanente deseo de cuestionar aquella idea según la cual el arte es algo que los ricos compran para combinar con sus sillones. Buscamos mostrar que puede ser una herramienta de pensamiento accesible a toda la comunidad. Nos proponemos socializarlo como un instrumento de pensamiento, para que se entienda que no es necesario tener el dedo de dios tocándote la cabeza para pensar un mundo desde la poesía. Nos interesa el arte como herramienta para pensar y cuestionar el status quo.
Burocracia no siempre es mala palabra
Apenas iniciada la entrevista, Toti clava su mirada al entrevistador. Lo hace de costado y de forma amable, como entendiendo la situación pero sin evitar manifestar un dejo de cansancio. Se advierte que no es la primera vez que debe hacer la aclaración que está a punto de realizar. La pregunta es sencilla, del tipo ‘¿cómo piensan sus intervenciones…?’ Pero es entonces cuando desenfunda su gastada explicación: “No consideramos a lo que hacemos como intervenciones, porque estos son actos simbólicos y disruptivos ubicados en un tiempo y lugar con el objetivo de discutir, incluso de molestar. Nos parece un género increíble, pero no lo hacemos desde Barrio sin Plaza y mucho menos desde A la Cal.”
Ariana agrega que “la intervención y el vandalismo son expresiones que deslegitiman la expresión subjetiva necesaria para analizar y establecer un diálogo”. Por ello, el objetivo de este colectivo es “poner nuevamente al espacio público como un lugar de obra donde se permitan charlas y reflexiones del orden poético”. Y para ello es necesario pactar con lo establecido.
—T: Para trabajar pedimos habilitaciones y seguros. Tramitamos habilitaciones legales y municipales. También pedimos la bajada de luz y avisamos a la policía.
—A: Es un trámite que puede hacerlo cualquier persona. No trabajamos desde un lugar de jerarquía. Habilitar un evento de estas características, lograr que te hagan la bajada de luz y que te dejen trabajar, es algo al alcance de cualquiera.
—T: Claro, es un rompecabezas chiquito, burocrático, molesto, que se hace, se cumple y listo. Y que te permite cumplir tus objetivos de la misma forma que cuando se realiza una marcha o un festival en la plaza.
—El pedir permiso, ¿no va en contra de la misma idea del arte?
—A: No. Hay como una romantización de que ‘no, lo hago de esta manera porque la burocracia es mala…’ Nosotras llevamos diez A la Cal hechas, más participación en mercados de arte y talleres, y nos resulta importante realizar estos trámites por una cuestión personal y por seguridad. Si alguien se cae o si la policía se pone cabría y viene a bardear, tenemos cómo cuidar no solo al artista y a su obra, sino también a la gente. Es nuestra responsabilidad. Y por otro lado hay que empezar a dejar precedente legal de estas expresiones político-poéticas en la vía pública, para que dejen de ser vistas como un atentado al status quo. Que de hecho lo son. Pero no queremos que esa forma de expresión tenga que pasar por el mote de ilegales, como se lo han puesto al vandalismo o a las intervenciones urbanas. ¿Vandalismo es pintar un bigotito arriba de la cara de un político? ¡Vamos! Vandalismo es dejar un barrio entero sin luz. Y eso no lo hace la gente, lo hace el Estado o los privados.
Con el pie en el territorio
Villa del Parque tiene mucho de inspirador para el colectivo. Es donde nació y desde donde se pensó hasta lo más elemental del proyecto. Porque buscando un nombre que las identifique, recuerdan Ariana y Toti, propusieron hacerle honor a un gesto tenido por el barrio en 1968 cuando, al delinear su urbanización, la Municipalidad determinó que la manzana destinada a la plaza ya había sido ocupada con viviendas. Fue entonces cuando les vecines decidieron en asamblea que se prefería el no tener espacio verde al tener que desplazar a alguien. Se fundaba así un barrio sin plaza.
—¿Cómo se da el vínculo con Villa del Parque?
—T: Nuestras obras surgen acá porque es donde vivimos y donde nos gestamos. Sin embargo estamos muy metidos en un submundo que es el campo del arte a nivel nacional. Por eso viajamos mucho y participamos de exhibiciones y clínicas.
—A: En Villa del Parque tenemos obras pendientes pero también ya hicimos otras varias: dos plazoletas, una vitrina que exhibe dibujos de les chiques (también hay dos vitrinas en barrio San Lorenzo, otras dos en Santa Rosa y una en Ciudad del Milagro, en Salta). El año pasado, además, hicimos una obra muy grande denominada El Trueque, que fue un intercambio entre piezas culturales de Villa del Parque y obras patrimoniales del museo Rosa Galisteo.
El Trueque fue una apuesta tan ambiciosa que debe hurgarse profundo para rastrear antecedentes similares en Latinoamérica. La obra consistió de dos muestras: la primera duró tres días y se realizó en la vecinal, donde el museo instaló su sede brindando la posibilidad de que mucha gente puediese tener su primer contacto con una institución de este tipo; la segunda parte se desarrolló en el Rosa Galisteo, donde se colgaron producciones de artistes del barrio. Las obras intercambiadas fueron escogidas por Barrio sin Plaza, quienes utilizaron como criterio de selección a la propia historia de Villa del Parque. También convocaron a sus vecines para que oficien de guía de las muestras.
“Fue una experiencia muy interesante. Incluso las integrantes de Son Ellas, una murga barrial que participó de El Trueque, tocó una vez más en el museo. Y, como ellas, muchas otras personas pudieron establecer su propio contacto con Cultura de la provincia”, recuerda Ariana sobre el saldo de esta experiencia. Ella y Toti están de acuerdo, además, en que El Trueque logró romper muchas barreras. “Porque se sabe que las limitaciones para salir del barrio son millones, desde urbanísticas hasta sociales y económicas. Pero también se tiraron al piso muchos preconceptos que podían llegar a tener la gente del museo”, explica Ariana. Y, en este sentido, reconoce el trabajo realizado por la directora del museo, Analía Solomonoff, “quien se puso al hombro la propuesta de llevar obras originales a un territorio tildado de villa peligrosa, comprometiendo además a las áreas de montaje, de restauración, de patrimonio, de mediación… un equipo entero del museo trabajando acá durante tres días. Un verdadero flash.”
—Un poco de vida institucional para un barrio un tanto abandonado…
—A: Acá lo único que llega del Estado es la policía, porque no hay siquiera alumbrado público para todes. Pero el barrio tiene una vida institucional muy grande. Y es muy interesante trabajar con las instituciones locales porque tienen mucha lógica asamblearia.
—T: El barrio tiene una génesis y una cuestión de red que está muy marcada. Las crisis económicas seguramente profundizan estos vínculos, pero el trabajo en red entre las instituciones, por la gente y para la gente, siempre está presente. La proactividad y la predisposición suelen ser súper grandes. Pero ojo, es súper gratificante también trabajar en el centro de la ciudad. Son diferentes los diálogos y las cargas con las que llegan las personas al momento de un taller, de una muestra o de una charla.
—A: Algo re cabal de cómo se da el vínculo con el barrio pudo verse cuando hicimos la primera plazoleta. De entrada determinamos que su tema debía ser tomado a partir de diferentes expresiones del barrio, para lograr que sea algo apropiable. Pero, así y todo, al segundo día de construcción empezaron a romperla. Fue algo que hicieron porque desconfiaban de lo que se estaba haciendo. Por eso está muy bien que, quien desea realizar obras en el barrio, explique qué y por qué lo hace: si lo está haciendo por interés político, porque es un privado o quién lo está haciendo. Es un territorio que no pasa por alto estas cosas. Se trata de un barrio que diseñó su urbanización, que le puso nombre a sus calles y que hizo su escuela. Tuvimos que salir entonces puerta por puerta a explicar quiénes éramos y qué estábamos haciendo. Eso muestra el espíritu asambleario, de participación y de apropiación territorial tan fuerte que caracteriza al barrio.
—¿De quiénes se nutren?
—A: Hay muchos proyectos cercanos como La Mandorla, de San Juan, Se Alquila, de España, Tetra…
–T: Galerías Efímeras de Córdoba, Quinto Piso en México. Y, después, muchas redes sociales y muestras. Viajamos muchísimo, constantemente, porque para ser un buen profesional hay que estar haciendo, y para ser un buen artista hay que estar mirando. El arte es diálogo con tus pares, con tus producciones, ponerlas en jaque. Es algo que estimula, que da ideas y que ayuda a ser buen artista.
—A: Y mucho pie en la tierra para poder mirar tu territorio y ver, por ejemplo, que hay solo una galería de arte contemporáneo en Santa Fe, lo que hace que debamos pensar que todo queda algo lejano y un poco ficticio. Hay que considerar estas precauciones para saber qué lenguaje utilizar para que el diálogo sea fluido y no quede encerrado en palabras difíciles o en tecnicismos que aún no llegaron a Santa Fe. Por eso, en nuestras obras, el texto es importante para dialogar con mucha gente que puede no pertenecer al campo del arte.
—T: Y cuidando también que ese lugar no pierda atractivo…
—A: Sin llegar a ser pedagógicos.
—T: Claro, sin llegar a ser un taller pedagógico para aquel vecine que jamás vio una obra de arte contemporáneo, y sin que se pierda el atractivo para el mundo del arte. Nos gusta que A la Cal sea un lugar de deseo para que artistas de mediana o larga trayectoria nos pregunten y se interesen por lo que hacemos.